domingo, 27 de marzo de 2016

I Domingo de Pascua (Ciclo C): El discípulo amado "vio y creyó" (Jn 20,1-9)

Ha pasado el sábado y María Magdalena se dirige presurosa al sepulcro… El evangelio señala que “aún estaba oscuro”… Este hermoso texto nos presenta uno de los múltiples itinerarios de fe que nos llevan a encontrarnos con el Resucitado o, mejor, a dejarnos encontrar por Él…
Muchas veces nos encontramos en la oscuridad, aunque vemos a lo lejos, en el horizonte, un destello de luz… Caminamos a oscuras por la vida, pero no vamos perdidos, vamos a tientas en busca de Jesús… Muchas veces esta búsqueda parece infructuosa… Al Él no lo vemos, sino solo unas vendas y un sudario que nos desconciertan… Vivimos como si el Señor estuviera ausente, como si alguien nos lo hubiera robado… Y sí, muchas veces nos roban la alegría, nos roban la confianza, nos roban el amor… Pero María no se resigna… Sale en busca de los discípulos… Y, al oírla, Pedro y Juan salen corriendo… Los que estaban encerrados por miedo, replegados sobre sí mismos, se dejan llevar por el corazón… El amor disipa el miedo… Y llegan al sepulcro… Está vacío… Jesús no está… Sin duda, es un signo ambiguo… ¿Lo han robado?, ¿lo han traslado a otro lugar?... O… Y el corazón late con fuerza… Todo está demasiado colocado para que estemos ante un hurto… Y el corazón se sobresalta… ¿Será verdad lo que nos dijo…?
El corazón no engaña; el corazón ve más allá de las apariencias, de la superficie… Y el discípulo amado, el que tiene su corazón unido al corazón de su Maestro, “vio y creyó…”…
¿Qué vio? ¿Unas vendas…, un sudario…? Vio al Señor de la vida, al Señor que vence la muerte, al Señor que triunfante se levanta del sepulcro… Sí, ha triunfado el amor, un amor probado en el sufrimiento, en la traición y la mentira… Si Dios nos ama así, si nos continúa amando en nuestra fragilidad y en nuestro pecado, podemos vivir una existencia gozosa y agradecida… No necesitamos ser buenos para ser amados… Somos amados porque Dios es bueno y no puede más que amar… y eso va sacando poco a poco lo mejor de nosotros mismos…
No tengamos miedo a adentrarnos en la noche, a caminar a tientas en la oscuridad… Si seguimos caminando, veremos el amanecer, descubriremos los signos que nos hablan de su presencia aunque a Él, muchas veces “no lo veamos…”ni lo podamos tocar con nuestras manos, pero nuestro corazón volverá a latir, nosotros volveremos a confiar y sentiremos su presencia en tantos gestos de amor y de vida que rodean nuestra existencia…

sábado, 26 de marzo de 2016

Sábado Santo: Oración ante el sepulcro...

Sábado Santo, el "día después"... El día en que empezamos a ser conscientes de lo que ha pasado... Ese día terrible en el que nos quedamos solos y vienen a nosotros un alud de pensamientos y sentimientos... El día en el que, superado el shock inicial de los acontecimientos, nos preguntamos "por qué", "qué es lo que realmente ha ocurrido..."
En este Sábado Santo, Jesús, ya no estás... Ni siquiera podemos verte en la cruz... Has muerto... Y has sido sepultado, enterrado..., con todo lo que esto significa... Has sido totalmente quitado de en medio...
Impresiona el silencio, el vacío... Solo María espera en silencio... Solo ella es capaz de seguir esperando... ¿Qué? No lo sé... Y, seguramente, ella tampoco... Solo sabe que Dios es fiel, que Dios es justo, que Tú eres más fuerte que el pecado, el odio, la muerte... ¡Qué difícil es permanecer muchas veces en ese silencio esperanzado, en ese silencio que no comprende, pero que confía en que Tú estás presente y actuando, aunque no entendamos cómo...!
Intento, Señor, penetrar en todo lo ocurrido... Tu muerte injusta no es una muerte entre otras... Es algo más... En Ti se hace terriblemente visible el poder enorme del pecado... Y, sobre todo, su modo de actuar tan sutil... Por eso es tan difícil escapar de sus garras... Es como esa serpiente del Génesis que nos seduce, nos envuelve, nos engaña y ¡nos muerde...! Y solo nos damos cuenta cuando ya todo ha pasado y las consecuencias parecen irreversibles...
Sí, cada vez estoy más convencida... Somos engañados, seducidos, envueltos... ¡Nadie pecaría voluntaria y conscientemente...!
Los jefes judíos, incluido el sumo sacerdote, los que estaban llamados a hablar y actuar en tu nombre, fueron envueltos por el miedo a perder poder, y lo justificaron con falsas razones, "convenía que muriera una solo por todo el pueblo..." Sí, podemos llegar a justificar el asesinato, el odio, la eliminación del otro... Todo lo demás es fruto de esto... Buscar cuándo y cómo prenderlo de modo que todo pareciera "justo" es mera consecuencia lógica...
Judas fue engañado... Nunca sabremos sus motivos internos... ¿Fue el dinero, fue la decepción? Nunca lo sabremos... Es tan incomprensible que uno de los Doce lo vendiera, que se han buscado muchas razones para justificarlo... Incluso pudo haber creído que esta era la mejor manera de que Jesús diera testimonio de sí mismo ante el Sanedrín, que llegara a convencerlos o, como dicen otros, que al tomarlo prisionero, el pueblo se sublevara y armara la tan ansiada revolución contra Roma... Nunca lo sabremos... Lo que sí sabemos es que lo vendió... Pero no nos escandalicemos... Nosotros también tenemos un Judas dentro... Siempre encontramos buenas razones para nuestros actos, nuestras traiciones... ¡Cuántas veces vendemos a nuestros hermanos, los dejamos en evidencia, los entregamos...! ¿Por quedar bien? ¿En nombre de la justicia...? ¿Por envidia...? ¡Cuántas sutiles razones que, al final, se desvelan en lo que son, un instrumento de muerte...!
Pedro fue envuelto en las redes del Maligno... Cayó preso del miedo... ¡El miedo...! ¡Cuántas cosas hacemos o dejamos de hacer por miedo, por cobardía...! Y también nos justificamos... Estamos hechos para el bien; por eso, cuando cometemos el mal, necesitamos justificarnos, envolvernos en buenas y santas razones... Pero Pedro tuvo la gracia de dejarse mirar por Jesús, y eso puso ante sus ojos y en su corazón lo que realmente había hecho... ¡Ese es el secreto...! Dejarnos mirar por Jesús... Dejar que nos revele lo que tenemos oculto en el corazón... Tantas falsas razones para no amar, para no entregarnos, para no seguir verdaderamente al Maestro...
Aparentemente, Pilato no fue engañado... Sabía que Jesús era inocente... Desde el primer momento... Sabía que se lo habían llevado por envidia... Pero estaba en juego su "amistad con el César"... Puestas la justicia y la conveniencia personal en la balanza, pesó más el propio interés... Pero esto es tan deleznable, que busca el modo de "lavarse las manos". Intenta que sea el pueblo el que decida, proponiéndole una injusta amnistía...; injusta, pues suponía declarar a Jesús culpable... Y, sí, lo consigue, es el pueblo quien condena a Jesús, no él... ¡Qué sutil!, ¡realmente brillante! Por eso, tampoco me sorprende Pilato... Todos tenemos un Pilato dentro... Nos las arreglamos para salir con las manos limpias de situaciones de las que también formamos parte... No queremos mancharnos las manos y no nos implicamos; dejamos que sean otros los que decidan... Por eso, pensándolo bien, Pilato también fue engañado... Creyó que actuando así, sería inocente de esa muerte y, no, fue igualmente culpable... Otro sutil engaño del Maligno...
Y así podríamos seguir recorriendo cada uno de los personajes de la Pasión... Los soldados actúan por "deber" y eso parece eximirles de culpa, pero tampoco los exime... Los discípulos que huyen, respondiendo al instinto básico de "salvar" su vida...
Con todo, esta es solo una cara de la moneda... La cara que pone ante nosotros el sutil poder del mal que nos envuelve y nos lleva a matar al hermano, a matar al justo, a matar a Dios..., a caer en las sutiles redes de la envidia, las falsas razones, la cobardía... Nosotros, hechos para el amor, la justicia, la protección del débil...
Pero no es esto lo más relevante de lo que sucedió en la cruz... No... Si nos quedáramos ahí, seríamos también engañados... Ver al crucificado podría sumirnos en la desesperanza, en la convicción de que, ante el mal, no hay nada que hacer; la convicción de que quienes triunfan son los que ostentan el poder, los que utilizan las armas de este mundo... Contemplar al crucificado podría llevarnos, equivocadamente, a la impotencia o a la rebeldía... ¿Merece la pena seguir a un crucificado? ¿Tiene algún sentido seguir el camino de Jesús, cuando ello nos conduce a la muerte, en sus múltiples formas? Es el pecado más sutil... Convencernos, una vez más con justas razones, de que no tiene sentido, pues nos coloca en una situación de debilidad e indefensión, a merced de los demás...
Por eso necesitamos pasar muchas horas delante del Crucificado... Muchas horas contemplando su lucha en Getsemaní, su entereza para atravesar por un juicio amañado, por ultrajes inhumanos, por una condena injusta... Contemplarlo para, ayudados por su gracia, penetrar en su corazón, en sus razones más profundas..., porque las hay...
Y, ¿qué vemos en el Crucificado? ¿Un hombre vencido...?, ¿una víctima más de la injusticia...?, ¿un Dios derrotado en su intento de darnos a conocer su camino...? ¡No..., claro que no...! Vemos al gran vencedor del pecado, al que no se dejó seducir ni caer en las redes del Maligno...
"No entiendo", me diréis muchos... "¿Vencedor...?"... "Vencedor de qué..."
La gran tentación de Jesús fue desconfiar del amor de su Padre... Es también nuestra gran tentación... Sentir que en el sufrimiento, en el dolor, en la injusticia, Dios está ausente... Jesús siguió llamando a Dios Padre, Abbá, en Getsemaní... Lo siguió llamando Padre en la cruz... Siguió orando y confiando...  Sus desgarradoras palabras: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?", están tomadas del salmo 21, la oración de quien, aun en medio de la oscuridad del alma, confía en que Dios intervendrá en su favor... De allí su recomendación insistente: "Orad y velad para no caer en la tentación". Porque la tentación la tendremos, y solo la oración, esa relación asidua y amorosa con el Padre, irá acrecentando nuestra confianza filial y nos permitirá atravesar por tantas situaciones difíciles de esta vida...
Jesús vence la tentación de la desconfianza... Vence la tentación de la violencia, de responder al mal con mal... Por eso exige a Pedro que guarde su espada y cura la oreja de Malco... Al mal no se lo puede vencer con sus mismas armas... Al mal se lo vence desarmados... O, mejor, con las armas de Dios: la verdad, el amor, la entrega... De hecho, fue lo que llevó a exclamar al Centurión: "Verdaderamente este hombre era hijo de Dios"... Es verdad que no alude a su filiación divina, sino a un actuar que corresponde solo a un hombre de Dios...
Jesús vence la tentación de la blasfemia, de la venganza, de la amargura, del victimismo, del ensimismamiento..., propia de cuando estamos sumidos en el dolor... Por eso, en la cruz perdona, disculpa ("no saben lo que hacen"), salva ("hoy estarás conmigo en el paraíso")...
Su lucha no es contra los hombres que lo llevan a la muerte... Su lucha es contra el Maligno, el gran seductor del género humano, el experto en la mentira, el señor de la muerte....
Eso es lo que veo yo hoy en la cruz... Nuestra lucha, Señor, no es contra los demás... No es contra quienes sentimos que nos tratan injustamente... Nuestra lucha debe ser la tuya, la lucha contra el Maligno... El Maligno que actúa en los otros, y el Maligno que actúa en mí...
En la cruz, Jesús, veo el amor que vence, en las condiciones más duras posibles... En la cruz veo tu amor invencible, inclaudicable, incondicional... En la cruz sigues amando a tus verdugos... Sigues amando a tus discípulos... Sigues amando a la humanidad...
En la cruz te ofreces, te entregas... para liberarnos del poder del pecado, desvelándonos sus sutiles engaños y sus terribles consecuencias...
Solo el amor vence, solo el amor puede salvar, solo el amor...
Señor Jesús, líbranos del mal, no nos dejes caer en la tentación, abre nuestros ojos y nuestro corazón para no caer en sus engaños, para no entrar en su juego, para no ser instrumentos de muerte... Abre nuestros ojos y nuestro corazón para dejarnos amar, para dejarnos abrazar por Ti, para ser tu amor y tu abrazo para tantos crucificados de este mundo...
María, tú que permaneciste junto a la cruz; tú que permaneciste amando, incluso cuando torturaban y mataban a tu hijo; tú que fuiste capaz de esperar y confiar, aun sin comprender... Dame tu fe y confianza...
María, tú que el Sábado Santo, con el corazón traspasado, esperabas en silencio, guardando, como siempre, las cosas en tu corazón..., enséñame a esperar, a permanecer en un silencio contemplativo, pues Dios nunca falla...
María, mujer de dolor y de esperanza... Discípula de Jesús... Reflejo de su corazón... Recíbenos como hijos tuyos, acepta vivir en mi casa y enséñame a ser discípulo/a de tu Hijo...

jueves, 24 de marzo de 2016

La Última Cena (2016)

Desde los inicios, los primeros cristianos repitieron los gestos y palabras de la Última Cena de Jesús, dándoles un profundo sentido. Lo esencial se descubre precisamente en los dos nombres que le dieron: eucaristía (acción de gracias a Dios) y fracción del pan (hospitalidad, compartir con los demás comensales). Con ello se pone de manifiesto la esencia del cristianismo: vivir la vida con un corazón agradecido, haciendo de todo ocasión de agradecimiento a Dios, fuente de todo bien... Y hacer del compartir un estilo de vida... Sí, vivir en acción de gracias (dimensión vertical) y compartiendo con los demás (dimensión horizontal) los beneficios que generosa y gratuitamente recibimos de Dios. Por eso no podemos separar culto y caridad, liturgia y compromiso... Ambos están presentes ya en la misma celebración eucarística y, ambos, son las dos dimensiones de la vida y el modo auténtico de dar culto a Dios... Darle gracias a Dios compartiendo con nuestros hermanos lo que somos, lo que tenemos... Y compartir, sencillamente, porque no es nuestro sino que todo lo que somos y tenemos lo hemos recibido. Por eso san Juan, en lugar de la institución de la eucaristía, nos presenta el lavatorio de los pies.
En las palabras de la Última Cena, Jesús alude a la Nueva Alianza. El trasfondo bíblico lo encontramos en Ex 24, Jer 31,33 e Is 53,12. En el Sinaí, Yahveh había dicho: vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios. Esto se concreta en la obediencia del pueblo a los mandatos del Señor. Toda la historia de Israel, sin embargo, es la historia de una desobediencia recurrente... En el destierro, cuando nada invita a la esperanza, Dios promete una nueva alianza con una ley escrita en el corazón... Quien sellará esta Alianza es Jesús, el siervo obediente, el que obedece hasta aceptar la muerte y una muerte de cruz, asumiendo así el papel del siervo de Isaías que, gracias precisamente a esa obediencia, trae la salvación a todo el pueblo... Lo que impresiona es que, lo que salva, no son los actos heroicos, sino la obediencia fiel, inquebrantable a Dios, en las circunstancias más duras de la vida... Una obediencia que consiste en vivir con entrega y amor lo que la vida trae... ¡Cuántas veces nos fabricamos entregas y sacrificios que nadie nos pide, tampoco Dios, y, en cambio, no asumimos y aceptamos lo que se nos ofrece y se nos pone delante...! Nos engañamos fabricándonos cruces, en vez de cargar con la que la vida nos pone sobre los hombros... Esta obediencia, así de radical y absoluta, solo la pudo realizar Dios mismo, Jesús, el Hijo de Dios encarnado... Él obedeció por nosotros y, gracias a su obediencia, el Padre ha sellado una Alianza eterna que ya nada ni nadie podrá romper...
Un aspecto esencial de las palabras de Jesús es la acción de gracias. Y, ¿por qué da gracias? ¿Existe acaso algún motivo para dar gracias cuando el horizonte inmediato es la traición, los ultrajes, la muerte? Esta acción de gracias refleja, una vez más, la confianza inquebrantable de Jesús en su Padre que lo libraría no de la muerte, sino del poder de la muerte que consiste, fundamentalmente, en romper nuestra comunión con Dios y con los demás. Jesús da gracias, una vez más, antes de que el Padre actúe, con la certeza de que lo hará... No sabe cómo, pero lo hará... Nosotros solemos dar gracias a posteriori, cuando hemos comprobado que la situación se ha resuelto. Jesús, en cambio, da las gracias antes de que suceda... Como cuando dio gracias antes de la multiplicación de los panes o antes de la resurrección de Lázaro... Dio gracias porque sabía que el Padre lo volvería a la vida, porque sabía que el mal no saldría vencedor... La eucaristía, por tanto, es una invitación a dar gracias a Dios no sólo por lo ya recibido, sino gracias por lo que aún estamos por recibir, gracias por la fidelidad de Dios en las situaciones difíciles, gracias porque sabemos que no estamos abandonados a nuestra suerte sino que el Padre nos librará siempre de las redes del mal y de la muerte, no evitándonos el sufrimiento ni padecer las consecuencias del pecado, sino fortaleciéndonos para mantenernos fieles cuando todos nos invita a claudicar... La vida se juega en esa confianza en Dios a toda prueba, más aún, cuando todo nos invita a la desconfianza...

martes, 22 de marzo de 2016

Contemplar al Crucificado

El inicio del cristianismo está en el impacto profundo que dejó en los discípulos de Jesús su pasión y su muerte. Lo que más les llamó la atención no fueron sus milagros ni su sabiduría; lo que los conmovió fue contemplar el modo como Él vive el final trágico de su vida… Y esto, en sí mismo, ya es significativo.
De la muerte de Jesús impresiona su crudeza, su rapidez (de la cena de despedida a su muerte en la cruz no pasan ni 24 horas)… Todo ocurre de prisa, como si siguiera fielmente un guión misterioso…
Lo que impresiona de su muerte no es la muerte en sí… ¡Cuántos a lo largo de la historia han muerto víctima de la injusticia, de modo cruento y violento…! Lo que impresiona es que, en ese crucificado, se nos está revelando el rostro de Dios… Y eso, realmente, mueve nuestros cimientos, echa por tierra todas nuestras imágenes de Dios, nos desconcierta… Ante el crucificado solo podemos caer de rodillas ante un Dios que es capaz de dejarse matar, de sufrir pacientemente la violencia más cruel, antes que responder con violencia; un Dios que se toma en serio nuestra libertad y que se expuso a ella, con todas sus consecuencias… O, darle la espalda, decepcionados pues, un Dios así, no nos sirve, no puede solucionar nuestros problemas, no puede resolver de manera mágica e instantánea tantas situaciones que nos escandalizan y que nos hacen sufrir… No, el crucificado no nos puede dejar indiferentes…
En su pasión, Jesús experimenta en su propia carne el misterio del pecado. No como algo abstracto, sino en el modo como actúa a través de los seres humanos, de nosotros… Jesús experimenta y padece la condición humana sin atajos, sin privilegios… Sufre la traición, la mentira, la injusticia… Es ultrajado, humillado, abandonado, torturado… Es víctima de la envidia, de la cobardía, del miedo… Padece en sí todo aquello que a nosotros tantas veces nos escandaliza… Nos quejamos de la injusticia, de la mentira, sin darnos cuenta de las veces en que nosotros mismos somos instrumento de injusticias, mentiras, envidias, cobardías…
Jesús no jugó a ser hombre. Vivir en este mundo es vivir en el imperio del pecado… Sí, en este mundo quien lleva las riendas es el pecado… Puede que muchos se escandalicen al leerme, pero es así… Ante la injusticia, la mentira, la violencia, la crueldad… estamos totalmente desamparados… No nos engañemos… Este mundo es así… Por debilidad, por cobardía, por miedo… es igual… Y Jesús, al encarnarse, asume el riesgo de venir a este mundo… Y ese riesgo lo pagó con su vida…
Pero si esto fuera todo, la venida de Jesús habría sido en vano. Lo único que habría conseguido es demostrarnos que, efectivamente, el mal y el pecado son los que vencen y parece ensañarse con el inocente, con el justo, con el que quiere vivir haciendo el bien… Pues, el que vive así, está desprotegido ante el mal, pues no lucha con sus mismas armas…
¿Qué es, entonces, lo que se nos revela en la cruz? ¿Qué contemplaron los discípulos que transformó absolutamente sus vidas?
Lo primero que salta a la vista es la inocencia de Dios respecto al mal de este mundo… Él no lo provoca, ni lo consiente, ni lo desea… Él lo padece… ¡Qué injusto es culpabilizar a Dios de los males que nos afligen…! Los únicos culpables somos nosotros mismos, los seres humanos, cuando nos dejamos conducir por el pecado y nos convertimos en sus instrumentos de injusticia, dolor y muerte en sus múltiples formas… En la cruz vemos a un Dios que se deja matar… Él sufre en su carne la terrible experiencia de que los hombres, sus criaturas, sus hijos, matamos… Y, ante esto, Él parece no reaccionar pues, para nosotros, hacerlo habría sido dar una demostración de poder y aniquilar a sus enemigos… Y Dios no es así… Dios es amor y no puede hacer otra cosa que amar, incluso a quienes lo llevan a la muerte, a quienes lo traicionan, a quienes lo abandonan… ¡Qué distantes estamos de este modo de ser de Dios!, nosotros, hechos a su imagen y semejanza…
En la cruz, por tanto, Dios no solo nos dice que es el amor absoluto, la inocencia absoluta, la no violencia absoluta… En la cruz Jesús nos dice cómo vivir en este mundo en el que impera la ley del pecado…
Nosotros nos escandalizamos ante el mal… Y cuando lo hacemos, aunque no nos demos cuenta, somos unos hipócritas… Nos quejamos cuando somos víctima de alguna injusticia (nos olvidamos, en cambio de las que nosotros cometemos)… Unos responden con la venganza, con la violencia, incluso desproporcionada, llamando a esto una respuesta justa, una legítima defensa… Otros, se aguantan, callan, pero internamente se rebelan, no lo aceptan y, en su interior, actúan con la misma violencia que los primeros. Y hay quienes, sencillamente, la padecen, convencidos de que no pueden hacer nada, asumiendo una actitud victimista, culpabilizando a los demás de todos sus males… ¡Qué lejos estamos de Dios…!
En la cruz, Jesús nos dice el único modo en que podemos vencer al mal. Sí, vencerlo, no solo padecerlo o caer en el engaño de luchar contra él con sus mismas armas… Al mal, al pecado en sus múltiples manifestaciones, solo se lo vence renunciando absolutamente a utilizar sus mismas armas… Como dice la Escritura “no resistáis al mal”, “devolved al mal con bien”. Responder al mal con mal es solo acrecentar la espiral de violencia, perpetuar el mal de generación en generación…
Esto puede parecer ingenuo, incluso inhumano… Esto no tiene nada que ver con renunciar a la lucha contra la injusticia. Jesús luchó contra los efectos del pecado. Pasó por la vida haciendo el bien, pero nunca entró en el juego del poder, de la venganza, de las medias verdades; renunció absolutamente al camino que le presentaba el maligno, tan bien dibujado en las tentaciones… Al mal solo se lo vence con amor. No un amor blandengue, un amor iluso; si no un amor que viene de Dios, que nos hace ver en el otro alguien que “no sabe lo que hace”, alguien que necesita ser liberado de las garras del maligno… Este mundo tendrá salvación solo cuando renunciemos a entrar en el juego del mal, cuando renunciemos a vengarnos, a “defendernos”, cuando apostemos por seguir confiando, esperando, amando… Solo el amor redime, solo un amor que es capaz de seguirnos amando cuando aparece la peor versión de nosotros mismos puede salvarnos y lograr sacar lo mejor de cada uno de nosotros…
Humanamente esto parece imposible… Jesús, el hijo de Dios encarnado, vino a decirnos que sí es posible, pero no apoyados en nuestras propias fuerzas, pues cuando somos atacados flaqueamos y respondemos no siempre de la mejor manera, sino apoyados firmemente en Dios. No en un Dios que nos librará del sufrimiento, del dolor, de la injusticia, si no un Dios que nos ayudará a no caer en las redes del Maligno, y a ser canales de amor, de bendición, de salvación… precisamente cuando todos nos invita a rebelarnos, a desconfiar…
La cruz nos habla de maldad, de muerte…, de hasta dónde somos capaces de llegar los hombres… Pero, sobre todo, la cruz nos habla de hasta dónde es capaz de llegar Dios, de hasta dónde es capaz de amarnos… y nos señala el camino, su camino…
En este mundo solo hay dos caminos; no nos engañemos… O el camino de Jesús, el que pasó haciendo el bien, liberando de toda enfermedad y dolencia; el que sufrió y padeció la injusticia, el que fue víctima del pecado de los hombres; el que murió con los brazos abiertos, amando, perdonando, renunciando a toda venganza o autodefensa. O el camino del pecado, que nos envuelve y nos seduce con sus vanas razones… La injusticia nunca se vencerá eliminando a nuestros verdugos ni la violencia con violencia… O detenemos la espiral del mal o alimentamos esta espiral hasta hacer de este mundo un lugar irrespirable…

Contemplemos al crucificado… Veamos en Él las consecuencias de nuestro pecado… Veamos hasta donde somos capaces de llegar si nos dejamos seducir por la tentación de “defender nuestros derechos”, de eliminar a quien nos estorba, de responder al mal con mal… Contemplemos al crucificado y penetremos en el corazón de Dios, en su manera de enfrentar el mal, en su amor incondicional… Contemplemos sus brazos abiertos, totalmente desprotegido e indefenso… Su corazón traspasado… Su invitación a dejarnos amar y a seguir sus pasos, siendo su corazón, su compasión, su misericordia en este mundo en el que impera el pecado y al que solo lo venceremos con las armas de Dios…