martes, 28 de diciembre de 2010

Oración de Fin de Año

Estamos a punto de terminar un año y estrenar uno nuevo... Pero no permitamos que el tiempo pase sin más, como sin darnos cuenta. Por eso os propongo, nuevamente, que hagáis una oración especial el 31 de diciembre. Encontraréis una propuesta sencilla en este enlace.

sábado, 25 de diciembre de 2010

Mensaje Urbi et Orbi del Papa Benedicto XVI -Navidad 2010

"Verbum caro factum est" - "El Verbo se hizo carne" (Jn 1,14).

Queridos hermanos y hermanas que me escucháis en Roma y en el mundo entero, os anuncio con gozo el mensaje de la Navidad: Dios se ha hecho hombre, ha venido a habitar entre nosotros. Dios no está lejano: está cerca, más aún, es el "Emmanuel", el Dios-con-nosotros. No es un desconocido: tiene un rostro, el de Jesús.

Es un mensaje siempre nuevo, siempre sorprendente, porque supera nuestras más audaces esperanzas. Especialmente porque no es sólo un anuncio: es un acontecimiento, un suceso, que testigos fiables han visto, oído y tocado en la persona de Jesús de Nazaret. Al estar con Él, observando lo que hace y escuchando sus palabras, han reconocido en Jesús al Mesías; y, viéndolo resucitado después de haber sido crucificado, han tenido la certeza de que Él, verdadero hombre, era al mismo tiempo verdadero Dios, el Hijo unigénito venido del Padre, lleno de gracia y de verdad (cf. Jn1,14).

"El Verbo se hizo carne". Ante esta revelación, vuelve a surgir una vez más en nosotros la pregunta: ¿Cómo es posible? El Verbo y la carne son realidades opuestas; ¿cómo puede convertirse la Palabra eterna y omnipotente en un hombre frágil y mortal? No hay más que una respuesta: el Amor. El que ama quiere compartir con el amado, quiere estar unido a él, y la Sagrada Escritura nos presenta precisamente la gran historia del amor de Dios por su pueblo, que culmina en Jesucristo.

En realidad, Dios no cambia: es fiel a sí mismo. El que ha creado el mundo es el mismo que ha llamado a Abraham y que ha revelado el propio Nombre a Moisés: Yo soy el que soy... el Dios de Abraham, Isaac y Jacob... Dios misericordioso y piadoso, rico en amor y fidelidad (cf. Ex 3,14-15; 34,6). Dios no cambia, desde siempre y por siempre es Amor. Es en sí mismo comunión, unidad en la Trinidad, y cada una de sus obras y palabras tienden a la comunión. La encarnación es la cumbre de la creación. Cuando, por la voluntad del Padre y la acción del Espíritu Santo, se formó en el regazo de María Jesús, Hijo de Dios hecho hombre, la creación alcanzó su cima. El principio ordenador del universo, el Logos, comenzó a existir en el mundo, en un tiempo y en un lugar.

"El Verbo se hizo carne". La luz de esta verdad se manifiesta a quien la acoge con fe, porque es un misterio de amor. Sólo los que se abren al amor son cubiertos por la luz de la Navidad. Así fue en la noche de Belén, y así también es hoy. La encarnación del Hijo de Dios es un acontecimiento que ha ocurrido en la historia, pero que al mismo tiempo la supera. En la noche del mundo se enciende una nueva luz, que se deja ver por los ojos sencillos de la fe, del corazón manso y humilde de quien espera al Salvador. Si la verdad fuera sólo una fórmula matemática, en cierto sentido se impondría por sí misma. Pero si la Verdad es Amor, pide la fe, el 'sí' de nuestro corazón”

Y, en efecto, ¿qué busca nuestro corazón si no una Verdad que sea Amor? La busca el niño, con sus preguntas tan desarmantes y estimulantes; la busca el joven, necesitado de encontrar el sentido profundo de la propia vida; la busca el hombre y la mujer en su madurez, para orientar y apoyar el compromiso en la familia y en el trabajo; la busca la persona anciana, para dar cumplimiento a la existencia terrenal.

"El Verbo se hizo carne". El anuncio de la Navidad es también luz para los pueblos, para el camino conjunto de la humanidad. El "Emmanuel", el Dios-con-nosotros, ha venido como Rey de justicia y de paz. Su Reino -lo sabemos- no es de este mundo, sin embargo, es más importante que todos los reinos de este mundo. Es como la levadura de la humanidad: si faltara, desaparecería la fuerza que lleva adelante el verdadero desarrollo, el impulso a colaborar por el bien común, al servicio desinteresado del prójimo, a la lucha pacífica por la justicia. Creer en el Dios que ha querido compartir nuestra historia es un constante estímulo a comprometerse en ella, incluso entre sus contradicciones. Es motivo de esperanza para todos aquellos cuya dignidad es ofendida y violada, porque Aquel que ha nacido en Belén ha venido a liberar al hombre de la raíz de toda esclavitud.

Que la luz de la Navidad resplandezca de nuevo en aquella Tierra donde Jesús ha nacido e inspire a israelíes y palestinos a buscar una convivencia justa y pacífica. Que el anuncio consolador de la llegada del Emmanuel alivie el dolor y conforte en las pruebas a las queridas comunidades cristianas en Irak y en todo Oriente Medio, dándoles aliento y esperanza para el futuro, y animando a los responsables de las Naciones a una solidaridad efectiva para con ellas. Que se haga esto también en favor de los que todavía sufren por las consecuencias del terremoto devastador y la reciente epidemia de cólera en Haití. Y que tampoco se olvide a los que en Colombia y en Venezuela, como también en Guatemala y Costa Rica, han sido afectados por recientes calamidades naturales.

Que el nacimiento del Salvador abra perspectivas de paz duradera y de auténtico progreso a las poblaciones de Somalia, de Darfur y Costa de Marfil; que promueva la estabilidad política y social en Madagascar; que lleve seguridad y respeto de los derechos humanos en Afganistán y Pakistán; que impulse el diálogo entre Nicaragua y Costa Rica; que favorezca la reconciliación en la Península coreana.

Que la celebración del nacimiento del Redentor refuerce el espíritu de fe, paciencia y fortaleza en los fieles de la Iglesia en la China continental, para que no se desanimen por las limitaciones a su libertad de religión y conciencia y, perseverando en la fidelidad a Cristo y a su Iglesia, mantengan viva la llama de la esperanza. Que el amor del "Dios con nosotros" otorgue perseverancia a todas las comunidades cristianas que sufren discriminación y persecución, e inspire a los líderes políticos y religiosos a comprometerse por el pleno respeto de la libertad religiosa de todos.

Queridos hermanos y hermanas, "el Verbo se hizo carne", ha venido a habitar entre nosotros, es el Emmanuel, el Dios que se nos ha hecho cercano. Contemplemos juntos este gran misterio de amor, dejémonos iluminar el corazón por la luz que brilla en la gruta de Belén. ¡Feliz Navidad a todos!

[Traducción distribuida por la Santa Sede
© Libreria Editrice Vaticana]

viernes, 24 de diciembre de 2010

“Hoy os nacido un Salvador, que es el Mesías y el Señor” (Lc 2, 11)

Esta noche, en la Misa del Gallo, escucharemos proclamar estas palabras en el evangelio… Lo que probablemente sucederá es que, estamos tan acostumbrados a escucharlas, que ya ni siquiera nos impresionan… Por eso, me gustaría ahora pararnos un poco a meditar en ellas…

El relato del nacimiento es extenso… Ha sido cuidadosamente elaborado por Lucas… Como tal, forma parte de los denominados relatos de la Infancia, que hacen de Prólogo a la obra lucana…

A estas alturas sobra decir que no estamos ante una crónica histórica… estamos ante algo mucho más profundo… Es verdad que no sabemos con exactitud ni el año ni el día en que Jesús nació, pero esto no quiere decir que el hecho no fuera real.

Muchos datan el nacimiento en diciembre del año 7 a.C., dado que en dicha fecha se dio la alineación de los planetas de Júpiter y Saturno, que identifican con aquella estrella que vieron los Magos, de la que nos habla Mateo… Pero, repito, esto no es lo más importante…

Lo que Lucas pretende realmente es decirnos, ya desde el principio, en el prólogo, quién es Jesús. Y nos lo dice de una manera muy sencilla pero profunda, aplicando a Jesús tres títulos: Salvador, Mesías y Señor… Diríamos que el título principal es el de Salvador… Esto es importante, porque por mucho que nos consideremos autosuficientes y tengamos la pretensión de no necesitar de nada ni de nadie, en nuestro fuero interno sabemos que esto no es verdad… Todos estamos necesitados de salvación y esta salvación no nos la podemos dar a nosotros mismos, sino que nos viene de otro… Y esta salvación que se nos ofrece nos viene de Dios… Sólo Dios puede rescatarnos, salvarnos de nuestra tristeza, de nuestra angustia, del sinsentido en el que muchas veces estamos inmersos si no hay más horizonte que esta vida frágil y caduca… Pues, por mucho que gocemos de posiciones sociales y económicas privilegiadas, nada impide que tarde o tempranos experimentemos la fragilidad de nuestra condición humana…

Recordemos, sólo el amor salva, y el amor sólo nos puede ser dado… y ese Amor, con mayúscula, sin fisuras, sin condiciones, sólo nos lo puede dar Dios…

Pero si se nos dijera únicamente que es el Salvador, no sería suficiente… Muchos se han presentado y se presentan como tales… Los dictadores tienen esa pretensión, los regímenes populistas, incluso los grandes líderes mundiales… De Jesús se dice, además, que es el Mesías, es decir, el Esperado de todos los tiempos, aquel a quien anhela la humanidad… y el Señor (“Kyrios”), es decir Dios… ¡Es Dios mismo, en persona!

Por eso, ¿cuál es el verdadero mensaje de la Navidad?, ¿qué es lo que celebramos esta noche? Celebramos que el Padre nos ama tanto que, como dice san Juan, nos ha enviado a su Hijo porque ha deseado venir a compartir nuestra suerte… ¡Esta es la encarnación!, Dios compartiendo la condición humana, experimentado la fragilidad, la debilidad… sabiendo lo que es ser hombre…

El cristianismo tiene la pretensión de afirmar que Dios se ha hecho uno de nosotros… Esto, si lo pensamos bien, es increíble… Y, sí, amigos, lo es, pero por increíble que sea, es verdad… Por eso, unámonos al coro de los ángeles que canta: ¡Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra, porque Dios nos ama!

viernes, 17 de diciembre de 2010

IV Domingo de Adviento (Ciclo A): "… le pondrá por nombre 'Emmanuel', que significa Dios-con-nosotros" (Mt 1,18-24)

Llegamos ya al cuarto y último domingo de Adviento, por lo cual se intensifica nuestra preparación para la celebración de la Navidad…

Si os dais cuenta, toda la liturgia de estos cuatro domingos apunta a lo que, de manera tan sencilla pero clara, se nos dice en el evangelio de hoy: En Jesús, Dios se ha hecho "Dios-con-nosotros"…

Esa llamada a estar despiertos, a estar atentos porque el Señor se acerca, no es sólo una llamada a la espera de algo que sucederá algún día, sino la noticia de algo que ya ha sucedido y que, desde entonces, sigue sucediendo todos los días… En Jesús, Dios se ha hecho visible, se ha hecho cercano, se ha hecho asequible… En Jesús, Dios se ha hecho uno de nosotros, camina con nosotros… Por eso, bien podemos afirmar con el corazón agradecido y lleno de contento, que este mundo está bendecido, que nuestro mundo tiene futuro pues Dios ha deseado habitar en él y acompañarnos en el devenir de nuestra historia… Los cristianos podemos afirmar, sin ninguna duda, que Dios habita en medio de nosotros, y que es esto, precisamente esto, lo que nos abre a la esperanza…

La Encarnación es buena noticia de manera particular para los que se sienten solos… Desde que el Hijo de Dios se hizo "carne" (real, histórico), nos ha venido a decir que no estamos solos, que Dios ha deseado habitar en nuestra tierra y ser nuestro compañero de camino…

Llenemos nuestras soledades de la presencia del Señor que lo habita y lo envuelve todo… Llenemos la soledad de tantas personas que se sienten solas y abandonadas a su suerte, haciéndoles ver, con nuestra cercanía, que Dios se interesa por ellos, por cada uno, que nos conoce por su nombre y nos ama y atiende en nuestras circunstancias particulares…

Que en esta Navidad que se acerca no sólo intercambiemos "regalos" y "dones externos"… Que en esta Navidad seamos un don, un regalo para los demás, como Dios se ha querido hacer don y regalo para cada uno de nosotros.

sábado, 11 de diciembre de 2010

III Domingo de Adviento (Ciclo A): "¿Eres Tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro? (Mt 11,2-11)

El Adviento, en cada una de las lecturas del domingo, nos propone un itinerario de fe que nos ayuda a prepararnos para celebrar la Navidad, para acoger con plena conciencia lo que ha supuesto para la humanidad la encarnación del Hijo de Dios.

El primer domingo se nos invitaba a estar en vela, a estar despiertos… El segundo domingo, se nos insistía en que el Señor está cerca… Y, sí, por eso hay que estar despiertos, para darnos cuenta de su presencia cercana que nos acompaña a lo largo de nuestro camino, en nuestra vida, en nuestra historia… En este tercer domingo, en cambio, se nos plantea una pregunta: "¿Eres Tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?" (Mt 11,2-11)… Y no creáis que ésta es una pregunta retórica, no… La pregunta afecta al núcleo de nuestra fe: ¿Creemos de verdad que en Jesús encontramos todo lo que buscamos…? Y, a juzgar por la actitud de muchas personas, incluidas cristianas, daría la impresión de que seguimos buscando algo o alguien que dé sentido a nuestras vidas o que responda mejor a nuestras expectativas… Por eso, ¿qué responderías Tú?

Esta pregunta fue formulada por Juan el Bautista mientras estaba en prisión… Él había anunciado la pronta llegada del Mesías, incluso había reconocido en Jesús a aquel que anunciaba… Entonces, ¿por qué ese desconcierto? Pues porque Juan se había imaginado un Mesías justiciero, que castigaría a los pecadores y Jesús presenta el rostro de un Dios cercano, misericordioso, que busca a los pecadores, que rehabilita a los que todos dan por perdidos…

El Tiempo de Adviento nos pone delante de esta cuestión de fondo… ¿Creemos nosotros en ese Dios todo bondad y misericordia? ¿Nos comportamos con los demás como seguidores de Jesús, practicando la bondad y la misericordia? Y el modo de hacerlo se nos presenta con claridad en el evangelio… Somos testigos de este Dios bondadoso si con nuestras acciones ayudamos a que los ciegos vean, y los que sufren de parálisis, anden; si los leprosos, los estigmatizados, quedan limpios, y si los sordos oyen; si los que están muertos resucitan, y si a los pobres se les anuncia el Evangelio…

El nacimiento de Jesús es una buena noticia para todos, pero es una noticia que necesita ser anunciada… Que este Tiempo de Adviento sea la oportunidad de manifestar nuestra fe con obras y sea una ayuda para que muchos vivan el verdadero sentido de la Navidad…

sábado, 4 de diciembre de 2010

II Domingo de Adviento (Ciclo A): "El Señor está cerca"

El domingo pasado el Evangelio del día nos recordaba la importancia de “estar en vela”, de saber esperar y desear la llegada de Jesús, en este tiempo de adviento, para preparar nuestro corazón a su venida. En este segundo domingo de adviento el Evangelio resalta las palabras rotundas y radicales de Juan Bautista: “Convertíos, porque el Señor está cerca”.


Estamos, al igual que en la época de Juan Bautista, en tiempos de adviento, de preparación a la venida de Jesús. Juan, como nosotros, anhelaba la venida del “esperado”, del “Hijo de Dios”, del que muchos profetas habían hablado en otros tiempos. La novedad en su tiempo es que ya quedaba menos, porque “el Señor estaba cerca”.


Lo nuevo para nosotros ya no es sólo la espera de que aparezca Jesús, pues Él ya está entre nosotros para siempre. La novedad es, un año más, tomar conciencia de esta cercanía de Dios a través de su Hijo; de recordar que ha sido Dios, con el nacimiento de Jesús, quien ha tomado esa iniciativa de estar cerca de nosotros, de nuestra vida… Para ello, como dice Juan hemos de “convertirnos”, resituar nuestra vida, comprobar si nuestro “GPS interno” hace tiempo que va por otros caminos distintos a los que Dios quiere de nosotros… Si hemos cambiado de coordenadas y seguimos otras rutas en las que Dios no está y que nos alejan cada vez más de Él y del camino que nos presenta a través de su Evangelio.


“El Señor está cerca”, ¿soy consciente de ello? o ¿vivo como si Dios no existiera? El Señor toma la iniciativa de querer estar con nosotros, ¿soy capaz de verlo, de agradecerlo?... Pidámosle en esta preparación a su venida, que nos regale ojos para verle llegar y oídos para escucharle a través de su Palabra.