sábado, 30 de abril de 2011

Beatificación de Juan Pablo II

Mañana, 1 de mayo de 2011, la Iglesia Universal celebrará la Beatificación de S.S. Juan Pablo II. Podremos seguir este acontecimiento en todo el mundo... Empezará con una Vigilia de oración, hoy y continuará con una Misa de Acción de Gracias al día siguiente, 2 de mayo.
Como homenaje a su persona, os comparto este vídeo:



Para leer el comentario al evangelio de mañana, podéis seguir este enlace.

miércoles, 27 de abril de 2011

Pascua 2011 (Colaboración)

Estamos a principios de la primavera, todo cambia, la luz, el perfume de lo natural nos envuelve, los árboles florecen, los campos florecen, los atardeceres nos invitan a contemplar la creación, contemplar la creación, es recordar lo que somos en el fondo de nosotros: vida, energía, amor…
Celebrar la Pascua es conectar con ese nosotros mismos, es permitir que la vida, la belleza, el amor… broten de forma espontánea de nosotros, es resucitar de nuevo, volver a crear lo que somos. Jesús resucitado es la fuente de vida que nos resucita, que nos ilusiona, que nos da la esperanza de volver a nacer.
Que la pascua nos vaya descubriendo el valor de lo concreto, de lo diario, de lo bien hecho, que nos acerque al mundo real, un mundo lleno de desigualdades y falto de amor. Que la pascua nos lleve a reinventar una convivencia más solidaria, que nos sitúe entre los más empobrecidos, que seamos capaces de sentir el dolor de tantos crucificados y lo llevemos sobre los hombros.
Recuperar cada día la luz de la resurrección, es hacer posible pensar desde lo más profundo de nosotros que otro mundo es posible, porque Dios está en cada hombre y mujer alentándonos para nuestra renovación.  

sábado, 23 de abril de 2011

"Yo creo en tu resurrección" (Video)

No dejéis de ir a la Vigilia Pascual esta noche... Es de las liturgias más bonitas y, sobre todo, es la celebración más importante del año... ¡Cristo vive, está en medio de nosotros...!

viernes, 22 de abril de 2011

"Haced esto en memoria mía".

No sé si os habéis fijado, pero toda la liturgia del Jueves Santo insiste en esta frase de Jesús: "Haced esto en memoria mía..." La utiliza al instituir la Eucaristía y en el Lavatorio de los pies... Y no es casual que la haya dicho precisamente en ambos contextos pues, ambos, vienen a decir lo mismo...
Jesús insiste en un "hacer"... Pero, ¿hacer qué? ¡Ahí está la cuestión...
Lamentablemente, muchas veces hemos reducido la eucaristía a un precepto (algo que hay que cumplir bajo pena de pecado) o en un objeto de culto (permanecer ante una presencia "sagrada" y en algunas ocasiones hasta "mágica")... Perdonadme si resulto irreverente, pues no es mi intención... Y, bueno, sí, esto tiene parte de verdad, pero no penetra en la esencia del misterio...
Jesús no nos mandó simplemente a repetir este gesto en un rito (la misa), ni tampoco pretendió insistir sólo en su presencia real como alimento en el pan y el vino... Jesús, tanto en el gesto del pan partido y del vino repartido, así como en el lavatorio de los pies, lo que viene es a poner delante de nosotros lo que ha sido toda su vida y lo que tiene que ser la nuestra: una vida que se da, que se entrega, que se parte, que se reparte, que se deshace por los demás...; una vida entendida como servicio humilde, sencillo, callado... Éste es el "hacer" al que Jesús se refiere... "Haced esto..." quiere decir, vivid como yo he vivido, ¡ésa es vuestra vocación, ésa es la voluntad de mi Padre sobre ti, sobre el mundo!... Por eso, en el lavatorio de los pies, añade: "Y seréis felices si lo hacéis..." No es un "precepto" sin más, no es algo que hay que hacer entre otras cosas, no... Estamos ante el único precepto cristiano: "amaos los unos a los otros como yo os he amado..."
Cuando esto se entiende así, entonces la eucaristía cobra todo su sentido... En la eucaristía, el Señor nos alimenta con su propio cuerpo y con su propia sangre; es decir, con su propia vida... En la eucaristía escuchamos su Palabra, que ilumina nuestro sendero y nos indica el camino a seguir, en la eucaristía partimos y compartimos el pan con los hermanos y hacemos comunidad; en la eucaristía somos enviados a prolongar este modo de entender la vida, se nos envía a vivir aquello que celebramos... Por eso "ir a misa" es un precepto..., porque es algo bueno, algo sin lo cual un cristiano no puede vivir, pues es la fuente en la que se alimenta... Y por eso es, también, un "objeto de culto"... Adorar, ponernos de rodillas ante el pan consagrado, es reconocer esa presencia humilde y oculta de Jesús, que nos invita a estar de ese mismo modo en el mundo...
Bien dijo Jesús a Pedro: "Ahora tú no entiende lo que yo hago, lo entenderás más tarde..." Y a los discípulos: "¿Entendéis lo que he hecho con vosotros?"... ¿Lo entendemos nosotros...?
La humildad, el servicio, no es algo "moral", algo que hay que hacer porque nos ha sido mandado o como una concesión... No... La humildad, el servicio, es el modo de ser de Dios, por eso es el modo en que vivió Jesús... Vivir de manera humilde y sirviendo a los demás es aprender a vivir como Dios y, por tanto, a vivir como sus hijos...
Aprendamos de este Dios que se abaja para ponerse a nuestra altura; ese Dios que lava los pies a Judas, al traidor; que sigue amándonos en medio de nuestras traiciones y olvidos... Aprendamos a acoger y a agradecer su amor y seamos canal por el que ese amor llegue a esta humanidad que necesita, más que preceptos, amor... y entender la vida al modo de Dios, una vida que se entrega por amor a todos, siempre...
Esto es lo que continuaremos celebrando el Viernes Santo, una vida entregada hasta el último suspiro, hasta la última gota de sangre... Y lo que celebraremos, finalmente, en la noche de Pascua: ¡Quien vive así, gozará de la vida en plenitud...!

miércoles, 20 de abril de 2011

"Escándalo y Locura"

Los primeros cristianos lo sabían. Su fe en un Dios crucificado sólo podía ser considerada como un escándalo y una locura. ¿A quién se le había ocurrido decir algo tan absurdo y horrendo de Dios? Nunca religión alguna se ha atrevido a confesar algo semejante.
Ciertamente, lo primero que todos descubrimos en el crucificado del Gólgota, torturado injustamente hasta la muerte por las autoridades religiosas y el poder político, es la fuerza destructora del mal, la crueldad del odio y el fanatismo de la mentira. Pero ahí precisamente, en esa víctima inocente, los seguidores de Jesús vemos a Dios identificado con todas las víctimas de todos los tiempos.
Despojado de todo poder dominador, de toda belleza estética, de todo éxito político y toda aureola religiosa, Dios se nos revela, en lo más puro e insondable de su misterio, como amor y sólo amor. No existe ni existirá nunca un Dios frío, apático e indiferente. Sólo un Dios que padece con nosotros, sufre nuestros sufrimientos y muere nuestra muerte.
Este Dios crucificado no es un Dios poderoso y controlador, que trata de someter a sus hijos e hijas buscando siempre su gloria y honor. Es un Dios humilde y paciente, que respeta hasta el final la libertad del ser humano, aunque nosotros abusemos una y otra vez de su amor. Prefiere ser víctima de sus criaturas antes que verdugo.
Este Dios crucificado no es el Dios justiciero, resentido y vengativo que todavía sigue turbando la conciencia de no pocos creyentes. Desde la cruz, Dios no responde al mal con el mal. "En Cristo está Dios, no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres, sino reconciliando al mundo consigo" (2 Corintios 5,19). Mientras nosotros hablamos de méritos, culpas o derechos adquiridos, Dios nos está acogiendo a todos con su amor insondable y su perdón.
Este Dios crucificado se revela hoy en todas las víctimas inocentes. Está en la cruz del Calvario y está en todas las cruces donde sufren y mueren los más inocentes: los niños hambrientos y las mujeres maltratadas, los torturados por los verdugos del poder, los explotados por nuestro bienestar, los olvidados por nuestra religión.
Los cristianos seguimos celebrando al Dios crucificado, para no olvidar nunca el "amor loco" de Dios a la humanidad y para mantener vivo el recuerdo de todos los crucificados. Es un escándalo y una locura. 
Sin embargo, para quienes seguimos a Jesús y creemos en el misterio redentor que se encierra en su muerte, es la fuerza que sostiene nuestra esperanza y nuestra lucha por un mundo más humano. 

(Comentario de José Pagola al Domingo de Ramos - Ciclo A)

sábado, 16 de abril de 2011

Domingo de Ramos (Ciclo A): “¡Bendito el que viene en nombre del Señor!”

El Domingo de Ramos, como sabéis, es el pórtico, la puerta de entrada a la Semana Santa… Este día rememoramos la entrada de Jesús en Jerusalén. Esta celebración, tal como he señalado en comentarios anteriores, tiene dos partes bien diferenciadas: la procesión con los ramos, con todo lo que tiene de alegría y alabanza; y, luego, la lectura de la pasión, que en realidad completa esa primera parte pues nos recuerda que es en Jerusalén donde Jesús será crucificado…
La entrada de Jesús en Jerusalén siempre me ha dado mucho que pensar… Sobre todo, cuando se cae en la cuenta de que, el mismo que es ensalzado este domingo, será crucificado cinco días más tarde… Y no pocas veces en la vida sucede lo mismo… Podemos vivir nuestros propios momentos de gloria y, al poco, poquísimo tiempo, pasar por momentos verdaderamente trágicos…
La lectura del último libro de Benedicto XVI, referente precisamente a estos últimos días de Jesús, hace una aclaración interesante… Señala que no es exacto decir que los mismos que aclamaron a Jesús al entrar en Jerusalén, pocos días después fueron los que pidieron su muerte… Él dice que quienes aclamaban a Jesús eran aquellos que lo acompañaban en el camino durante su subida a la ciudad santa, como queda de manifiesto en el evangelio de Mateo que leeremos en este ciclo A: «Los que iban delante de Él y los que lo seguían gritaban: “¡Hosanna! ¡Viva el Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en el cielo!”» La gente de Jerusalén, en realidad, resultaba ajena a todo esto… Sin duda, algunos habían oído hablar de Jesús pero, probablemente, la mayoría lo recibió tan solo con curiosidad o, incluso, con indiferencia… En la multitud que andaba por las calles en Jerusalén durante esos días cercanos a la gran fiesta de Pascua, esto seguramente no pasó de ser una anécdota…
Esto me lleva a reflexionar sobre las diversas actitudes que podemos tener ante estas fiestas que se aproximan… Se puede ser parte de sus discípulos, de aquellos que intentan seguir a Jesús en su camino hacia Jerusalén, en su camino de entrega; o se puede ser como aquellos que viven estos días desde la curiosidad; o, incluso, se pueden vivir estos acontecimientos desde la indiferencia, ignorándolos por completo… ¿De qué grupo formamos parte nosotros…? ¿Formamos nosotros parte de estos discípulos que acompañan a Jesús en su camino hacia Jerusalén, de aquellos que desean seguirle?; ¿somos parte de esa masa que vive la Semana Santa como una fiesta folklórica, de “interés cultural”, y que incorporamos como parte de nuestro “programa” de estos días?, o ¿somos como de aquellos que viven estos días con indiferencia, sin caer en la cuenta de lo que realmente significan?
En todo caso, dispongámonos a vivir estos días con sentido, con el corazón profundamente agradecido y sobrecogido ante tanto amor… No nos quedemos en el aspecto cruel y doloroso (¡cuánto mal somos capaces de hacer los seres humanos!)… Penetremos en los sentimientos de Jesús para aprender a amar como Él nos ama…


Os puede ayudar leer algunos de los materiales que encontraréis en la Etiqueta "Semana Santa"...

miércoles, 13 de abril de 2011

Pregón de Cuaresma

Los que habéis sido bautizados,
los que habéis escuchado la voz del Espíritu,
los que habéis acogido la revelación del Dios vivo,
los que habéis descubierto que sois sus hijos,
¡adentraos en el desierto sin miedo y caminad con paso ligero!
Cuaresma es ese tiempo que viene y va,
tiempo para vivirlo en camino,
sin instalarse, sin retenerlo, sin lamento,
con la esperanza siempre a flor de piel
y la mirada fija en otro tiempo,
la Pascua, que es definitivo.
Entrad en Cuaresma convencidos,
listos para el combate, ligeros de equipaje, la mente despejada,
entrañas llenas de ternura y misericordia,
calzado apropiado,
y mucha paciencia con vosotros mismos.
Dejaos mecer por la brisa del Espíritu;
poned vuestro corazón en sintonía con los latidos de Dios
y el grito de los afligidos,
bebed en los manantiales de la vida
y no os dejéis engañar por los espejismos del desierto.
Bajad del monte a los caminos de la vida,
bajad sin miedo y llenos de misterio.
No profanéis los templos vivos,
buscad de noche como Nicodemo
y, como aquellos griegos,
preguntad a discípulos y amigos por Jesús y su reino
y cómo sembrarse en el campo del mundo
para germinar a su estilo.
Vivid la Cuaresma bien despiertos, caminando en comunidad,
con fe, esperanza y amor, fijos los ojos en Jesús.
¡Daos esa oportunidad!

sábado, 9 de abril de 2011

V Domingo de Cuaresma (Ciclo A): “Yo soy la vida” (Jn 11, 1-45)

Llegamos casi al término de la Cuaresma y, por tanto, al término del itinerario que los catecúmenos iban recorriendo antes de recibir el bautismo. A lo largo de estas dos últimas semanas hemos ido profundizando en la identidad de Jesús y, a su vez, en el sentido de nuestro bautismo.
Hace dos semanas se nos presentaba a Jesús como el “agua viva”, que sacia nuestra sed, nuestros deseos y necesidades más profundas; la semana pasada dábamos un paso más, y Jesús aparecía como la “luz del mundo” que ilumina nuestras oscuridades y que nos permite ver las cosas con otros ojos, con los ojos de la fe. El agua y la luz son dos símbolos que están muy presenten en la liturgia bautismal y que también tendrán un lugar central en la Vigilia de Pascua… En dicha celebración, se encenderá el gran cirio pascual, símbolo de Cristo resucitado, presente en medio de nosotros; y se bendecirá el agua con la que serán bautizados los catecúmenos y seremos bendecidos nosotros al renovar nuestras promesas bautismales. Este domingo, el itinerario se corona al poner ante nosotros a Jesús como “la Vida”, con mayúscula.
El relato es largo y está muy bien escrito. Sería imposible detenernos ahora en todos sus detalles. Hay frases hermosas que bien podrían ser pequeñas oraciones en nuestros labios. La primera de ellas: “Maestro, aquel a quien amas, está enfermo”… Qué oración de intercesión más hermosa… Un grupo de amigos de Lázaro, el amigo enfermo, y de Marta y María, sus hermanas y también muy queridas por Jesús, van donde Jesús y sencillamente le presentan la situación de su amigo Lázaro… Saben que no hará falta nada más; Jesús hará lo que tiene que hacer. Para sorpresa de todos, Jesús no va inmediatamente sino a los tres días… Para entonces, Lázaro ya ha muerto…
El encuentro de Jesús con Marta es conmovedor… Y aquí tenemos otra hermosa oración, aunque tiene mucho de reproche: “Si tú hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto…”  Más adelante del relato, alguien dirá: “¿No podía éste, que abrió los ojos al ciego de nacimiento, hacer que Lázaro no muriera?”. ¡Cuántas veces le decimos cosas parecidas al Señor…!: “Si tú hubieras querido, esto no habría ocurrido…”
Sin embargo, esto nos permite acceder al núcleo del relato. Jesús le dice a Marta: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y todo aquel que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees tú esto?". Ella le contestó: “Sí, Señor”. ¡Qué acto de fe más impresionante, aunque, en realidad, todavía inmaduro… Marta cree, pero remite su fe a un “más allá”…
Marta va donde su hermana María y le dice: “El Maestro te llama”, otra hermosa oración que bien podríamos escuchar como dirigida a nosotros, a cada uno… Y allí se produce otro encuentro.
Finalmente Jesús va al sepulcro… Allí dirige una hermosa oración a su Padre: “Padre, te doy gracias porque me has escuchado. Yo ya sabía que tú siempre me escuchas; pero lo he dicho a causa de esta muchedumbre que me rodea, para que crean que tú me has enviado”. ¡Ésta es la oración, la convicción profunda de que Dios nos escucha!, aunque no siempre haga lo que le pedimos… Igual que Jesús, Dios se conmueve con nuestro sufrimiento y nos acompaña… No nos librará de la enfermedad (¡forma parte de la vida!), ni nos evitará el trago muchas veces amargo de la muerte (tampoco se lo evitó a Jesús)… Lo que el Padre nos promete no es evitar lo que la vida trae; lo que nos promete es la Vida, esa vida que no se acaba, esa vida plena a la que todos aspiramos y que nunca la podremos tener aquí “abajo”…
La Vida verdadera empieza al conocer a Jesús y llegará a su plenitud cuando pasemos de este mundo al Padre y disfrutemos plenamente de su amor y de su gracia…
Jesús es la Vida… Aspiremos a la vida de verdad y seamos constructores de vida en este mundo nuestro que a veces parece que lo que defiende es la cultura de la muerte…

sábado, 2 de abril de 2011

IV Domingo de Cuaresma (Ciclo A): “Yo soy la luz del mundo” (Jn 9, 1-41)

Entramos ya en la cuarta semana de la Cuaresma. Este domingo se nos propone nuevamente una lectura tomada del evangelio según san Juan.  Como tal, diríamos que es la segunda etapa del itinerario de formación de los catecúmenos que recibirán el bautismo en la Vigilia Pascual y, para los que ya estamos bautizados, se nos invita a profundizar en uno de los aspectos fundamentales de nuestro bautismo: la luz.
Jesús se encuentra con un ciego de nacimiento, imagen perfecta de lo que supone la persona que no tiene fe. En este sentido, todos hemos sido ciegos de nacimiento, todos hemos nacido sin fe y hemos sido paulatinamente introducidas en ella… La fe no es algo que se hereda; no. La fe es algo que debemos ir descubriendo, y a lo que debemos adherirnos… La fe es una invitación, es una gracia, es un don, algo que nos es dado…
Como todos los episodios narrados por Juan, el texto está lleno de imágenes con un fuerte contenido simbólico… Como en el caso de la Samaritana, Jesús toma la iniciativa y manda al ciego a lavarse en la piscina de Siloé… Esto nos recuerda que el nacimiento a la fe comienza con el bautismo, cuando somos sumergidos en el agua… Por eso, de hecho, antiguamente al Bautismo se lo llamaba “Iluminación” y ser bautizados significaba “ser iluminados”. Esto, en la actualidad, se representa entregando a los padres y padrinos una vela encendida en el cirio pascual… De este modo se expresa la Luz, que es Cristo, que es comunicada al bautizado para poder “ver” no sólo con los ojos “biológicos” sino con los ojos de la fe… Con los ojos físicos podemos ver la realidad física; con los ojos de la fe accedemos a una realidad más profunda… Por eso, cuando se nos enseñaba en el Catecismo que la fe es creer en lo que no se ve, tal vez sería más exacto decir que la fe nos permite ver más allá de lo que se ve… La fe nos permite acceder a las verdades espirituales, nos permite ver la vida en toda su profundidad, nos permite descubrir el sentido de la existencia… Por eso, tener fe supone, en cierto modo, estar iluminados… El Señor no da una luz que permite ver lo que, sin su luz, permanecería en la oscuridad…
Pero, la fe no es simplemente creer, genéricamente, en Dios o en “algo más”. La fe del cristiano es creer en Cristo. Esto aparece también maravillosamente ilustrado en este evangelio. Leed el texto y fijaros en el modo como el ciego llama a Jesús… Al principio, para el ciego Jesús es simplemente “aquel  hombre que se llama Jesús…” cuando más adelante le preguntan: “¿qué dices de aquel que te ha abierto los ojos”, él contesta: “Es un profeta”. Cuando, poco después, vuelve a encontrarse con Jesús, le dice: “Creo, Señor” y se arrodilla ante él, adorándolo… ¡Éste es el punto de llegada de la fe!
No basta, por tanto, reconocer que Jesús existió como hombre, a estas alturas esto no está en discusión. Tampoco es suficiente decir que fue un profeta, un hombre de Dios, incluso los musulmanes, si son coherentes con lo que está escrito en el Corán, reconocen en Jesús a un Profeta… El verdadero salto es cuando reconocemos en Jesús al Hijo de Dios y lo confesamos como nuestro Señor…
Por eso, en estos días podríamos preguntarnos, una vez más, ¿quién es Jesús para mí? ¿Un gran hombre?, ¿un hombre de Dios?, ¿mi Dios y Señor?
Dediquemos un tiempo a orar sobre esto, a ponernos ante Él con nuestra fe desnuda y digámosle con humildad, desde lo profundo del corazón, como un día le dijo el desconfiado Tomás: “Señor mío y Dios mío…” o, como le dijo el padre de aquel muchacho epiléptico: “Señor, creo, pero aumenta mi fe…”