jueves, 29 de septiembre de 2016

Los arcángeles Gabriel, Miguel y Rafael.

En el mercado hay una amplia literatura sobre los ángeles. Existe incluso la llamada "angeología" o ciencia sobre los ángeles, con sus tratados, estudios..., en los que se habla de los diversos tipos de seres celestes, con sus jerarquías, etc. Todo esto despierta un gran interés en muchas personas.
En la Biblia, los ángeles han sido siempre presentados como mensajeros de Dios, intermediarios entre la divinidad y los seres humanos. En concreto, hay tres de los que se nos dan sus nombres: Gabriel, Miguel y Rafael. 
Los nombres, en la antigüedad, expresaban la identidad y la misión de la persona. Por eso, poner un nombre era algo muy importante. Si os fijáis, estos  tres arcángeles tienen en su nombre el sufijo "el", que quiere decir Dios. Es decir, su identidad está en clara relación con la divinidad y, su misión, estar a su servicio. Qué hermoso llevar en el propio nombre el sello de Dios. Qué grande vivir con la consciencia de que son sus mensajeros.
Y, ¿qué nos dicen sobre Dios?
Gabriel es el mensajero, el portavoz de Dios por excelencia; el que anunció a María que sería la madre del Mesías y el que llevó su sí. Con ello se nos pone de manifiesto que Dios quiere relacionarse con nosotros, nos dirige una palabra y espera de nosotros una respuesta.
Rafael aparece en la historia de Tobías. Pone de manifiesto el poder sanador de Dios. Es el que cura nuestras dolencias, el que nos guía por el camino de la vida.
Y, Miguel, es conocido como aquel que nos libra del poder del mal, el que lucha con nosotros y por nosotros, contra todo aquello que nos aparta del camino de la vida.
Estas tres "misiones", nos dan a conocer algo del "ser de Dios". Dios es alguien que desea entablar una relación cercana con nosotros, que nos dirige una palabra, que espera una respuesta. Es alguien que nos cuida, que nos guía, que nos sana por dentro. Alguien que nos protege, no de las dificultades de la vida, si no, como dice el Padre nuestro, de caer en la tentación, de caer en las garras del Maligno... 
Estos atributos divinos, que vemos claramente reflejados en estos tres arcángeles, aparecen en todo su esplendor en Jesús. Él no solo nos acompaña en el camino; Él es el camino que nos conduce al Padre. Jesús pasa por la vida haciendo el bien, sanando toda enfermedad y dolencia. Jesús es el gran mensajero de Dios, es su Palabra...
Dios se sigue haciendo presente en nuestra vida. Estemos atentos a sus mensajes, dejemos que nos sane por dentro y encomendémonos siempre a su protección.

miércoles, 28 de septiembre de 2016

El sutil engaño de nuestros "sí, pero..." (Lc 9, 57-62)

Una de las cosas que dificulta una toma de decisiones firme y decidida son nuestros "sí, pero, deja que primero...". 
Para nuestro cerebro es sumamente desconcertante, dado que hemos empezado diciendo que sí. Sin embargo, al añadir aquel "pero", justificado en que antes debemos hacer otras cosas, el resultado concreto es que "borramos con el codo lo que hemos escrito con la mano".
Sí, nuestra capacidad de autoengaño es infinita y muy sutil. Hay decisiones que sabemos que debemos tomar y, aparentemente las tomamos, pero... a la hora de llevar a cabo las acciones necesarias para ponerlas en acto, siempre encontramos una buena excusa para no empezar de inmediato...
Jesús también se encontró con ese tipo de personas...
En cierta ocasión, a uno le dijo: "sígueme", y aquel le contestó de inmediato... "Por supuesto, Señor, pero déjame primero enterrar a mi padre"... La razón es más que justificada, es profundamente humana. Lo que ocurre es que su padre aún no había fallecido; sino, obviamente, aquel muchacho estaría en el entierro... De este modo, posterga su decisión hasta quién sabe cuándo!
Poco más adelante, es otro quien, por propia iniciativa le dice: "Te seguiré... Pero déjame primero despedirme de mi familia"... Para tomar nuevas opciones, nuevos caminos, debemos aprender a despedirnos... A veces no avanzamos, sencillamente porque seguimos atados al pasado, a vínculos que ya deberían soltarse...
Soltemos amarras. No dejemos que falsas excusas, sutiles justificaciones, viejos apegos, detengan nuestra marcha en la dirección de una mayor libertad y entrega. Sigamos nuestro camino sin peros. Despleguemos nuestras alas, mantengamos el paso con firmeza, vayamos ágiles y decididos hacia nuestras metas, en la dirección que nos impulsa el viento, siguiendo la guía del Espíritu de Dios que habita nuestros corazones.

martes, 27 de septiembre de 2016

Cómo manejar el rechazo. (Lc 9, 51-56)

En la vida, uno de los indicadores de madurez es el modo como encajamos el rechazo o no aceptación de las personas. Una de las dificultades es la ilusión de creer que le deberíamos caer bien a todo el mundo y eso es, sencillamente, imposible. Hay personas para quienes esto es tan importante, que son capaces de cualquier cosa para obtener aprobación: son condescendiente, serviciales, llegan a renunciar a sus principios y convicciones, claudican ante los deseos de los demás, solo para ser aceptados. Y, si no lo consiguen, se hunden en la miseria o responden de manera agresiva. De allí la importancia de saber manejar este tipo de situaciones, normales en la vida pues, como dice el refrán "Nadie es una monedita de oro para caerle bien a todo el mundo".
Una vez más, el evangelio nos ayuda en nuestro crecimiento y maduración personal.
Jesús va de camino a Jerusalén y tiene que pasar por un pueblo de Samaria. Judíos y samaritanos no se llevaban bien, por motivos religiosos. En dicho pueblo, no lo reciben, precisamente porque se dirigía a la ciudad de David. Este es el hecho. Lo interesante son las reacciones ante el mismo hecho. Santiago y Juan, dos de los más cercanos a Jesús, los apodados "hijos del trueno" (¡ahora sabemos por qué!), reaccionan de manera violenta. Si por ellos fuera, destruirían aquella ciudad y sus habitantes. Sin embargo, Jesús, el verdadero agraviado, reacciona de manera contundente no contra aquellas personas, sino con sus dos discípulos, y usa una expresión significativa: "No sabéis de qué espíritu sois", es decir qué es lo que realmente os mueve por dentro. Y, añade: "yo no he venido a destruir a las personas sino a salvarlas".
Podríamos preguntarnos: ¿cómo reacciono yo ante el rechazo o no aceptación de los demás? El rechazo a mi persona, a alguna propuesta... ¿Qué espíritu es el que me mueve? ¿Estoy más inclinado a salvar o a destruir, a comprender y aceptar o a responder de manera violenta?
Aprendamos de Jesús, que supo encajar el rechazo, incluso la muerte, sin ceder a la tentación del odio, el rencor o la venganza que, al único que destruye es a quien lo acoge en su corazón y se deja llevar por estos sentimientos... Si nos valoramos y aceptamos a nosotros mismos como somos, si nos sabemos amados y aceptados por Dios, el rechazo no hará mella en nosotros y lo encajaremos con altura...

lunes, 26 de septiembre de 2016

El veneno de la envidia. (Lc 9, 46-50)

La envidia, el deseo muchas veces inconfesable e inconsciente de querer estar por encima de los demás, la necesidad de sentirnos superiores, está profundamente arraigado en el corazón humano... Y todo ello tiene una raíz común: el compararnos con los otros, el no aceptarnos y valorarnos como somos...
La envidia, ese ver a los que están a nuestro alrededor como rivales, ese sentirnos muchas veces en inferioridad de condiciones, "maltratados" por la vida, por la "naturaleza", incluso por Dios, nos hace profundamente daño... Sentimos que los demás tienen más suerte que yo, son más inteligentes que yo, tienen más cualidades que yo... Ese verme desde lo que "no tengo", en vez de descubrir lo maravilloso que soy, las enormes potencialidades que tengo, me empequeñece por dentro y enrarece las relaciones humanas... Somos diferentes, tenemos cualidades distintas..., igual que en la naturaleza hay multiplicidad de flores, árboles, colores, olores, sabores... Nuestras diferencias no deberían separarnos sino llevarnos a la mutua admiración, a la colaboración, que es lo contrario de la envidia...
El evangelio, hoy también nos da luz sobre esto. Jesús es un profundo conocedor de la naturaleza humana... Se da cuenta de que sus discípulos pugnan entre ellos para ver quién es el "primero"... Y él aprovecha la ocasión para enseñarles... No habla de competir con el otro sino de acogerlo... Acogerlo en su riqueza y en su diferencia... Acogerlo como se acoge a un niño, sin miedo..., con cariño, con ternura...
No tengamos miedo a que los demás nos hagan "sombra"... Tengamos la grandeza de reconocer lo bueno que los demás nos aportan, aunque no sean de "los nuestros"... Dios está presente en todo lo bueno y lo bello..., pero para reconocerlo en los demás, debemos reconocerlo en nosotros mismos...
No nos comparemos... Qué sentido tendría que una margarita se compare con un manzano... Cada uno tiene su riqueza... Yo tengo mi propia belleza... No soy más ni menos que nadie... Seamos agradecidos por todos los dones que hemos recibido... Si hiciéramos una lista, nos quedaríamos profundamente sorprendidos... Y demos a los demás, el regalo de nuestro aprecio y amor sinceros...

domingo, 25 de septiembre de 2016

Parábola del rico y el pobre Lázaro. (Lc 16, 19-31)

La parábola del rico sin nombre y del pobre Lázaro es una de esas páginas que pone ante nosotros muchos de esos comportamientos inhumanos. Un rico sin nombre, para quien el dinero se ha convertido en su identidad, su segunda piel. El pobre, en cambio, tiene el nombre del amigo de Betania. El evangelio no usa nunca nombres propios en las parábolas. El pobre Lázaro es una excepción, una feliz anomalía que deja percibir los latidos del corazón de Jesús.
El pobre murió y fue llevado al seno de Abraham, murió el rico y fue sepultado en el infierno. ¿Por qué es condenado el rico? ¿Por el lujo, por llevar ropa de marca, por sus excesos de gula? No. Su pecado es la indiferencia hacia el pobre: ni un solo gesto, ni una palabra. Lo contrario al amor no es el odio sino la indiferencia, por la cual el otro ni siquiera existe. Y Lázaro no es nada más que una sombra entre los perros.
El pobre es llevado en alto; el rico es sepultado en bajo: ambos están en los dos extremos de la sociedad en esta vida, y a los dos extremos después. Entre nosotros y vosotros hay un gran abismo, dice Abraham, de algún modo permanece la gran separación creada en vida. Porque la eternidad empieza ya en el tiempo, se insinúa en el instante, poniendo de manifiesto que el infierno está ya aquí, generado y nutrido por nuestras decisiones sin corazón: el pobre está en el portal de la casa, el rico entra y sale y ni siquiera lo ve, no tiene los ojos del corazón.
En esta historia, faltan tres gestos: ver, pararse y tocar. Tres verbos profundamente humanos, las primeras tres acciones del Buen Samaritano. Faltan, y entre las personas se cavan abismos, se alzan muros. Pero quien levanta muros, se aísla a sí mismo. “Te pido, manda a Lázaro con una gota de agua en el dedo… mándalo a avisar a mis cinco hermanos… No, ¡ni aunque vean regresar a un muerto, se convertirán!”
Lo que convierte no es la muerte sino la vida. Quien no se ha planteado el problema de Dios y de los hermanos o la pregunta por el sentido ante el impresionante y doloroso misterio que es la vida, entre sonrisas y lágrimas, no se lo planteará ni siquiera ante el misterio más pequeño y oscuro que es la muerte.
“Tienen a Moisés y a los profetas”, tienen el grito de los pobres, que son la palabra y la carne de Dios (lo que habéis hecho a uno de estos, los más pequeños, me lo habéis hecho a mí). En su hambre, es Dios quien tiene hambre; en sus llagas, es Dios quien está llagado.
No hay aparición o milagro u oración que cuente más que su grito: “Si estás orando y un pobre tiene necesidad de ti, ve hacia él. El Dios que dejas es menos seguro que el Dios que encuentras” (San Vicente de Lellis). En la parábola, no se nombra a Dios; sin embargo, se deja intuir que estaba presente, cerca de su amigo Lázaro, atento a los gestos que se tienen con el pobre, pronto a recordarlo y cuidarlo para siempre.
(Ermes Ronchi - www.retesicomoro.it - traducido del italiano)

sábado, 24 de septiembre de 2016

¿Por qué negamos lo que nos hace sufrir? (Lc 9, 43b-45)

Muchas veces nos cuesta ver la realidad como es porque nos genera sufrimiento. No reconocemos una enfermedad, una situación que ya no tiene salida, una pérdida, y vivimos como si no pasara nada, negando la evidencia..., insisto, no porque no esté ante nuestros ojos, sino porque, reconocerlo, nos ocasionaría mucho dolor.
En el evangelio de hoy, se nos presenta a Jesús con un alto nivel de consciencia. Sabe lo que ocurre a su alrededor... Aunque hay personas que lo siguen, aunque su persona y su actuación despierta una gran admiración, no se le oculta que hay sectores influyentes que buscan matarlo. Y esto no lo lleva a negarlo, huir o quejarse. Lo lleva a vivir consciente, despierto... cada momento de su vida.
Sin embargo, cuando comparte esto con sus discípulos, con ánimo de que también ellos sean conscientes de la gravedad del momento, ellos "no entienden"... Como nos pasa a nosotros... Muchas cosas son "evidentes", pero no las entendemos... Sin duda es un mecanismo de defensa... El cerebro tiende a protegernos de aquello que no tenemos capacidad de asumir o procesar, hasta el día en que estamos preparados... Y, lo curioso, es que a los discípulos les daba miedo preguntar... Sí, muchas veces preferimos no preguntar, no saber, por miedo a obtener una respuesta que intuimos no nos va a gustar...
No tengamos miedo a ver las cosas como son, a llamarlas por su nombre... Vivamos despiertos, con consciencia... Acojamos lo que la vida trae, lo bueno y lo que, según nosotros, no lo es tanto... Vivamos sin miedo, dejando que las cosas, que la vida fluya, con la confianza de que siempre, pase lo que pase, estamos en las manos de Dios. Y seamos pacientes y amorosos con quienes atraviesan este tipo de situaciones y brindémosles el apoyo necesario para que puedan atravesar con fortaleza y serenidad momentos dolorosos..., esa serenidad y fortaleza que nos da Dios...

lunes, 19 de septiembre de 2016

Ilumina con tu luz. (Lc 8, 16-18)

Hay un refrán que dice: "En comunidad no muestres tu habilidad". Con ello se expresa que no siempre es conveniente que se conozca lo que hacemos bien para así evitar que nos requieran continuamente para hacer eso que sabemos. Otros, esconden también sus cualidades o sus éxitos, por temor a ser considerados pretenciosos. Y, no pocas veces, cuando nos reconocen un trabajo bien hecho, una cualidad, hasta un bonito vestido, nos cuesta recibir el cumplido y decir sencillamente "gracias".
Hoy Jesús nos dice: "Nadie enciende un candil -o una vela- y lo tapa con una vasija o lo mete debajo de la cama, si no que lo pone en el candelero para que los que entran tengan luz."
Nuestros dones y habilidades son para desplegarse, para desarrollarlos, para ponerlos al servicio de los demás, no para permanecer ocultas...
No tengamos reparo en mostrar lo que sabemos o lo que hacemos bien... Los "talentos" recibidos son para hacerlos fructificar, la luz que nos ha sido regalada, para iluminar.
¿Cuál es esa luz que te ha sido regalada y que deberías poner en el candelero para iluminar a los demás?
Y, cuando te alaben por algo que has hecho bien, por algún don personal o por lo que sea, da sencillamente las gracias...

sábado, 17 de septiembre de 2016

Persigue tus metas. (Lc 8, 4-15)

Trabajar con personas no es fácil, pero merece la pena. Esto se ve de manera especialmente palpable en el campo de la formación... en la escuela, en la familia, en las relaciones de ayuda... Y no pocas veces tenemos la sensación de fracaso... Hemos puesto todo nuestro esfuerzo y dedicación, y nuestros alumnos, nuestros hijos o personas a las que intentamos ayudar con nuestros consejos y ejemplo... no responden..., o al menos así nos parece.
Jesús también tuvo esa experiencia. Recuerdo la curación de aquellos 10 leprosos y solo uno volvió a dar las gracias... En la parábola del sembrador, Jesús nos va a recordar que la respuesta es responsabilidad personal. 
La conocéis. Sale un sembrador a sembrar. Su tarea es arrojar la semilla. Y, en este caso, el éxito de la cosecha no va a depender ni de quien siembra ni de la calidad de la semilla sino del tipo de terreno; es decir, de la respuesta y disposición personal de cada uno... 
En la parábola, Jesús habla de 4 tipo de personas. Aquellas que escuchan, pero no se enteran, como si tuvieran un impermeable o una coraza; personas que escuchan y su respuesta inicial es positiva, pero ante las dificultades se dan por vencidos, no luchan, renuncian, les falta constancia; personas que quieren hacer lo que se les dice o saben que es bueno, pero que andan tan liados, que nunca tienen tiempo de hacerlo; y personas que se marcan sus objetivos, sus metas y van a por ellas...
Esta parábola nos anima a seguir sembrando sin desanimarnos. Pero también a saber que no todo depende de quien siembra. Y nos lleva a preguntarnos cuál es nuestra disposición personal... ¿Tenemos claras nuestras metas, nuestros objetivos, sobre todo de cara al tipo de persona que quiero ser, a lo que quiero conseguir en esta vida? ¿O soy de los que me propongo cosas pero las dificultades, la dispersión o, sencillamente, la comodidad, boicotean lo que en el fondo deseo alcanzar?
Acojamos esa semilla de buenos deseos que Dios pone en nuestro corazón y pongamos los medios para que pueda fructificar.

viernes, 16 de septiembre de 2016

Amar con ternura. (Lc 7, 36-50)

Hace ya tiempo escuché que la ternura es el amor puesto en el detalle. Es decir, el amor expresado en las pequeñas cosas que hacen la vida... Puedo dar un vaso de agua o servir una taza de café de muchas maneras... Las máquinas expendedoras también los hacen... Pero hay personas que hacen que ese vaso de agua o ese café se vuelvan inolvidables por la sonrisa con que lo sirven, la servilleta, no sé, pequeños detalles que hacen de esas cosas triviales algo especial. Lamentablemente, a veces vamos tan de prisa, que nos olvidamos de esto...
El evangelio de hoy nos presenta a Jesús en una comida. El anfitrión se escandaliza porque ha entrado en la sala una mujer de "mala vida" que va directamente hacia Jesús y le lava las pies con sus lágrimas, se los seca con sus cabellos y los besa... Jesús, que se da cuenta de todo, hace caer en la cuenta a Simón de que, aquella mujer, lo ha tratado con más delicadeza y ternura que él... Simón no tuvo ningún detalle con su invitado, ni siquiera la más mínima cortesía... No tuvo el gesto habitual de lavarle los pies -o hacérselos- lavar, dado que vendrían llenos del polvo del camino, ni siquiera lo saludó con el beso, muestra de hospitalidad... En cambio, aquella mujer, que estaba siendo menospreciada por el que se consideraba superior, tuvo no solo gestos de educación, sino gestos llenos de amor, de detalle, de ternura...
No perdamos estos pequeños detalles en nuestra vida cotidiana... Tengamos gestos de ternura y cariño con quienes tenemos cerca, que es con quienes más se nos olvida... Pero también con esas personas a quienes nos dirigimos, a quienes servimos... No hagamos las cosas de cualquier manera... Pongamos a todo, el sello de la delicadeza, el amor, la ternura... Hagamos de cada gesto, algo especial e inolvidable...

miércoles, 14 de septiembre de 2016

Y tú, en qué Dios crees? (Jn 3, 13-17)

Yo estoy convencida de que las personas somos seres espirituales. Tenemos un cuerpo al que cuidar, pero no somos solo lo que se ve, tenemos un mundo de pensamientos y sentimientos, una interioridad, una mente, una consciencia, a la que también hay que prestar atención para que sea sana. Y, además, tenemos una dimensión espiritual que nos lleva a buscar un sentido profundo a lo que hacemos, que nos lleva a preguntarnos quiénes somos realmente, qué ocurre después de la muerte...
Cultivar esta dimensión espiritual nos abre a la pregunta sobre Dios o sobre la existencia de un ser superior. Sin embargo, la pregunta más crucial no es si creemos en Dios, si no en qué Dios creemos...
Yo creo que muchas personas que dicen no creer en Dios, o que han terminado alejándose de Él, lo que rechazan es a un Dios en el que realmente no se puede creer... Alguien que juzga, que condena, que controla, que castiga, que permite el sufrimiento, a quien se le atribuyen las catástrofes, las guerras, la muerte de un ser querido...  Y Dios no es eso...
El evangelio de hoy nos habla de un Dios que es amor, cuya esencia es el amor y que, por eso, no puede hacer más que amar...
El cristianismo nos presenta a un Dios que quiso hacerse hombre para estar más cerca de nosotros, para enseñarnos el camino de la felicidad, que no vino a condenar sino a salvar, a liberarnos de todo aquello que no nos deja ser nosotros mismos, para que podamos vivir desde nuestra verdadera esencia: el amor... Por eso somos felices cuando amamos y cuando nos sentimos amados...
Y tú, en qué Dios crees?

martes, 13 de septiembre de 2016

Y tú, cómo vas por la vida...?... (Lc 7, 11-17)

Hay muchas maneras de ir por la vida... Distraídos, con prisa, persiguiendo nuestros objetivos, dormidos, ciegos...
Una vez leí una de parábola de Leonardo Boff. Semejaba la vida a un tren. En él viajan muchas personas, distribuidas en distintos vagones. Unos en clase turista y, otros, en preferente... Unos van leyendo, otro mirando por la ventana, algunos conversando y, muchos en sus cosas... Pero, al final, todos llegarán al mismo destino y no viajamos solos... Sí, la vida es un viaje, un trayecto, un camino hacia... Aunque a veces vivimos como si fuera nuestro único horizonte... Por eso, alguna vez viene bien preguntarnos cómo voy yo por la vida...
San Lucas definió a Jesús como alguien que pasó por la vida haciendo el bien... Qué dirían de mí?
Ese pasar haciendo el bien no era fruto de un activismo voluntarista... Hay personas que no saben estar sin hacer nada o sin resolverle la vida a los demás. Las acciones de Jesús son fruto de ir por la vida con los ojos abiertos, atento a lo que le pasaba a los demás, mirando con los ojos y con el corazon. Un mirar capaz de conmoverse y que, por eso, lo lleva a hacer algo.
En el evangelio de hoy, Jesús va de camino y se encuentra con un entierro... Una mujer viuda, va a sepultar a su único hijo. Unido a su dolor, está la situación de total precariedad e indefensión en la que queda... Y Jesús se conmueve... Se detiene... Y hace lo que está en su mano. En este caso, devolver aquel hijo a su madre...
Probablemente en nosotros no está el poder de resucitar a un muerto. Pero sí la de detenernos, escuchar, acoger un dolor, consolar, dar apoyo y esperanza...
No pasemos de largo ante el dolor de la gente, empezando por los que están cerca, por los que me encuentro en mi día a día... Miremos, detengámonos, escuchemos... Solo este gesto, en muchos casos, devuelve la esperanza y la vida...

lunes, 12 de septiembre de 2016

La importancia del reconocimiento. (Lc 7, 1-10)

A todos nos gusta que nos reconozcan cuando hemos hecho algo bien, una cualidad que aportamos en 
nuestro trabajo, un don, un favor, lo que sea. Y solemos llevar mal cuando no lo hacen... Tal vez sería bueno que nos diéramos cuenta de que esto mismo les pasa a los demás; es decir, que también necesitan ser reconocidos...
En educación se habla de la importancia de dar refuerzos positivos, de poner de manifiesto lo que un alumno hace bien... Eso mejora su autoestima y le ayuda a crecer con seguridad y confianza. Este principio educativo es igualmente válido en nuestros entornos laborales, en nuestras familias, con nuestros amigos...
En el evangelio de hoy, Jesús reconoce públicamente las virtudes de un centurión romano. Es decir, ni siquiera de un amigo o de un colaborador cercano, sino de "pagano". Buena persona, sí, pero que no era de los suyos...
La historia la conocemos. 
Un militar del ejército de ocupación tiene un empleado enfermo. Manda a pedir a Jesús que lo cure. Y lo manda a pedir porque él no se siente digno de dirigirse al Maestro. Pero tiene la confianza ciega de que Jesús puede curarlo... Y, ante esa humildad y esa fe profunda, Jesús lo alaba en público: En nadie he visto una fe tan grande...
Hagamos el regalo a los demás de nuestro reconocimiento público... Veamos todo lo bueno que los demás tienen y aportan y digámoselo... A nuestros, hijos, a nuestros compañeros de trabajo, a nuestros amigos, al que nos atiende en un supermercado... Tengamos esa generosidad y esa grandeza... 

sábado, 10 de septiembre de 2016

Para obtener resultados, practica... (Lc 6, 43-49)

Una vez escuché que sabio es aquel que vive de acuerdo a lo que sabe... Es decir, lo que lo distingue de otras personas que seguramente saben tanto o más que él, es que el sabio no se limita a almacenar conocimientos, sino que los practica.
Del ser humano sorprende que sigamos haciendo lo que sabemos no nos ayuda y que no hagamos lo que nos beneficia y nos conviene... Sabemos que no debemos fumar y fumamos, sabemos que no nos conviene el azúcar y la comemos, sabemos que deberíamos hacer ejercicio pero nunca sacamos tiempo... Sé que tendría que llamar a esa persona a la que estoy deseando ver pero... Y, así, una lista interminable...
Esto nos puede ayudar a entender el evangelio de hoy. San Lucas, termina el equivalente al Sermón del Monte de Mateo (Lucas sitúa a Jesús en una llanura), con una referencia de Jesús a los que escuchan sus palabras -las "saben- pero no las ponen en práctica y los compara como aquellos que construyen su casa sobre arena. Es decir, de nada sirve escuchar a Jesús o saber muchas cosas que podrían cambiar nuestra vida, si luego no las practicamos... Si oímos, leemos, hacemos cursos y cursillos, etc., etc., pero no ponemos en práctica lo que allí aprendemos o descubrimos, de qué nos sirve, eso no nos cambia la vida...
Las cosas solo se aprenden cuando se practican... Por eso ahora se insiste en que, para adquirir nuevos hábitos, debemos repetir durante 21 días consecutivos, aquello que queremos conseguir o eliminar... 
Mira dentro de ti y pregúntate: Qué son aquellas cosas que sabes que tendrías que cambiar, mejorar o eliminar de tu vida pero que no te has puesto decididamente a hacer? 
En nuestro interior sabemos muchas veces lo que tenemos que hacer. En el evangelio, Jesús nos señala el camino a recorrer... Pero no seamos de los que sólo escuchamos... Pongamos en práctica sus enseñanzas, hagamos lo que sabemos tendríamos que hacer... El primer beneficiado seré yo y, sin duda, los demás...

viernes, 9 de septiembre de 2016

Quítate los tacones...! (Lc 6, 39-42)

Todos conocemos personas que, como se dice vulgarmente, "se las saben todas"... Y, si no se lo saben, se lo inventan. 
Esto, en principio, no es ni bueno ni malo. Salvo que, detrás de ese modo de andar por la vida, se esconda la necesidad de estar por encima de los demás, sobresalir o, sencillamente, no querer reconocer sus limitaciones, como si reconocer no saber algo, nos hiciera menos o nos pusiera en situación de inferioridad... Como si mi autoestima dependiera de ese saberlo y controlarlo todo y, la verdad, eso es imposible.
Hoy el evangelio también nos ayuda a iluminar este tipo de situaciones. Y lo hace a través de varios ejemplos. Nos habla de que un ciego no puede guiar a otro ciego. Por tanto, si no sé algo, mejor reconocerlo y buscar a alguien que lo sepa, no sea que haga una barbaridad... O cuando nos habla de la facilidad que tenemos para mirar la mota en el ojo ajeno y no la viga en el nuestro. Y, sí, con qué facilidad vemos los defectos en los demás, su búsqueda de reconocimiento, de quedar bien y, en cambio, no vemos la de veces que nos pasa lo mismo.
No tengamos miedo a reconocer nuestras limitaciones. Pidamos ayuda cuando la necesitemos, reconozcamos si en algún momento no sabemos algo, no seamos ligeros de juicio..., no sea que, lo que veo en los demás, lo tenga yo mismo "corregido y aumentado"... 
Dolores Sopeña decía: Qué hermoso es reconocerse...! Sí, vivir con sencillez, siendo lo que somos, sin necesidad de ponernos tacones... Eso da una libertad enorme...!

jueves, 8 de septiembre de 2016

La alegría de un nacimiento.

Todo nacimiento es fuente de alegría... Si, además, somos conscientes de que la vida es un regalo que recibimos de Dios, el corazón se llena de agradecimiento. Dios nos llama a la vida, con el sueño de hacernos participar de su misma vida, hasta disfrutar de ella eternamente...
Si esto es así en cualquier nacimiento, la Iglesia celebra de manera especial la fiesta de la Natividad de la Virgen Maria.
María, a quien el ángel llama "llena de gracia"; es decir, llena del amor de Dios, es el espejo en el que nos podemos ver todos... Todos estamos llenos de Dios, de su amor, de su gracia... 
En María vemos claramente cómo todos venimos a este mundo con una misión... Ella, la de ser la madre de Jesús... Misión muy delicada... Aceptar llevarlo en su seno, corriendo el riesgo de ser apedreada... La responsabilidad de educarlo, de enseñarle las pequeñas y grandes cosas de la vida... Una misión llevada siempre en segundo plano, de manera oculta... Y, sin embargo, de cuánta trascendencia... Su "mérito", poner toda su vida al servicio de Dios, escuchar sus llamadas, seguir su voz..., muchas veces sin entender lo que estaba pasando... María, la que guardaba todo en su corazón..., con la confianza de saberse en manos Dios, que es quien conduce la historia... Aprendamos de su sí, de su entrega, de su confianza... Hagamos de nuestra vida un sí...
Celebremos nuestros cumpleaños con esta consciencia y agradecimiento.. La consciencia de haber sido llamados a la vida para una misión..., colaborar con Dios en la felicidad de sus hijos queridos...

miércoles, 7 de septiembre de 2016

La verdadera felicidad... (Lc 6, 20-26)

A juzgar por lo que vemos en los anuncios, en las películas, en las noticias, la felicidad solo se consigue con dinero... Sí, puesto que, si para ser feliz, necesito un coche último modelo, un móvil último modelo, una casa de cine, un tren de vida en el que no tengo por qué consultar mi cuenta corriente..., esto solo es posible con dinero, con mucho dinero... Con lo cual, podemos llegar a pensar que esto está al alcance solo de unos pocos y, explica, por qué tantas personas entregan lo mejor de sus vidas, de sus energías y de su tiempo a tener más, más y más, sin parecerles nunca suficiente...
Por eso, sorprende escuchar a Jesús llamar "felices" a los que, normalmente, consideramos desdichados y, a su vez, sentir pena, por aquellos a quienes muchas veces envidiamos...
San Lucas simplifica las bienaventuranzas que aparecen en el evangelio según San Mateo y las presenta sin matices. Donde Mateo habla de felices los pobres de espíritu, San Lucas llama sencillamente felices a los pobres. 
En nuestro lenguaje corriente, la pobreza es algo negativo, puesto que denota carencia de algo... Y cuando nos falta algo, solemos sentirnos desdichados... Sin embargo, la pobreza, al aludir a esa "carencia", es una situación que nos permite darnos cuenta de que somos seres necesitados... Que lo verdaderamente importante, no se compra, se recibe como regalo... El amor, la vida, la amistad, el perdón... Soy feliz cuando reconozco y acepto mi pobreza, mi ser débil y frágil... Eso me abre a recibir de los demás, me abre al agradecimiento, me abre a la oración humilde y sencilla...
Felices los que tienen hambre, pero no solo de pan... Felices los que no están satisfechos, los que sienten que les falta "algo", porque tienen un espacio abierto a la acogida..., porque buscan algo más profundo... Y esto, los pondrá en actitud de búsqueda... Y el que busca, encuentra...
Felices los que lloran, los que sufren, los que experimentan esas dolorosas pérdidas en sus vidas... Felices, no por su dolor..., sino porque cuando se ponen delante de Dios, experimentan su amor y su consuelo... Dios no quiere el sufrimiento, pero este forma parte de la vida y, en esos momentos, no estamos solos...
En cambio, a Jesús le daban pena los ricos, los satisfechos, los que viven engañándose a sí mismos, creyendo que no necesitan de nada ni de nadie... Qué soledad, qué precariedad más terrible...
Apostemos por la verdadera felicidad... Se puede ser feliz con tan poco...! Las cosas son necesarias, sin duda... Pero lo que verdaderamente nos hace felices, es gratis... Acojámoslo, cuidémoslo, agradezcámoslo y ofrezcámoselo también a los demás... 

martes, 6 de septiembre de 2016

Cómo tomar decisiones… (Lc 6, 12-19)

En la vida estamos tomando decisiones continuamente. Unas muy sencillas: qué desayunar, tomar el ascensor o subir por las escaleras… Y, otras, más complejas: qué profesión elegir, decidirme entre distintas opciones laborales, qué hacer con mi vida…
Hay personas a las que les cuesta tomar decisiones y las dilatan indefinidamente… Creen que, de este modo, no corren el riesgo de equivocarse… Sin embargo, detrás de esto hay un sutil engaño… No elegir es ya haber elegido… Elijo que otros decidan por mí o elijo que mi vida no tenga un rumbo determinado… Y, no pocas veces, luego viene la queja o la lamentación…
Vivir es elegir… Y hay que elegir conscientemente… Es la manera de tomar nuestra vida en nuestras propias manos, hacernos responsables de ella…
Las elecciones importantes, aquellas que pueden marcar la dirección de nuestra vida, hay que cuidarlas… No deberíamos tomarlas precipitadamente ni dejarlas al azar…
Hoy el evangelio nos muestra a Jesús en uno de esos momentos trascendentales… Tiene que elegir a Doce entre la multitud de discípulos que le siguen… Doce que serán los encargados de continuar su misión… Doce íntimos, cercanos… Elegir a esas personas en las que depositaremos toda nuestra confianza no es fácil… Por eso, pasa la noche en oración… Es decir, no se trata solo de, como se dice vulgarmente, “consultarlo con la almohada”, sino de poner nuestras decisiones delante de Dios, ante su mirada, bajo su luz… Sopesarlas con calma, dejando que lo que tengo que hacer de alguna manera me fluya desde dentro…, desde ese lugar que nos indica qué es lo mejor en un momento determinado…
En momentos de incertidumbre… o cuando nos enfrentamos a disyuntivas… o ante decisiones que puedan ser clave para nosotros…, pongámonos delante de Dios, dejémonos guiar por esa voz interior… Y confiemos en ella…

lunes, 5 de septiembre de 2016

¡Abre tus brazos y abraza el mundo...! (Lc 6, 6-11)

Hay momentos en la vida en los que nos sentimos como paralizados... A veces por falta de motivación -la motivación es lo que nos mueve internamente-; otras, por comodidad -siempre cuesta salir de nuestra zona de confort- y, no pocas veces, por miedo... Miedo a equivocarnos, a hacerlo mal, al qué dirán, a tantas cosas...
También, en ocasiones, nuestras parálisis pueden venir de sentirnos en entornos que no nos permiten desarrollarnos... Es como si estuviéramos encogidos...
Hoy el evangelio nos presenta el caso de un hombre que tenía paralizado el brazo derecho... 
El brazo derecho, para quienes somos diestros, es básico... Refleja un poco la situación de la que hablaba yo arriba... Además, nos vuelve un poco inútiles o torpes... Tampoco podemos ayudar, dar la mano, recibir, abrazar...
Dejo de lado la polémica con los escribas y fariseos... ¡Qué bien representan a los que hacen problema por todo...!
Lo curioso es que este hombre estaba en la sinagoga, en un entorno religioso... Y esto, sin embargo, no lo ayudaba a superar sus parálisis... A veces, nuestros entornos, los más cercanos, los que tendrían que ayudarnos a ser más libres, más nosotros mismos, apoyar nuestras iniciativas..., no lo hacen, incluso nos recortan...
Hoy Jesús nos dice: "extiende tu brazo..." Aquel hombre, extendió su brazo y quedó curado... ¿Y nosotros…?
La verdadera experiencia espiritual, el encuentro profundo con nosotros mismos, el sentir a Dios presente en nuestra vida, nos ayuda a liberarnos de nuestras parálisis, nos da alas para volar... 
Rodeémonos de entornos y personas que nos ayuden a "estirarnos"... Dejemos que Dios entre en nuestra vida y nos expanda por dentro... Extendamos nuestros brazos, demos la mano, ayudemos, abracemos, amemos... ¡Inténtalo… y verás! 

domingo, 4 de septiembre de 2016

Condiciones para ser discípulos de Jesús. (Lc 14, 25-33)

Jesús, siempre desconcertante en sus propuestas, nos señala tres condiciones para seguirlo. La primera: Si uno viene a mí y no me ama más que a su padre, su madre, su mujer, sus hijos, sus hermanos, sus hermanas, hasta la propia vida, no puede ser mi discípulo. Jesús centra todo en el amor. Lo hace con palabras que parecen ir contra la grandeza y la fuerza de nuestros afectos, que son fuente de felicidad en nuestra vida. Pero, el verbo central de la frase es: si uno no me "ama más". Por tanto, no se trata de restar sino de sumar.
Jesús no pretende que no amemos, sino que añade un "más". El discípulo es aquel que, sobre la luz de sus amores, proyecta una luz más potente. Y el resultado no es una disminución sino un potenciamiento: Tú sabes lo hermoso que es amar y ser amado, lo importante que es el cariño de la familia; pues yo te ofrezco algo aún más hermoso. Jesús es la garantía de que tus amores serán más profundos y luminosos, porque Él tiene la llave del arte de amar.
La segunda condición: Llevar la propia cruz y seguirlo. No banalicemos la cruz. No la reduzcamos a una simple imagen de las inevitables dificultades de la vida, de los problemas en la familia, nuestros cansancios o enfermedades que debemos soportar con paz. En el evangelio "cruz" es el culmen y el resumen de toda la vida de Jesús: amor sin medida, amor desarmado, valiente, que no se echa para atrás, no engaña, no traiciona...
La primera y la segunda condición: amar más y cargar la cruz, se iluminan mutuamente; cargar la cruz significa amar hasta el fondo. Jesús no ama a medias, pues eso produce tristeza: si tienes que construir una torre, primero siéntate y calcula bien si tienes los medios suficientes para hacerlo. Quiere de nosotros respuestas libres, maduras, ponderados e inteligentes.
Y continúa con la tercera condición: si alguno de vosotros no renuncia a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo. La renuncian que pide Jesús no es un sacrificio sino un acto de libertad: libérate del ansia de poseer, de la ilusión que te hace pensar: "yo tengo, yo acumulo, por tanto, yo soy y yo valgo". "Un hombre no vale por lo que posee o por el color de su piel, sino por la calidad de sus sentimientos" (M. L. King). "Un hombre vale lo que vale su corazón" (Gandhi).
No te dejes atrapar por las cosas: tu vida no depende de tus bienes. Deja las cosas y toma sobre ti la calidad de los sentimientos. Aprende no a tener más, sino a amar más. Jesús no pretende posesionarse de la persona, sino liberarla, dándole alas que le permitan volar hacia una mayor libertad, un mayor amor, una mayor consciencia. Por eso, nombrar a Cristo, hablar del evangelio equivale siempre a llenar el corazón de amor y de vida.
(Ermes Ronchi. Traducido del italiano. www.retesicomoro.it)

sábado, 3 de septiembre de 2016

¡Siéntete libre…! (Lc 6, 1-5)

Hay personas que se empeñan en ver siempre lo negativo, lo que los demás hacen mal, y están permanente corrigiendo y diciendo lo que hay que hacer… y lo que no… Viven al acecho, como si hubieran recibido la misión celestial de supervisar que todos hagan lo correcto… Y la realizan con auténtica dedicación…
Que digo que el tren llega a las 3 de la tarde; ya habrá alguien que diga que no, que es a las 3.02. Que cuento una anécdota, pues ya se encargarán de matizar detalles o corregir pequeñas imprecisiones…
También son personas muy amantes de lo mandado, que no se mueven ni un milímetro de lo que hay que hacer; y, sobre todo, que no dejan que lo hagan los demás… Personas junto a las cuales nos sentimos constreñidas…
Yo he llegado a la conclusión de que no lo hacen por mala voluntad; han sido educados así… Y, en cierto modo, son los primeros en sufrirlo…
Hoy Jesús nos quita otra carga de encima y nos invita a vivir con la libertad de los hijos de Dios.
Un día, Él y sus discípulos iban caminando y atravesaban un sembrado. Como tenían hambre, algunos de ellos arrancaron espigas, las frotaron con sus manos y comieron el grano. El problema es que era sábado, el día dedicado al Señor. Lo que nació como una invitación a dedicarle un tiempo de calidad a Dios y a dejar ese tiempo a disposición de los demás (no hacerlos trabajar), se convirtió en una prohibición absoluta… No se podía hacer nada…, llegando al absurdo de ni siquiera poder hacer un favor o sencillamente cubrir una necesidad básica; en este caso, saciar el hambre…
Nuevamente, los de siempre, se quejan ante Jesús. Y su respuesta, como siempre, nos da luces para vivir. Jesús les recuerda que ya en tiempos remotos, David hizo algo parecido… Cuando alguien tiene hambre, lo normal es que coma… No se puede prohibir algo que va a favor de la persona y, menos aún, en nombre de Dios…
En este texto, Jesús se presenta como “señor del sábado”; es decir, como intérprete autorizado de cómo vivir los preceptos religiosos. Y, la regla de oro es que Dios quiere que el hombre viva y, lo que Él “manda”, lo que busca es proteger la libertad y la dignidad de cada persona… No vivamos constreñidos y constriñamos a los demás… Sintámonos libres, con la libertad de hacer el bien, de hacer lo que tenemos que hacer y creemos ese ambiente en el que los demás también puedan sentirse libres, espontáneos, distendidos… La verdadera religión, libera; nunca oprime… 

viernes, 2 de septiembre de 2016

Date permiso para disfrutar. (Lc 5, 33-39)

Hay personas que parece que internamente se tienen prohibido disfrutar… Puede que no sean conscientes de ello, pero es así. Llevan tan a pecho el sentido del deber y la responsabilidad, que a veces es como si llevaran una pesada carga sobre sus hombros que no les permite descansar ni un minuto y, menos aún, dedicar tiempo para ellos mismos, para descansar, disfrutar, hacer algún hobby o, sencillamente, no hacer nada… Muchas veces digo medio en broma, medio en serio, que podemos permitirnos parar y descansar y que, aun así, el mundo seguirá girando… ¡Vamos, que necesarios todos, pero imprescindible, nadie…!
Hoy el evangelio nos invita a darnos permiso para disfrutar. Sí, como lo oís, darnos permiso… Permitirnos disfrutar sin sentirnos culpables, irresponsables o que estamos perdiendo el tiempo…
Unos fariseos y letrados se acercan a Jesús en son de queja y le dicen: nosotros y otras personas religiosas ayunamos; en cambio, los que te siguen, a comer y a beber… Esto me recuerda a algunas de nuestras quejas, cuando nos vemos tan trabajadores y responsables, que nos parece que los demás no hacen nada… Y, sobre todo, la queja refleja que lo que realizamos, lo llevamos como una carga, no como un servicio…
Entonces, Jesús les recuerda que la vida es una fiesta en la que hay que saber disfrutar… No se trata de no hacer nada o de hacer el vago; no. Se trata de descubrir la cantidad de cosas maravillosas que Dios nos regala cada día, la cantidad de oportunidades para disfrutar: encuentros con amigos, un buen libro, un paseo, un momento de relajación y silencio…
Dios no es un Dios amargado ni un capataz que nos impone cargas pesadas… Él ha venido a liberarnos de nuestras cargas autoimpuestas…
Disfrutemos de las pequeñas cosas y permitamos, también, que los demás disfruten… Como dice Pablo, sirvamos al Señor con alegría… Dios está con nosotros, la vida es bella, ¡tenemos mucho que celebrar…!

jueves, 1 de septiembre de 2016

Descubre tu potencial (Lc 5, 1-11)

Todos tenemos un enorme potencial dentro de nosotros. Es decir, posibilidades muchas veces sin descubrir, explorar y, por tanto, sin explotar. De hecho, actualmente existen los conocidos como “cazatalentos”; personas que saben ver todo lo que puede llegar a ser una persona.
En las Olimpiadas que acabamos de celebrar, hay muchos ejemplos de esos… Deportistas que fueron descubiertos por alguien, antes de que destacaran de manera particular, y que después de un adecuado entrenamiento y, por supuesto, empeño personal, han llegado a conquistar medallas… El evangelio de hoy me recuerda esto…
Jesús tiene un profundo conocimiento de las personas… Sabe cómo somos, lo que hay en nuestro interior, nuestra historia y, sobre todo, sabe lo que podemos llegar a ser…
Hoy Lucas nos narra el encuentro de Jesús con Simón, a quien luego pondría como sobrenombre Pedro. Como siempre, la narración es hermosa. La gente se agolpa alrededor de Jesús para oír la Palabra de Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret; ve dos barcas junto a la orilla: los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Sube a una de las barcas, la de Simón, y le pide que la aparte un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseña a la gente. Sin prisa… Y la gente lo escucha embelesada… Cuando terminó de hablarles, le dijo a Simón: “Rema mar adentro y echad las redes para pescar”. Esto no tendría mayor importancia, salvo que habían estado trabajando toda la noche y no habían pescado nada… Lo importante es que Simón, con una fe ciega en Jesús, hace lo que le dice y el resultado es asombroso…
Simón Pedro, que es un pescador avezado, se da cuenta de que lo obtenido supera con creces su esfuerzo y que, por tanto, está Dios de por medio, y tiene esa hermosa oración: “Apártate de mí, Señor, que soy un pecador.” Hay situaciones en la vida en que caemos en la cuenta de nuestra pequeñez, de nuestra limitación o simplemente nos sentimos anonadados por algo cuyos resultados sabemos, supera con creces nuestro esfuerzo o que, sencillamente, no merecemos…  Es algo tan bueno e increíble, que nos desborda… ¡Cuántas veces esta experiencia se convierte en una experiencia espiritual…! Nos damos cuenta de que ha sido Dios, obrando a nuestro lado…
Lo maravilloso es que, en ese momento, Jesús dice a Pedro: “No temas: desde ahora serás pescador de hombres…” Jesús ve en Simón algo más que un pescador de peces, ve en él un potencial enorme, la capacidad de llegar a ser un “pescador de hombres”; es decir, alguien capaz de colaborar con Él en sacar a las personas de lo profundo del mar que, en la Biblia, representa el poder del mal…
Sí, todos tenemos un potencial enorme que, puesto en manos de Jesús y al servicio de los demás, puede llegar a obrar maravillas… De hecho, seguro que más de una vez, lo hemos constatado… ¡Desarrollemos ese potencial!