miércoles, 31 de agosto de 2016

Siempre hay tiempo para lo que queremos... (Lc 4, 38-44)

Solemos decir, con mucha frecuencia, la muletilla de "no tengo tiempo...". A veces no sé si lo hacemos por darnos importancia (ay que ver la de cosas que tengo que hacer...!), por desorganizado, para disculparnos y así justificar el no hacer algo que nos solicitan o porque, como decía al principio, es una especie de frase aprendida que está en el ambiente y que todos terminamos haciendo nuestra...
El tema del tiempo es muy personal y subjetivo... Hay personas que tienen tiempo para todo y, otras, a quienes no les alcanza para nada... Y, en ambos casos, el día tiene 24 horas.
Una vez me dijeron: si necesitas que alguien te haga algo, pídeselo a alguien que tiene muchas cosas que hacer, que seguro sacará el tiempo... Quien no hace nada, curiosamente, no tiene tiempo para nada...
Algo fácilmente constatable es que todos tenemos tiempo para lo que queremos, allí está el quid de la cuestión... Por eso, una manera de saber qué o quiénes son importantes para mí es ver cuánto tiempo les dedico... En esto no hay engaño... De qué sirve decirle a alguien: "eres importante para mí" si, luego, no le dedicó tiempo...
En el evangelio de hoy, San Lucas nos presenta a Jesús en plena actividad... De hecho, desde que sale a la vida pública, casi no tendrá tiempo ni para comer... Por eso, nos da mucha luz ver cómo distribuye su jornada... Jesús tiene tiempo para ir a casa de sus amigos (va a casa de Pedro), tiempo para hacer los favores que le piden (cura a la suegra de Pedro), tiempo para atender a quienes van a verlo por la noche para que cure a algún enfermo o atienda a alguien en necesidad... Y, en medio de esa frenética actividad, saca tiempo para ir a un lugar apartado y estar a solas, en este caso, al amanecer, antes de iniciar una nueva jornada...
Hoy cada vez hay más consciencia de que necesitamos espacios de soledad y silencio... Decir que no tenemos tiempo o, peor aún, que no estamos para perder el tiempo, hoy es inadmisible, pues estudios recientes demuestran que son precisamente esos espacios de silencio los que mejoran nuestra productividad... De hecho, hoy está de moda que en las empresas se faciliten talleres de meditación, mindfulness o similares y que, incluso entre grandes directivos, se incluya en sus agendas días de retiro...
Dedicar tiempo al silencio, a estar con nosotros mismos, con Dios..., no es un lujo, es una necesidad; no es para los que no tienen nada que hacer, si no, todo lo contrario... Puede que sea uno de los ratos de la jornada o del año, mejor empleados...
Hoy podríamos preguntarnos cómo empleo yo mi tiempo, cuánto le dedico a lo que, según yo, es importante. Y, sobre todo, preguntémonos, cuánto tiempo dedico al silencio, a encontrarme conmigo, a cultivar mi interioridad, mi relación con Dios... Sería un buen momento para incluir esto entre mis prioridades... Os aseguro que sería el tiempo mejor invertido...

martes, 30 de agosto de 2016

Somos seres de luz… (Lc 4, 31-37)

Muchos de vosotros habréis oído hablar de la película “El Exorcista”, incluso puede que la hayáis visto… Este tipo de argumentos atrae a cierto público… 
El tema de los exorcismos es real. Incluso es un “oficio” reconocido… Hay exorcistas acreditados… Yo he escuchado más de un caso verdaderamente acaecido…
La existencia del mal es real… Hay quien dice que una de las mayores conquistas del “demonio”, o como queramos llamarlo, es que ha conseguido que ya no creamos en él…, lo cual le da cancha libre para actuar…
El evangelio de hoy nos presenta un exorcismo… Es el primer milagro que hace Jesús, lo cual es muy significativo… Deja claro su lucha frontal contra el mal...
Jesús ha ido a la sinagoga a enseñar… A Jesús le gustaba mucho enseñar a la gente… De allí que uno de los títulos que le dan sea el de Maestro… Es un gran pedagogo… Y, sobre todo, habla con autoridad, es una persona creíble…
Lo curioso es que, dentro de la sinagoga, hay también un “endemoniado”, alguien poseído por el mal…, alguien alienado, subyugado por algo que no lo deja ser él mismo…  ¡Vamos, que podemos pertenecer a la Iglesia, ser personas religiosas y, sin embargo, tener zonas de nuestra vida que necesitan ser sanadas, salvadas, liberadas…!
Lo maravilloso es la fuerza que tiene Jesús sobre el mal… Él es capaz de liberarnos de tantas cosas que nos pueden tener oprimidos por dentro, que no nos dejan ser nosotros mismos… Cuando Jesús entra en nuestra vida, entra la luz, entra la vida, entra agua limpia que penetra hasta en los lugares más recónditos… Y, sí, aquel hombre fue liberado…
Los seres humanos no somos malos… Esencialmente somos seres de luz…, aunque a veces esa luz se haya ido opacando… pero está allí… a veces como un rescoldo, como una pequeña chispa…, pero sigue ahí, buscando ser liberada, encendida, reanimada…  En muchas ocasiones hacemos cosas malas, hacemos daño, es verdad, en eso no podemos ser ingenuos… Pero, cuántas veces, cuando lo hemos hecho, sentimos como si no hubiéramos sido nosotros… Y, en cierto modo, es verdad… Pues, aunque lo he hecho yo y, por ende, soy responsable de mis actos, no responde a mi ser más profundo…
Jesús viene a liberarnos del poder del mal… A expulsar de nosotros todo aquello que no nos deja ser nosotros mismos… Pongámonos en sus manos… Sigamos sus enseñanzas… Y dejemos que nos libere de todo lo que nos oprime por dentro, de todo lo que no me deja ser yo mismo, de lo que a veces incluso hace daño a los demás…
Más que devolver la vista a un ciego, o hacer caminar a un paralítico, Jesús lo que quiere es hacer de nosotros esos seres de luz, amor y bondad que llevamos en nuestro interior…

lunes, 29 de agosto de 2016

¿Cuál es mi misión en la vida...? (Lc 4, 16-30)

Todos tenemos una misión en la vida, aunque no todos tienen la suerte de saber conscientemente cuál es... Muchos, ni siquiera se han hecho esta pregunta, si bien tarde o temprano surge desde el fondo de nuestro ser la necesidad de dar un sentido a lo que hacemos, a lo que vivimos... Tener un "para qué" da un profundo sentido a toda la vida...
Tener una misión es tener un propósito en la vida. Tener una misión es descubrir cuál es mi contribución específica y concreta en este mundo... De este modo, las tareas y actividades que forman parte de mi día a día, se convierten en una oportunidad para realizar mi misión...
Hace poco leí un escrito de Pilar Jericó, creo que era un post... Contaba el caso de una chica que se encontraba infeliz en su trabajo. Ella era muy sociable y había tenido que aceptar trabajar como cajera en un supermercado... Terminaba el día con una enorme sensación de frustración, hasta que descubrió que podía hacer de su trabajo una oportunidad privilegiada para tener un trato cordial y agradable con las personas que atendía... A partir de entonces, su vida cambió... Su misión, su propósito, era hacer sentir bien a los demás, tener con ellos un trato amoroso, ser cauce de bondad, alegría, optimismo... Y, eso, lo podía hacer en cualquier ocasión o circunstancia; también como cajera... Esto es lo que debemos descubrir... Qué es aquello que brota de mí de manera, diríamos, natural, que repercute positivamente en los demás, en mi entorno... Seguro que, de hecho, en más de una ocasión me lo han dicho aunque, al brotarme de manera espontánea, no le he dado mayor importancia...
En el evangelio de hoy, San Lucas nos presenta el inicio de la vida pública de Jesús, y lo ambienta presentándonos la consciencia que Jesús tenía de su misión... Él se sentía enviado a ser una buena noticia para todos, a ayudarnos a ver las cosas de manera distinta, a liberarnos de todo aquello que tantas veces nos oprime por dentro, a ayudarnos a descubrir y desarrollar lo mejor de nosotros mismos, a mostrarnos que somos personas bendecidas, que Dios nos cuida, nos ama, se interesa por nosotros... Esa era su misión y, a partir de entonces, toda su vida se convirtió en oportunidades para hacer el bien, para hacer sentir a las personas que eran amadas...
Si hoy me preguntaran, cuál es mi misión en la vida, cuál es ese para qué que da sentido a todo lo que hago, ¿qué diría? Y, no lo olvides, Dios, o como cada uno lo queramos llamar, nos ha traído a este mundo para algo... Y, ese "algo", lo podemos realizar en cualquier circunstancia que estemos atravesando... ¿Para qué me ha traído a mí?

sábado, 27 de agosto de 2016

La satisfacción del trabajo bien hecho… (Mt 25, 14-30)

Actualmente en el ámbito laboral una de las cualidades que más se valora en un empleado es la responsabilidad y capacidad de iniciativa. Personas a las que uno les puede encomendar algo y olvidarse, pues tenemos la tranquilidad de que harán su trabajo, lo harán bien y, además, sabrán salir al paso de cualquier posible dificultad, encontrando la solución más adecuada. Esto, en realidad, es igualmente valioso en cualquier ámbito de la vida, en la vida familiar, personal, etc. Pues resulta que a Dios también le gustan las personas así y, por eso, estimula nuestra creatividad, tiene una confianza ciega en nosotros, dejando el mundo y a sus propios hijos en nuestras manos...Precisamente de esto va el evangelio de hoy.
Hoy se nos narra otra parábola de Jesús, la conocida como parábola de los talentos. La historia la conocemos todos. Un hombre se tiene que ir al extranjero y dejó a sus empleados encargados de sus bienes. A cada uno le dio una responsabilidad (un número determinado de talentos), a cada uno, según su capacidad… Pasado un tiempo, vuelve aquel señor y pide cuentas a cada uno de sus empleados. Los dos primeros, presentan una administración eficiente, de hecho han duplicado el capital. En cambio, el tercero, por miedo, no se atrevió a hacer nada con lo cual, aunque no perdió el capital, no lo hizo producir.
La reacción de aquel señor es lógica, es lo que haríamos cualquiera de nosotros. A quien actuó con responsabilidad y diligencia, se le encargaron aún más tareas; en cambio, a quien no hizo nada, se le retiró la confianza.
La enseñanza es clara… Todos venimos a este mundo con lo que necesitamos para llevar adelante nuestra misión. Somos distintos, tenemos cualidades distintas, porque nuestra misión es diferente… Nadie es más ni menos que nadie… Lo importante es sacar el máximo partido posible de lo que somos, llegar a ser la mejor versión de nosotros mismos, poner nuestros dones al servicio de los demás, de mejorar nuestro mundo… 
Y, una vez más, se nos presenta a un Dios que confía en nosotros… Que nos da con generosidad de sus dones, muy lejano del Dios controlador y fiscalizador… Pero que espera que nosotros actuemos con responsabilidad, diligencia, creatividad y eficacia…
Hoy podríamos preguntarnos: ¿Cuáles son esos dones que Dios me ha regalado, que me hacen “especial”…? (estos dones hablan de nuestra misión en la vida…). ¿Hay algo que no me estoy atreviendo a hacer, por miedo? ¿Los estoy desarrollando y poniendo al servicio de los demás, en hacer posible un mundo mejor? Y, una vez más, sintamos la confianza que Dios deposita en mí y démosle gracias…

viernes, 26 de agosto de 2016

Tiene aceite mi lámpara...? (Mt 25, 1-13)

No sé si habéis oído hablar de la Palabra "procastinar" o "procastinación". Hace un tiempo, en un programa de televisión, iban preguntando por la calle a distintas personas sobre el significado de este término y, si mal no recuerdo, nadie lo sabía  y se dieron las respuestas más disparatadas.
Procastinar hace referencia a esa mala costumbre que tenemos muchos de dejar para mañana lo que podemos hacer hoy, de dilatar la realización de nuestras tareas, de tener una larga lista de pendientes... Y no siempre por falta de tiempo...
Para algunos, incluso esto es una estrategia inconsciente, pues de este modo consiguen que otros terminen haciendo lo que les corresponde hacer a ellos... Todos conocemos a algunos "parásitos" o, puede que, incluso alguno de nosotros lo seamos...
Hoy el evangelio nos proyecta su luz sobre esto... Estamos llegando al final del evangelio de Mateo... Jesús ha dicho muchas cosas y le han acompañado signos que ratifican su autoridad... Y, frente a esto, cada uno debe posicionarse... Nadie puede responder por mí...
En este contexto, Jesús narra otra de sus parábolas. Se trata de una boda -en la Biblia se utiliza mucho esta imagen para aludir a la alianza, a la fiesta que Dios quiere celebrar con nosotros-, y hay 10 doncellas esperando al novio. El novio tarda más de lo previsto y, a cinco de ellas, se les termina el aceite... No han sido muy previsoras..., no estaban preparadas para una espera tan larga... Entonces, alguien da el aviso de que llega el novio... Las que tienen sus lámparas apagadas por falta de aceite, en vez de haber ido a buscar más, se lo piden a las que sí lo han previsto. Y aquí viene el desconcierto de quienes leen la parábola, pues las que tienen aceite, no se lo dan... Y, claro, es entonces cuando estas salen a comprar más pero cuando vuelven, la puerta ya está cerrada y no pueden entrar... Se quedan fuera...
El desconcierto surge de interpretar la negativa como egoísmo... Ay que ver! No quisieron compartir... Cómo es posible que se ponga esto como ejemplo si Jesús nos ha hablado de la importancia de hacerlo?
Cuando leemos las parábolas tenemos que tener presente que Jesús es un gran narrador y que busca generar una cierta polémica pero para estimularnos a pensar... El tema no es que las jóvenes no quisieran compartir, el núcleo del mensaje es que hay personas que no son previsoras, que se cansan cuando tienen que esperar, y en la vida hay que tener el aceite de la paciencia, de la resistencia... Y, este aceite, no nos lo puede dar nadie... Hay cosas que solo puedo hacer yo, y no puedo pretender que otros me lo solucionen... Es, por tanto, una llamada a no procastinar, es decir, a no dejar para mañana lo que debo hacer hoy y a la responsabilidad personal... Hay cosas importantes que nos podemos perder si no estamos preparados, atentos, despiertos...
Hoy podríamos preguntarnos, tengo suficiente aceite en mi lámpara?, o soy de los que espero que los demás resuelvan mis problemas y hagan lo que solo a mí me corresponde hacer...?
Tengamos nuestra lámpara encendida... En el momento menos pensado, suceden cosas maravillosas... Que no pasen del largo al encontrarme desprevenido...

jueves, 25 de agosto de 2016

Vivamos despiertos... (Mt 24, 42-51)

Cuántas cosas suceden en la vida y nos las perdemos por no estar atentos, por no estar despiertos... Vivimos de prisa, corriendo... sin mirar, sin disfrutar de las pequeñas cosas que se nos ofrecen en el camino y que, además, son gratis...
Seguramente habéis escuchado aquella sabia frase: vivimos como si no fuéramos a morir, y morimos sin haber vivido... Sí, vivimos sin darnos cuenta de que estamos de paso y que estamos aquí para dejar este mundo mejor de lo que nos encontramos... Y estamos preocupados y afamados por tantas cosas que, como dice aquella vieja canción, "me olvidé de vivir..."
En el evangelio de hoy, Jesús nos invita a estar despiertos, a vivir atentos, a estar preparados, alerta... Muchos, ante esta llamada, sienten miedo... Incluso hay quien ha utilizado este texto como una advertencia ante lo terrible que nos puede llegar a pasar... Y entienden ese no saber el día ni la hora, como el momento de nuestra muerte... Sin embargo, esta es una lectura muy pobre del texto... Jesús no hace una llamada a vivir con miedo, es lo más contrario a su modo de entender a Dios y de entender la vida... 
Jesús quiere ampliar nuestro nivel de consciencia. Por eso, la llamada es a darnos cuenta de que Dios está continuamente pasando... Se nos hace presente a través de pequeños detalles, gestos, personas... Por eso necesitamos tener los ojos abiertos, los oídos atentos y, sobre todo, el corazón bien dispuesto...
Así mismo, es una llamada a vivir la vida responsablemente... Somos administradores de los bienes de la creación y somos responsables los unos de los otros... Tenemos que cuidar nuestro mundo y establecer relaciones de hermandad... Todos somos fundamentalmente iguales y no podemos aprovecharnos de posiciones de poder para abusar de los demás... A mayor capacidad de influir, mayor responsabilidad...
Vivamos con esta consciencia... Descubramos los múltiples detalles de amor que rodean nuestra existencia, y seamos también nosotros el paso de Dios en la vida de quienes se crucen por nuestro camino.

miércoles, 24 de agosto de 2016

Solo se ve bien con el corazón. (Jn 1, 45-51)

Qué impresión más especial nos produce el sentirnos conocidos por alguien... Todos seguramente recordamos una experiencia, un momento en que alguien nos dijo: te conozco... Y no por presunción, sino desde ese cariño profundo que desprenden muchas relaciones de amistad, desde esa mirada amorosa que nos permite conocer el interior de las personas y ser conocidos también en nuestra intimidad, en aquello que muchas veces no es visible ni evidente a los ojos de la mayoría... Como dice El Principito: solo se ve bien con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos...
Sí, solo podemos ser conocidos por quien nos ama... Un amor que no necesita ver solo lo bueno que tenemos, sino que nos ama en todo lo que somos, sin tener que ser o aparentar otra cosa... Ser conocidos, sentirnos conocidos y amados en lo que somos, es una experiencia humana maravillosa...
Probablemente esto fue lo que sintió Natanael cuando Jesús le dijo: "Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño." Tanto, que le llevó a exclamar, profundamente sorprendido: "¿De qué me conoces?" A lo que Jesús le respondió: "Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi."
Sentirnos conocidos va unido a sentirnos mirados... Y sentirnos mirados es sentir que existimos...
Muchas veces a los niños se les dice: "Pórtate bien que Dios te está mirando..." Qué imagen más grotesca de Dios... Sí, Dios nos está mirando, pero no está al acecho, controlándonos... Nos mira con la ternura de una madre a su hijo, con la confianza de quien sabe que tiene delante alguien con enormes potencialidades... Con la mirada profunda de quien nos ama... y, por eso, nos conoce... Es la hermosa experiencia, maravillosamente reflejada en el salmo 138...
Sintámonos profunda y sinceramente amados y conocidos por Dios... Y dejemos que fluya el amor y el agradecimiento...

martes, 23 de agosto de 2016

Transparentes como una copa de cristal. (Mt 23, 23-26)

Todos hemos conocido personas íntegras, con una profunda coherencia personal. Esto no quiere decir que sean perfectas, sino que se manifiestan como son, sin pretender ser otra cosa. Ni simulan lo que no son, ni ocultan sus dones y cualidades... Personas que no viven de la apariencia sino que sencillamente son auténticas. Jesús era así... Así se lo reconoció una vez incluso uno de sus adversarios... En Él no había doblez... Su vida era diáfana... Por eso transparentaba tan maravillosamente a Dios, pues cuando sale lo que realmente somos y llevamos dentro, sale luz, calor, vida, amor...
Jesús era sumamente paciente y comprensivo; pronto a perdonar, a creer en las personas, nada dado a juzgar o condenar. Sin embargo, hay algo que no soportaba, la hipocresía, el vivir de la imagen, el doble juego, la mentira... Qué tremendo escucharle decir: "¡Ay de vosotros, que limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro estáis rebosando de robo y desenfreno! ¡Fariseo ciego!, limpia primero la copa por dentro y así quedará limpia también por fuera."
Hoy muchas veces se vive de la imagen. Se nos dice que cada uno es libre de hacer lo que quiera en su vida privada. Pero, no, estamos hechos para ser de una pieza, para vivir de acuerdo a nuestros principios y convicciones... Una vez escuché: si no vives como piensas, terminarás pensando como vives.
Seamos personas auténticas, sencillas, transparentes, íntegras... No tenemos por qué ser lo que no somos... Seamos como esas copas de cristal, diáfanas, que dejan ver con claridad el interior... Dejemos salir y transparentar la luz que llevamos dentro..., esa luz que es Dios mismo habitando en lo más profundo de mi ser...

lunes, 22 de agosto de 2016

Seamos valientes y denunciemos las injusticias. (Mt 23, 13-22)

En un mundo en el que parece que todo vale, en el que priman las componendas y hacer la vista gorda, es de admirar que haya personas que tengan el valor de denunciar situaciones injustas. Más aún, sabiendo que con eso se pueden estar jugando la vida. El Papa Francisco es uno de ellos.
Hoy el evangelio nos presenta un texto fuerte, en el que se recogen algunas de las críticas más duras que Jesús hizo a las autoridades religiosas de su tiempo... Jesús tuvo el valor de llamar las cosas por su nombre y decirlas de frente... Sus denuncias son un intento de desenmascarar las situaciones, no tanto con el ánimo de dejar en evidencia a quienes son sus responsables, sino que lo que pretende es un cambio de actitud, revertir las situaciones... Sus denuncias son también un modo de amar... Esto en sí mismo ya es una enseñanza, denunciar las situaciones, aprender a hacer críticas constructivas, no con el ánimo de herir, sino con el deseo sincero de mejorar las cosas.
Muchas de nuestras críticas no son valientes, pues las hacemos por detrás y más a modo de desahogo que buscando un cambio en las personas y en las situaciones. No siempre son fruto del amor ni hechas con amor... Cuántas veces, en nombre de la verdad, lanzamos palabras como puñales que lo único que consiguen es hacer daño. Y, en no pocas ocasiones, criticamos lo que a nosotros nos molesta, no lo que a lo mejor está realmente mal.
Tengamos el valor de denunciar si algo no es correcto o es injusto, de dar la cara, de jugarnos el tipo, sobre todo cuando se trata de defender al más débil. Y tengamos también el valor de aceptar las críticas, de mirar nuestras propias actitudes personales y llamarlas por su nombre... Ser conscientes de nuestros fallos y debilidades es el primer paso para el cambio...

sábado, 20 de agosto de 2016

Menos palabras y más hechos. (Mt 23, 1-12)

Hay personas que tienen una especial responsabilidad de cara a los demás: personajes públicos, autoridades civiles, personas a quienes reconocemos algún tipo de autoridad, sobre todo moral. A ellas, se les demanda lo que ahora llamamos "ejemplaridad"', es decir, que vivan de manera honrada, según los principios, normas y obligaciones que son los primeros en exigir a los demás... Sin embargo, hoy hay un gran déficit de modelos de referencia, personas que nos estimulen con su vida, con su ejemplo, más que con sus discursos o sermones.
Se ve que esto es así desde que el mundo es mundo.
En estos últimos capítulos del evangelio según San Mateo, se nos presenta el modo en que deberíamos comportarnos para favorecer la vida social. Hoy se nos habla de la ejemplaridad, de la importancia de vivir con coherencia nuestra vida.
Jesús hace una fuerte crítica a los maestros y personas religiosas de su tiempo, a aquellos que tenían una autoridad moral frente a los demás, a quienes estaban llamados a enseñar, a guiar al pueblo. Y la crítica es que dicen pero no hacen, que exigen a los demás, les imponen cargas pesadas -es decir, grandes obligaciones, normas, preceptos...-, pero que ellos no mueven ni un solo dedo... Qué tremendo...!
Pero, lo curioso es que, a pesar de eso, Jesús no los desautoriza, sino que dice claramente: haced lo que os digan pero no lo que ellos hacen... 
La falta de ejemplaridad en la vida pública, ha hecho que baje el nivel de exigencia personal... Solemos pensar, si ellos no lo hacen, por qué lo voy a hacer yo... Si los ricos -y no tan ricos- evaden impuestos, por qué no lo voy a hacer yo... Si en mi familia nadie ayuda en las tareas de la casa, por qué lo voy a hacer yo... Si fulano no lo hace... Y así, hasta el infinito... 
Hoy Jesús nos invita, en primer lugar, a la ejemplaridad... Todos somos modelos de referencia para alguien... Que nuestra vida sea un espejo en el que otros se puedan mirar... Que no se diga de nosotros aquello que denunció Jesús: dice, exige, pero no hace. Y, en segundo lugar, a no justificar nuestra falta de integridad u honestidad, en la falta de integridad u honestidad de los demás... Vivamos como tenemos que vivir, independientemente de lo que hagan o digan otras personas.
Este es uno de los secretos del Papa Francisco... Lo que dice, es el primero que lo hace...

viernes, 19 de agosto de 2016

El amor es la esencia de la vida. (Mt 22, 34-40)

No sé por qué a veces las personas tenemos la tendencia a complicar las cosas... Y una de las que más hemos complicado es la religión, dificultado así a muchas personas la auténtica experiencia religiosa, el encuentro con Dios, la vivencia de una espiritualidad profunda, sencilla, existencial, que nos ayude en el camino de la vida...
En tiempos de Jesús había más de 600 preceptos que había que cumplir... Existía una norma para casi todo... De hecho, muchos no podían ni respirar... Y, lo malo no es solo la cantidad de reglas y ritos, sino que al final, ante tantas cosas, se puede llegar a olvidar lo verdaderamente importante y, en cambio poner la fuerza en auténticas trivialidades... Cuando todo está tan reglado, se termina desvirtuando su verdadero sentido.
Sabiendo esto, entendemos mejor el evangelio de hoy. Un fariseo -es decir alguien muy religioso- se acerca a Jesús y le pregunta cuál es el mandamiento principal. San Mateo aclara que lo que quería era poner a prueba a Jesús, no saber la verdad... Son esas preguntas capciosas que solemos hacer, sencillamente para dejar mal a nuestro interlocutor...
La respuesta no parecía fácil. Sin embargo, Jesús simplifica toda esa maraña de preceptos y los sintetiza en dos: amar a Dios y amar al prójimo... Así de sencillo y así de comprometido...
Poner estos dos mandamientos al mismo nivel, nos viene a decir que no podemos separar lo divino y lo humano, si no que ambos están profundamente relacionados... La verdadera experiencia de Dios nos lleva a amar a los demás, a servir, a hacer el bien; y el amor a los demás, cuando es profundo y sincero, puede convertirse en una auténtica experiencia religiosa... Sí, la esencia de la religión, de toda verdadera espiritualidad es el amor, un amor que se convierte en obras... De allí que el Papa Francisco haya dado nuevamente importancia a las obras de misericordia, 14 gestos sencillos, al alcance de todos...
No reduzcamos la religión a prácticas y preceptos..., salvo que la "práctica" sea el amor y, los preceptos, hacer el bien sin mirar a quién... Y no lo digo yo, lo dice Jesús...

jueves, 18 de agosto de 2016

La vida es una fiesta. (Mt 22, 1-14)

Algunas personas tienen una idea bastante triste de la religión, tal vez porque muchos de los que se presentan como personas religiosas, no parecen precisamente personas felices... Y, claro, eso hace que algunos conciban a Dios como alguien aburrido o, cuanto menos, irrelevante... Jesús, en cambio, tiene una idea de Dios muy diferente... El Dios de Jesús es un Dios alegre, generoso, que quiere celebrar con la humanidad una gran fiesta... Él no impone pesadas cargas ni llena la vida de reglas y prohibiciones, el Dios de Jesús nos quiere felices!
Hoy el evangelio nos presenta otra parábola. Un hombre importante va a celebrar la boda de su hijo, y está tan contento, que organiza una fiesta por todo lo alto. Pero, para su sorpresa, los invitados no aceptan su invitación... Os imagináis cómo se sentiría? 
Pues esta es la experiencia de Jesús cuando intenta atraer a todos hacia sí, presentarles ese rostro amable y bondadoso del Padre, y lo que se encuentra es rechazo, malas interpretaciones y críticas de quienes supuestamente estaban mejor preparados para recibirlo... 
Pero Dios no tira la toalla... Él está dispuesto a celebrar una fiesta y probará suerte con otros invitados... Y, oh, sorpresa, a la fiesta acude muchísima gente..., y la boda se celebra... Y sí, esta era la experiencia de Jesús, los que supuestamente estaban lejos de Dios, los pecadores, personas de mala vida, marginados, lo escuchan con atención, aceptaban su mensaje y se sentían felices...
Esta parábola, como siempre, es un modo sencillo de transmitirnos enseñanzas profundas...
Dios nos quiere felices, nos enseña el camino para serlo, sale a nuestro encuentro y nos invita a compartir su vida, su mesa, su alegría..., pero muchos andamos tan liados en nuestras cosas, que ni siquiera nos damos cuenta o simplemente no aceptamos su invitación... 
Podríamos preguntarnos: escucho yo esas invitaciones que Dios me hace todos los días a vivir mi vida con alegría, a ser feliz? O soy de aquellos que están tan liados, que no tienen tiempo para Dios?
Dejemos entrar a Dios en nuestra vida, acojamos su amor, sus detalles... Entremos a participar de su gran fiesta... Esa es la verdadera religión, la que está rebosante de espiritualidad, la que nos llena de amor, de alegría, de vida...

miércoles, 17 de agosto de 2016

Todos tenemos derecho al trabajo. (Mt 20, 1-16)

El trabajo es uno de los derechos fundamentales de toda persona. El trabajo nos ayuda a ser y sentirnos útiles. El trabajo nos dignifica… Pero, unido a esto, todos tenemos derecho a un salario justo, entendiendo por justo, un salario que nos permita vivir con dignidad a nosotros y a quienes están a nuestro cargo. Sin embargo, en la práctica, esto no suele estar tan claro…
En el texto del evangelio de hoy, Jesús nos relata otra de sus maravillosas parábolas que nos puede iluminar este tema.
Es una parábola desconcertante y polémica. El propietario de una finca sale por la mañana temprano a contratar jornaleros y les ofrece el salario justo correspondiente a un día de trabajo. Resulta que, poco más tarde, pasa por la plaza, y ve otros hombres a la espera de que alguien los contrate. Entonces, los contrata él. Así, en varios momentos del día, hasta última hora de la tarde... Pasa por aquella plaza, ve hombres desocupados y los contrata. Realmente es una persona con un gran corazón. Es consciente de que aquellos hombres, si nadie les da trabajo, no podrán llevar el pan a su casa. Es el drama de tantos desocupados de hoy.
El problema viene cuando, al final de la jornada, llega el momento de pagarle a cada uno su salario. Empieza por los últimos que ha contratado y les da un denario -el equivalente a lo que necesita una familia para cubrir los gastos de un día-. Cuando llega a los que había contratado al alba, les paga lo mismo... Estos se sienten injustamente tratados y montan en cólera... Para ellos, lo justo sería recibir una paga mayor.
Quienes leen esta parábola, inmediatamente se solidarizan con estos jornaleros. No es justo que cobren igual que los que han trabajado menos, deberían recibir más. Y, he aquí, que aquel propietario les dice: ¿dónde está la injusticia?, ¿acaso no te di lo que habíamos acordado? ¿Es que vas a tener envidia porque yo soy generoso? Y es que a veces, tenemos envidia de los demás y nos sentimos en inferioridad de condiciones, "mal tratados" por la vida...
Pero, ¿qué es lo que Jesús intenta decirnos?
En primer lugar, pone ante nosotros a un Dios que busca jornaleros, personas que colaboren en su proyecto. En segundo lugar, un Dios de gran corazón, no permanece indiferente ante quienes no pueden llevar el pan a su casa -por eso los contrata aunque, en realidad, no los necesite-. Y, por eso, al final les paga un denario. Aquí, lo justo es pagarles un salario que les permita a todos llevar una vida digna...
Dios es un Dios generoso, que quiere que todos tengamos el pan de cada día. Si aquellos hombres no trabajaron más es porque nadie los contrató antes... Pero necesitan comer ellos y sus familias, igual que todos...
El mensaje es muy actual. Necesitamos construir una sociedad justa en la que todos puedan tener un salario digno con el que sostener a su familia.
Quienes tienen bienes, deben proporcionar fuentes de trabajo. Quienes no tienen trabajo, deben buscarlo. Y quienes lo tienen, merecen un salario justo.
Y, no seamos envidiosos... No nos comparemos con los demás... Dios es un Dios generoso, que nos da a cada uno lo que necesitamos para vivir... Seamos agradecidos y alegrémonos con los demás.

martes, 16 de agosto de 2016

El peligro de la riqueza... (Mt 19, 23-30)

No sé a vosotros, pero incluso a mí, el título de este post me resulta extraño... Es que la riqueza puede entrañar algún peligro? Pero, entonces, por qué todos, o al menos muchos, quisiéramos ser ricos, vivir de manera holgada y poder darnos todos los gustos? Dónde está el peligro? Qué tiene de malo?
El evangelio de hoy nos trae una de esas frases para reflexionar: "es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los cielos". Vaya, que es prácticamente imposible que alguien que posee muchas riquezas entre en la dinámica de Dios y desarrollar su dimensión espiritual... 
La advertencia no es hacia las riquezas, hacia los bienes. La advertencia es hacia nuestra actitud frente a estos bienes. 
Estas palabras de Jesús están dichas a continuación de su encuentro con aquel hombre rico. Un hombre que busca con sinceridad algo más, que aunque tiene todo, siente que le falta algo. Y Jesús le indica lo que realmente necesita: entrar en la dinámica de compartir, de no ser codiciosos, de vivir con generosidad, de saber vivir sin apegos... Y, aquel hombre, dio media vuelta y se fue triste... Aquí está el peligro... Cuando vivimos apegados a las cosas, a las personas, a lo que sea, en el fondo no somos libres y, eso, hace que vivamos con miedo a perder... Y esto, al final, genera tristeza... Ahí está la trampa... Lo que nos promete felicidad, al final nos deja tristes y, muchas veces, solos...
En estos capítulos, Mateo nos transmite las enseñanzas de Jesús respecto a las actitudes que necesitamos cultivar para crecer en nuestro mundo interior, para acceder a la verdadera riqueza, para ser felices. Primero nos puso como modelo la simplicidad de un niño; más adelante, la importancia de saber perdonar; ahora, saber tener, disfrutar, pero sin apegos, con generosidad.
Aprendamos a ser agradecidos por todo aquello que Dios nos regala cada día, y hagamos de estos dones, una oportunidad para amar, para servir, para entregarnos... Tenemos tanto para dar...! Dejémoslo fluir...! Lo que no se da, se pierde; y, lo que se entrega, se multiplica...!

lunes, 15 de agosto de 2016

Y después de esta vida qué? El mensaje de la Asunción

Aunque vivimos en un mundo ajetreado en el que casi no nos damos cuenta ni del día en que vivimos, con un tren de vida que no favorece momentos de reflexión y sosiego, en el fondo de toda persona laten preguntas que esperan una respuesta... Fundamentalmente son cuatro: quién soy yo -más allá de lo que hago o de lo que tengo-, de dónde venimos -¿hay algún tipo de "preexistencia?-, para qué estamos aquí -¿cuál es mi misión en la vida?-, y hacia dónde vamos -¿hay algo más después de esta vida? Son preguntas básicas, esenciales, cuya respuesta puede ayudarnos a vivir nuestra vida con más sentido.
Hoy, 15 de agosto, en muchos lugares se celebra con especial solemnidad y festejos populares, la fiesta de la Asunción.
Esta fiesta tiene un origen religioso pero, sin darnos cuenta, poco a poco se ha ido vaciando de sentido. Si alguien os preguntará qué es lo que estáis celebrando, ¿qué diríais?
Algunos puede que repitieran lo que escucharon en alguna ocasión, que María, al morir, fue llevada en cuerpo y alma a los cielos... Pero, esto, ¿qué quiere decir? En realidad, la Asunción nos ayuda a dar respuesta a la pregunta: ¿hay algo después de esta vida?
Decir que María es llevada en cuerpo y alma a los cielos, lo que quiere decir es que, después de la muerte, conservaremos nuestra identidad, seguiremos siendo nosotros mismos en lo que constituye nuestra esencia, y que nuestro "destino" no es el éter o algo incierto, sino la plenitud de lo que somos, seres que participamos de la esencia divina… Y que iremos "enteros", no solo "una parte".
La Asunción es el encuentro de María con Jesús resucitado. En ella sucede lo que sucederá con todos nosotros, el encuentro pleno y amoroso con Dios...
Esta vida tiene un sentido, una dirección. Y así como "aquí abajo" recogemos lo que hemos sembrado, "allí arriba", en "la otra vida", también recogeremos lo que sembremos en esta. Como dice el refrán: siembra amor y cosecharás amor...
Hay personas que viven como si nunca fueran a morir, incluso muchos le tienen miedo a la muerte, tanto, que hablar de esto suele ser un tabú... Vivamos con la consciencia de quien se sabe de paso, con la misión de dejar este mundo al menos un poquito mejor de lo que nos lo encontramos, y con una meta, volver a la casa de nuestro Padre Dios, gozar de una vida plena...

domingo, 14 de agosto de 2016

¡Seamos antorchas encendidas! (Lc 12, 49-53)

"He venido a traer fuego a la tierra". Todos hemos conocido hombres y mujeres apasionados por el Evangelio, y los hemos visto pasar entre nosotros como una antorcha encendida. "La verdad es algo que arde" (Christian Bobin), ojos y manos que arden, que tienen luz y transmiten calor: "La vida es una llama" (Baggio Marin).
"¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, he venido a traer división". Él, que ha pedido amar a los enemigos, que ha dado el nombre de "el que divide" al diablo, al peor enemigo del ser humano, que ha orado en la Última Cena por la unidad -"que todos sean uno"-, aquí se contradice. Y, entonces, me doy cuenta de que, bajo la superficie de las palabras, debo buscar más al fondo.
Jesús mismo, tierno como un enamorado y valiente como un héroe, ha sido con su vida, signo de contradicción. Su Evangelio ha venido como una liberación que lo trastoca todo: para las mujeres sometidas y despreciadas por el machismo; para los niños, considerados propiedad de sus padres; para los esclavos, a merced de sus amos; para los leprosos, los ciegos, los pobres.
Se ha puesto de su parte, los invita a su banquete, hace de un niño el modelo de todos, y de los pobres, los primeros de su reino; elige siempre lo humano frente a lo inhumano. Su predicación no dejaba en paz la conciencia sino que la despertaba de la falsa paz! Paces aparentes, alejadas de una manera más auténtica de entender la vida.
La elección de quien se entrega, de quien perdona, de quien no se aferra al dinero, de quien no quiere dominar sino servir a los demás, de quien no quiere vengarse, se convierte en motivo de división, guerra, enfrentamiento inevitable con quien lo que busca es vengarse, subir, dominar, con quien piensa que sólo vale quien vence. Leonardo Sciascia decía: "Espero que, de vez en cuando, los cristianos vayan contracorriente". Ritos contracorriente, sin tener en cuenta a los poderosos de turno o al pensamiento dominante. Que redescubran la "bienaventuranza de los opositores", de quienes se oponen a todo aquello que hace mal a la vida y al corazón de los hijos de Dios.
En el evangelio de Tomás, Jesús dice: "Estar cerca de mí es estar cerca del fuego". ¿Somos discípulos de un Evangelio que quema, que quema dentro, que nos inflama al menos de vez en cuando, o tenemos una fe que corre el riesgo de ser un tranquilizante, una fe somnífero? El Evangelio no es una mordaza sino un megáfono. Te hace voz de quien no tiene voz, eres el justo que lucha en medio de las injusticias, nunca alguien pasivo o temeroso, nunca sin fuego.
"Cómo quisiera que este fuego estuviera ya ardiendo". Y sin embargo, ya arde. Dentro de las cosas está la semilla incandescente de un mundo nuevo. Hay una chispa de fuego también en mí, una lengua de fuego que ha descendido sobre nosotros en Pentecostés, está el Espíritu Santo que enciende antorchas en cada recodo del camino...
(Ermes Ronchi - www.retesicomoro.it - traducido del italiano)

sábado, 13 de agosto de 2016

Volver a la infancia perdida... (Mt 19, 13-15)

La cultura actual presenta como "ideal", la eterna juventud... Sobre todo en la sociedad europea, podemos estar hablando de personas de 70 años, y nos seguimos refiriendo a ellas como "jóvenes". En cierto modo se entiende, dado que se ha elevado considerablemente la esperanza de vida y se suele gozar de buena salud.
Sin embargo, en lo que respecta a la madurez personal, presentamos como "ideal" el ser personas "adultas". Es decir, responsables, autónomas, con criterio...
La adultez es una etapa muy importante en la vida. En la naturaleza, bien podría equipararse a la madurez. Un fruto llega a su edad "adulta", cuando está maduro, listo para ser consumido y con semillas para ser fecundo... En realidad, esa es la mejor imagen de la madurez, la edad en la que alcanzamos un buen nivel de desarrollo personal y en la que nuestra vida es fecunda, útil a los demás...
El evangelio de hoy, sin embargo, nos invita a ser como niños...
Las interpretaciones de esta expresión de Jesús son múltiples... A qué se refiere eso de "ser como niños"? Sin duda, no se refiere a volvernos infantiles, a no querer crecer, como Peter Pan...
Reflexionando sobre esto, me ha venido el hermoso y sabio libro de El Principito...
El libro hace una fuerte crítica a lo que llamamos "mundo de los adultos", donde lo que importa es lo que hacemos (qué profesión tienes?, a qué te dedicas?) y lo que tenemos (cuánto ganas?, qué coche tienes?). Un mundo en el que a veces se nos olvidan cosas importantes, aquellos sueños que tuvimos en nuestra infancia, la capacidad de imaginación y creatividad que teníamos entonces...
Volver a ser como niños tal vez se refiere a esto. A recuperar la inocencia y la confianza a veces pérdidas. A volver a conectar con nuestros sueños... A tener esa mirada limpia y curiosa... A ser capaces de fiarnos de aquellos que nos quieren y sabemos que cuidan de nosotros...  Todos tenemos un "niño interior" al que hay que aprender a escuchar y cuidar...
Sí, volvamos a ser como niños... Confiados, creativos, curiosos, juguetones... A veces nos hemos vuelto demasiado serios...
Para conectar con nuestro interior, con esa esencia que todos llevamos dentro, ayuda volver a esas actitudes de la infancia, donde todo es simple, diáfano, sencillo; donde no nos preocupa el pasado ni el futuro, sino que vivimos con intensidad el presente...
Sí, seamos como esos niños confiados en brazos de su madre, seguros al estar agarrados por la mano firme de su padre... No con una confianza o seguridad ingenuas, sino basada en la certeza de sabernos en las manos amorosas de nuestro Padre Dios, que nos ama con la ternura de la mejor de las madres.

viernes, 12 de agosto de 2016

Todo lo legal es moral? (Mt 19, 3-12).

Uno de los dilemas más debatidos es: qué tiene prioridad, lo legal o la fidelidad a los principios... Y, en caso de conflicto, qué debe prevalecer...?
Es todo lo legal, justo? Lo que establece una mayoría y, por tanto, se plasma en una ley, le da carácter de verdad? Hay principios que no son "opinables" y que deberíamos aprender a respetar? El debate está abierto...
No pretendo negar que vivimos en un estado de derecho y que las leyes están para cumplirlas; si no, todo sería un caos. Quiero situar el debate más al fondo. La importancia de que las leyes se ajusten a los principios, y que los mandatos de las "mayorías" no den cobertura legal a comportamientos y decisiones injustas e inmorales; entendiendo por "inmorales" no posturas fundamentalistas, sino conductas y decisiones que no respetan la dignidad de las personas.
Hoy el evangelio nos ayuda a reflexionar sobre esto.
Unos fariseos se acercan a Jesús para ponerlo en aprietos. No buscan la verdad, solo ponerlo a prueba. Le preguntan si es lícito que un hombre despida a su mujer. Hacerlo es dejarla en la total indefensión.
Si nos fijamos atentamente en la pregunta, lo que realmente quieren saber es si es "legal". En el fondo lo que quieren es justificar una práctica que, entonces, era habitual, aunque no todos estaban de acuerdo.
Jesús sitúa el debate a otro nivel. No entra en un tema jurídico, sino que se remite a las intenciones originarias del Creador. No habla sin más del Dios de los judíos, sino que nos pone ante un proyecto originario que nos muestra cómo deberían ser las cosas para que sean fieles a su verdad más profunda. 
Hay cosas que deben ser de una manera determinada, hay principios que debemos respetar. Por mucho que la mayoría decrete que el día es noche, seguirá siendo de día. Por mucho que se dé cobertura legal a los crímenes de estado, a la pena de muerte y a tantas formas de eliminar seres humanos, sigue siendo inmoral.
Tenemos que respetar la ley... Sin duda! Pero tenemos que luchar para que nuestras leyes sean realmente justas y no violen principios y derechos que no pueden estar a merced de la mayoría.

jueves, 11 de agosto de 2016

El arte de perdonar. (Mt 18,21-19,1)

Una de las experiencias humanas más difíciles es perdonar... Cómo nos cuesta perdonar! Y no solo a los demás, sino a nosotros mismos... 
Hay personas que tienen su corazón lleno de resentimiento. Guardan en su memoria una lista interminable de agravios. Tienen una capacidad extraordinaria para recordar una y otra vez lo negativo que les ha sucedido en la vida... Y, lo peor de todo es que les parece normal... Cómo van a olvidar... Cómo van a perdonar a... Sin embargo, este modo de vivir, al único que daña es a quien guarda el rencor, el resentimiento... Está comprobado que dar vueltas una y otra vez a lo negativo que nos haya podido suceder en la vida, alimentar el rencor, es como un veneno que introducimos en nuestro cuerpo, en nuestro sistema energético, que termina enfermándonos, hasta el punto de poder degenerar en un cáncer y conducirnos a la muerte... Y no digo esto con ánimo de asustar a nadie, sino para tomar consciencia de la importancia de perdonar y de que, el primer beneficiado al hacerlo, soy yo.
Cuando he hablando de este tema, siempre hay alguien que dice: yo perdono pero no olvido... Y yo respondo: por supuesto! Perdonar no es olvidar... Lo que pasó, pasó, y siempre estará allí. Perdonar es eliminar el contenido emocional negativo y perverso que tiene ese hecho sobre mí; es un acto de liberación interior...
Todas las tradiciones religiosas insisten en la importancia de perdonar. Y, ahora, no sólo las tradiciones religiosas, sino quienes profundizan en el desarrollo personal... Para vivir en paz, debemos perdonar; es decir, cerrar heridas y no albergar sentimientos negativos hacia nadie... Eso, como digo, solo nos daña a nosotros mismos... 
El evangelio de hoy habla del perdón. Para ello, Jesús nos cuenta una historia. Un hombre tenía una gran deuda. Pidió tiempo para poder pagarla. Y su acreedor, no sólo le dio tiempo, sino que sintió compasión y se la perdonó. Acto seguido, este mismo hombre se encuentra con alguien que le debía una pequeña cantidad de dinero. Este también le pidió tiempo para poder saldarla. Y, sabéis lo que hizo? Lo metió en la cárcel! Su acreedor se enteró y le dijo: "¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?"
Sí, a veces se nos olvida que también nosotros hemos cometido errores, agravios... y que Dios, una y otra vez, nos perdona... La capacidad de perdonarnos mutuamente es la base de la convivencia... Perdonar, por tanto, se convierte en un acto de reciprocidad, de agradecimiento, de toma de consciencia... Se trata, una vez más, de comportarnos con los demás como Dios se comporta con nosotros...
No alimentemos rencores, no hurguemos una y otra vez en nuestras heridas. Dejemos el juicio a Dios. 
Recordemos, no se trata de negar el agravio. Se trata de tener la misma actitud que nos gustaría tuvieran con nosotros y que, de hecho, muchos la han tenido... Y, en esto, insisto, el primer beneficiado soy yo...

miércoles, 10 de agosto de 2016

Las paradojas de la vida. (Jn 12, 24-26)

La vida está llena de paradojas, de situaciones extrañas, aparentemente contradictorias... Personas brillantes que fracasan... Personas "del montón" que tienen éxito... Tragedias que a la larga terminan trayendo un bien... Y grandes "oportunidades" que, luego, no lo son tanto... Este tipo de paradojas nos vienen a decir que no debemos fiarnos sin más de las apariencias... Que debemos aprender a mirar más allá de lo inmediato... Que la vida está llena de sorpresas...
Una de esas paradojas es que muchas veces hay que perder para ganar, morir para vivir... El evangelio de hoy nos la presenta con una imagen: "Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo".
Jesús es un maestro en explicar cosas profundas con imágenes sencillas que hablan por sí mismas. Este "morir" del que nos habla Jesús es ese saber dejar marchar el pasado, no aferrarse a lo que hemos sido toda la vida, no vivir agarrados a lo que ya tenemos, sino aprender a soltar, abrirnos a la novedad de un futuro que no conocemos, que nos genera incertidumbre, pero que será bueno...
Se nos invita a ser como ese grano de trigo, cargado de vida, que para que extraiga de sí todo su potencial, debe sumergirse en la tierra, en la vida... Entregarse, darse, sin miedo, sin reservas... 
Las grandes decisiones de la vida suponen la capacidad de soportar la incertidumbre... No sabemos lo que pasará, pero sólo lo sabremos si lo intentamos...
La imagen de ese grano de trigo que se deja enterrar, que se pudre, que pasa por la experiencia de sentir que "se pierde", nos viene a decir que, en esas grandes apuestas que uno hace en la vida, hay que entregarlo todo, ponerlo todo... y saber esperar... Muchas veces no hemos llegado donde queríamos porque, por miedo, por apegos, por... no lo pusimos todo, nos guardamos algo... Y, lo que no se da, se pierde...
La vida es ese continuo morir y renacer, entregar y ser fecundos... Estamos hechos para dar, para salir, para amar... No tengamos miedo a vivir, a arriesgar... Dejémonos llevar por esas intuiciones del corazón que nos animan a ir más allá... Solo se vive si hay algo o alguien por lo que somos capaces de darlo todo, sin reservas... Y, cuando lo hacemos, aunque muchas veces cueste, aunque no siempre sepamos dónde terminaremos si realmente nos dejamos fluir, nuestra vida extrae un potencial insospechado, se vuelve maravillosamente fecunda...

martes, 9 de agosto de 2016

Cómo sanar nuestras heridas. (Mt 10,28-33)

A lo largo de la vida, todos hemos sufrido heridas... Hay personas que nos han hecho daño... Hay circunstancias, situaciones de las que hemos salido heridos... Vivir supone gozar y también sufrir... Y ambas experiencias, si se integran bien, nos hacen madurar y nos vuelven más humanos... 
Las heridas forman parte del camino. Pero hay que cuidar que cierren bien, que cicatricen. Las cicatrices forman parte de nuestra biografía, son la señal de que hemos vivido. Jesús no borró de su cuerpo las heridas. Sus cicatrices siguen ahí. Y las convirtió en muestras de su amor, del amor de Dios hacia nosotros, hacia mí.
En el evangelio de hoy, Jesús nos dice algo muy importante y profundamente sanador: "No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma".
Sí, muchas cosas, personas, circunstancias... nos pueden haber hecho daño, nos pueden haber dejado heridas a veces difíciles de cerrar, pero nadie puede dañar ese recinto sagrado que es nuestra alma... Allí, en ese lugar, estamos siempre a salvo, protegidos, pues en ese lugar habita Dios y su amor infinito hacia nosotros...
Nada en la vida escapa al amor de Dios. Cuantas más heridas hayamos sufrido por el camino, más grande su amor hacia nosotros... Jesús es el buen Samaritano que recorre mis caminos, que se detiene junto a mí cuando me ve malherido... Venda mis heridas... Me cuida... Me ama... Me reconstruye por dentro... Las heridas cicatrizan con el bálsamo del amor... Y nuestras cicatrices se convierten en muestras de ese amor tierno y bondadoso de Dios...
En el camino de la vida tendremos heridas... Pero nada ni nadie podrá separarnos del amor de Dios... Las heridas podrán dañar mi cuerpo, mi parte más exterior; tendremos recuerdos dolorosos, muchas veces sangrantes, pero nunca podrán dañar mi alma, mi corazón... Ahí estará siempre Dios para aliviarme, sanarme, reconstruirme por dentro... Y eso hará de mí también un buen Samaritano para los demás.

lunes, 8 de agosto de 2016

Vivamos sin privilegios. (Mt 17, 22-27)

Pese a que todos proclamamos la cultura de la igualdad, donde todos tengamos los mismos deberes y, sobre todo, derechos, donde no haya ningún tipo de discriminación, la verdad es que vivimos en la cultura de los privilegios... 
Algunos, en razón de su cargo, no tienen que hacer largas filas, ni esperar turnos; otros, se las arreglan para pagar menos impuestos e, incluso, evadirlos...
Nos parece mal, sí, pero a veces, detrás de nuestro malestar, puede esconderse una cierta envidia... Una vez escuché a una persona decir: habría que ver lo que haríamos cada uno si tuviéramos la ocasión... Y, sí, a las personas se las conoce al ver cómo se comportan cuando tienen la ocasión de aprovecharse de ciertos privilegios u "oportunidades". Y no es que ciertos privilegios estén mal. El problema es cuando nos aprovechamos de según qué privilegios para no cumplir con algunas de nuestras responsabilidades o pasar por encima de los demás...
Una de las cosas que se dicen de Jesús es que vivió sin privilegios... Si alguien pudo elegir dónde nacer y cómo vivir, fue Él, y eligió un lugar y una familia sencilla, del montón...
El evangelio de hoy nos cuenta que, una vez, al entrar en una ciudad, tenía que pagar el impuesto correspondiente. Algunos preguntan a sus discípulos si es que Jesús no va a pagar. Por lo visto, podría no haberlo hecho. Incluso Él mismo dice que, dada su condición (Jesús es el Señor), no tendría que hacerlo, sin embargo, una vez más, elige vivir como todos, como uno de tantos, renunciando a todo privilegio...
Muchas veces a nosotros nos cuesta vivir así. En ocasiones nos gustaría poder disfrutar de ciertos privilegios. Por eso, hoy nos viene bien contemplar a Jesús, ver lo que hace, lo que dice, cómo actúa...
Vivamos nuestra vida con sencillez. Que nos nos importe ser "uno de tantos". Lo que marca la diferencia no son los privilegios, el destacar de los demás, sino lo que hayamos amado y servido en nuestro paso por esta vida...

domingo, 7 de agosto de 2016

Y Dios se pondrá a servirnos... (Lc 12, 32-48)

En el evangelio de hoy se nos hace, hasta en tres ocasiones, una invitación: estad preparados… Y, ¿preparados para qué? Para tener un maravilloso encuentro. Y no con un Dios amenazante, que nos quita vida, que en realidad es la proyección de nuestros miedos y de nuestros moralismos violentos; sino con el Dios que nos ha revelado Jesús: un Dios que se hace siervo de sus siervos, que “los sentará a la mesa y se pondrá a servirles”. Que se inclina ante el hombre, con cariño, respeto y gratitud. Es el revés de la idea de un Dios “amo”. El punto más conmovedor y sublime de esta parábola, el momento más extraordinario es cuando sucede algo inconcebible: el Señor toma el papel de siervo, ¡se pone a mi servicio!
De este modo, Jesús quiere que se nos grabe bien este comportamiento escandaloso del Señor: “Y si al venir en el corazón de la noche o al alba, los encuentra así, ¡dichosos ellos!” Y se pondrá a servirlos. Porque ha quedado encantado.
No era necesario que los siervos se mantuvieran en vela, despiertos hasta el amanecer; es un “plus” que surge no del deber o del miedo; solo se espera de este modo a quien se ama y se desea, cuando no se ve la hora en que llegue el momento de los abrazos: “Donde está vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón.” Un amo-tesoro hacia el que apunta la flecha de nuestro corazón, como si fuera el amado del Cantar de los Cantares: “Duermo, pero mi corazón vela” (5,2).
Para el siervo infiel, en cambio, el tesoro es el gusto por el poder que ejerce sobre los otros siervos, aprovechándose del retraso del dueño para “empezar a maltratar a los siervos y a las siervas, a beber, a emborracharse”. Para aquel siervo, cuyo tesoro son las cosas, el encuentro que tendrá con su amo al término de la noche, será el doloroso descubrimiento de haber maltratado su propia vida, cuando maltrataba la vida de los demás; la triste sorpresa de tener en sus manos solo el llanto, los añicos de una vida equivocada.
Nuestra vida es vida cuando cultiva tesoros de esperanza y de personas; vive si guarda un capital de sueños y de personas amadas, por las cuales gozar, estremecerse y reír. Pero, más aún, nuestro tesoro de oro fino es un Dios que confía en nosotros, hasta el punto de confiarnos, como a siervos capaces, la casa grande que es el mundo, con todas sus maravillas.
Qué suerte tener un Señor así, que nos repite: ¡El mundo es para vosotros! Podéis cultivar y gozar de su belleza, podéis cuidar todo aliento de vida. Sois guardianes, también, de vuestro corazón: cultivad su gusto por lo bello, su sed de sabiduría. Mi tesoro es el rostro de Dios, la imagen extraordinaria que Jesús nos ha mostrado: Dios nuestro servidor, que se llama Amor, pastor de constelaciones y de corazones, que viene y cierra las puertas de la noche y abre las puertas de la luz, nos hará sentar a la mesa y nos servirá con sus manos llenas de dones…
(Ermes Ronchi - www.retesicomoro.it - traducido del italiano)

sábado, 6 de agosto de 2016

"Y se transfiguró delante de ellos..." (Mc 9, 2-10).

No sé si alguna vez habéis tenido la experiencia de estar ante alguien que se ha descubierto ante vosotros, desvelándoos su más profunda intimidad...; cosas, detalles, aspectos que habitualmente no son visibles... Y al mirarla, es como si, de pronto, os encontrarais ante otra persona, pues la veis llena de luz, de bondad, de belleza... Sencillamente porque la veis tal como es en realidad, pues somos eso, seres llenos de luz, bondad y belleza...
Algo parecido fue lo que les pasó a Pedro, Santiago y Juan, los tres discípulos más íntimos de Jesús, cuando Él los invitó a subir al monte Tabor y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron blancos, brillantes... Todo su ser desprendía tanta luz, que los deslumbraba... Y, de pronto, vieron lo que habitualmente estaba oculto en la persona de Jesús... Detrás de su humildad, de su sencillez, de ese "ser como uno de tantos", había alguien lleno de luz, de bondad, de belleza...
A su lado, aparecieron Moisés y Elías, representantes de la Ley y los profetas; es decir, del Antiguo Testamento. Y Jesús estaba en el centro, poniendo de manifiesto que Él era la plenitud, que todo miraba, apuntaba hacia Él. Jesús es la plenitud de la revelación, en Jesús se hace visible el rostro de Dios. El invisible, el innombrable, se hace visible, asequible, experimentable en aquel hombre humilde, sencillo; en aquel nazareno que muchos rechazan, a quien no comprenden, pero que pasa por la vida haciendo el bien, devolviendo la salud, expulsando demonios, dando vida...
Y, entonces, aquellos tres discípulos oyen una voz que dice: "Este es mi Hijo amado, escuchadle...!"
Estas palabras revelan lo más profundo de Jesús, la esencia de su ser... El es el Hijo amado... Esa luz es su esencia divina, el amor que lo habita, ese amor con el que es amado y que en Él se desborda hacia los demás, transformando en bien todo lo que toca... Qué hermoso...!
Contemplemos el rostro luminoso de Jesús, ese rostro humano, cercano, que nos revela el amor que Dios nos tiene. Dejémonos amar, dejémonos transformar en lo que somos en lo más profundo de nuestro ser: luz, amor, bondad, belleza... Y, para eso, escuchémoslo, leamos, meditemos su Palabra y hagámoslo vida...

viernes, 5 de agosto de 2016

¿Dedico tiempo a las cosas verdaderamente importantes? (Mt 16, 24-28)

Hay personas que pierden los mejores años de su vida para conseguir dinero, prestigio, poder; un buen trabajo, un buen coche, un buen… Y, lo peor de todo, es que no son conscientes del precio que tienen que pagar… ¡Cuántos han perdido su familia, su mujer, sus hijos, sus amigos, su salud…! Y, cuando se dan cuenta, muchas veces es demasiado tarde…
Recuerdo una mujer que tuvo que emigrar de su país a Italia. Todo, para sacar adelante a sus hijos… Era joven, sus hijos eran pequeños… Y, sí, consiguió “sacarlos adelante”. Les pudo pagar una buena educación pero, con dolor, me confesaba que los había perdido…, que no les había dado el afecto y seguridad que tanto necesitaban y que era una extraña para ellos… Pero, qué difícil es a veces saber lo que tenemos que hacer en las encrucijadas que nos presenta la vida… Qué difícil es saber lo verdaderamente importante…
Hoy el evangelio nos regala una de esas frases que nos hacen pensar: “De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si se pierde a sí mismo…” Sí, de qué nos sirve muchas veces gastar tiempo y energías en cosas que, en definitiva, no son las más importantes, si eso hace que no le dediquemos tiempo y energías a lo que verdaderamente importa… Cuánto tiempo perdido y malgastado en cosas, batallas  y preocupaciones inútiles…
Podríamos preguntarnos… ¿Qué son aquellas cosas y personas verdaderamente importantes para mí…? ¿Qué tiempo les dedico…?  ¿En qué me estoy dejando la vida…? ¿Qué tiempo le dedico a mi relación con Dios, al servicio a los demás, a mí mismo…? Son preguntas importantes… Puede que hoy sea un buen momento para detenerme a pensar en estas cosas y, por qué no, hacer algún cambio en mi vida…

jueves, 4 de agosto de 2016

Quién es Dios para mí. (Mt 16, 13-23)

En las relaciones basadas en la reciprocidad, suele llegar un momento en que las personas se preguntan la una a la otra: quién soy yo para ti. Es una pregunta personal, íntima, que pide también una respuesta íntima y personal.
Jesús también supo establecer relaciones de amistad, de reciprocidad... Con los Doce, con un grupo de mujeres que le seguían, con Marta, María y su hermano Lázaro... Jesús sabe ser amigo de sus amigos y espera también por parte de ellos, amistad.
Hay un momento clave en los evangelios, en el que Jesús les pregunta a sus apóstoles: "Y, vosotros, quién decís que soy yo?" La pregunta bien podría formularse de otro modo: "Después de este tiempo que llevamos caminando juntos, quién soy yo para cada uno de vosotros?"
Hoy, Jesús nos hace esta misma pregunta: "Quién soy yo para ti?" Y no es una pregunta retórica, es una pregunta muy personal.
Esta pregunta es clave. Nos obliga a entrar dentro de nosotros mismos y preguntarnos no por lo que sabemos con la cabeza o por lo que hemos escuchado... A veces sabemos muchas cosas, pero estas no han bajado al corazón, no las hemos hecho realmente nuestras...
Preguntémonos con sinceridad, quién es Jesús para mí, cuál es mi experiencia de Dios...
Para algunos, Dios es alguien distante, de quien tienen poco que decir... Para otros es un juez ante el que habrá que responder en base a unas normas, preceptos y rituales que hayamos cumplido. Actualmente se habla mucho de Dios como energía, como algo poderoso pero impersonal; presente en todo, pero difuso, sin rostro... Para Jesús, Dios no era solo "Padre", era su Padre. Alguien tierno, bondadoso, que se preocupa por la suerte de sus hijos. Un Dios dispuesto a dar la vida por sus criaturas, amadas hasta la locura. Alguien que no pide, no exige, sino que da, se da. Alguien que lo único que quiere es que nos amemos los unos a los otros, como hermanos...
Ojalá a lo largo del día de hoy podamos escuchar esta pregunta dirigida a mí, y dediquemos un tiempo a decirle a Dios, de corazón, quién es Él para mí... 

miércoles, 3 de agosto de 2016

La constancia consigue milagros. (Mt 15, 21-28)

Pocas cosas hay tan poderosas como el tesón de una madre cuando se trata de luchar por uno de sus hijos... Y, la constancia, consigue milagros.
El episodio del evangelio que consideramos hoy resulta desconcertante. Una mujer cananea, es decir, pagana, se dirige a Jesús suplicándole por su hija. Es una oración desgarradora. Y Jesús, pasa de largo, hace oídos sordos. La mujer continúa gritando, hasta el punto que son los discípulos quienes le piden que la atienda... Y es entonces cuando responde que sólo ha sido enviado a las ovejas perdidas de Israel... Escuchar esto de labios de Jesús es extraño, dado que nunca hizo acepción de personas... Y aquella madre, no se deja amedrentar e insiste... Y, como respuesta, Jesús le dice aquella expresión que nos resulta tan dura, aunque era corriente entre los judíos: "No está bien echar a los perros el pan de los hijos." Pero lo que realmente impresiona, es la humilde insistencia de aquella mujer, que no tiene reparo en decirle: "Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos." Y, esto, desarma a Jesús, que llega a exclamar: "Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas." Qué palabras más hermosas...!
Este episodio puede ayudarnos a considerar cómo reaccionamos ante las dificultades, cuando alguien incluso nos desprecia y nos trata mal... Si esta mujer se hubiera enfadado, si hubiera reaccionado de manera violenta o si se hubiera retirado al sentirse humillada, no habría obtenido lo que tanto deseaba...
Cuántas veces, tal vez, no hemos conseguido algo por falta de tenacidad, por venirnos abajo... Y qué cierto es que, como decía Santa Teresa, la paciencia todo lo alcanza...
No seamos tan susceptibles en nuestras relaciones. Insistamos cuando queramos conseguir algo que para nosotros es importante, aunque inicialmente se nos cierren muchas puertas... No nos echemos atrás ante un no... La perseverancia, al final, obtiene milagros pues, la perseverancia, es también prueba de nuestra confianza, de nuestra fe... Y, ojalá el Señor también pueda decir de mí: "Mujer, qué grande es tu fe!"

martes, 2 de agosto de 2016

Sal de tu zona de confort. (Mt 14, 26-36)

Todos hemos conocido a lo largo de nuestra vida momentos difíciles. Todos hemos tenido que atravesar episodios tormentosos... Situaciones en las que sentíamos el agua hasta el cuello... El evangelio de hoy tiene un profundo contenido simbólico y nos dice cómo superar esos tiempos en los que sentimos que nos hundimos...
Después de dar de comer a la multitud, a Jesús quieren proclamarlo rey. No porque hayan sido seducidos por su mensaje, sino porque ven a alguien que les puede resolver la vida. Como cuando nosotros estamos a bien con Dios mientras responde a nuestras expectativas. 
Los discípulos están encantados. Ya se ven como ministros... Y Jesús despide a la gente y obliga a sus discípulos a subir a la barca e ir a la otra orilla... "Ir a la otra orilla" es salir de nuestra zona de confort, allí donde estamos cómodos, instalados, seguros... Es salir, ir más allá de lo ya conocido... Jesús siempre nos lleva más  allá...
Suben a la barca y se adentran en el mar. En la Biblia, el mar representa las fuerzas del mal..., por su inestabilidad, porque es impredecible, porque puede llegar a tener una fuerza brutal, incontrolable... 
Es curioso que, cuando abandonan su zona de confort y se deciden a ir a la otra orilla, cuando están en medio del lago, se desata una tormenta... Precisamente ahí... Es curioso que, siendo algunos de ellos pescadores, acostumbrados a estas experiencias, tengan miedo... Lo que nos indica que es una tormenta más peligrosa que las habituales... El dejar nuestra zona de confort, el atrevernos a hacer cosas nuevas, nos da miedo, inseguridad y genera resistencias internas y externas... Por eso, muchos nunca salen de la comodidad de su orilla y no se atreven a incursionar en experiencias nuevas... Y de cuántas cosas nos hemos perdido por no intentarlo...
Y he aquí que, en medio de la tormenta, cuando sienten que se hunden, aparece Jesús caminando sobre las aguas... Muchas veces nos quedamos en lo extraordinario de caminar sobre el mar... Pero lo verdaderamente extraordinario es el poder de Jesús para caminar con seguridad en medio de las tormentas y dificultades... La vida no es solo bonanza... 
Pedro, al verlo, le dice: "Si eres Tú, mándame ir hacia Ti caminando sobre el agua". Qué petición más hermosa...! "Mándame ir a ti..." Porque a veces nos sentimos lejos de Jesús y no sabemos cómo ir hacia Él... Y Jesús le dice: "ven".
La escena es impresionante. Pedro, fiado de la Palabra de Jesús, contra toda razón y lógica humanas, empieza a caminar sobre las aguas... Es decir, si nos fiamos de verdad de Jesús, si ponemos los ojos en Él, podemos también nosotros seguir adelante en medio de las dificultades... No porque nos las sabemos todas o somos superhombres, sino porque nos sabemos mirados y sostenidos por el Señor... Seguro que todos lo hemos experimentado alguna vez...
Pero, en un momento dado, Pedro duda... Y se hunde... Como nosotros... Todo va bien hasta que nos dejamos llevar por la duda y sucumbimos a la desconfianza... Esto es lo que realmente nos hunde, no la tormenta... Por eso Jesús le dice: "Por qué has dudado...?" 
El evangelio de hoy es una invitación a no tener miedo a abandonar nuestras zonas de confort, a atrevernos a intentar cosas nuevas, aunque nos genere inseguridad, a no perder la confianza en momentos de crisis, a poner nuestros ojos en Jesús...
Muchos piden que no hayan tormentas... Y eso es imposible... Pidamos, más bien, atravesarlas con decisión, confiadamente, sabiendo que contamos con el apoyo y la fuerza de Jesús.

lunes, 1 de agosto de 2016

Dadles vosotros de comer. (Mt 14, 13-21)

A veces vamos tan de prisa por la vida, tan cansados y ensimismados, que no nos damos cuenta de las cosas que ocurren a nuestro alrededor, de las personas que pueden estar necesitando de nosotros y, si lo hacemos, no nos paramos ante ellas...; unas veces, porque decimos no tener tiempo; otras, porque tenemos la sensación de que no podemos hacer nada... Y, esta sensación, es profundamente limitante... Siempre podemos hacer algo... Siempre podemos más de lo que creemos...
Esto fue lo que les pasó a los discípulos de Jesús. Llevaban todo el día rodeados de gente. Seguramente estaban cansados. Y aprovechan que ya era tarde, para sugerir que fueran a sus casas a comer. 
El texto de la multiplicación de los panes y de los peces es muy conocido. Admitiría muchas lecturas, todas ellas muy sugerentes. Hoy me quedo con el reto que les plantea Jesús: "Dadles vosotros de comer..."
La primera reacción es lógica, cómo van a dar de comer a tanta gente, como cuando nosotros decimos: pero si yo no sé, no puedo, no tengo... Y Jesús les invita a centrarse no en lo que no tienen, en lo que les falta, sino en lo que tienen, aunque aparentemente sea poco...
El resto de la historia la sabemos... Consiguen cinco panes y dos peces... Muy poco para todo lo que hay que hacer pero, es TODO... Eso es lo importante, no que sea mucho o poco, sino que sea todo. Y en manos de Jesús, que es quien bendice y hace fecundas nuestras obras, alcanza para todos y sobra...
Qué lección tan sencilla, tan práctica y tan importante... No nos autolimitamos, pongamos nuestra mirada en lo que tenemos o en lo que podemos conseguir, no importa que sea mucho o poco... Pongámoslo a disposición de Jesús, y Él hará que sea más que suficiente para la misión que nos tiene encomendada...