martes, 31 de mayo de 2016

María visita a su prima Isabel (Lc 1, 39-56)

El 31 de mayo celebramos la Fiesta de la Visitación de María a su prima Isabel... El evangelio de Lucas nos narra este suceso con detalles llenos de ternura y que se prestan a la contemplación, como si nos encontráramos ante una fotografía... (Lc 1,39-56).
Por un instante podemos cerrar los ojos e imaginar la escena... Estamos ante el encuentro de dos mujeres que llevan la vida en su vientre... María, la joven virgen, que se encuentra encinta por obra del Espíritu Santo; Isabel, la mujer madura y estéril, en cuyo seno ha germinado la vida... María, la mujer llena del Espíritu Santo; Isabel, la mujer sensible a la acción del Espíritu que descubre en María al Dios que lleva dentro... Es un encuentro gozoso... la escena desborda alegría... Cuando Dios está presente, la alegría es siempre plena...
¡Qué encuentro más hermoso el de estas dos mujeres...! ¡Qué sintonía tan profunda entre ambas, precisamente porque una y otra están en sintonía con el Espíritu...
En el evangelio se nos suelen proponer pequeñas oraciones que podemos hacer nuestras y repetir a lo largo de la jornada. Isabel dice: "¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?"... ¡Cuántas veces podríamos nosotros decir lo mismo! ¿Quién soy yo, Señor, para que hayas querido habitar en mi vida? ¿Quién soy yo para que te fijes en mí? ¿Quién soy yo para que tengas tantos detalles conmigo...? Y de esta pequeña oración dejar brotar el agradecimiento, fruto de un corazón y de unos ojos limpios que han aprendido a descubrir a Dios en los pequeños detalles de la vida...
Podemos también unirnos al Magníficat de María, otra oración llena de agradecimiento por la acción de Dios en la historia de la humanidad...
Dediquemos hoy unos minutos sencillamente a dar gracias... Y, como María, tengamos algún pequeño gesto de servicio y seamos portadores de alegría para quienes nos rodean...

lunes, 30 de mayo de 2016

Parábola de los viñadores homicidas (Mc 12, 1-12)

"Entonces se dijeron: matémoslo. Lo agarraron, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña". De este modo tan directo expresa la parábola las intenciones de los sacerdotes, letrados y senadores, a quienes Jesús dirige estas palabras... Sí, Jesús conoce el corazón y desvela sus intenciones ocultas... Por eso, podríamos preguntarnos qué ve en el mío, cuáles son esos deseos ocultos respecto a otras personas..., deseos que incluyen el ánimo de eliminarlas de tantas maneras, sin tener que llegar, obviamente, al asesinato... Pero prefiero fijarme no en las torcidas intenciones del corazón humano, sino en el corazón de Dios. Porque está parábola también nos está hablando del Padre...
La viña es una imagen muy conocida por el pueblo judío, pues la viña son ellos, soy yo... 
Hoy podemos contemplar el amoroso cuidado del viñador; es decir, el amoroso cuidado del Padre hacia cada uno de nosotros, hacia mí... Contemplar cómo la planta, la rodea con una cerca, cava un lagar, etc... Y, al final, la entrega a unos labradores para que la cultiven... Ese es Dios... Nos rodea de beneficios, nos da lo que necesitamos para vivir... A mí, a todos... Un mundo lleno de maravillas... Y no escatima detalles de ternura... Y es tan generoso, que al final nos entrega el mundo para que lo cuidemos y lo hagamos crecer, producir, multiplicarse... 
Todo esto me recuerda los relatos de la creación del Génesis (1-2). Pero, de repente, las cosas se tuercen... Pasado un tiempo prudencial, el dueño de la viña envía mensajeros para percibir el tanto que le corresponde... Y, qué se encuentra? Unos viñadores que se han apropiado de la viña y eliminan al mensajero.. Pero lo realmente increíble es que, el dueño de la viña, Dios, no se resigna, no pierde la esperanza, y manda mensajeros una y otra vez... Y aunque los siguen maltratando, continúa en su empeño, hasta el punto de mandar a su Hijo... 
Al final, esa es la imagen que me queda... Dios no pierde la esperanza... Dios sigue confiando en que su amor, su cuidado, terminará abriendo nuestro corazón... El Señor espera de nosotros frutos de amor, de justicia, de fraternidad... Y viene cada día a buscarlos..., sin desanimarse..., aunque no siempre encuentre lo que busca e incluso sea rechazado...
Qué amor más grande, qué infinita paciencia!... Por eso, ahora, más que preguntarnos nada, abramos nuestro corazón para percibir a este Dios que viene tantas veces a mi encuentro, que me rodea de detalles de amor y de ternura y que lo que desea de mí es que tenga una vida fecunda, que cree vida a mi alrededor...

domingo, 29 de mayo de 2016

Corpus Christi. Ciclo C. (Lc 9, 11-17)

El Corpus Christi es la fiesta de la vida entregada, del Cuerpo y de la Sangre dados a nosotros: participar del Cuerpo y de la Sangre de Cristo no tiende a otra cosa que ha transformarnos en aquello que recibimos (san León Magno). Dios está en nosotros: mi corazón lo asimila y él asimila mi corazón, y nos hacemos una sola cosa. El ser humano es la única criatura que tiene a Dios en su sangre. (Giovanni Vannuci), tenemos en nosotros un cromosoma divino.
Jesús hablaba a las multitudes del Reino y curaba a quienes tenían necesidad de sanación. Hablaba del Reino, anunciaba la buena noticia de que Dios está cerca, con amor. Y curaba. El evangelio está repleto de milagros. Jesús toca la carne de los pobres, y la carne sana, ojos nuevos que se llenan de luz, un paralítico que danza al sol con su camilla, se convierten como el laboratorio del Reino de Dios, el signo de un mundo nuevo, sanado, liberado, que puede respirar aliviado.
Y los 5.000, a su vez, quedan encantados ante este sueño, y deben intervenir los Doce: Mándalos a su casa, está a punto de caer la noche y estamos en un lugar desierto. Sí, les preocupa la gente, pero adoptan la solución más mezquina: Mándalos a casa. Jesús no ha echado nunca a nadie.
El primer paso hacia el milagro, compartir más que multiplicar, es una cambio que Jesús da a la narración: dadle vosotros de comer. Un verbo simple, seco, práctico: dad. En el evangelio el verbo amar se traduce siempre con otro verbo concreto: dar. Dios ha amado tanto al mundo que le ha dado a su Hijo (Jn 3, 16); no hay amor más grande que dar la vida por los amigos (Jn 15,14).
Los apóstoles no pueden, solo tienen cinco panes, un pan por cada mil personas, es muy poco, casi nada. Pero la sorpresa de aquella tarde es que, el poco pan, compartido, resulta suficiente; que la superación del hambre no consiste en comer solo, vorazmente, el propio pan, sino en compartirlo, compartir lo poco que tenemos: dos peces, un vaso de agua fresca, aceite y vinagres sobre las heridas, un poco de tiempo, un poco de corazón. La vida se alimenta de vida donada.
Todos comieron hasta saciarse. Aquel “todos” es importante. Hay niños, mujeres, hombres. Santos y pecadores, sinceros y mentirosos; nadie está excluido; mujeres samaritanas con cinco maridos y unos cuantos divorciados. Nadie está excluido. Pura gracia.
Y es voluntad de Dios que la Iglesia sea así: capaz de enseñar, sanar, dar, saciar, acoger sin excluir a nadie; capaz, como los apóstoles, de aceptar el desafío de poner en común lo que tiene, de poner en juego sus bienes. Si hiciéramos así, nos daríamos cuenta de que el milagro ya ha sucedido, de que es una prodigiosa multiplicación, no del pan sino del corazón.

(Ermes Ronchi – www.retesicomor.it. Traducido del italiano)

sábado, 28 de mayo de 2016

Con qué autoridad haces esto? (Mc 11, 27-33)

Hoy intento ponerme en la piel de Jesús, entrar en su corazón... Qué sentiría cuando los sacerdotes, letrados y senadores; es decir, las máximas autoridades, los representantes de Dios ante el pueblo, le preguntan sobre su "autoridad..."? Y yo me pregunto, de dónde brota a esa inquietud? De una búsqueda sincera de conocer quién es Jesús, de reconocerlo como un enviado de Dios, del único de quien podía proceder dicha autoridad?... O, como en tantas ocasiones, era una manera de ponerlo en aprietos, de cuestionar su actuación? Búsqueda de la verdad o trampa?
Jesús, profundo conocedor del corazón humano, va a intentar desvelar lo que se esconde detrás de esa interpelación, haciéndoles otra pregunta... Es una pregunta sobre Juan el bautista... La pregunta es: el bautismo de Juan, era cosa de Dios o cosa de los hombres? Con esta pregunta les obliga a posicionarse... Ellos, representantes de Dios, tendrían que ser capaces de discernir lo que viene de Dios y lo que no... 
Me impresiona ver que estos hombres no buscan la verdad... Están en permanentes componendas, en equilibrios, en respuestas calculadas... No deliberan sobre la verdad, no se atreven a hacerse preguntas de fondo; su preocupación es: si decimos esto, nos dirán..., y si decimos lo otro... Y optan por ese "no sabemos..."
Queriendo poner en evidencia a Jesús, se han puesto en evidencia ellos mismos...
Y, me pregunto, realmente busco la verdad, lo que Dios quiere, aunque esto a veces me mueva el piso? Soy capaz de reconocer lo que hay de verdad en los demás, sin sentirme amenazado? Es mi corazón limpio y sincero en mi relación con los otros?
Y vuelvo a contemplar a Jesús... Su sagacidad, su inteligencia, su conocimiento del corazón humano, pero también su dolor y tristeza al ver la cerrazón de quienes deberían ser capaces de reconocerlo...
Y me pregunto una vez más... Señor, qué ves en mi corazón, en mi interior? Y le pido, dame un corazón sin doblez, un corazon limpio y sincero para buscar la verdad y reconocerla, venga de dónde venga, pues la verdad tiene su origen en Ti.

viernes, 27 de mayo de 2016

La higuera sin frutos. (Mc 11, 11-26)

Jesús tiene una mirada penetrante, profunda, que ve más allá de las apariencias.
Ha llegado a Jerusalén e inmediatamente va al Templo, a la casa de su Padre... El texto solo dice que "lo estuvo observando todo...", sin más comentario...
Al día siguiente, "sintió hambre". Esto me recuerda cuando, en su encuentro con la mujer samaritana y en la cruz, dice: Tengo sed... El hambre y sed de Jesús es algo más que una necesidad física... Lo que busca es algo más que higos para comer o agua para beber... Busca amor, acogida, honestidad...
El caso es que "vio de lejos una higuera con hojas, y se acercó para ver si encontraba algo, y al llegar no encontró más que hojas"...
Muchos comentaristas coinciden en que la higuera es una imagen del templo en tiempos de Jesús... Muchas hojas, pero sin fruto... Mucha apariencia, pero poca sustancia..., mucho lujo y un culto sumamente cuidado, pero poco amor y misericordia... Qué diagnóstico más terrible!... Por eso, cuando llega al Templo, expulsa a los vendedores, a los que mercaderías con las cosas de Dios y la fe de la gente, a los que habían hecho de la casa de su Padre, una cueva de bandidos...
Sin duda, este evangelio, al igual que los pasajes anteriores, sigue siendo una catequesis sobre la oración...Por eso, este texto, al final, nos remite a la esencia de la oración: la fe, la confianza en Dios, y al perdón, que alude a nuestra relación con los demás, a tener un corazón misericordioso...
En una primera lectura, estamos ante un texto un poco complicado. Sin embargo, si vamos al núcleo, no lo es tanto...
Hoy el evangelio nos invita a preguntarnos: cuando Jesús me ve, que encuentra? Muchas hojas y pocos frutos? Y nos invita a volver a lo esencial, a una relación con Dios basada en la confianza, en la transparencia, en la honestidad humilde de ponerme ante Él como soy, y a una relación misericordiosa y amorosa, especialmente con aquellos a quienes siento que les tengo algo que perdonar...
Que el Señor encuentre en mí el fruto que busca, aquello de lo que tiene hambre y sed...

jueves, 26 de mayo de 2016

El ciego Bartimeo (Mc 10, 46-53)

"Señor, que vuelva a ver". Esta es la petición que dirige el ciego de Jericó a Jesús.
Meditar este texto, después de los anteriores, hace que resuene de manera especial...
No hace mucho, se le había acercado uno para preguntarle cómo tener la vida eterna...(Mc 10,17-27). Poco después, Santiago y Juan le piden sentarse uno a su derecha y el otro a su izquierda (Mc 10, 32-45)... Unos piden seguridad, garantía de ser buenos, perfectos, dignos de recompensa; otros, poder, prestigio... Qué distinta la petición del ciego...! El lo que pide es volver a ver... Volver a ver porque, antes, había visto...
En la Biblia, la ceguera alude a la falta de fe; es decir, a la dificultad de ver a Dios presente y actuando en mi vida, en el mundo, en los acontecimientos...
Esta ceguera había llevado a Timeo a sentarse, a instalarse al borde del camino, al margen de la vida... Lo había colocado en una situación de desánimo, desesperanza, desaliento... Lo había convertido en un mendigo, esperando que alguien le diera lo que le hacía falta, con ese vacío que solo Dios puede llenar... Pero no ha perdido la esperanza... Por eso, cuando oye pasar a Jesús, le dirige una oración desgarradora y humilde...: "Jesús, ten compasión de mí"... Conoce el corazón tierno y humano de Jesús, y apela a él... Y pese a que intentan hacerlo callar, Jesús lo escucha y lo llama... Sí, Jesús escucha su grito, su oración, igual que escucha nuestros gritos y oraciones... Y cuál sería la emoción de Bartimeo al escuchar: "Ánimo, levántate, te llama"... Y, efectivamente, pega un salto y va corriendo donde Jesús... Y Jesús le dice lo mismo que a Santiago y Juan: "qué quieres que haga por ti?"... Y qué distinta petición..., "que vuelva a ver..." Y le fue concedido...
Será que es esta el tipo de oración que Dios escucha? Será que es esto lo que realmente necesitamos? Y, recobrada la vista, aquel hombre sigue a Jesús por el camino..., recobra su condición de seguidor de Jesús...
Y me vuelvo a preguntar, qué pido yo al Señor? Y le digo con confianza y humildad: que vea, pues solo así podré levantarme de mis postraciones y retomar el camino, que no es sin más mi camino sino el suyo...

miércoles, 25 de mayo de 2016

"Maestro, concédenos lo que te vamos a pedir" (Mc 10, 32-45)

"Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir", dicen Santiago y Juan, y Jesús responde con otra pregunta: "Qué queréis que haga por vosotros?"
Muchas veces nos quejamos de que nuestra oración no es escuchada; que pedimos, pero no sucede lo que solicitamos... Y eso ha hecho que la oración de petición esté devaluada...
Por eso, al leer el evangelio, he pensado... Qué es lo que solemos pedir?
Pedir lo que realmente conviene, lo que está verdaderamente alineado con el evangelio, con la esencia de las cosas, de la vida...; pedir con sabiduría, no es fácil.
El Señor elogió al rey Salomón cuando, al tener la oportunidad de que Dios le concediera lo que quisiera, no pidió ni riquezas ni poder, sino la sabiduría... (Sab 9). San Pablo nos dice que el Espíritu es el que nos ayuda a pedir lo que nos conviene... (Rm 8,26)
Todavía recuerdo una homilía que escuché  hace ya años a Dolores Aleixandre. Comentaba el Padre nuestro, y decía que está oración era como "la ortodoncia de nuestros deseos"; es decir, endereza, corrige nuestros deseos y nos dice qué es lo que debemos pedir: experimentar a Dios como Padre de todos; que sea conocido y amado; que este mundo sea realmente como Dios quiere, que se rija por los criterios del amor, la justicia, el servicio; que se haga su voluntad, que siempre es una voluntad amorosa, y no la nuestra; que nos dé lo que necesitamos hoy, sin ánimo de acumular; y la gracia del perdón...
La carta a los Hebreos, cuando habla de la oración de Jesús en Getsemaní, afirma que su oración fue escuchada (Heb 5, 7-8)... Y, sin embargo, Jesús murió en la cruz... Dios siempre escucha y actúa. Eso no quiere decir que hará exactamente lo que le pidamos... Su escucha muchas veces se expresa en la experiencia de sabernos acompañados y sostenidos en momentos en que sentimos que no podemos más... La oración no es para librarnos de vivir lo que la vida trae o para obtener privilegios. La oración es para tener la fortaleza y sabiduría necesarias para vivir la vida en toda su complejidad... 
Hoy podríamos preguntarnos... Y yo, qué le suelo pedir...?

martes, 24 de mayo de 2016

Dejarlo todo para recibirlo todo... (Mc 10,28-31)

"El que deje... recibirá ahora, y en la vida futura...".
En esta frase de Jesús, encontramos una de las tantas paradojas que nos presenta el evangelio... Curiosamente, el dejar, el total desapego, no nos deja vacíos, sin nada, en situación de precariedad, si no que crea en nosotros un espacio, una disposición que nos permite recibir... El vivir en la dinámica de la "no apropiación" -eso es dejar-, vivir con las manos abiertas, como aquel que deja correr el agua entre sus dedos, paradójicamente, es lo que nos permite desarrollar en nosotros la actitud de la acogida, de percibir y recibirlo todo como un don, como un regalo... Y, esto, ya aquí, ahora...; dispone nuestro corazón y nuestra mirada para percibir todo lo que Dios y los demás me ofrecen...
Pero no todo se agota en el aquí y ahora... Quien vive con las manos y el corazón abiertos, en actitud de entrega y de acogida, se dispone ya aquí, a la vida verdadera, a la vida en plenitud que nos espera más allá de esta vida... Lo que gustamos ya aquí, es como una especie de "degustación" de lo que nos espera y que, aquí, somos incapaces siquiera de imaginar... 
Por eso, en otro pasaje Jesús dice que la vida eterna empieza ya en el aquí y ahora, cuando hemos descubierto al Padre presente en nuestra vida... (cf. Jn 17,3).
Con todo, Jesús no es ingenuo... Sabe que, junto a esto, encontraremos persecuciones... Es decir, dificultades, cortapisas..., que en no pocas ocasiones nos desanimarán y tendremos la tentación de desistir, de abandonar, de pensar que no merece la pena vivir así... 
Seguir a Jesús es vivir fiados de su Palabra, de lo que El nos ha enseñado con su vida, de su sabiduría que nos da claves para vivir... En este caso, descubrir que, aunque en nuestro camino haya dificultades, aunque muchas veces se nos invite a lo contrario, la verdadera libertad se encuentra en el desapego, en el compartir (como veíamos ayer)... Y que es en esa no posesividad, donde nos volvemos capaces de recibir, de disfrutar, de agradecer, de percibir tantas cosas buenas que nos ofrece gratuitamente la vida, los demás, Dios...

lunes, 23 de mayo de 2016

El joven rico. (Mc 10, 17-27)

Alguien se acerca a Jesús y le pregunta: "Maestro, que tengo que hacer para heredar la vida eterna..." Este texto, conocido como el del joven rico, nos habla no solo de un joven sino de una persona, del ser humano...
Es curioso, esta persona podría considerarse llena, satisfecha... Parece tenerlo todo y no le sobrarían motivos para sentirse bien, plena... Es rico; es decir, tiene ampliamente cubiertas sus necesidades materiales, y vive de acuerdo a los mandamientos; es decir, lleva una vida recta... Pero, aun así, tiene la sensación de que le falta algo, siente ese vacío interior que experimentamos muchos de nosotros muchas veces... Entonces, Jesús lo mira con cariño, ha captado esa búsqueda profunda de algo más y le revela cómo puede llenar ese vacío, como puede encontrar esa plenitud que anhela: ve, vende todo lo que tienes, compártelo con los pobres y luego ven y sígueme... Ve, vende, comparte, sígueme... En ese orden... Y aquella persona frunció el ceño y se marchó triste... Buscaba una respuesta que no pusiera su vida patas arriba... Y, como muchos de nosotros, cuando oímos algo que no nos gusta, damos la media vuelta y nos marchamos... Enfadados (frunce el ceño) y, en el fondo, tristes (hemos perdido una oportunidad)... No tenemos el valor de hacer aquello que realmente nos falta, aun cuando en ello esté en juego nuestra felicidad, nuestra plenitud, la respuesta a nuestras búsquedas más profundas...
La cultura actual pone la felicidad en el tener, en el acumular... Y eso nos vuelve codiciosos... Siempre queriendo más, buscando más..., experiencias, conocimientos, placeres, coches, tecnología..., incluso personas... Pero eso no nos llena, vivimos con la sensación de que nos falta "algo". Incluso cuando nos esforzamos en vivir los mandamientos; es decir, las reglas básicas de convivencia, algo nos falta... Y Jesús nos da la clave... Lo que da la felicidad no es acumular compulsivamente, ni siquiera el ser moral y religiosamente intachables... Lo que da la felicidad, lo que nos hace plenos es el desapego (vende), pero un desapego orientado al compartir (vivir descentrado)... No se trata de no tener, se trata de vivir orientados hacia los demás... 
El ser humano alcanza su plenitud en el descentramiento, en la salida de sí, en el encuentro con el otro... Esto es lo que nos hace más semejantes a Dios, eso es lo que nos hace ser lo que realmente somos, donación, entrega, amor...

sábado, 21 de mayo de 2016

Solemnidad de la Santísima Trinidad. (Jn 16, 12-15). Ciclo C

"El Espíritu tomará de lo mío y os lo anunciará. Todo lo que posee el Padre es mío." En este intercambio de dones comenzamos a entrever el misterio de la Trinidad: no un círculo cerrado sobre sí mismo, sino un circuito  abierto que desprende amor, verdad, inteligencia más allá de sí mismo, efusión ardiente de vida divina. En el dogma de la Santísima Trinidad se encierra el sueño sobre nosotros. Si Dios es Dios solo en esta comunión, entonces el ser humano será humano solo en una análoga relación de amor.
Cuando en el principio el Creador dice: "Hagamos al hombre a nuestra a imagen y semejanza" (Gen 1,26), si nos fijamos bien, vemos que Adán no está hecho a imagen del Dios que crea, ni a imagen del Espíritu que aleteaba a sobre las aguas del abismo, tampoco a imagen del Verbo que estaba desde el principio junto a Dios. Mucho más... Adán y Eva son hechos a imagen de la Trinidad, a imagen, por tanto, de aquella comunión, de su vínculo de amor, del mutuo compartir. Aquí se revela nuestra identidad más profunda, el cromosoma divino en nosotros. En principio, está la relación. Antes que nada, el vínculo. Al final de la jornada puedes no haber pensado en Dios, ni siquiera haber pronunciado su nombre. Pero si has creado vínculos, si has alegrado a alguien, si has sido fuente de comunión, has hecho la más hermosa profesión de fe en la Trinidad.
El verdadero ateo es quien no trabaja para crear lazos, comunión, acogida. Quien produce hielo a su alrededor. Quien no entra en la danza de las relaciones aún no ha entrado en Dios, el Dios que es Trinidad, que no es una complicada fórmula matemática en la que el uno y el tres tendrían que coincidir: "Si ves el amor, ves a la Trinidad" (S. Agustín).
Ahora entiendo por qué la soledad me pesa tanto y me da miedo, porque es contraria a mi naturaleza. Ahora entiendo por qué cuando estoy con quien me quiere, cuando acojo y soy acogido, me siento bien, porque realizo mi vocación...
Todo circula en el universo: los planetas, los astros, la sangre, los ríos, el viento, los pájaros que migran... Es la ley de la vida, que enferma si se detiene, que se apaga si no se dona. La ley de la Iglesia que, si se cierra, se enferma (Papa Francisco)
Ermes Ronchis. Traducido de Retesicomoro.it