lunes, 31 de octubre de 2016

Dar gratis... (Lc 14, 12-14)

En una sociedad mercantilista como la nuestra, nos solemos regir por el principio de que todo tiene un precio y de que, lo que se da, debe tener una contraprestación. De allí que muchas veces se diga con rotundidad: “nadie hace nada por nada...”; es decir, que cuando damos o hacemos algo, en el fondo estamos buscando recibir algo a cambio... Entonces, me surge la pregunta: ¿cómo conjugar esto con la llamada a la gratuidad, a realizar acciones desinteresadas, por ejemplo un voluntariado, una ayuda a alguien que necesite de mí y que, probablemente, no podrá “pagarme”?
Hoy el evangelio nos aporta luz sobre esta cuestión tan importante. Jesús es un gran observador de los comportamientos humanos y de las intenciones que suelen estar detrás de ellos, no para juzgar sino para aportar luz y una nueva orientación. Dirigiéndose a unos personajes importantes, dice: “Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos ni a tus hermanos ni a tus parientes ni a los vecinos ricos porque corresponderán invitándote y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos.”
La invitación es a no movernos por interés, ni siquiera por el principio de la justa reciprocidad… Si yo te doy, lo lógico es que tú también me des… O, peor aún, te doy para que luego tú me des… Actuar así, en no pocas ocasiones, solo nos aporta frustración, decepción y sentirnos tratados injustamente…, contaminando así el bien que hemos hecho…
Jesús nos invita a ir más allá. Si os fijáis, Jesús también habla de una cierta “recompensa”, pero nos enseña a dilatarla en el tiempo. En primer lugar, nos enseña a dar con gratuidad, a hacer el bien precisamente a quienes probablemente no podrán devolvernos el favor. Y, en segundo lugar, nos dice que toda buena acción tendrá su respuesta… Pero no siempre de manera inmediata… Por tanto, hagamos el bien, actuemos con generosidad, con gratuidad, sin esperar nada a cambio, por el gusto de dar, de entregarnos… sabiendo que, al final, terminará tornando hacia en mí en bien… Cómo, cuándo… no lo sabemos, pero tornará… ¡Démonos a fondo perdido…!

domingo, 30 de octubre de 2016

Jesús se encuentra con Zaqueo. (Lucas 19, 1-10)

El texto de la Sabiduría habla del Dios que tiene misericordia de todos y que hace la "vista gorda" ante los pecados de los hombres para que así se conviertan (Sab 11,23). El evangelio presenta a Zaqueo como un hombre que experimenta la misericordia del Señor y como ejemplo concreto de conversión.
Zaqueo quiere ver a Jesús, pero la muchedumbre se lo impide. Para encontrar a Jesús hay que salir de la multitud, aceptar la propia singularidad, acoger nuestros límites para encontrar nuestro propio camino; es necesario tener la valentía de "cantar fuera del coro".
La grandeza del pequeño Zaqueo está en la asunción inteligente del límite de su estatura y en buscar ayuda en una higuera, a la cual se sube para poder ver a Jesús. Nuestros límites (físicos, morales, intelectuales, ...), cuando se asumen con madurez e inteligencia, no nos impiden encontrar al Señor, sino que nos posibilitan propiciar dicho encuentro en verdad. Asumirlos nos facilita recurrir a quienes viven a nuestro lado para que suplan nuestra indigencia.
Jefe de publicanos y rico, Zaqueo probablemente se ha enriquecido de manera deshonesta, aprovechándose de las oportunidades ofrecidas por el sistema del cobro de impuestos. Él, que puede ser etiquetado como pecador y deshonesto, está habitado por el deseo de encontrar a Jesús y busca, con todas su fuerzas, verlo. El texto afirma que "buscaba ver quién era Jesús" (Lc 19,3), insinuando tal vez el deseo de un conocimiento más profundo de Jesús .
Y Jesús no se queda en el juicio exterior que podría encerrar a Zaqueo en el cliché de pecador, no se resigna a considerarlo únicamente un pecador, sino que expresa su deseo de encontrarlo, de entrar en comunión con él. Y, de este modo, nos expresa el deseo de Dios de encontrar a cada persona, en particular, a los pecadores. De este modo, el texto nos presenta el encuentro del deseo de Dios y del deseo del hombre que es, en ambos casos, deseo de salvación.
Zaqueo busca ver a Jesús, conocerlo, y descubre que es visto y conocido por Jesús mismo ("Jesus levantó la mirada y le dice: Zaqueo...") que, además, le manifiesta la intención de hospedarse en su casa, como si se tratara de un viejo conocido.
El camino que Zaqueo recorre para encontrar a Jesús (salir corriendo para evitar la multitud, adelantarse, subirse a un árbol por donde iba a pasar Jesús), desemboca en el descubrimiento de que Jesús ya se había puesto en camino para encontrarlo: "El Hijo del hombre ha venido para buscar y salvar lo que estaba perdido". A menudo nuestras búsquedas y nuestros caminos espirituales desembocan en el descubrimiento de que el Señor ya nos buscaba y estaba en camino hacia nosotros. En realidad nuestras búsquedas nos disponen al evento de la gracia.
La fuerza de la mirada de Jesús, que en Zaqueo no ve el publicano, el pecador, el hombre de baja estatura, el rico, sino un hombre, un "hijo de Abraham", conduce a Zaqueo a recobrar la vista, a redimir su mirada. Ahora él ve a todos aquellos a quienes les ha sustraído dinero injustamente, ve a los pobres, y actúa en su favor.
Zaqueo quiere ver a Jesús (Lc 19,3) y encuentra al Señor (Lc 19,8), y los gestos de conversión que hace, no nacen de los reproches de Jesús, sino de la acogida incondicional e impresionante que le hace Jesús. Claro que, ante esto, siempre es posible una mirada no evangelizada, una mirada que en Zaqueo solo ve al pecador y, en Jesús , una persona de la que escandalizarse: "Al ver esto, todos murmuraban: ha ido a hospedarse en casa de un pecador".
D. Primo Mazzolari, comentando este texto, ha escrito: "Yo puedo no ver al Señor, pero Él me ve siempre; puedo escabullirme, pero Él no. El amor se detiene siempre... Yo miro y me escandalizo, miro y juzgo, miro y condeno, miro y apunto con el dedo; Él me mira, se detiene y siente compasión...
(www.retesicomoro.it - traducido del italiano)

sábado, 29 de octubre de 2016

Todos tenemos un lugar en el coro. (Lc 14, 1.7-11)

La teoría de los sistemas nos ha ayudado a pensar la realidad de un modo más global. Un sistema está formado por un conjunto de elementos interrelacionados entre sí. Cuando está sano, sus elementos conviven de manera armónica… Cada uno ocupa su lugar y aporta lo mejor de sí mismo… Esto, que parece tan simple, en la convivencia humana no lo es tanto…
Hoy el evangelio nos habla precisamente del puesto que nos corresponde ocupar a cada uno. El contexto: Jesús observa que hay personas que siempre quieren ocupar los  primeros puestos; es decir, destacar sobre los demás, ser relevantes, tenidos en cuenta… Entonces, cuenta una parábola: “Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro, y te dirá: Cédele el puesto a éste. Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga: Amigo, sube más arriba. Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales.”
La sociedad actual –incluidas nuestras propias familias y las personas que nos quieren– nos presiona para ser siempre los primeros… Y, claro, eso es imposible, por la sencilla razón de que solo uno puede serlo… Y, los demás, ¿somos unos fracasados? ¡Pues no…! Lo verdaderamente importante es ocupar nuestro lugar…, aquel en el que aportemos lo mejor, en el que nos sintamos nosotros mismos, sin querer emular a nadie, sin envidiar al solista del coro… En la coral hace falta sopranos, tenores, bajos, contra altos… Todo es importante, todo es necesario, todo aporta al conjunto de la vida, al bienestar de nuestros semejantes… Puede que no estemos en el lugar que siempre habíamos soñado, pero estamos en lugar que probablemente es necesario… ¡Todo ocurre por algo…! Todo, absolutamente todo, tiene un lugar en el plan de Dios… Y, todos podemos florecer allí donde hemos sido sembrados…

viernes, 28 de octubre de 2016

El poder sanador de un abrazo... (Lc 13, 31-35)

Hoy se habla mucho sobre el poder sanador de los abrazos. Dar un abrazo es expresión de cariño, produce un profundo bienestar, disminuye el dolor, el estrés, la ansiedad, el miedo;  fortalece nuestra autoestima, nos transmite  seguridad, alivia la soledad... Esto sin contar los beneficios para la salud corporal...
Ser abrazados es sentirnos amados... Y, el amor, es una necesidad básica..., ¡no podemos vivir sin amor...! Y esto es literal... Hay personas que se enferman, incluso mueren, por no sentirse amadas... 
El evangelio de hoy nos trae una imagen hermosa... Jesús se dirige a Jerusalén y le advierten de que el rey quiere matarlo. Sin embargo, Él continúa su camino, fiel a su misión. Su corazón está triste y expresa un lamento: "Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían! Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus pollitos bajo las alas! Pero no habéis querido."
Dentro del dolor, Jesús nos presenta a Dios como una madre que está deseando abrazar a sus hijos... Dios no es un juez implacable, no es alguien que se siente herido y busca vengarse o poner orden y disciplina. Tampoco es alguien que se desentiende de nosotros... Dios lo que desea es abrazarnos..., hacernos sentir su amor, su protección, darnos seguridad, afecto... ¡Dejémonos abrazar por Él! Sintamos su amor en el viento, en las flores que brotan en primavera, en el maravilloso colorido del otoño, en la amistad, en el amor que anida en lo profundo de nuestro ser... Cerremos los ojos y sintamos su amor que nos envuelve, que nos acoge, que nos sana...
Sí, ¡dejémonos abrazar por Dios y prolonguemos ese abrazo, abrazando con amor gratuito y sincero a quienes tenemos a nuestro alrededor, a quienes queremos y necesitan que también nosotros les hagamos sentir nuestro cariño!

miércoles, 26 de octubre de 2016

El poder de lo pequeño. (Lc 13, 18-21)

A veces nos vemos inmersos en situaciones en las que sentimos que no podemos hacer nada o muy poco. Nos vemos pequeños, impotentes... Situaciones que se dan en nuestras familias, en nuestro trabajo, en el mundo... Nos sentimos sencillamente sobrepasados... Y no pocas veces he pensado que el creer que no podemos hacer nada es un modo de claudicación. Y, claro, si pensamos que somos impotentes, al final, efectivamente, no hacemos nada, nos damos por vencidos antes si quiera de intentarlo...
El evangelio de hoy nos ayuda a caer en la cuenta del enorme poder que todos tenemos dentro... Se trata de la parábola de la semilla de mostaza, la más pequeña de todas, y que, sin embargo, puesta en tierra, es capaz de convertirse en un arbusto que puede dar cobijo a muchas aves... Y, a continuación, se nos habla de la levadura y de lo que es capaz de hacer si se mete en la masa... Ambos ejemplos nos hablan del poder que está escondido en lo pequeño y de su potencial transformador... Una pequeña cantidad de levadura puede fermentar una gran cantidad de masa... Pero, para ello, tiene que sumergirse en la harina, hasta aparentemente desaparecer en ella..., pues solo se puede transformar algo desde dentro...
La gran tentación es mantenernos "fuera", cada uno en nuestro mundo, como meros observadores... Vemos las situaciones, los problemas, criticamos, nos lamentamos, nos quejamos, pero nos mantenemos fuera, como si no tuviera nada que ver con nosotros..., cuando de lo que se trata es de involucrarnos, aportar nuestro pequeño grano de arena... Una pequeña acción, un pequeño gesto es capaz de cambiar vidas enteras... No renunciemos a hacer lo que está en nuestras manos... Una pequeña palanca, puede levantar el mundo... Creamos en nuestro potencial, en nuestra capacidad de influir para mejorar las cosas, no tengamos miedo a comprometernos, a meternos en la masa... Dentro de nosotros habita la fuerza, el amor de Dios, dejémoslo fluir, dejémoslo actuar y quedaremos maravillados de los milagros que sucederán a nuestro alrededor.

lunes, 24 de octubre de 2016

Soltemos nuestras cargas... (Lc 13, 10-17)

Nuestra postura corporal habla de nuestro estado de ánimo y pone de manifiesto mucho de nuestra interioridad. Andar derechos y erguidos, con la mirada al frente, nos hace sentir bien, transmite seguridad, decisión. Por el contrario, andar con los hombros caídos, la mirada hacia el suelo y la espalda curvada, nos transmite un estado interior de falta de energía, de desánimo, como si lleváramos un enorme peso encima... Un dolor, una preocupación... Y, sí, podemos andar por la vida "derechos" y, en no pocas ocasiones, con la sensación de que la vida nos pesa, hasta el punto de vencernos, de doblarnos la espalda...
En el evangelio de hoy, Jesús se encuentra con una mujer que andaba encorvada. Llevaba así 18 años. Mucho tiempo. Es hermoso caer en la cuenta de los detalles del relato. Jesús la ve y la llama. Solo este gesto, el sentirnos llamados, vistos, tomados en cuenta, nos estimula, nos recupera... La llama y ella responde a esa voz y se acerca... Jesús se dirige a ella y la declara libre de su enfermedad, le quita ese peso de encima, y le impone las manos, en señal de bendición... Imponer las manos es transmitir el amor, la gracia, la fuerza de Dios que sana... E, inmediatamente, aquella mujer se puso derecha... y glorificaba a Dios...
Sentirnos mirados, llamados, bendecidos, nos ayuda a andar derechos por la vida, a llevar nuestras cargas, más aún, nos las quita... Cuántas veces llevamos pesos que no son nuestros, que pertenecen al pasado, incluso a otras personas...
Dios nos quiere ligeros, libres de cargas. "Venid a mí todos los que estáis cansados y sobrecargados y yo os aliviaré...". Pongamos en sus manos nuestra vida, nuestras preocupaciones; sintamos su amor, su bendición... Seamos de los que quitan pesos de encima..., seamos cauce de bendición para los demás... Y volvamos a poner en nuestros labios y en nuestro corazón palabras de agradecimiento, de alabanza... 

domingo, 23 de octubre de 2016

Desnudos ante Dios. (Lc 18, 9-14)

Al ver que había personas que se creían perfectas y que despreciaban a los demás, Jesús cuenta una parábola, la conocida como parábola del fariseo y el publicano.
Dos hombres van al Templo a orar. Uno, erguido, reza como dirigiéndose a sí mismo: "Oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás, ladrones, injustos, impuros..." Empieza de la manera correcta, como enseña la Biblia; de hecho, la mitad de los salmos son de alabanza o agradecimiento. Pero, aunque aparentemente se dirige a Dios, el fariseo en realidad está centrado en sí mismo, centrado en una palabra de solo dos letras que no se cansa de repetir, yo: yo te doy gracias, yo no soy, yo ayuno, yo pago.
Ha olvidado la palabra más hermosa del mundo: tú. Orar es ponerme ante un tú, ante Dios. Vivir y orar recorren el mismo camino profundo: la búsqueda nunca colmada de un tú, de un amor, de un sueño, de un Dios en quien reconocerse, amado y amable, capaz de un encuentro verdadero. 
“Yo no son como los demás”. Para el fariseo, el mundo le parece como una cueva de ladrones, dedicados al robo, al sexo, al engaño. Tiene fracturada el alma: no se puede orar y despreciar; no se puede cantar gregoriano en la iglesia y, fuera, ser despiadados. No se puede alabar a Dios y demonizar a sus hijos. Esta es la enfermedad del alma.
En esta parábola, Jesús tiene la audacia de denunciar que la oración nos puede separar de Dios, nos puede volver “ateos”, poniéndonos en relación con un Dios que no existe, que es solo una proyección de nosotros mismos. Equivocarnos acerca de Dios es lo peor que nos puede pasar porque, de este modo, nos equivocamos sobre todo, sobre el hombre, sobre nosotros mismos, sobre la historia, sobre el mundo (Turoldo). El publicano, un guiñapo humano situado en el fondo del templo, nos enseña a no equivocarnos sobre Dios y sobre nosotros: situado a la distancia, se golpeaba el pecho, diciendo: “Oh Dios, ten misericordia de mí que soy un pecador”.
Hay una pequeña palabra que cambia todo en la oración del publicano y que la hace auténtica: “tú”. Palabra profunda: “Señor, ten piedad de mí”. Y mientras el fariseo construye su religión en torno a lo que él hace por Dios (yo rezo, pago, ayuno…), el publicano la construye en torno a lo que Dios hace por él (“tú, ten piedad de mí, que soy un pecador”), y se crea el contacto: un yo y un tú entran en relación, algo va y viene entre el fondo del corazón y lo profundo del cielo. Como un gemido que dice: “Soy un ladrón, es verdad, pero así no me siento bien, así no estoy contento. Quisiera tanto ser distinto y no puedo, pero Tú, Señor, perdóname y ayúdame”.
“Volvió a casa justificado”. El publicano es perdonado no porque sea mejor y más humilde que el fariseo, sino porque se abre como una puerta que se abre al sol, como una vela que se expone al viento se abre a la misericordia, a esta extraordinaria debilidad de Dios que es su única omnipotencia, la fuerza que vuelve a dar a luz en nosotros la vida.
(Ermes Ronchi - www.retesicomoro.it - traducido del italiano)

miércoles, 19 de octubre de 2016

Cuidemos de los más pequeños... (Lc 12, 39-48)

Quién soy yo, para qué estoy aquí, son dos preguntas básicas que todos nos hacemos alguna vez en la vida... Y nuestra autoconsciencia, es decir, la consciencia de quién soy, determina en gran medida mis para qués.
La Biblia, desde sus primeras páginas, presenta al ser humano como imagen y semejanza de Dios... Sí, nuestra esencia es divina... Dios ha querido hacernos como chispas de sí mismo. Por eso en nosotros late ese deseo, ese anhelo profundo de divinidad... Y nuestro ser solo alcanza la paz y serenidad profundas cuando está en sintonía con Dios... Solo Dios puede colmar los deseos más profundos de nuestro corazón pues nuestro corazón está hecho para albergar a Dios...
Somos imagen y semejanza de Dios... y, al mismo tiempo, administradores suyos... Él ha puesto en nuestras manos la creación para que la cuidemos, para que la tratemos con profundo respeto, y esto incluye a todos los seres, desde los más minúsculos, hasta los seres humanos... Todo ha sido entregado a nuestro cuidado... ¡Qué hermosa tarea!
Hoy san Lucas nos cuenta otra parábola. Y, como conclusión de la misma, Jesús dice: "¿Quién es el administrador fiel y solícito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que les reparta la ración a sus horas?"
Es importante crecer en nuestra consciencia de ser administradores... No somos dueños ni propietarios de nada ni de nadie... Somos administradores... Y, como tales, tenemos una responsabilidad..., cuidar de los más pequeños, velar porque a nadie le falte lo necesario para su vida... Somos administradores... Dios ha puesto sus dones en nuestras manos, nos ha colmado de cualidades y talentos... No nos apropiemos de ellos, ofrezcámoslos, pongámoslos al servicio de los demás... Eso es vivir con desapego..., con libertad..., sabiendo disfrutar de todo con profundo agradecimiento, sintiéndonos personas bendecidas y llamadas a convertirnos en una bendición para los demás.

martes, 18 de octubre de 2016

Seamos portadores de paz. (Lc 10, 1-9)

En la actualidad, la paz es uno de los bienes más deseados... Vivimos en un mundo lacerado por la guerra, por la violencia... Hay zonas enteras afectadas por conflictos militares... El hambre, la falta de un trabajo digno, también son formas de violencia... El maltrato, las agresiones físicas y verbales, la indiferencia..., son formas sutiles de violencia... Necesitamos pacificar nuestro mundo, nuestras relaciones... Ser instrumentos, portadores de paz...
Hoy el evangelio nos presenta a Jesús enviando a 72 misioneros a prepararle el camino. Y una de las cosas que les encomienda es que, cuando entren a un lugar, lo primero que digan sea: "paz a esta casa"...
Esta es una hermosa manera de andar por la vida, deseando y dando paz a nuestro alrededor. Y, fijaros, dando, no pidiendo... Porque, paradójicamente, cuando la ofrecemos, cuando la propiciamos, los primeros beneficiados somos nosotros...
Algunos dicen, ¿y cómo dar lo que no tenemos? Esto me recuerda aquella oración de san Francisco de Asís: 
Señor, haz de mí un instrumento de tu paz.

Que allá donde hay odio, yo ponga el amor. 
Que allá donde hay ofensa, yo ponga el perdón. 
Que allá donde hay discordia, yo ponga la unión. 
Que allá donde hay error, yo ponga la verdad. 
Que allá donde hay duda, yo ponga la Fe. 
Que allá donde hay desesperación, yo ponga la esperanza. 
Que allá donde hay tinieblas, yo ponga la luz. 
Que allá donde hay tristeza, yo ponga la alegría. 
Oh Señor, que yo no busque tanto ser consolado, cuanto consolar, 
ser comprendido, cuanto comprender, 
ser amado, cuanto amar. 
Porque es dándose como se recibe, 
es olvidándose de sí mismo como uno se encuentra a sí mismo, 
es perdonando, como se es perdonado, 
es muriendo como se resucita a la vida eterna.
¿Quieres recuperar o fortalecer tu paz interior? Sal de ti, date a los demás... Eso nos ayuda a conectar con lo mejor de nosotros mismos, con la fuente de la paz que es Dios...

lunes, 17 de octubre de 2016

Estamos de camino... (Lc 12, 13-21)

A veces vivimos sin darnos cuenta de que un día vamos a morir. Es decir, sin tener plena consciencia de que estamos aquí de paso, por un tiempo limitado. No sabemos cuánto tiempo, si será mucho o poco... Lo importante es qué hacemos mientras estamos aquí, cómo vivimos nuestra vida mientras vamos de camino...
Hoy no se piensa en la muerte. Es casi un tabú. Antiguamente, sin embargo, pensar en ella ayudaba tomarse la vida más en serio.
Por ejemplo, cuando alguien dudaba acerca de una decisión importante a tomar, se le aconsejaba que pensara en el momento de su muerte, qué le gustaría haber elegido entonces... Y esta simple reflexión le ayudaba clarificarse por dentro.
Esto mismo aparece en muchos argumentos de películas. Alguien se entera de que va a morir y decide hacer todo aquello que había deseado hacer siempre, con una libertad impresionante...
En el evangelio de hoy, Jesús cuenta una parábola. Trata sobre un hombre que solo pensaba en tener bienes y más bienes... Toda su vida se había convertido en un incansable afán de acumular, de tener más. Y Dios le dice: «Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?»
Si hoy me dijeran que me queda poco tiempo de vida, ¿qué haría?, ¿cómo emplearía mi tiempo?
Vivamos nuestra vida de manera inteligente, sabiendo que estamos de paso, que nuestra verdadera riqueza serán nuestras buenas obras. Vivamos sin apegos, sin codicia, libres, abiertos a los demás, a compartir...
Dios es don, pura gratuidad y generosidad... Y como nosotros somos imagen suya, viviremos más felices si vivimos con esas mismas claves...

sábado, 15 de octubre de 2016

Orar con insistencia. (Lc 18, 1-8)

Jesús dice una parábola sobre la necesidad de orar siempre. Esto a nosotros nos parece algo imposible de alcanzar. Pero no hay que confundir orar con recitar oraciones sin parar; Jesús mismo lo ha dicho: "Cuando oréis, no digáis muchas palabras. Es mejor un instante de intimidad que miles de salmos en la lejanía" (Evagrio Póntico). Porque orar es como querer a alguien. Y esto mismo sucede con Dios: "el deseo ora siempre, aun cuando la lengua calle. Si tú deseas siempre, tú orarás siempre" (San Agustín).
El evangelio nos conduce a la escuela de oración de una viuda, una mujer fuerte y digna que no se rinde, frágil e indómita, al mismo tiempo. Ha sido víctima de una injusticia y no inclina la cabeza. Había un juez injusto. Y una viuda iba todos los días donde él y le pedía: "¡Hazme justicia contra mi adversario!"
Jesús a lo largo de todo el evangelio tiene una especial predilección por las mujeres solas, porque representan la categoría bíblica de los indefensos, las viudas, los huérfanos, los forasteros, los defendidos por Dios.
Una mujer que no se deja vencer, nos revela que la oración es un "no" resuelto al "así son las cosas", es como el primer gemido de una nueva historia que empieza. ¿Para qué orar? Es como decir: ¿Para qué respirar? Para vivir. La oración es la respiración de la fe. Es como un canal abierto por el que circula el oxigeno del infinito, un reconectar continuamente la tierra con el cielo. Igual que para dos que se aman, su respiración es el amor.
A lo mejor todos, alguna vez, nos hemos cansado de orar. Las oraciones se elevaban en vuelo desde el corazón como la paloma del arca de Noé, pero ninguna regresaba para traer una respuesta. Y me he preguntado, y me han preguntado tantas veces: ¿acaso Dios escucha nuestras oraciones?, ¿sí o no? La respuesta de un gran creyente, el mártir Bonhoeffer es esta: "Dios escucha siempre, pero no nuestras peticiones sino sus promesas". Y el evangelio está llena de ellas: no os dejaré huérfanos, estaré con vosotros, todos los días, hasta el final de los tiempos.
No se ora para cambiar la voluntad de Dios sino el corazón del hombre. No se ora para obtener, sino para ser transformados. Contemplando al Señor somos transformados en aquella misma imagen (cf. 2Cor 3,18). Contemplar, transforma. Uno se convierte en aquello que contempla con los ojos del corazón. Uno se convierte en aquello que ora. Uno se convierte en aquello que ama.
De hecho, los maestros del espíritu dicen: "Dios no puede dar nada menos que a sí mismo, y dándose a sí mismo, nos da todo" (Sta. Catalina de Siena). Obtener a Dios de Dios, ese es el primer milagro de la oración. Y sentir su aliento mezclado para siempre con mi aliento.
(Ermes Ronchi - www.retesicomoro.it - traducido del italiano)

viernes, 14 de octubre de 2016

Al final, todo se sabe... (Lc 12, 1-7)

Una de las profesiones más valoradas en la actualidad es el periodismo de investigación. Es increíble la de cosas que han llegado a saberse gracias a profesionales que buscan con honestidad y sin miedo, la verdad. 
Pensando en esto, vienen a mí todos aquellos casos de corrupción que colman los titulares de los periódicos. Personas en otro tiempo honorables, con un gran prestigio personal, profesional y con gran autoridad moral, hoy aparecen sencillamente como personas corruptas. Nunca jamás pensaron que, a la larga -o a la corta-, todo se sabe...
El evangelio de hoy trae una de esas sentencias lapidarias de Jesús: "Nada hay cubierto que no llegue a descubrirse y nada hay escondido que no llegue a saberse". Y, efectivamente, así es...
Hay personas a quienes las detiene el miedo a ser descubiertas... ¡Cuántas cosas se harían si se tuviera la absoluta seguridad de que nadie lo sabría jamás...! Y, de hecho, muchas se hacen porque se piensa que no serán descubiertas. Recuerdo que en un programa de radio se lanzó esa pregunta: "¿qué harías si tuvieras la seguridad de que no llegaría a saberse?", "¿serías infiel a tu esposa..., aceptarías un soborno..., te apropiarías de una billetera encontrada por casualidad? Sin embargo, esto supone una conciencia moral inmadura. Se trata de actuar por principios, por valores, independientemente de que algo llegue o no a saberse..., de que alguien me esté "mirando"...
Si te hicieran aquella pregunta de la radio, tú, ¿qué dirías?
Seamos personas honestas, íntegras, sin doble fondo, sin agendas ocultas..., no por miedo sino por convicción, porque me sale de dentro... Jesús era así...

jueves, 13 de octubre de 2016

Responsabilidad personal y responsabilidad colectiva. (Lc 11, 47-54)

Hay decisiones, sucesos, acontecimientos de los que nadie asume la responsabilidad; esta se diluye en las leyes, las estructuras, incluso la mala suerte. Por eso, algo que hay que rescatar con urgencia es el sentido de la responsabilidad personal.
En estos días pasados, a todos nos han golpeado las imágenes de Haití, al ver las consecuencias del paso del huracán Mathew. Las imágenes son desoladoras. Más de un millar de muertos, millones de damnificados... Hay quien dice, qué mala suerte... Sin embargo, si nos ponemos la mano en el corazón, ¿es solo mala suerte?
Cuando vemos las imágenes de los miles y miles de refugiados que llaman a las puertas de los países europeos, millones que deben abandonar sus casas, ¿es mala suerte?
Los desastres naturales no los podemos evitar, pero sus estragos dependen en gran medida de las condiciones de las ciudades por las que pasan, y eso no es buena o mala suerte, detrás de ellos hay personas que toman decisiones o que, simplemente, pudiendo hacerlo, no hacen nada por evitarlo... Detrás de muchas guerras, hay decisiones, intereses personales... Esto no ocurre por cosas del destino... Ni por mala suerte... En muchas de las situaciones que hoy sufren millones de personas, hay una responsabilidad personal y una responsabilidad colectiva... personas que toman decisiones y personas, pueblos, países, naciones, que con nuestro silencio o nuestro mirar para otro lado, de alguna manera también somos responsables. 
Hoy Jesús tiene palabras duras: "vosotros edificáis mausoleos a los profetas, después que vuestros padres los mataron". Esa sutil hipocresía con la que nos rasgamos las vestiduras ante lo que vemos, e incluso luego colaboramos en las campañas de ayuda humanitaria, sin cuestionar las políticas de fondo que están al origen de estas crisis humanitarias.
Retomemos la consciencia de nuestra responsabilidad personal en muchas de las situaciones que suceden en nuestra aldea global. Rompamos con esa sensación de que no podemos hacer nada. Pequeñas gotas de agua terminan formando los océanos... No seamos cómplices con nuestra silencio o nuestra indiferencia... Hagamos, cada uno, lo poco o lo mucho que esté en nuestras manos... Pequeños gestos cambian la vida de personas concretas...

martes, 11 de octubre de 2016

La belleza está en el interior. (Lc 11, 37-41)

Muchas veces vivimos obsesionados por la apariencia, de allí el éxito de los tratamientos de belleza, desde las cremas embellecedoras, antiarrugas, antiage, quitamanchas, etc., hasta llegar a la cirugía estética. Sin embargo, no siempre tenemos el mismo cuidado con nuestro interior...
Jesús critica fuertemente esta disociación y en muchos casos lo llama hipocresía: ser una cosa por fuera y, lo opuesto, por dentro, pretender aparentar lo que no somos...
En el evangelio de hoy, por ejemplo, lo invitan a comer. Todo el entorno es sumamente pulcro y cuidado. Hasta aquí, todo bien. Pero se da cuenta de que su anfitrión se ha sorprendido al ver que Él no guardaba las normas de pureza ritual..., vamos, que lo miró con desprecio, con ese aire de superioridad que tienen algunos, por sentirse mejores y más perfectos que los demás. Y esta, es de las pocas cosas que irritan a Jesús... Por eso, le dice: "Vosotros, los fariseos, limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro rebosáis de robos y maldades.¡Necios!... Dad limosna de lo de dentro, y lo tendréis limpio todo." Qué critica más dura... A veces me pregunto, que nos diría a nosotros, a mí...
Ojalá pongamos el mismo esmero en cuidar nuestro interior, que el que ponemos en cuidar nuestra apariencia. Y el interior se acicala con amor hacia los demás, con obras de misericordia, con ternura, poniendo con sencillez, sin pretensiones, lo que somos y tenemos al servicio de nuestros próximos... 

lunes, 10 de octubre de 2016

No dejes escapar las oportunidades de la vida. (Lc 11, 29-32)

Hay personas que andan siempre buscando "signos" del cielo o no sé de dónde, para asegurarse de que lo que hacen, el camino que han elegido o la decisión que deben tomar es la correcta... 
Esto en sí, como casi todo, no es ni bueno ni malo... El problema está cuando esa búsqueda de señales, responde a una excusa inconsciente para no comprometerse.
Hoy Jesús critica a sus contemporáneos por esa búsqueda casi obsesiva de signos. Aunque, lo que realmente critica, es la incapacidad de aquellos que lo buscan, que se apiñan a su alrededor, de descubrir y leer los signos que tienen ante sus ojos...
Jesús es la gran prueba del amor de Dios. Y lo tienen ante sus ojos. Un Dios que ha querido ponerse a nuestra altura, caminar a nuestro lado, hablar nuestro lenguaje para ser comprendido, y que ha demostrado amar a la humanidad hasta el punto de dejarse matar, antes que responder al mal con mal, a la violencia con violencia... Un Dios que nos ama siempre, hagamos lo que hagamos...
Deja de buscar signos extraordinarios. La vida está llena de señales para quienes tienen los ojos abiertos, el corazon bien dispuesto... Mira esas señales, que hablan a través de la paz, la alegría, el equilibrio que experimentas en tu interior, y síguelas sin desviarte... No sea que, al estar siempre buscando, estés perdiendo pequeñas, incluso, grandes oportunidades que te está brindando la vida...

sábado, 8 de octubre de 2016

Jesús cura 10 leprosos. (Lc 17, 11-19)

Jesús está de camino. Y como en el camino, la lentitud del andar favorece el encuentro, la atención transforma cada encuentro en un acontecimiento. Y, he aquí, que diez leprosos, una comunidad sin esperanza, de repente, se cruzan en el camino de los doce…
Y Jesús, “apenas los ve”… Sí, enseguida, sin esperar un solo segundo, “apenas los ve”, antes incluso de escuchar su lamento… Jesús tiene ansia de curar, su amor tiene prisa, es un amor que previene, un amor que se anticipa, es el pastor que desafía el desierto por una oveja que se ha perdido, es el padre que corre al encuentro del hijo que aún viene de camino…
Ante el dolor del hombre, aparecen los tres verbos que describen el actuar de Cristo: ver, detenerse, tocar, aunque sea con la sola caricia de la palabra. Ante el dolor, se desencadena una urgencia, la prisa de hacer el bien: nadie debe sufrir un segundo de más… Esto me recuerda un verso bellísimo de Ian Twardowsky: ¡Démonos prisa en amar, las personas se marchan tan rápido…! El amor verdadero siempre tiene prisa. Está siempre atrasado respecto al hambre de abrazos o de salud.
“Id…” Y mientras iban, fueron purificados. Son purificados no cuando llegan donde los sacerdotes, si no mientras caminan. La curación empieza con el primer paso que realizan creyendo en la palabra de Jesús. La vida sana, no porque alcance una meta, sino cuando pone en marcha procesos, cuando inicia un itinerario. Nueve leprosos son curados y no sabemos nada más de ellos. Probablemente desaparecen ante la vorágine de su inesperada felicidad, secuestrados por abrazos reencontrados, al volver a convertirse en personas libres y normales.
En cambio, un samaritano, un extranjero, el último de la fila, se ve curado, se detiene, se gira y regresa, porque intuye que la salud no le ha sido dada por los sacerdotes, sino por Jesús; no por la observancia de reglas y ritos, sino por el contacto con la persona de aquel Rabbí. No hace ningún gesto llamativo: regresa, canta, lo aprieta, dice un simple gracias, rebosante alegría.
Una vez más, el Evangelio propone un samaritano, un extranjero, un hereje como modelo de fe; “tu fe te ha salvado”. La fe que salva no es una profesión verbal, no está compuesta por fórmulas sino por gestos que salen del corazón: el regreso, el grito de alegría, el abrazo que envuelve los pies de Jesús.
El centro de la narración es la fe que salva. Los diez son curados. Los diez han creído en la palabra, se fiaron y se pusieron en camino. Pero solo uno ha sido salvado. Una cosa es ser curado y, otra, ser salvado. En la curación se cierran las llagas, renace una piel como la primavera. En la salvación se encuentra la fuente, tú entras en Dios y Dios entra en ti, y florece tu vida entera…
(Ermes Ronchi – www.retesicomoro – traducido del italiano)

viernes, 7 de octubre de 2016

7 de octubre. Nuestra Señora del Rosario.

Hoy la Iglesia católica celebra a la Virgen María bajo su advocación del Rosario. Las distintas advocaciones marianas, aluden a cualidades, características, rasgos de la madre de Jesús (Virgen de los desamparados) o a lugares o circunstancias vinculadas a una determinada imagen (Virgen del Pilar).
La devoción mariana está muy arraigada entre los católicos, devoción y cariño que brota del amor a Jesús... Quien ama a Jesús, ¿cómo no va a sentir un especial cariño por su madre?
Nuestra Señora del Rosario evoca el rezo del rosario. El rosario (del latín rosarĭum «rosa») es un rezo tradicional católico que conmemora veinte «misterios» (15 en la forma tradicional) de la vida de Jesucristo y de la Virgen María, recitando después de cada uno de ellos un padrenuestro, diez avemarías y un gloria al Padre. Es una oración sencilla, con fuertes resonancias bíblicas, que nos lleva a recorrer e interiorizar momentos clave de la vida de Jesús.
Los veinte misterios están agrupados en cuatro grandes etapas. Los misterios gozosos recorren la vida de Jesus y de su Madre desde el anuncio del ángel Gabriel hasta cuando Jesús va a Jerusalén al cumplir doce años. Los misterios luminosos, añadidos por san Juan Pablo II, eligen momentos clave de la vida pública de Jesús. Los dolorosos, nos invitan a acompañar a Jesús en su pasión, de la mano de María. Y, los gloriosos, nos recuerdan que Jesús ha resucitado, que la Virgen está en los cielos junto a su Hijo, y que hacia allí nos dirigimos todos.
El rosario nos recuerda que la vida tiene sus momentos gozosos, luminosos, dolorosos y gloriosos, y a vivirlos unidos a Jesús y a su Madre, sabiendo que ellos siempre nos acompañan, nos conducen y nos fortalecen en nuestro caminar hacia la casa del Padre.

miércoles, 5 de octubre de 2016

El poder del agradecimiento.

Existe una fiesta muy antigua llamada "Témporas de Acción de Gracias". En su origen, el objeto de las témporas era dedicar un tiempo a dar gracias a Dios por los beneficios recibidos de la tierra y a pedirle su bendición sobre las siembras para que produjeran cosechas abundantes. En el hemisferio norte, esta fiesta se celebra precisamente hoy, una vez pasado ya el verano y recolectados los frutos que tan generosamente nos regala la naturaleza.
Esta fiesta ha ido perdiendo relevancia dado que no vivimos en una sociedad eminentemente agrícola y se ha ido perdiendo la consciencia de los maravillosos ciclos de la tierra, con su tiempo para sembrar y cosechar. Más aún, si cuando necesitamos algo, basta ir al supermercado.
Sin embargo, es una fiesta importante, que nos ayuda a recuperar en nosotros el agradecimiento. Dar gracias es una disposición básica. Sus beneficios son múltiples. Hay terapias basadas únicamente en esto... Cambiar la queja y las exigencias por una actitud agradecida; aprender a fijarnos más en lo positivo que en lo negativo; abrir los ojos y el corazón para ver la cantidad de beneficios que rodean nuestra vida y que recibimos de manera totalmente gratuita; experimentarnos como personas profundamente bendecidas...
Vivir desde el agradecimiento amplía nuestra mirada y nuestro corazón, y produce en nosotros emociones expansivas, que repercuten positivamente en nuestro bienestar personal.
Os propongo un ejercicio. Vivid el día de hoy en esta clave. Caed en la cuenta de las cosas, personas, dones personales, regalos que recibís cotidianamente... Y dad gracias... A Dios, a la vida, a las personas que tenéis cerca, a quien os atiende en el supermercado, al conductor del autobús... Vivid en esa clave y experimentaréis paz y alegría en el corazón... Por hoy, solo por hoy, dejad vuestras quejas, exigencias y lamentaciones... y vivid en acción de gracias... Os maravillaréis al descubrir la cantidad de detalles que rodean nuestra existencia y la cantidad de personas que hacen nuestra vida más fácil y agradable...

martes, 4 de octubre de 2016

Necesitamos tiempos de disfrute y de reposo...(Lc 10, 38-42)

Vivimos en una sociedad hiperajetreada, con un ritmo acelerado, en la que la actividad, la acción, el estar en permanente movimiento, marca el compás de nuestra vida...
Estamos permanentemente, como dicen los estudios del funcionamiento de nuestro cerebro, produciendo ondas beta. Estas ondas son adecuadas cuando necesitamos estar en alerta, atentos, despiertos, activos. Pero también necesitamos momentos de calma, de reposo, de juego, de no hacer nada, de mantener relaciones humanas de calidad... Estar siempre en medio de un sinfín de actividades, la multitarea (atender muchos frentes a la vez), genera estrés y deteriora nuestra calidad de vida, nuestro entorno, nuestras relaciones.
Hoy el evangelio nos habla de esto. Jesús sabía cuidar sus relaciones, se daba tiempo para compartir, para descansar, para orar... No todo era actividad hacia fuera... De hecho, su actividad exterior, movida por el motor de la compasión, estaba sostenida por esa profunda actividad interna.
Jesús está en casa de unos amigos, Lázaro, Marta y María. Betania era el lugar de su descanso, el lugar de la intimidad, de la confianza... Ese lugar que todos necesitamos, donde nos sentimos en casa, amados y acogidos...
Marta se desvive por atenderlo, mientras María está sentada a sus pies. Lo curioso es que Marta está tan ajetreada, que no tiene tiempo de escucharlo, de estar sencillamente con Jesús... Está tan ajetreada, que al final se queja... Su servicio empieza a ser una carga... Este es un indicador clarísimo... Cuando empezamos a lamentarnos y quejarnos por todo..., cuando lo que hacemos se vuelve una carga..., cuando vivimos cansados..., cuando esto afecta nuestras relaciones y ya no tenemos tiempo o no nos damos tiempo para sentarnos, descansar, escuchar, compartir con las personas que queremos..., atentos, es una señal de alarma...
Jesús dice a Marta: "Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; solo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán."
No se trata de no hacer nada; eso es obvio. Se trata de llevar una vida equilibrada, de cuidar esos momentos de intimidad con las personas que queremos, de tener tiempos de escucha e interioridad... Eso nos alimenta y nos nutre por dentro, renovará nuestras energías y dará sentido a lo que hacemos y vivimos...
Preguntémonos cuánto tiempo dedico a las personas que quiero; cuánto a descansar, a estar en silencio, a meditar, a realizar un hobby... ¿Quieres saber si algo o alguien es importante para ti? Mira cuánto tiempo le dedicas...

lunes, 3 de octubre de 2016

Sigamos la voz del corazón. (Lc 10, 25-37)

Hace poco escuché que quien pregunta mucho en el fondo no quiere hacer nada. La verdad, me llamó la atención y me dejó pensando. Y, sí, puede ser verdad, sobre todo cuando lo que se hacen son preguntas retóricas, preguntas de las que, en realidad, sabemos la respuesta pero preguntamos una y otra vez como excusa, como si no supiéramos la solución, así, nos justificamos para no poner manos a la obra.
Hoy de nuevo el evangelio pone ante nosotros una de estas situaciones.
Una persona se acerca a Jesús y le dice: "Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?" El le dijo: "¿Qué está escrito en la Ley?, ¿qué lees en ella?" El letrado contestó:«Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo.» El le dijo: "Bien dicho. Haz esto y tendrás la vida."
Jesús tiene el arte de devolverle la pregunta. Y, sí, aquel hombre sabía lo que tenía que hacer pero, al parecer, eso le complicaba la vida. Por eso, hace otra pregunta: "¿Y quién es mi prójimo?" Esto confirma lo que me dijo mi amiga: quien vive haciendo preguntas es que en realidad no quiere hacer nada...
Muchas veces hacemos preguntas cuyas respuestas sabemos. Preguntamos para autoengañarnos. Pregunto como si no supiera, simplemente para tener un pretexto... Como si me dijera internamente: cuando lo sepa, lo haré. O, me digo, no lo hago porque no sé lo que tengo que hacer. Y no es verdad...
Seamos honestos con nosotros mismos. En el fondo, todos sabemos lo que tenemos pendiente, lo que tendríamos que hacer en muchos momentos. Dejemos de dar vueltas, de vivir en esa búsqueda eterna, posponiendo una y otra vez el poner manos a la obra... Entremos en nosotros mismos, escuchemos nuestro corazón y sigamos su voz. Hay respuestas que no me las puede dar nadie, que sólo las encontraré dentro de mí. Y, si sabemos lo que tenemos que hacer, hagámoslo... El solo saber no basta... 

domingo, 2 de octubre de 2016

Si tuviéramos fe como un grano de mostaza… (Lc 17, 5-10)

Jesús acaba de decir a los discípulos algo que les parece imposible: “¿cuántas veces tengo que perdonar? Setenta veces siete”. Y brota de ellos una petición espontánea: aumenta nuestra fe, o no lo conseguiremos… Una oración que Jesús no escucha, porque a Dios no le corresponde aumentar nuestra fe, no puede hacerlo: la fe es la libre respuesta del hombre a la invitación amorosa de Dios. Además, basta poca, muy poca para obtener resultados impresionantes: “si tuvierais fe como un grano de mostaza, podríais decir a esa morera, ¡arráncate de raíz y plántate en el mar!”
Aquí vemos uno de los rasgos típicos de los discursos de Jesús: lo infinito se revela en lo pequeño. Jesús elige hablar del mundo interior y misterioso de la fe usando palabras sencillas, cotidianas; revela el rostro de Dios y la llegada del Reino, a través de imágenes simples: migajas, un poco de levadura, las hojas de una higuera, un niño en medio de los adultos… Es la lógica de la Encarnación que continúa; aquella de un Dios que, siendo omnipotente, se ha hecho frágil; de eterno, se ha perdido dentro del fluir de los días.
La fe se revela en la más pequeña de las semillas y, después, en la grandiosa visión de árboles que vuelan hasta los confines del mar… La fe es nada y es todo. Ligera y fuerte. Tiene la fuerza de arrancar árboles y la ligereza de una pequeña semilla que se rompe en el silencio. 
He visto el mar llenarse de árboles, he visto empresas que parecían imposibles: madres y padres resurgir después de dramas atroces, discapacitados con ojos luminosos como estrellas, un misionero discípulo del Nazareno salvar millares de niños-soldado, una pequeña monja albanesa romper los tabúes milenarios de las castas… Una semilla, no la fe segura y desafiante, sino aquella que en su fragilidad tiene todavía más necesidad de Dios y que por su pequeñez tiene aún más confianza en su poder.
El evangelio termina con una pequeña parábola sobre la relación entre un amo y su siervo, que concluye con unas palabras inquietantes: “una vez que hayáis hecho todo lo que tenéis que hacer, decid: siervos inútiles somos”. Pero, entendamos bien: en el evangelio el servicio nunca es catalogado de inútil; todo lo contrario, es el nombre de la nueva civilización. Siervos inútiles no porque no sirvamos para nada sino, según la etimología de la palabra, porque no se busca la propia utilidad, el propio interés, no se reivindica ningún derecho ni se tienen grandes pretensiones. La felicidad está en servir a la vida.
Siervo es el nombre que Jesús elige para sí; y yo debo ser como Él, porque esta es la única manera de crear una historia distinta, que humaniza, que libera, que planta árboles de vida en el desierto y en el mar. Inútiles porque la fuerza que hace germinar la semilla no procede de las manos del sembrador; la energía que convierte no está en el predicador, sino en la Palabra. “Nosotros somos las flautas, pero tuyo es el aliento, Señor”. (Rumi)
(Ermes Ronchi – www.retesicomoro – traducido del italiano)

sábado, 1 de octubre de 2016

Sobre la alegría... (Lc 10, 17-24)

La alegría es una de las emociones básicas de nuestra vida... Nos llena de positividad, de ganas de vivir y contagia a nuestro alrededor luz, creatividad, vida.
No hay que confundir la alegría con esas sensaciones periféricas que, en un momento dado, nos hacen "sentir bien". Y digo "periféricas" porque son superficiales, efervescentes, pero de poca duración... La alegría, en cambio, brota de lo profundo del corazón y no está a merced de circunstancias exteriores, siempre cambiantes y que, habitualmente, no dependen de nosotros.
Muchas veces nuestra alegría está vinculada a nuestros éxitos personales. Si las cosas nos salen bien, como teníamos previsto, nos sentimos contentos; si, en cambio, hemos fracasado o, sencillamente las cosas no salieron a nuestro gusto, nos quedamos mal... Es un poco lo que les pasaba a los discípulos de Jesús... Habían sido enviados a su primera misión y vuelven exultantes porque les ha ido maravillosamente bien, seguramente, mejor aún de lo que pensaban... Y Jesús les dice que no se alegren por lo que han logrado, por grande que esto sea, sino porque sus nombres están escritos en el cielo. Con ello les invita a conectar con una fuente inagotable de felicidad, el sentirnos amados por Dios... No por lo que hacemos ni por nuestros logros, si no por lo que somos... 
Hacer depender nuestra alegría de nuestros logros, de que las cosas sean como yo quiero que sean, es muy frágil, me deja a merced de circunstancias exteriores cambiantes... Las cosas no siempre me saldrán bien ni serán como yo quiero... 
La invitación, por tanto, es a movernos en la profundidad, en esa zona que no está a merced de las vicisitudes de la vida... Se nos invita a conectar con la fuente de donde brota la alegría verdadera: sentirnos amados y profundamente agradecidos...