lunes, 26 de diciembre de 2016

Navidad, Dios hecho niño. (Lc 2, 1-14)

"Esta será la señal: encontraréis a un niño". "En este mundo, todos quieren crecer. Todo niño quiere ser hombre, todo hombre quieren ser rey, todo rey quiere ser dios. Solo Dios quiere ser niño" (Leonardo Boff). Dios en la pequeñez: esta es la fuerza que irrumpe en la Navidad. El hombre quiere subir, mandar, apropiarse. Dios, en cambio, quiere descender, servir, dar. Es el nuevo orden de cosas y del corazón.
"Estaban allí unos pastores": Una nube de alas, de cantos y de palabras felices los envuelve: "¡No temáis!": Dios no nos debe dar miedo, nunca. Si da miedo, no es Dios quien está llamando a mi puerta. Dios aparece desarmado en un recién nacido. Navidad es el cortejo de Dios que nos seduce con un niño. ¿Quién es Dios? "Dios es un beso", caído en la tierra en Navidad (Benedetto Calati).
"Os anuncio una gran alegría": La felicidad no es una quimera, es posible y está cerca. "Y lo será para todo el pueblo": Una alegría posible para todos; sí, para todos, incluso para la persona más herida y llena de defectos, no solo para los "mejores" o los más "serios". Y he aquí la clave y la fuente de la felicidad: "Hoy os ha nacido el Salvador": Dios que viene no tanto a traernos el perdón sino mucho más; ha venido a traerse a sí mismo, luz en la oscuridad, fuego en el frío, amor en el desamor. Ha venido a traernos el cromosoma divino en el aliento de todo hombre y de toda mujer. La vida misma de Dios en mí. Esta es la esencia de la Navidad... Da vértigo...
"Y en la tierra paz a los hombres": Puede haber paz; más aún, la habrá seguro. Los violentos la destruyen, pero la paz volverá, como la primavera que no se deja amedrentar por los inviernos de la historia. "A los hombres que Dios ama": a todos, así como somos, por lo que somos, buenos y no tan buenos, amados por siempre; uno por uno, tiernamente, amados... (Marina Marcolini).
Es tan hermoso que san Lucas tome nota de esta única visita, la de un grupo de pastores con olor a oveja y a leche. Es hermoso para todos los pobres, los últimos, los anónimos, los olvidados. Dios va a realizar este nuevo inicio a partir de ellos.
Navidad es también una fiesta dramática: "No había lugar para ellos en la posada": Dios entra al mundo desde el lugar más bajo, a la cola con todos los excluidos. Como escribe el P. Turoldo, Dios se ha hecho hombre para aprender a llorar; para navegar con nosotros en este río de lágrimas, hasta que su vida y la nuestra sean un río solo. Jesús es el llanto de Dios hecho carne.
Por eso, ahora elevamos esta oración:
"Mi Dios, mi Dios niño, pobre como el amor, pequeño como un recién nacido, humilde como la paja donde has nacido, mi pequeño Dios que aprendes a vivir nuestra misma vida. Mi Dios incapaz de agredir y de hacer daño, que vives únicamente si eres amado, enséñame que no hay otro sentido para nosotros, que no hay otro destino que llegar a ser como Tú.”
(Ermes Ronchi - www.retesicomoro.it - traducido del italiano)

miércoles, 21 de diciembre de 2016

Adviento, tiempo de encuentro. (Lc 1,39-45)

Quedan pocos días para la Navidad. El tiempo de Adviento nos ayuda a prepararnos a acoger en nuestra vida, en nuestra casa, en nuestra familia, a Jesús, al mismo Dios que se quiso hacer uno de nosotros, como nosotros para poder entablar una relación de tú a tú con nosotros, para decirnos que no es alguien etéreo ni lejano, sino alguien que está cerca, muy cerca... Tan cerca, que a veces no nos damos cuenta.  
Hoy el evangelio nos presenta la visita de María a su prima Isabel. Ambas mujeres portan una nueva vida en su seno, señal de que algo nuevo está naciendo y que, aunque no se ve, se siente.
Isabel, al encuentro con María, salta de gozo. La invade una alegría profunda, serena. No es ella, es aquel niño que lleva en su viente, Juan el Bautista, que percibe a Jesús en el seno de María, percibe que dentro de ella habita Dios e, incluso sin darse cuenta, lo comunica con su sola presencia, con su sencillo gesto de ir a ayudar a su prima encinta.
Estos días hacemos y recibimos muchas visitas. Que estos  encuentros sean fuente de gozo, de alegría. Que todos podamos percibir al Dios que llevamos dentro y podamos descubrirlo también presente en aquellos con quienes nos cruzamos por la vida.
Hagamos de la Navidad un tiempo de encuentro, de gozo, de experimentar la alegría de saber a Dios en medio de nosotros, en nosotros, en todo y en todos los que nos rodean.

domingo, 18 de diciembre de 2016

Soñar los sueños de Dios. IV Domingo de Adviento. Ciclo A. (Mt 1, 18-24)

Entre los testigos del Adviento, entre aquellos que dan “testimonio de la luz” (Jn 1,7.8) y nos acompañan en Navidad, está José, hombre justo que sueña y ama, que no habla sino que actúa…
“Antes de ir a vivir juntos, resultó que María esperaba un hijo”. Sorpresa absoluta de la criatura que concibe al inconcebible, al mismo Creador. Algo que, sin embargo, hace pedazos el corazón de José, pues se siente traicionado. Y entra en crisis: “no queriendo acusarla públicamente, pensó repudiarla en secreto”. Vive el conflicto entre la ley de Dios que dice: quitarás de tu vista al pecador (cf. Dt 22,22) y el amor que siente por aquella joven.
José está enamorado de María, está inquieto, no deja de pensar en ella y la sueña de noche. Y basta que la coraza de la ley venga perforada por el amor, que el Espíritu irrumpe y actúa.
“Mientras consideraba estas cosas, se le apareció en sueños un ángel…” José, el hombre de manos endurecidas por el trabajo y corazón tierno y herido, no habla sino que sabe escuchar los sueños que lo habitan: el hombre justo tiene los mismos sueños de Dios. Y “José hizo como le había dicho el ángel”, elige el amor por María, porque “poner la ley antes que la personas es la esencia de la blasfemia” (Simón Weil). 
Y, de este modo, es el profeta que anticipa y prepara las elecciones que hará Jesús, cuando infringirá la ley del sábado para curar el dolor del hombre. Para los justos, “la única regla es el amor; hay que obviar la ley cuando esta entra en conflicto con el amor” (Maria di Campello). María deja la casa del sí dicho al Señor y va a la casa del sí dicho al hombre; va como mujer enamorada, con su corazón lleno de ternura y con total libertad.
María y José, carentes de todo menos de amor, están abiertos al misterio, porque si hay algo sobre la tierra que abre el camino hacia el absoluto, es el amor. El corazón es la puerta de Dios. 
 José tomará consigo a María y al niño, aquel hijo que no ha engendrado y del cual será su auténtico padre porque lo amará, lo ayudará a crecer, lo hará feliz, le enseñará a ser hombre, y a soñar, y a creer en el amor. José no tiene sueños de imágenes sino sueño de palabras. Un sueño de palabras es también ofrecido a todos nosotros: es el Evangelio.
José ve ángeles. Dios envía sus mensajeros a cada una de nuestras casas, como a la de María; envía sueños y proyectos, como a la de José. Nuestros ángeles no tienen alas, son las personas que comparten con nosotros pan y amor; viven en nuestra casa pero son mensajeros del invisible y anunciadores del infinito: ángeles que en su voz llevan la semilla de la Palabra de Dios.
(Ermes Ronchi - www.retesicomoro.it - traducido del italiano)

jueves, 15 de diciembre de 2016

Abramos los ojos y miremos con el corazón. (Lc 7,24-30)

En estos días previos a la Navidad, solemos salir a mirar las ciudades iluminadas, los belenes, los comercios... Nos encantan las luces, los adornos, los arreglos... Hoy Jesús en el evangelio lanza una de esas preguntas que nos hacen pensar y despiertan nuestra consciencia. Vuelto a quienes le escuchan, y refiriéndose a Juan el Bautista, les dice: "¿qué salisteis a mirar?, ¿una caña sacudida por el viento?, ¿un hombre vestido de lujo...?" Pocos supieron ver en profundidad a Juan y descubrir en él la persona que lo que quería era preparar el camino al Señor, disponer los corazones para acogerlo y la mirada para descubrirlo...
Esta misma pregunta nos la podríamos hacer hoy: cuando salimos a mirar las luces, los belenes, los comercios..., ¿qué vemos? ¿Nos quedamos en los exterior, en la apariencia, sin duda hermosa, o vemos detrás de todo ello lo que estamos celebrando? Las luces nos hablan De Dios que quiere iluminar nuestra oscuridad; los regalos, de Dios, que nos hizo el gran regalo de su Hijo y que, por eso, nos invita a regalarnos unos a otros, a ser agradecidos... Y cuando vemos los belenes, podemos ver la obra de arte, el trabajo... y, más allá, la rememoración de aquel día maravilloso en que Dios quiso venir a vivir entre nosotros para ya no irse nunca más...
Abramos los ojos y miremos con el corazón. 

sábado, 10 de diciembre de 2016

La pregunta por Jesús. III Domingo de Adviento. Ciclo A. (Mt 11, 2-11)

"¿Eres Tú aquel que el mundo está esperando o no?" He aquí una gran pregunta que permanece actual: ¿continuamos siguiendo el evangelio o buscamos en otra parte? A Juan el Bautista lo ha asaltado la duda y, sin embargo, Jesús no pierde para nada la gran estima que siente por él: ¡Juan es el más grande! La duda no disminuye la fe del profeta. Lo mismo nos pasa a nosotros; yo creo y dudo, y Dios me sigue queriendo; en mí hay una mezcla de fe y dudas, y su confianza permanece intacta.
"¿Eres Tú?" Jesús no responde con argumentaciones sino con un listado de hechos: ciegos, cojos, sordos, leprosos, se curan, retoman el camino, tienen una segunda oportunidad, su vida cambia. Donde el Señor toca, trae vida, cura, hace florecer. La respuesta a nuestras dudas es simple: si el encuentro con Él ha cambiado algo, ha producido alegría, valor, confianza, apertura de corazón, generosidad, belleza, si vivo mejor ahora, entonces es Él quien debe venir.
Los hechos que Jesús cita no han cambiado el mundo; y, sin embargo, aquellos pequeños signos bastan, pues eso significa que el mundo no es un enfermo incurable. Jesús no ha prometido resolver los problemas del mundo con sus milagros. Ha prometido algo mucho más grande: el milagro de la semilla, el trabajo oculto de la semilla que irremisiblemente germinará. No nos ha dado el pan ya listo, sino una levadura que no se gasta
Está en nosotros prolongar ahora los gestos a los que Jesús alude: "Si yo consigo ayudar a que una sola persona viva mejor, esto es ya suficiente para justificar el don de mi vida. Es hermoso ser pueblo fiel de Dios. Y alcanzamos la plenitud cuando rompemos las paredes y nuestro corazón se llena de rostros y de nombres" (Francisco, Evangelii Gaudium, n. 274).
La fe está hecha de dos cosas: ojos que ven el sueño de Dios y manos pacientes y confiadas como aquellas del campesino que "espera con constancia el precioso fruto de la tierra" (St 5,7). De un estupor, como el de un enamorado, por un mundo nuevo posible, y de un trabajo concreto por rostros y nombres que llenan el corazón. También de cansancio: "Hasta que hay cansancio hay esperanza" (D. Milani)
"Dichoso aquel que no se escandalice de mí". Jesús escandalizaba entonces y también ahora, a no ser que hagamos un Cristo a nuestra medida y domestiquemos su mensaje: ni estaba con la mayoría, cambió el rostro de Dios y del poder, ha puesto a los publicanos y prostitutas antes que a los sacerdotes, ha hecho de los pobres los príncipes de su reino.
Jesús, un hombre solo, con un puñado de amigos, contra todos los males del mundo. Dichoso aquel que lo siente como pequeña y potente semilla de luz, chispa de fuego que vive y obra en el corazón del hombre. Único milagro que realmente necesitamos.
(Ermes Ronchi - www.retesicomoro.it - traducido del italiano)

viernes, 9 de diciembre de 2016

Adviento, tiempo de alegría. (Mt 11, 16-19)

El mes de diciembre es un tiempo con un colorido especial. Las ciudades están llenas de luces y de color. Todo "huele" a Navidad... Por eso es importante no olvidar lo que estamos celebrando: Hace ya más de dos mil años, Dios quiso visitarnos, tener la experiencia de ser como uno de nosotros, saber "en carne propia" lo que es ser hombre. Y, al mismo tiempo, quería decirnos cómo es El realmente... Siempre existe el riesgo de "imaginarnos" a Dios y de hacerlo a nuestra "imagen y semejanza". De allí que, para conocer a Dios, basta contemplar a Jesús: qué hace, qué siente, qué le gusta...
El evangelio de hoy nos presenta a un Jesús que come y bebe, a un Jesús que se sienta a la mesa con la gente y que celebra, y eso hizo que muchos dijeran de Él que era un comilón y un borracho. Muchos se escandalizan de esa actitud, también ahora. Sin embargo, con este modo de actuar, Jesús nos muestra un rasgo de Dios: Dios es alguien a quien le gusta nuestras celebraciones, le gusta que nos reunamos, que tengamos fiesta... Hagamos, por ello, de nuestras reuniones de Navidad, una ocasión de encuentro, de amistad, de acción de gracias. Y, recordemos, a Aquel por quien nos reunimos y celebramos: Jesús, que nos muestra el rostro amable, alegre y bondadoso de Dios.

domingo, 4 de diciembre de 2016

Dale un giro a tu vida. II Domingo de Adviento. Ciclo A. (Mt 3, 1-12)

Juan el Bautista predicaba en el desierto de Judea, diciendo: "convertíos porque el reino de los cielos está cerca" (Mt 3,2). Jesús empezó su predicación con el mismo anuncio: "convertíos porque el reino de los cielos está cerca" (Mt 4,17). Todos los profetas han tenido siempre los ojos puestos en un sueño, en el reino de los cielos que es un mundo nuevo entretejido de relaciones amorosas y felices. Y perciben su aliento cerca: es posible; más aún, ya ha comenzado. Y quieren arriesgar toda su vida por ese sueño; ¡esa es la conversión!
Se trata de tres anuncios en uno. Y, entre todas, la palabra más cargada de esperanza es el adjetivo "cerca". Dios está cerca, está aquí, es la primera gran noticia: el gran Peregrino ha venido hacia nosotros, ha acortado distancias, está muy cerca de ti. Y aunque tú estuvieras atrapado detrás de un muro o al borde del abismo, recuerda: "quienes estáis buscando, estad tranquilos, Él nunca se cansará; por nosotros, surcará el abismo" (David María Turoldo).
Dios está junto a nosotros, a nuestro lado, se abraza a todo lo que tiene vida; es la red que recoge al mismo tiempo, en armonía, el lobo y el cordero, el león y el ternero, el niño y la serpiente (lectura de Isaías), hombre y mujer, árabe y judío, musulmán y cristiano, blanco y negro, para realizar una nueva arquitectura en el mundo y en las relaciones humanas. El reino de los cielos es la tierra como Dios la sueña. ¿Que aún no se ha realizado? No importa, el sueño de Dios es más verdadero que la realidad, es el futuro que nos espera, la fuerza que nos hace ponernos en camino.
Jesús es la encarnación de un Dios que se adentra en lo más profundo, como un trozo de pan en la boca, una palabra dirigida al corazón, el aliento: "Él os bautizará con el Espíritu Santo, os sumergirá en el océano de Dios; seréis envueltos, bañados, impregnados por la vida misma de Dios hasta en lo más íntimo de vuestro ser.
Convertíos, arriesgad vuestra vida, ponedla en camino, y no por cumplir un mandato sino por seguir algo hermoso; no por una imposición desde fuera sino por una seducción. Lo que convierte el frío en calor no es una orden de lo alto, sino la cercanía del fuego; lo que despeja las sombras del corazón no es una obligación o una prohibición, sino una lámpara que se enciende, un rayo, una estrella, una mirada. Convertíos: giraos hacia la luz, porque la luz ya está aquí.
La conversión no es un mandato, es una oportunidad: cambiad la mirada con la que veis a las personas y al mundo, cambiad de camino, en mis senderos el cielo está más cerca y es más azul, el sol calienta más, la tierra es más fértil y hay cientos de hermanos y hermanas y árboles fecundos y miel. Convertirse significa también abandonar todo aquello que daña al hombre, que le hace mal; elegir siempre lo humano frente a lo inhumano. Como hace Jesús: para Él, el único pecado es el desamor, no la transgresión de una o muchas normas, sino el transgredir un sueño, el gran sueño de Dios sobre nosotros.
(Ermes Ronchi - www.retesicomoro.it - traducido del italiano)

domingo, 27 de noviembre de 2016

Vivir atentos. I Domingo de Adviento. Ciclo A. (Mt 34, 37-44)

Comienza el tiempo de Adviento, cuando la búsqueda de Dios se transforma en espera de Dios. De un Dios que está siempre naciendo, siempre de camino, siempre extranjero en un mundo y en unos corazones distraídos. Aquella distracción que deriva en superficialidad, "el vicio supremo de nuestra época " (R. Panikkar). "Como en los días de Noé, cuando no se dieron cuenta de nada". Y es posible vivir así, pasando por la vida, usufructuándola, pero no viviéndola; sin sueños y sin misterio
Es posible vivir "sin darnos cuenta de nada", de quien vive contigo en tu casa, de quien te dirige una palabra, de los centenares de náufragos en Lampedusa o del pobre que está a la puerta. Sin ver este planeta envenenado y humillado, y nuestra casa común depredada por nuestros estilos de vida insostenibles. Se puede vivir sin rostros: rostros de pueblos en guerra; rostros de mujeres violadas, compradas, vendidas; de ancianos en busca de una caricia y de consideración; de trabajadores precarios, a quienes se les roba su futuro.
Para darse cuenta es necesario detenerse, en esta carrera, en este ritmo loco de vida en el que estamos atrapados. Y, después, arrodillarnos, escuchar como los niños y mirar como los enamorados: entonces te das cuenta del sufrimiento de alguien que está a tu lado, de la mano tendida, de los ojos que te buscan y de las lágrimas silenciosas. Y de la cantidad de dones que cada día nos trae, de la bondad y belleza que habita en cada ser.
El otro nombre del Adviento es vivir atentos. Una palabra que no indica un estado de ánimo sino un movimiento, un "tender hacia", saliendo de nosotros mismos. El Adviento es un tiempo de senderos, cuando el nombre de Dios es "Aquel que viene", que camina a pie, sin hacerse notar, por nuestros caminos polvorientos, en los zapatos de los pobres y de los migrantes, caminante de los siglos y de los días. Para ello necesitamos tener los ojos abiertos.
"Dos hombres estarán en el campo, dos mujeres estarán moliendo, a uno se lo llevarán y a otra la dejarán ". No son palabras referidas al fin del mundo, o a la muerte inesperada, sino al sentido último de las cosas, aquello más profundo y definitivo. En los campos de la vida, unos viven de manera adulta, otros infantil. Uno vive atisbando el infinito, otro solo dentro del círculo estrechó de su vida y de sus necesidades. Uno vive para apropiarse y tener, otro, en cambio, es generoso con los demás y comparte pan y amor.
De estos dos, solo uno está preparado para el encuentro con el Señor. Uno solo está en el umbral de la puerta y percibe los pequeños brotes que nacen en él, a su alrededor, en la gran historia, en los pequeños relatos, mientras el otro no se da cuenta de nada. Solo uno sentirá las ondas del infinito que vienen a bañar las orillas de su vida, y una mano que llama a su puerta, como un invitación a velar.

domingo, 20 de noviembre de 2016

Fiesta de Cristo Rey: Hoy estarás conmigo en el Paraíso. (Lucas 23,35-43)

"Si eres el Cristo, ¡sálvate a ti mismo!" Los hombres religiosos están escandalizados: ¿Qué Dios es este que deja morir a su Mesías? Se escandalizan los soldados, los hombres fuertes: si eres rey, ¡usa la fuerza! ¡Sálvate! ¿Acaso hay algo que vale más que la vida? Pues sí, responde la narración de la Cruz, hay algo que vale más: el amor vale más que la vida. Y se nos presenta un rey que muere obstinadamente amando; ajusticiado, pero no vencido; a quien podemos rechazar, pero que no nos rechazará nunca. Y la resurrección es el sello de que un amor así no se perderá jamás.
Un malhechor, crucificado a su lado, le pide no ser olvidado y que lo lleve consigo. En aquel bandido, nos alcanza a todos nosotros, consagrando -en un malhechor- la dignidad de toda persona humana en su decadencia, en su límite más bajo... El hombre es siempre amable para Dios. Lo propio de Dios es amar hasta lo "inamable". Aquel ladrón no puede esgrimir ningún mérito. Pero Dios no mira el pecado ni los méritos; su mirada se posa sobre el sufrimiento y sobre la necesidad, como un padre o una madre miran solo el dolor y las necesidades de su hijo.
"Acuérdate de mí cuando entres en tu reino". Y Jesús no solo se acuerda, hace mucho más: lo lleva consigo, lo carga sobre su espalda, como hace el pastor con la oveja perdida, lo hace volver a casa: "¡Estarás conmigo!" Y mientras que la lógica de nuestra historia parece avanzar por exclusiones, por separaciones, por devoluciones en la frontera, el Reino de Dios es la tierra nueva que avanza gracias a las inclusiones, a los abrazos, a la acogida
"Acuérdate de mí ", pide el pecador; "estarás conmigo", responde el amor. No solo el recuerdo, sino el abrazo que aprieta y une y no deja caer jamás: conmigo, por siempre. Las últimas palabras de Jesús en la cruz son tres regalos, tres edictos imperiales: hoy - conmigo - paraíso
"Hoy": ahora, inmediatamente; es el amor que siempre tiene prisa; es el instante que se abre a lo eterno, es lo eterno que se insinúa en el instante. "Conmigo": mientras nuestra historia de conflictos termina en muros, fronteras, rechazos, el Reino de Dios germina en un compartir y en la acogida. En el "paraíso": aquel lugar que anhelamos profundamente, aquel lugar inmenso y feliz pleno de amor y de luz.
Y si el primero que entra en el paraíso es este hombre descarriado, entonces no hay nada ni nadie definitivamente perdido, nadie está sin esperanza. Los brazos del crucificado permanecerán abiertos de par en par para siempre, para todos aquellos que reconozcan a Jesús como compañero de amores y de penas, cualquiera que sea su pasado: ¡está es la buena noticia de Jesucristo!
(Ermes Ronchi - www.retesicomoro.it - traducido del italiano)

viernes, 18 de noviembre de 2016

¿Qué te hace llorar? (Lc 19, 41-44)

Las lágrimas tienen un gran efecto terapéutico. Llorar nos ayuda a expresar sentimientos profundos que muchas veces, si no se exteriorizan, nos hacen daño. Llorar es sano, muy sano... Todos hemos experimentado que, junto con las lágrimas, también fluye el dolor y nos quedamos más serenos y relajados...
En el evangelio de hoy, Jesús llora... No es la primera vez ni será la última... 
A Jesús le conmueve la situación de Jerusalén, la ciudad santa. Es consciente de que se trata de un pueblo que sufre, víctima de muchas formas de violencia... Jesús es consciente de la realidad que lo rodea y no se queda al margen o indiferente. Y le duele. Jesús no llora por sus problemas; llora al ver las consecuencias del egoísmo y la insolidaridad... A veces me pregunto, ¿y yo qué siento cuando contemplo la realidad, cuando veo el drama de los refugiados, de los sin techo, de...? ¿Me duele...? ¿O a veces estoy tan centrada en mí misma que solo veo mis problemas, mis dificultades...? ¿Qué me hace llorar...?
Y lo que más le duele a Jesús es darse cuenta de que vivimos tan a ras de tierra, tan centrados en nosotros mismos, que no nos damos cuenta de la presencia de Dios, de su amor, de sus llamadas a construir un mundo en el que todos podamos vivir en paz, con justicia, con dignidad... "¡Si al menos tú comprendieras en este día lo que conduce a la paz!"
A Dios le duele nuestro mundo, le duele nuestro sufrimiento... Salgamos de nosotros mismos, de nuestro pequeño mundo... Aprendamos a mirar el mundo con amor, a conectar con el dolor de las personas... Reconozcamos su presencia y su amor que nos envuelve y acojamos las invitaciones que nos hace a ser instrumentos de su paz...

miércoles, 16 de noviembre de 2016

¿Soy digno de confianza...? (Lc 19, 11-28)

¿Os habéis fijado que casi siempre hay personas a las que se les confía muchas responsabilidades y, otras, en cambio, a las que no? Esto, en no pocas ocasiones despierta muchas envidias y, a simple vista, parece injusto. Sin embargo, hoy el evangelio nos da una clave de lectura.
San Lucas nos transmite una variante de la conocida parábola de los talentos. En esta ocasión, un hombre importante tiene que salir de viaje y da a algunos empleados la misma cantidad de dinero para que lo hagan producir. Al volver, les pide cuentas. Uno le sacó un rendimiento del 10 por 1; otro, del 5; y, un tercero, prefirió tenerlo a buen recaudo, por miedo a perderlo. Al primero, en recompensa, le da el mando sobre 10 ciudades; al segundo, sobre 5; y, al tercero, lo trata con suma dureza, le quita lo que le había encomendado y se lo da al que había producido 10.
Muchos, al oír esta parábola reaccionan con cierta incomodidad y les parece injusto. Sin embargo, ¿no haríamos -y, de hecho, hacemos- lo mismo que aquel hombre importante? ¿A quién solemos encomendar una tarea o una responsabilidad? ¿Al que sabemos que la va a sacar adelante o al que siempre tiene un buen motivo y una excusa para no hacerla? Si os fijáis, el tercero tiene incluso la desfachatez de culpar a su jefe... ¡No es que él sea vago o miedoso, es que su jefe es exigente...! 
Hoy podríamos preguntarnos: ¿a cuál de los empleados me parezco yo? Jesús nos hace caer nuevamente en la cuenta de que hemos venido a este mundo con una serie de dones, cualidades, talentos que es necesario hacer "producir"... Cada uno tenemos los nuestros... ¿Los haces crecer? ¿Te atreves a intentar cosas nuevas, a arriesgar? ¿O te autolimitas por miedo, por comodidad y luego echas la culpa al resto? ¿Soy de aquellos a quienes se les puede confiar lo que sea, pues lo sacaré adelante?, o... ¿Qué me diría hoy el Señor?

lunes, 14 de noviembre de 2016

Pide un deseo... (Lc 18, 35-46)

Si pudieras pedir un deseo, ¿qué pedirías? ¿Dinero, fama, salud, trabajo...? Piensa un instante..., ¿qué pedirías?
Hoy el evangelio nos habla de un ciego que estaba sentado al borde del camino y que pedía limosna. Al darse cuenta de que pasaba Jesús, apela a su compasión. ¡Hermosa oración! Señor, ten compasión de mí, mírame con amor, con ternura... Y Jesús, con enorme delicadeza, le pregunta: "¿qué quieres que haga por ti?" Y aquel ciego, que había terminado mendigando, dependiendo de los demás, demandando atención, pidiendo ayuda, lo que pide es volver a ver. Él sabía lo maravilloso que era ver... La luz, los colores y, sobre todo, ver el camino por donde andar... Era la ceguera lo que lo había situado fuera del camino y lo había convertido en mendigo... Y Jesús cumple su deseo y, recobrada la vista, lo sigue y da gloria a Dios.
A veces también nosotros nos sentimos como fuera del camino, al borde de..., al margen de... Y eso produce mucho dolor, desaliento... Y nos convertimos en mendigos, dependientes de los demás, demandándoles que solucionen nuestros problemas, que nos hagan salir de nuestra situación... Y lo que realmente necesitamos es volver a ver, necesitamos recuperar nuestra luz interior, esa luz que nos permite ver el camino a seguir, que alumbre nuestras zonas oscuras, que nos ayude a retomar el camino de la vida y a glorificar a Dios, es decir, a darnos cuenta de que somos personas bendecidas y hacer que nuestro corazón y nuestra boca exulte de agradecimiento... No porque desaparezcan nuestros problemas y dificultades, ¡estos forman parte de la vida!, sino porque los vemos y afrontamos de otro modo, con fortaleza interior y sabiduría...
Pidamos luz al Señor... Él es La Luz... Luz para vernos con el amor que Él nos ve, luz para ver a los demás con ese mismo amor, luz para ver hacia delante, para ver con claridad el camino que debo seguir y seguirlo, luz para salir de la oscuridad que a veces me hace verlo todo negro, oscuro... Así mi vida se volverá a llenar de color, de alegría y de agradecimiento... 

viernes, 11 de noviembre de 2016

Estamos rodeados de milagros... (Lc 17, 26-37)

Todos los días están llenos de oportunidades, de momentos maravillosos, de experiencias potencialmente extraordinarias. Y digo "potencialmente" porque están allí, esperándonos, pero para acogerlas y disfrutarlas, necesitamos estar atentos, "despiertos".
El evangelio de hoy es continuación del de ayer, en el que le preguntaban a Jesús cuándo y dónde se haría presente Dios... Y, entonces, nos hace caer en la cuenta de que Dios está dentro de nosotros, de cada uno. Ahora, da un paso más, y nos hace caer en la cuenta de que Dios se manifiesta en el momento menos pensado, en las cosas ordinarias de la vida y que, por eso, debemos estar atentos...
A veces pensamos que para tener experiencias profundas de Dios, necesitamos hacer cosas extraordinarias, ir a santuarios lejanos, buscar maestros en los confines de la tierra, asistir a celebraciones, cultos, etc., etc... Y, resulta, como dice Jesús, que Dios se manifiesta en las actividades ordinarias de la vida, y pone como ejemplos, que Dios vino mientras unos comían, otros compraban, vendían, segaban... Estaban tan metidos en los afanes de cada día, que no cayeron en la cuenta de que Dios estaba allí... Y nos advierte de que a nosotros nos puede pasar lo mismo...
Aprender a descubrir lo extraordinario que se hace presente en nuestra vida ordinaria... Tener la mirada y el corazón atentos para descubrir cómo Dios se hace presente aquí y ahora... Caer en la cuenta de esas oportunidades que se nos presentan en la vida para no dejarlas pasar... No sea que esperando grandes cosas, grandes momentos, grandes ocasiones, estemos dejando pasar pequeños milagros que nos están sucediendo todos los días...
Vivamos despiertos, con los ojos abiertos, y descubriremos un mundo maravilloso en el que Dios nos regala milagros a cada instante...

jueves, 10 de noviembre de 2016

Dios habita dentro de ti... (Lc 17, 20-25)

En la actualidad hay una profunda búsqueda de espiritualidad, de "algo más" que nos llene por dentro y que dé respuesta a las preguntas e inquietudes que anidan en nuestro interior...
Somos seres espirituales, en nosotros habita Dios, Él forma parte de nuestro ser, tenemos en nuestro interior una semilla divina que es necesario descubrir, cuidar y hacer crecer.
En tiempos de Jesús también existía una fuerte búsqueda espiritual. Se esperaba la intervención de Dios en la historia para resolver los problemas políticos y sociales, para impartir justicia, para que el mundo fuera un lugar habitable donde todos pudiesen vivir con dignidad...
Por eso, la pregunta acuciante y que hoy le hacen a Jesús es cuándo iba a llegar el reino de Dios; es decir, cuándo Dios se va a hacer presente. Y Jesús responde: "El reino de Dios no vendrá espectacularmente, ni anunciarán que está aquí o está allí; porque mirad, el reino de Dios está dentro de vosotros."
Parece una respuesta enigmática, pero no lo es. Lo que Jesús nos dice es que Dios no aparece en medio de fuegos artificiales, ni se anuncia con bombos y platillos; Dios no es alguien que tiene que venir, como si estuviera ausente. No. Dios está dentro de nosotros... Por eso, para encontrarlo, no tenemos que ir a ninguna parte; basta que entremos en nuestro interior...
Dios está ya dentro de ti, dentro de mí, dentro de todos los seres...
Dedica de vez en cuando, ojalá todos los días, unos minutos a hacer silencio, a sentir esa presencia amorosa que te habita, a escuchar esa voz dentro de ti que te invita a vivir desde lo profundo, a amar, a ayudar a los demás, a contribuir a hacer de este mundo un lugar más habitable...
Vive desde lo profundo y se transformará tu mirada. Descubrirás que eres una persona bendecida, y te convertirás en una bendición para los demás, pues sencillamente dejarás que Dios actúe a través de ti...

martes, 8 de noviembre de 2016

Vivamos nuestro trabajo como un servicio. (Lc 17, 7-10)

Qué hermoso es hacer las cosas por el gusto de hacerlo, sencillamente porque es nuestro deber, porque es lo que nos corresponde.
El estar a la espera de reconocimiento o el limitarnos a hacer solo lo que está mandado, en el fondo nos resta libertad y soltura interior... 
Todos hemos conocido personas que sirven, ayudan, dan una mano sin que nadie se los pida, realizan su trabajo con esmero, con naturalidad... Y cuando les damos las gracias, responden que solo han hecho lo que tenían que hacer... 
En el evangelio de hoy, Jesús nos narra una parábola. Un trabajador, después de hacer las faenas del campo, al llegar a casa de su jefe, se pone a servirlo. Y Jesús pregunta a su auditorio si actuando así ha hecho algo extraordinario. La respuesta es obvia: No, sencillamente hacía su trabajo. Y Jesús concluye la narración con una enseñanza: después de realizar nuestro trabajo, digamos simplemente que hemos hecho lo que teníamos que hacer, es decir, servir.
Por tanto, hoy Jesús nos invita a vivir nuestro trabajo, sea el que sea, con esta actitud de servicio y responsabilidad, dando lo mejor de nosotros mismos. Si somos maestros, ayudando a crecer a nuestros alumnos; si soy juez, impartiendo justicia; si soy policía, actuando como un buen servidor público, sabiendo que "eso es lo que tenemos que hacer". Vivir así, produce una satisfacción profunda, la satisfacción de hacer, sencillamente lo que tenemos que hacer, con amor, con entrega, siendo fieles a nuestra vocación de servicio, que es la esencia de todo ser humano...

domingo, 6 de noviembre de 2016

Seremos como ángeles… (Lc 20, 27-38)

Los saduceos plantean a Jesús una paradoja absurda, la de una mujer siete veces viuda y nunca madre, y la presentan a Jesús como una caricatura de su fe en la resurrección. Lo sabemos: no es fácil creer en la vida eterna. A lo mejor porque nos la imaginamos como duración infinita más que como intensidad y profundidad, como descubrimiento infinito de lo que significa mar con el corazón mismo de Dios.
La única pequeña eternidad en la que creen los saduceos es en la supervivencia del patrimonio genético de la familia, tan importante como para justificar ir pasando a aquella mujer de mano en mano, como si fuera un objeto: “Entonces la tomó el segundo, después el tercero y, así, los siete”. Sus palabras no tienen ni una sombra de amor, sino que reducen a la persona a un instrumento, algo a utilizar para los propios fines.
Jesús no comparte esta visión, y a su banal pregunta (“de cuál de los siete será mujer”), contrapone un mundo totalmente nuevo: “Aquellos que resuciten no tomarán mujer ni marido”. Jesús nos dice que en la otra vida no terminarán los afectos y el trabajo gozoso del corazón. Más aún, lo único que permanecerá por siempre, lo que permanece cuando no queda ya nada, es el amor (1Cor 13, 8).
Los resucitados no toman mujer o marido y, aún así, viven el gozo humanísimo e inmortal de dar y recibir amor: en esto se basa la felicidad en esta y en toda vida. Porque amar es la plenitud del hombre y de Dios. Y lo que vence la muerte no es la vida, es el amor. Y, finalmente, en el último día, a nosotros que nos ha costado tanto trabajo aprender a amar, nos será dado amar con el corazón mismo de Dios.
“Los resucitados serán como ángeles”. Pero, ¿qué son los ángeles? ¿Creaturas incorpóreas y asexuadas de nuestro imaginario romántico? ¿O, más bien, bíblicamente, mensajeros de Dios (Gabriel), fuerza de Dios (Miguel), medicina de Dios (Rafael). Ojos que ven a Dios cara a cara (Mt 18, 10), presentes ante la Presencia?
“El Señor es Dios de Abraham, de Isaac, de Jacob. Dios no es un Dios de muertos sino de vivos”. En esta preposición “de”, repetida 5 veces, está encerrado el motivo último de la resurrección, el secreto de la eternidad… Una sílaba breve como un respiro, pero que contiene la fuerza de un lazo indisoluble y recíproco, y que dice: Dios les pertenece a ellos y ellos pertenecen a Dios.
Es tan fuerte ese nexo, que el Señor no puede pronunciar su nombre sin pronunciar también el nombre de quienes ama. El Dios fuerte, capaz de inundar de vita incluso los caminos de la muerte tiene tanta necesidad de sus hijos, que llegan a ser parte fundamental de sí mismo. Este Dios de los hombres vive solo si tú y yo viviremos, para siempre, con Él.
(Ermes Ronchi - www.retesicomoro.it - traducido del italiano)

sábado, 5 de noviembre de 2016

Cuidar los detalles. (Lc 16, 9-15)

A las personas se las conoce en los pequeños detalles. En las cosas que consideramos importantes, todos solemos ser cuidadosos... Tenemos que estar pendientes de cuando se vence el plazo de una hipoteca y ponemos especial esmero en un trabajo o un proyecto que hay que entregar y que puede conseguirnos un ascenso... Pero no todos ponen el mismo empeño en las cosas aparentemente sin importancia...
Recuerdo una vez que me dijeron que un buen bordado se conoce por la parte de atrás, precisamente por donde no se ve... El revés debe estar igualmente cuidado, como si fuera el derecho.
También recuerdo a un guía explicando una catedral. Hablaba de que aquellos artesanos, albañiles, artistas, cuidaban hasta los más pequeños detalles. Hablaba en concreto de uno que labraba con sumo cuidado una viga. Una persona le dijo: ¿por qué dedicas tanto tiempo a esa viga si lo que estás haciendo nadie lo va a ver? A lo que él respondió: yo sí lo veo... y Dios también... 
Hoy el evangelio nos trae una de esas sentencias llenas de sabiduría pronunciadas por Jesús: "El que es de fiar en lo menudo, también en lo importante es de fiar; el que no es honrado en lo menudo, tampoco en lo importante es honrado."
Seamos cuidadosos, delicados, rectos no solo en las grandes cosas sino en las pequeñas... Si podemos hacer las cosas bien, ¿por qué hacerlas mediocremente? Dios cuida los detalles, hasta los más pequeños... Todo está hecho con cariño, todo es perfecto... una pequeña hoja, una hormiga...
Aprendamos a disfrutar del trabajo bien hecho... Es un modo concreto de dar lo mejor de nosotros mismos, de dar lo mejor a los demás, aunque nadie lo vea... Son los detalles lo que hacen el mundo hermoso y la vida agradable...

jueves, 3 de noviembre de 2016

Di NO a las quejas. (Lc 15, 1-10)

Uno de los males de la cultura actual es vivir desde la queja y la lamentación. Nos quejamos de todo... Del tiempo, del tráfico, del vecino, de lo caro que está todo, de cómo han cambiado los tiempos... Y digo "cultura de la queja" porque se va volviendo algo habitual.
Algunos se justifican diciendo que es meramente un "desahogo". Sin embargo está comprobado que, quejarnos, no solo no nos "alivia", sino que ensucia el ambiente y envenena nuestro cuerpo pues genera sustancias tóxicas en nuestro organismo...
Hoy es inaceptable que alguien vaya por ahí arrojando basura... Pues esto es lo que hacemos cuando vamos por ahí soltando quejas... Las quejas parecen inicuas, pero no lo son tanto... En primer lugar, supone focalizar nuestra atención en lo negativo. Y cuanto más nos quejamos, más reforzamos está mirada y la contagiamos a los demás... Y, en segundo lugar, fijarnos en lo negativo, lo que hace es introducir negatividad en nuestra vida y en los que nos rodean.
Jesús tuvo que padecer esta mala costumbre. La gente de su tiempo que se tenía por "perfecta", lo observaban y criticaban su manera de actuar, concretamente, su acercamiento a los pecadores. Su rigidez y exigencia les impedía ver en esa actitud de Jesús el amor que Dios nos tiene... a todos, a los pecadores, a mí...
La crítica brota de personas rígidas, exigentes, inflexibles, negativas... Y, eso, nos impide ver las cosas maravillosas que nos rodean. Si nos fijamos solo en lo negativo, nos perderemos muchas cosas positivas que existen en la realidad, en mí, en los demás.
Miremos la realidad con amor. Miremos a los demás descubriendo en ellos lo que tienen de bueno. Mirémonos a nosotros mismos como Dios nos mira... Dios no se queja... Dios me mira con amor, cree en mí... ¡Hagamos nosotros lo mismo!
Prueba a vivir sin quejarte..., acostúmbrate a resaltar lo positivo... Introducirás amor, paz, energía positiva en tu vida y en los ambientes en los que te mueves...

lunes, 31 de octubre de 2016

Dar gratis... (Lc 14, 12-14)

En una sociedad mercantilista como la nuestra, nos solemos regir por el principio de que todo tiene un precio y de que, lo que se da, debe tener una contraprestación. De allí que muchas veces se diga con rotundidad: “nadie hace nada por nada...”; es decir, que cuando damos o hacemos algo, en el fondo estamos buscando recibir algo a cambio... Entonces, me surge la pregunta: ¿cómo conjugar esto con la llamada a la gratuidad, a realizar acciones desinteresadas, por ejemplo un voluntariado, una ayuda a alguien que necesite de mí y que, probablemente, no podrá “pagarme”?
Hoy el evangelio nos aporta luz sobre esta cuestión tan importante. Jesús es un gran observador de los comportamientos humanos y de las intenciones que suelen estar detrás de ellos, no para juzgar sino para aportar luz y una nueva orientación. Dirigiéndose a unos personajes importantes, dice: “Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos ni a tus hermanos ni a tus parientes ni a los vecinos ricos porque corresponderán invitándote y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos.”
La invitación es a no movernos por interés, ni siquiera por el principio de la justa reciprocidad… Si yo te doy, lo lógico es que tú también me des… O, peor aún, te doy para que luego tú me des… Actuar así, en no pocas ocasiones, solo nos aporta frustración, decepción y sentirnos tratados injustamente…, contaminando así el bien que hemos hecho…
Jesús nos invita a ir más allá. Si os fijáis, Jesús también habla de una cierta “recompensa”, pero nos enseña a dilatarla en el tiempo. En primer lugar, nos enseña a dar con gratuidad, a hacer el bien precisamente a quienes probablemente no podrán devolvernos el favor. Y, en segundo lugar, nos dice que toda buena acción tendrá su respuesta… Pero no siempre de manera inmediata… Por tanto, hagamos el bien, actuemos con generosidad, con gratuidad, sin esperar nada a cambio, por el gusto de dar, de entregarnos… sabiendo que, al final, terminará tornando hacia en mí en bien… Cómo, cuándo… no lo sabemos, pero tornará… ¡Démonos a fondo perdido…!

domingo, 30 de octubre de 2016

Jesús se encuentra con Zaqueo. (Lucas 19, 1-10)

El texto de la Sabiduría habla del Dios que tiene misericordia de todos y que hace la "vista gorda" ante los pecados de los hombres para que así se conviertan (Sab 11,23). El evangelio presenta a Zaqueo como un hombre que experimenta la misericordia del Señor y como ejemplo concreto de conversión.
Zaqueo quiere ver a Jesús, pero la muchedumbre se lo impide. Para encontrar a Jesús hay que salir de la multitud, aceptar la propia singularidad, acoger nuestros límites para encontrar nuestro propio camino; es necesario tener la valentía de "cantar fuera del coro".
La grandeza del pequeño Zaqueo está en la asunción inteligente del límite de su estatura y en buscar ayuda en una higuera, a la cual se sube para poder ver a Jesús. Nuestros límites (físicos, morales, intelectuales, ...), cuando se asumen con madurez e inteligencia, no nos impiden encontrar al Señor, sino que nos posibilitan propiciar dicho encuentro en verdad. Asumirlos nos facilita recurrir a quienes viven a nuestro lado para que suplan nuestra indigencia.
Jefe de publicanos y rico, Zaqueo probablemente se ha enriquecido de manera deshonesta, aprovechándose de las oportunidades ofrecidas por el sistema del cobro de impuestos. Él, que puede ser etiquetado como pecador y deshonesto, está habitado por el deseo de encontrar a Jesús y busca, con todas su fuerzas, verlo. El texto afirma que "buscaba ver quién era Jesús" (Lc 19,3), insinuando tal vez el deseo de un conocimiento más profundo de Jesús .
Y Jesús no se queda en el juicio exterior que podría encerrar a Zaqueo en el cliché de pecador, no se resigna a considerarlo únicamente un pecador, sino que expresa su deseo de encontrarlo, de entrar en comunión con él. Y, de este modo, nos expresa el deseo de Dios de encontrar a cada persona, en particular, a los pecadores. De este modo, el texto nos presenta el encuentro del deseo de Dios y del deseo del hombre que es, en ambos casos, deseo de salvación.
Zaqueo busca ver a Jesús, conocerlo, y descubre que es visto y conocido por Jesús mismo ("Jesus levantó la mirada y le dice: Zaqueo...") que, además, le manifiesta la intención de hospedarse en su casa, como si se tratara de un viejo conocido.
El camino que Zaqueo recorre para encontrar a Jesús (salir corriendo para evitar la multitud, adelantarse, subirse a un árbol por donde iba a pasar Jesús), desemboca en el descubrimiento de que Jesús ya se había puesto en camino para encontrarlo: "El Hijo del hombre ha venido para buscar y salvar lo que estaba perdido". A menudo nuestras búsquedas y nuestros caminos espirituales desembocan en el descubrimiento de que el Señor ya nos buscaba y estaba en camino hacia nosotros. En realidad nuestras búsquedas nos disponen al evento de la gracia.
La fuerza de la mirada de Jesús, que en Zaqueo no ve el publicano, el pecador, el hombre de baja estatura, el rico, sino un hombre, un "hijo de Abraham", conduce a Zaqueo a recobrar la vista, a redimir su mirada. Ahora él ve a todos aquellos a quienes les ha sustraído dinero injustamente, ve a los pobres, y actúa en su favor.
Zaqueo quiere ver a Jesús (Lc 19,3) y encuentra al Señor (Lc 19,8), y los gestos de conversión que hace, no nacen de los reproches de Jesús, sino de la acogida incondicional e impresionante que le hace Jesús. Claro que, ante esto, siempre es posible una mirada no evangelizada, una mirada que en Zaqueo solo ve al pecador y, en Jesús , una persona de la que escandalizarse: "Al ver esto, todos murmuraban: ha ido a hospedarse en casa de un pecador".
D. Primo Mazzolari, comentando este texto, ha escrito: "Yo puedo no ver al Señor, pero Él me ve siempre; puedo escabullirme, pero Él no. El amor se detiene siempre... Yo miro y me escandalizo, miro y juzgo, miro y condeno, miro y apunto con el dedo; Él me mira, se detiene y siente compasión...
(www.retesicomoro.it - traducido del italiano)

sábado, 29 de octubre de 2016

Todos tenemos un lugar en el coro. (Lc 14, 1.7-11)

La teoría de los sistemas nos ha ayudado a pensar la realidad de un modo más global. Un sistema está formado por un conjunto de elementos interrelacionados entre sí. Cuando está sano, sus elementos conviven de manera armónica… Cada uno ocupa su lugar y aporta lo mejor de sí mismo… Esto, que parece tan simple, en la convivencia humana no lo es tanto…
Hoy el evangelio nos habla precisamente del puesto que nos corresponde ocupar a cada uno. El contexto: Jesús observa que hay personas que siempre quieren ocupar los  primeros puestos; es decir, destacar sobre los demás, ser relevantes, tenidos en cuenta… Entonces, cuenta una parábola: “Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro, y te dirá: Cédele el puesto a éste. Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga: Amigo, sube más arriba. Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales.”
La sociedad actual –incluidas nuestras propias familias y las personas que nos quieren– nos presiona para ser siempre los primeros… Y, claro, eso es imposible, por la sencilla razón de que solo uno puede serlo… Y, los demás, ¿somos unos fracasados? ¡Pues no…! Lo verdaderamente importante es ocupar nuestro lugar…, aquel en el que aportemos lo mejor, en el que nos sintamos nosotros mismos, sin querer emular a nadie, sin envidiar al solista del coro… En la coral hace falta sopranos, tenores, bajos, contra altos… Todo es importante, todo es necesario, todo aporta al conjunto de la vida, al bienestar de nuestros semejantes… Puede que no estemos en el lugar que siempre habíamos soñado, pero estamos en lugar que probablemente es necesario… ¡Todo ocurre por algo…! Todo, absolutamente todo, tiene un lugar en el plan de Dios… Y, todos podemos florecer allí donde hemos sido sembrados…

viernes, 28 de octubre de 2016

El poder sanador de un abrazo... (Lc 13, 31-35)

Hoy se habla mucho sobre el poder sanador de los abrazos. Dar un abrazo es expresión de cariño, produce un profundo bienestar, disminuye el dolor, el estrés, la ansiedad, el miedo;  fortalece nuestra autoestima, nos transmite  seguridad, alivia la soledad... Esto sin contar los beneficios para la salud corporal...
Ser abrazados es sentirnos amados... Y, el amor, es una necesidad básica..., ¡no podemos vivir sin amor...! Y esto es literal... Hay personas que se enferman, incluso mueren, por no sentirse amadas... 
El evangelio de hoy nos trae una imagen hermosa... Jesús se dirige a Jerusalén y le advierten de que el rey quiere matarlo. Sin embargo, Él continúa su camino, fiel a su misión. Su corazón está triste y expresa un lamento: "Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían! Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus pollitos bajo las alas! Pero no habéis querido."
Dentro del dolor, Jesús nos presenta a Dios como una madre que está deseando abrazar a sus hijos... Dios no es un juez implacable, no es alguien que se siente herido y busca vengarse o poner orden y disciplina. Tampoco es alguien que se desentiende de nosotros... Dios lo que desea es abrazarnos..., hacernos sentir su amor, su protección, darnos seguridad, afecto... ¡Dejémonos abrazar por Él! Sintamos su amor en el viento, en las flores que brotan en primavera, en el maravilloso colorido del otoño, en la amistad, en el amor que anida en lo profundo de nuestro ser... Cerremos los ojos y sintamos su amor que nos envuelve, que nos acoge, que nos sana...
Sí, ¡dejémonos abrazar por Dios y prolonguemos ese abrazo, abrazando con amor gratuito y sincero a quienes tenemos a nuestro alrededor, a quienes queremos y necesitan que también nosotros les hagamos sentir nuestro cariño!

miércoles, 26 de octubre de 2016

El poder de lo pequeño. (Lc 13, 18-21)

A veces nos vemos inmersos en situaciones en las que sentimos que no podemos hacer nada o muy poco. Nos vemos pequeños, impotentes... Situaciones que se dan en nuestras familias, en nuestro trabajo, en el mundo... Nos sentimos sencillamente sobrepasados... Y no pocas veces he pensado que el creer que no podemos hacer nada es un modo de claudicación. Y, claro, si pensamos que somos impotentes, al final, efectivamente, no hacemos nada, nos damos por vencidos antes si quiera de intentarlo...
El evangelio de hoy nos ayuda a caer en la cuenta del enorme poder que todos tenemos dentro... Se trata de la parábola de la semilla de mostaza, la más pequeña de todas, y que, sin embargo, puesta en tierra, es capaz de convertirse en un arbusto que puede dar cobijo a muchas aves... Y, a continuación, se nos habla de la levadura y de lo que es capaz de hacer si se mete en la masa... Ambos ejemplos nos hablan del poder que está escondido en lo pequeño y de su potencial transformador... Una pequeña cantidad de levadura puede fermentar una gran cantidad de masa... Pero, para ello, tiene que sumergirse en la harina, hasta aparentemente desaparecer en ella..., pues solo se puede transformar algo desde dentro...
La gran tentación es mantenernos "fuera", cada uno en nuestro mundo, como meros observadores... Vemos las situaciones, los problemas, criticamos, nos lamentamos, nos quejamos, pero nos mantenemos fuera, como si no tuviera nada que ver con nosotros..., cuando de lo que se trata es de involucrarnos, aportar nuestro pequeño grano de arena... Una pequeña acción, un pequeño gesto es capaz de cambiar vidas enteras... No renunciemos a hacer lo que está en nuestras manos... Una pequeña palanca, puede levantar el mundo... Creamos en nuestro potencial, en nuestra capacidad de influir para mejorar las cosas, no tengamos miedo a comprometernos, a meternos en la masa... Dentro de nosotros habita la fuerza, el amor de Dios, dejémoslo fluir, dejémoslo actuar y quedaremos maravillados de los milagros que sucederán a nuestro alrededor.

lunes, 24 de octubre de 2016

Soltemos nuestras cargas... (Lc 13, 10-17)

Nuestra postura corporal habla de nuestro estado de ánimo y pone de manifiesto mucho de nuestra interioridad. Andar derechos y erguidos, con la mirada al frente, nos hace sentir bien, transmite seguridad, decisión. Por el contrario, andar con los hombros caídos, la mirada hacia el suelo y la espalda curvada, nos transmite un estado interior de falta de energía, de desánimo, como si lleváramos un enorme peso encima... Un dolor, una preocupación... Y, sí, podemos andar por la vida "derechos" y, en no pocas ocasiones, con la sensación de que la vida nos pesa, hasta el punto de vencernos, de doblarnos la espalda...
En el evangelio de hoy, Jesús se encuentra con una mujer que andaba encorvada. Llevaba así 18 años. Mucho tiempo. Es hermoso caer en la cuenta de los detalles del relato. Jesús la ve y la llama. Solo este gesto, el sentirnos llamados, vistos, tomados en cuenta, nos estimula, nos recupera... La llama y ella responde a esa voz y se acerca... Jesús se dirige a ella y la declara libre de su enfermedad, le quita ese peso de encima, y le impone las manos, en señal de bendición... Imponer las manos es transmitir el amor, la gracia, la fuerza de Dios que sana... E, inmediatamente, aquella mujer se puso derecha... y glorificaba a Dios...
Sentirnos mirados, llamados, bendecidos, nos ayuda a andar derechos por la vida, a llevar nuestras cargas, más aún, nos las quita... Cuántas veces llevamos pesos que no son nuestros, que pertenecen al pasado, incluso a otras personas...
Dios nos quiere ligeros, libres de cargas. "Venid a mí todos los que estáis cansados y sobrecargados y yo os aliviaré...". Pongamos en sus manos nuestra vida, nuestras preocupaciones; sintamos su amor, su bendición... Seamos de los que quitan pesos de encima..., seamos cauce de bendición para los demás... Y volvamos a poner en nuestros labios y en nuestro corazón palabras de agradecimiento, de alabanza... 

domingo, 23 de octubre de 2016

Desnudos ante Dios. (Lc 18, 9-14)

Al ver que había personas que se creían perfectas y que despreciaban a los demás, Jesús cuenta una parábola, la conocida como parábola del fariseo y el publicano.
Dos hombres van al Templo a orar. Uno, erguido, reza como dirigiéndose a sí mismo: "Oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás, ladrones, injustos, impuros..." Empieza de la manera correcta, como enseña la Biblia; de hecho, la mitad de los salmos son de alabanza o agradecimiento. Pero, aunque aparentemente se dirige a Dios, el fariseo en realidad está centrado en sí mismo, centrado en una palabra de solo dos letras que no se cansa de repetir, yo: yo te doy gracias, yo no soy, yo ayuno, yo pago.
Ha olvidado la palabra más hermosa del mundo: tú. Orar es ponerme ante un tú, ante Dios. Vivir y orar recorren el mismo camino profundo: la búsqueda nunca colmada de un tú, de un amor, de un sueño, de un Dios en quien reconocerse, amado y amable, capaz de un encuentro verdadero. 
“Yo no son como los demás”. Para el fariseo, el mundo le parece como una cueva de ladrones, dedicados al robo, al sexo, al engaño. Tiene fracturada el alma: no se puede orar y despreciar; no se puede cantar gregoriano en la iglesia y, fuera, ser despiadados. No se puede alabar a Dios y demonizar a sus hijos. Esta es la enfermedad del alma.
En esta parábola, Jesús tiene la audacia de denunciar que la oración nos puede separar de Dios, nos puede volver “ateos”, poniéndonos en relación con un Dios que no existe, que es solo una proyección de nosotros mismos. Equivocarnos acerca de Dios es lo peor que nos puede pasar porque, de este modo, nos equivocamos sobre todo, sobre el hombre, sobre nosotros mismos, sobre la historia, sobre el mundo (Turoldo). El publicano, un guiñapo humano situado en el fondo del templo, nos enseña a no equivocarnos sobre Dios y sobre nosotros: situado a la distancia, se golpeaba el pecho, diciendo: “Oh Dios, ten misericordia de mí que soy un pecador”.
Hay una pequeña palabra que cambia todo en la oración del publicano y que la hace auténtica: “tú”. Palabra profunda: “Señor, ten piedad de mí”. Y mientras el fariseo construye su religión en torno a lo que él hace por Dios (yo rezo, pago, ayuno…), el publicano la construye en torno a lo que Dios hace por él (“tú, ten piedad de mí, que soy un pecador”), y se crea el contacto: un yo y un tú entran en relación, algo va y viene entre el fondo del corazón y lo profundo del cielo. Como un gemido que dice: “Soy un ladrón, es verdad, pero así no me siento bien, así no estoy contento. Quisiera tanto ser distinto y no puedo, pero Tú, Señor, perdóname y ayúdame”.
“Volvió a casa justificado”. El publicano es perdonado no porque sea mejor y más humilde que el fariseo, sino porque se abre como una puerta que se abre al sol, como una vela que se expone al viento se abre a la misericordia, a esta extraordinaria debilidad de Dios que es su única omnipotencia, la fuerza que vuelve a dar a luz en nosotros la vida.
(Ermes Ronchi - www.retesicomoro.it - traducido del italiano)

miércoles, 19 de octubre de 2016

Cuidemos de los más pequeños... (Lc 12, 39-48)

Quién soy yo, para qué estoy aquí, son dos preguntas básicas que todos nos hacemos alguna vez en la vida... Y nuestra autoconsciencia, es decir, la consciencia de quién soy, determina en gran medida mis para qués.
La Biblia, desde sus primeras páginas, presenta al ser humano como imagen y semejanza de Dios... Sí, nuestra esencia es divina... Dios ha querido hacernos como chispas de sí mismo. Por eso en nosotros late ese deseo, ese anhelo profundo de divinidad... Y nuestro ser solo alcanza la paz y serenidad profundas cuando está en sintonía con Dios... Solo Dios puede colmar los deseos más profundos de nuestro corazón pues nuestro corazón está hecho para albergar a Dios...
Somos imagen y semejanza de Dios... y, al mismo tiempo, administradores suyos... Él ha puesto en nuestras manos la creación para que la cuidemos, para que la tratemos con profundo respeto, y esto incluye a todos los seres, desde los más minúsculos, hasta los seres humanos... Todo ha sido entregado a nuestro cuidado... ¡Qué hermosa tarea!
Hoy san Lucas nos cuenta otra parábola. Y, como conclusión de la misma, Jesús dice: "¿Quién es el administrador fiel y solícito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que les reparta la ración a sus horas?"
Es importante crecer en nuestra consciencia de ser administradores... No somos dueños ni propietarios de nada ni de nadie... Somos administradores... Y, como tales, tenemos una responsabilidad..., cuidar de los más pequeños, velar porque a nadie le falte lo necesario para su vida... Somos administradores... Dios ha puesto sus dones en nuestras manos, nos ha colmado de cualidades y talentos... No nos apropiemos de ellos, ofrezcámoslos, pongámoslos al servicio de los demás... Eso es vivir con desapego..., con libertad..., sabiendo disfrutar de todo con profundo agradecimiento, sintiéndonos personas bendecidas y llamadas a convertirnos en una bendición para los demás.

martes, 18 de octubre de 2016

Seamos portadores de paz. (Lc 10, 1-9)

En la actualidad, la paz es uno de los bienes más deseados... Vivimos en un mundo lacerado por la guerra, por la violencia... Hay zonas enteras afectadas por conflictos militares... El hambre, la falta de un trabajo digno, también son formas de violencia... El maltrato, las agresiones físicas y verbales, la indiferencia..., son formas sutiles de violencia... Necesitamos pacificar nuestro mundo, nuestras relaciones... Ser instrumentos, portadores de paz...
Hoy el evangelio nos presenta a Jesús enviando a 72 misioneros a prepararle el camino. Y una de las cosas que les encomienda es que, cuando entren a un lugar, lo primero que digan sea: "paz a esta casa"...
Esta es una hermosa manera de andar por la vida, deseando y dando paz a nuestro alrededor. Y, fijaros, dando, no pidiendo... Porque, paradójicamente, cuando la ofrecemos, cuando la propiciamos, los primeros beneficiados somos nosotros...
Algunos dicen, ¿y cómo dar lo que no tenemos? Esto me recuerda aquella oración de san Francisco de Asís: 
Señor, haz de mí un instrumento de tu paz.

Que allá donde hay odio, yo ponga el amor. 
Que allá donde hay ofensa, yo ponga el perdón. 
Que allá donde hay discordia, yo ponga la unión. 
Que allá donde hay error, yo ponga la verdad. 
Que allá donde hay duda, yo ponga la Fe. 
Que allá donde hay desesperación, yo ponga la esperanza. 
Que allá donde hay tinieblas, yo ponga la luz. 
Que allá donde hay tristeza, yo ponga la alegría. 
Oh Señor, que yo no busque tanto ser consolado, cuanto consolar, 
ser comprendido, cuanto comprender, 
ser amado, cuanto amar. 
Porque es dándose como se recibe, 
es olvidándose de sí mismo como uno se encuentra a sí mismo, 
es perdonando, como se es perdonado, 
es muriendo como se resucita a la vida eterna.
¿Quieres recuperar o fortalecer tu paz interior? Sal de ti, date a los demás... Eso nos ayuda a conectar con lo mejor de nosotros mismos, con la fuente de la paz que es Dios...

lunes, 17 de octubre de 2016

Estamos de camino... (Lc 12, 13-21)

A veces vivimos sin darnos cuenta de que un día vamos a morir. Es decir, sin tener plena consciencia de que estamos aquí de paso, por un tiempo limitado. No sabemos cuánto tiempo, si será mucho o poco... Lo importante es qué hacemos mientras estamos aquí, cómo vivimos nuestra vida mientras vamos de camino...
Hoy no se piensa en la muerte. Es casi un tabú. Antiguamente, sin embargo, pensar en ella ayudaba tomarse la vida más en serio.
Por ejemplo, cuando alguien dudaba acerca de una decisión importante a tomar, se le aconsejaba que pensara en el momento de su muerte, qué le gustaría haber elegido entonces... Y esta simple reflexión le ayudaba clarificarse por dentro.
Esto mismo aparece en muchos argumentos de películas. Alguien se entera de que va a morir y decide hacer todo aquello que había deseado hacer siempre, con una libertad impresionante...
En el evangelio de hoy, Jesús cuenta una parábola. Trata sobre un hombre que solo pensaba en tener bienes y más bienes... Toda su vida se había convertido en un incansable afán de acumular, de tener más. Y Dios le dice: «Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?»
Si hoy me dijeran que me queda poco tiempo de vida, ¿qué haría?, ¿cómo emplearía mi tiempo?
Vivamos nuestra vida de manera inteligente, sabiendo que estamos de paso, que nuestra verdadera riqueza serán nuestras buenas obras. Vivamos sin apegos, sin codicia, libres, abiertos a los demás, a compartir...
Dios es don, pura gratuidad y generosidad... Y como nosotros somos imagen suya, viviremos más felices si vivimos con esas mismas claves...

sábado, 15 de octubre de 2016

Orar con insistencia. (Lc 18, 1-8)

Jesús dice una parábola sobre la necesidad de orar siempre. Esto a nosotros nos parece algo imposible de alcanzar. Pero no hay que confundir orar con recitar oraciones sin parar; Jesús mismo lo ha dicho: "Cuando oréis, no digáis muchas palabras. Es mejor un instante de intimidad que miles de salmos en la lejanía" (Evagrio Póntico). Porque orar es como querer a alguien. Y esto mismo sucede con Dios: "el deseo ora siempre, aun cuando la lengua calle. Si tú deseas siempre, tú orarás siempre" (San Agustín).
El evangelio nos conduce a la escuela de oración de una viuda, una mujer fuerte y digna que no se rinde, frágil e indómita, al mismo tiempo. Ha sido víctima de una injusticia y no inclina la cabeza. Había un juez injusto. Y una viuda iba todos los días donde él y le pedía: "¡Hazme justicia contra mi adversario!"
Jesús a lo largo de todo el evangelio tiene una especial predilección por las mujeres solas, porque representan la categoría bíblica de los indefensos, las viudas, los huérfanos, los forasteros, los defendidos por Dios.
Una mujer que no se deja vencer, nos revela que la oración es un "no" resuelto al "así son las cosas", es como el primer gemido de una nueva historia que empieza. ¿Para qué orar? Es como decir: ¿Para qué respirar? Para vivir. La oración es la respiración de la fe. Es como un canal abierto por el que circula el oxigeno del infinito, un reconectar continuamente la tierra con el cielo. Igual que para dos que se aman, su respiración es el amor.
A lo mejor todos, alguna vez, nos hemos cansado de orar. Las oraciones se elevaban en vuelo desde el corazón como la paloma del arca de Noé, pero ninguna regresaba para traer una respuesta. Y me he preguntado, y me han preguntado tantas veces: ¿acaso Dios escucha nuestras oraciones?, ¿sí o no? La respuesta de un gran creyente, el mártir Bonhoeffer es esta: "Dios escucha siempre, pero no nuestras peticiones sino sus promesas". Y el evangelio está llena de ellas: no os dejaré huérfanos, estaré con vosotros, todos los días, hasta el final de los tiempos.
No se ora para cambiar la voluntad de Dios sino el corazón del hombre. No se ora para obtener, sino para ser transformados. Contemplando al Señor somos transformados en aquella misma imagen (cf. 2Cor 3,18). Contemplar, transforma. Uno se convierte en aquello que contempla con los ojos del corazón. Uno se convierte en aquello que ora. Uno se convierte en aquello que ama.
De hecho, los maestros del espíritu dicen: "Dios no puede dar nada menos que a sí mismo, y dándose a sí mismo, nos da todo" (Sta. Catalina de Siena). Obtener a Dios de Dios, ese es el primer milagro de la oración. Y sentir su aliento mezclado para siempre con mi aliento.
(Ermes Ronchi - www.retesicomoro.it - traducido del italiano)

viernes, 14 de octubre de 2016

Al final, todo se sabe... (Lc 12, 1-7)

Una de las profesiones más valoradas en la actualidad es el periodismo de investigación. Es increíble la de cosas que han llegado a saberse gracias a profesionales que buscan con honestidad y sin miedo, la verdad. 
Pensando en esto, vienen a mí todos aquellos casos de corrupción que colman los titulares de los periódicos. Personas en otro tiempo honorables, con un gran prestigio personal, profesional y con gran autoridad moral, hoy aparecen sencillamente como personas corruptas. Nunca jamás pensaron que, a la larga -o a la corta-, todo se sabe...
El evangelio de hoy trae una de esas sentencias lapidarias de Jesús: "Nada hay cubierto que no llegue a descubrirse y nada hay escondido que no llegue a saberse". Y, efectivamente, así es...
Hay personas a quienes las detiene el miedo a ser descubiertas... ¡Cuántas cosas se harían si se tuviera la absoluta seguridad de que nadie lo sabría jamás...! Y, de hecho, muchas se hacen porque se piensa que no serán descubiertas. Recuerdo que en un programa de radio se lanzó esa pregunta: "¿qué harías si tuvieras la seguridad de que no llegaría a saberse?", "¿serías infiel a tu esposa..., aceptarías un soborno..., te apropiarías de una billetera encontrada por casualidad? Sin embargo, esto supone una conciencia moral inmadura. Se trata de actuar por principios, por valores, independientemente de que algo llegue o no a saberse..., de que alguien me esté "mirando"...
Si te hicieran aquella pregunta de la radio, tú, ¿qué dirías?
Seamos personas honestas, íntegras, sin doble fondo, sin agendas ocultas..., no por miedo sino por convicción, porque me sale de dentro... Jesús era así...

jueves, 13 de octubre de 2016

Responsabilidad personal y responsabilidad colectiva. (Lc 11, 47-54)

Hay decisiones, sucesos, acontecimientos de los que nadie asume la responsabilidad; esta se diluye en las leyes, las estructuras, incluso la mala suerte. Por eso, algo que hay que rescatar con urgencia es el sentido de la responsabilidad personal.
En estos días pasados, a todos nos han golpeado las imágenes de Haití, al ver las consecuencias del paso del huracán Mathew. Las imágenes son desoladoras. Más de un millar de muertos, millones de damnificados... Hay quien dice, qué mala suerte... Sin embargo, si nos ponemos la mano en el corazón, ¿es solo mala suerte?
Cuando vemos las imágenes de los miles y miles de refugiados que llaman a las puertas de los países europeos, millones que deben abandonar sus casas, ¿es mala suerte?
Los desastres naturales no los podemos evitar, pero sus estragos dependen en gran medida de las condiciones de las ciudades por las que pasan, y eso no es buena o mala suerte, detrás de ellos hay personas que toman decisiones o que, simplemente, pudiendo hacerlo, no hacen nada por evitarlo... Detrás de muchas guerras, hay decisiones, intereses personales... Esto no ocurre por cosas del destino... Ni por mala suerte... En muchas de las situaciones que hoy sufren millones de personas, hay una responsabilidad personal y una responsabilidad colectiva... personas que toman decisiones y personas, pueblos, países, naciones, que con nuestro silencio o nuestro mirar para otro lado, de alguna manera también somos responsables. 
Hoy Jesús tiene palabras duras: "vosotros edificáis mausoleos a los profetas, después que vuestros padres los mataron". Esa sutil hipocresía con la que nos rasgamos las vestiduras ante lo que vemos, e incluso luego colaboramos en las campañas de ayuda humanitaria, sin cuestionar las políticas de fondo que están al origen de estas crisis humanitarias.
Retomemos la consciencia de nuestra responsabilidad personal en muchas de las situaciones que suceden en nuestra aldea global. Rompamos con esa sensación de que no podemos hacer nada. Pequeñas gotas de agua terminan formando los océanos... No seamos cómplices con nuestra silencio o nuestra indiferencia... Hagamos, cada uno, lo poco o lo mucho que esté en nuestras manos... Pequeños gestos cambian la vida de personas concretas...

martes, 11 de octubre de 2016

La belleza está en el interior. (Lc 11, 37-41)

Muchas veces vivimos obsesionados por la apariencia, de allí el éxito de los tratamientos de belleza, desde las cremas embellecedoras, antiarrugas, antiage, quitamanchas, etc., hasta llegar a la cirugía estética. Sin embargo, no siempre tenemos el mismo cuidado con nuestro interior...
Jesús critica fuertemente esta disociación y en muchos casos lo llama hipocresía: ser una cosa por fuera y, lo opuesto, por dentro, pretender aparentar lo que no somos...
En el evangelio de hoy, por ejemplo, lo invitan a comer. Todo el entorno es sumamente pulcro y cuidado. Hasta aquí, todo bien. Pero se da cuenta de que su anfitrión se ha sorprendido al ver que Él no guardaba las normas de pureza ritual..., vamos, que lo miró con desprecio, con ese aire de superioridad que tienen algunos, por sentirse mejores y más perfectos que los demás. Y esta, es de las pocas cosas que irritan a Jesús... Por eso, le dice: "Vosotros, los fariseos, limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro rebosáis de robos y maldades.¡Necios!... Dad limosna de lo de dentro, y lo tendréis limpio todo." Qué critica más dura... A veces me pregunto, que nos diría a nosotros, a mí...
Ojalá pongamos el mismo esmero en cuidar nuestro interior, que el que ponemos en cuidar nuestra apariencia. Y el interior se acicala con amor hacia los demás, con obras de misericordia, con ternura, poniendo con sencillez, sin pretensiones, lo que somos y tenemos al servicio de nuestros próximos... 

lunes, 10 de octubre de 2016

No dejes escapar las oportunidades de la vida. (Lc 11, 29-32)

Hay personas que andan siempre buscando "signos" del cielo o no sé de dónde, para asegurarse de que lo que hacen, el camino que han elegido o la decisión que deben tomar es la correcta... 
Esto en sí, como casi todo, no es ni bueno ni malo... El problema está cuando esa búsqueda de señales, responde a una excusa inconsciente para no comprometerse.
Hoy Jesús critica a sus contemporáneos por esa búsqueda casi obsesiva de signos. Aunque, lo que realmente critica, es la incapacidad de aquellos que lo buscan, que se apiñan a su alrededor, de descubrir y leer los signos que tienen ante sus ojos...
Jesús es la gran prueba del amor de Dios. Y lo tienen ante sus ojos. Un Dios que ha querido ponerse a nuestra altura, caminar a nuestro lado, hablar nuestro lenguaje para ser comprendido, y que ha demostrado amar a la humanidad hasta el punto de dejarse matar, antes que responder al mal con mal, a la violencia con violencia... Un Dios que nos ama siempre, hagamos lo que hagamos...
Deja de buscar signos extraordinarios. La vida está llena de señales para quienes tienen los ojos abiertos, el corazon bien dispuesto... Mira esas señales, que hablan a través de la paz, la alegría, el equilibrio que experimentas en tu interior, y síguelas sin desviarte... No sea que, al estar siempre buscando, estés perdiendo pequeñas, incluso, grandes oportunidades que te está brindando la vida...