domingo, 27 de noviembre de 2016

Vivir atentos. I Domingo de Adviento. Ciclo A. (Mt 34, 37-44)

Comienza el tiempo de Adviento, cuando la búsqueda de Dios se transforma en espera de Dios. De un Dios que está siempre naciendo, siempre de camino, siempre extranjero en un mundo y en unos corazones distraídos. Aquella distracción que deriva en superficialidad, "el vicio supremo de nuestra época " (R. Panikkar). "Como en los días de Noé, cuando no se dieron cuenta de nada". Y es posible vivir así, pasando por la vida, usufructuándola, pero no viviéndola; sin sueños y sin misterio
Es posible vivir "sin darnos cuenta de nada", de quien vive contigo en tu casa, de quien te dirige una palabra, de los centenares de náufragos en Lampedusa o del pobre que está a la puerta. Sin ver este planeta envenenado y humillado, y nuestra casa común depredada por nuestros estilos de vida insostenibles. Se puede vivir sin rostros: rostros de pueblos en guerra; rostros de mujeres violadas, compradas, vendidas; de ancianos en busca de una caricia y de consideración; de trabajadores precarios, a quienes se les roba su futuro.
Para darse cuenta es necesario detenerse, en esta carrera, en este ritmo loco de vida en el que estamos atrapados. Y, después, arrodillarnos, escuchar como los niños y mirar como los enamorados: entonces te das cuenta del sufrimiento de alguien que está a tu lado, de la mano tendida, de los ojos que te buscan y de las lágrimas silenciosas. Y de la cantidad de dones que cada día nos trae, de la bondad y belleza que habita en cada ser.
El otro nombre del Adviento es vivir atentos. Una palabra que no indica un estado de ánimo sino un movimiento, un "tender hacia", saliendo de nosotros mismos. El Adviento es un tiempo de senderos, cuando el nombre de Dios es "Aquel que viene", que camina a pie, sin hacerse notar, por nuestros caminos polvorientos, en los zapatos de los pobres y de los migrantes, caminante de los siglos y de los días. Para ello necesitamos tener los ojos abiertos.
"Dos hombres estarán en el campo, dos mujeres estarán moliendo, a uno se lo llevarán y a otra la dejarán ". No son palabras referidas al fin del mundo, o a la muerte inesperada, sino al sentido último de las cosas, aquello más profundo y definitivo. En los campos de la vida, unos viven de manera adulta, otros infantil. Uno vive atisbando el infinito, otro solo dentro del círculo estrechó de su vida y de sus necesidades. Uno vive para apropiarse y tener, otro, en cambio, es generoso con los demás y comparte pan y amor.
De estos dos, solo uno está preparado para el encuentro con el Señor. Uno solo está en el umbral de la puerta y percibe los pequeños brotes que nacen en él, a su alrededor, en la gran historia, en los pequeños relatos, mientras el otro no se da cuenta de nada. Solo uno sentirá las ondas del infinito que vienen a bañar las orillas de su vida, y una mano que llama a su puerta, como un invitación a velar.

domingo, 20 de noviembre de 2016

Fiesta de Cristo Rey: Hoy estarás conmigo en el Paraíso. (Lucas 23,35-43)

"Si eres el Cristo, ¡sálvate a ti mismo!" Los hombres religiosos están escandalizados: ¿Qué Dios es este que deja morir a su Mesías? Se escandalizan los soldados, los hombres fuertes: si eres rey, ¡usa la fuerza! ¡Sálvate! ¿Acaso hay algo que vale más que la vida? Pues sí, responde la narración de la Cruz, hay algo que vale más: el amor vale más que la vida. Y se nos presenta un rey que muere obstinadamente amando; ajusticiado, pero no vencido; a quien podemos rechazar, pero que no nos rechazará nunca. Y la resurrección es el sello de que un amor así no se perderá jamás.
Un malhechor, crucificado a su lado, le pide no ser olvidado y que lo lleve consigo. En aquel bandido, nos alcanza a todos nosotros, consagrando -en un malhechor- la dignidad de toda persona humana en su decadencia, en su límite más bajo... El hombre es siempre amable para Dios. Lo propio de Dios es amar hasta lo "inamable". Aquel ladrón no puede esgrimir ningún mérito. Pero Dios no mira el pecado ni los méritos; su mirada se posa sobre el sufrimiento y sobre la necesidad, como un padre o una madre miran solo el dolor y las necesidades de su hijo.
"Acuérdate de mí cuando entres en tu reino". Y Jesús no solo se acuerda, hace mucho más: lo lleva consigo, lo carga sobre su espalda, como hace el pastor con la oveja perdida, lo hace volver a casa: "¡Estarás conmigo!" Y mientras que la lógica de nuestra historia parece avanzar por exclusiones, por separaciones, por devoluciones en la frontera, el Reino de Dios es la tierra nueva que avanza gracias a las inclusiones, a los abrazos, a la acogida
"Acuérdate de mí ", pide el pecador; "estarás conmigo", responde el amor. No solo el recuerdo, sino el abrazo que aprieta y une y no deja caer jamás: conmigo, por siempre. Las últimas palabras de Jesús en la cruz son tres regalos, tres edictos imperiales: hoy - conmigo - paraíso
"Hoy": ahora, inmediatamente; es el amor que siempre tiene prisa; es el instante que se abre a lo eterno, es lo eterno que se insinúa en el instante. "Conmigo": mientras nuestra historia de conflictos termina en muros, fronteras, rechazos, el Reino de Dios germina en un compartir y en la acogida. En el "paraíso": aquel lugar que anhelamos profundamente, aquel lugar inmenso y feliz pleno de amor y de luz.
Y si el primero que entra en el paraíso es este hombre descarriado, entonces no hay nada ni nadie definitivamente perdido, nadie está sin esperanza. Los brazos del crucificado permanecerán abiertos de par en par para siempre, para todos aquellos que reconozcan a Jesús como compañero de amores y de penas, cualquiera que sea su pasado: ¡está es la buena noticia de Jesucristo!
(Ermes Ronchi - www.retesicomoro.it - traducido del italiano)

viernes, 18 de noviembre de 2016

¿Qué te hace llorar? (Lc 19, 41-44)

Las lágrimas tienen un gran efecto terapéutico. Llorar nos ayuda a expresar sentimientos profundos que muchas veces, si no se exteriorizan, nos hacen daño. Llorar es sano, muy sano... Todos hemos experimentado que, junto con las lágrimas, también fluye el dolor y nos quedamos más serenos y relajados...
En el evangelio de hoy, Jesús llora... No es la primera vez ni será la última... 
A Jesús le conmueve la situación de Jerusalén, la ciudad santa. Es consciente de que se trata de un pueblo que sufre, víctima de muchas formas de violencia... Jesús es consciente de la realidad que lo rodea y no se queda al margen o indiferente. Y le duele. Jesús no llora por sus problemas; llora al ver las consecuencias del egoísmo y la insolidaridad... A veces me pregunto, ¿y yo qué siento cuando contemplo la realidad, cuando veo el drama de los refugiados, de los sin techo, de...? ¿Me duele...? ¿O a veces estoy tan centrada en mí misma que solo veo mis problemas, mis dificultades...? ¿Qué me hace llorar...?
Y lo que más le duele a Jesús es darse cuenta de que vivimos tan a ras de tierra, tan centrados en nosotros mismos, que no nos damos cuenta de la presencia de Dios, de su amor, de sus llamadas a construir un mundo en el que todos podamos vivir en paz, con justicia, con dignidad... "¡Si al menos tú comprendieras en este día lo que conduce a la paz!"
A Dios le duele nuestro mundo, le duele nuestro sufrimiento... Salgamos de nosotros mismos, de nuestro pequeño mundo... Aprendamos a mirar el mundo con amor, a conectar con el dolor de las personas... Reconozcamos su presencia y su amor que nos envuelve y acojamos las invitaciones que nos hace a ser instrumentos de su paz...

miércoles, 16 de noviembre de 2016

¿Soy digno de confianza...? (Lc 19, 11-28)

¿Os habéis fijado que casi siempre hay personas a las que se les confía muchas responsabilidades y, otras, en cambio, a las que no? Esto, en no pocas ocasiones despierta muchas envidias y, a simple vista, parece injusto. Sin embargo, hoy el evangelio nos da una clave de lectura.
San Lucas nos transmite una variante de la conocida parábola de los talentos. En esta ocasión, un hombre importante tiene que salir de viaje y da a algunos empleados la misma cantidad de dinero para que lo hagan producir. Al volver, les pide cuentas. Uno le sacó un rendimiento del 10 por 1; otro, del 5; y, un tercero, prefirió tenerlo a buen recaudo, por miedo a perderlo. Al primero, en recompensa, le da el mando sobre 10 ciudades; al segundo, sobre 5; y, al tercero, lo trata con suma dureza, le quita lo que le había encomendado y se lo da al que había producido 10.
Muchos, al oír esta parábola reaccionan con cierta incomodidad y les parece injusto. Sin embargo, ¿no haríamos -y, de hecho, hacemos- lo mismo que aquel hombre importante? ¿A quién solemos encomendar una tarea o una responsabilidad? ¿Al que sabemos que la va a sacar adelante o al que siempre tiene un buen motivo y una excusa para no hacerla? Si os fijáis, el tercero tiene incluso la desfachatez de culpar a su jefe... ¡No es que él sea vago o miedoso, es que su jefe es exigente...! 
Hoy podríamos preguntarnos: ¿a cuál de los empleados me parezco yo? Jesús nos hace caer nuevamente en la cuenta de que hemos venido a este mundo con una serie de dones, cualidades, talentos que es necesario hacer "producir"... Cada uno tenemos los nuestros... ¿Los haces crecer? ¿Te atreves a intentar cosas nuevas, a arriesgar? ¿O te autolimitas por miedo, por comodidad y luego echas la culpa al resto? ¿Soy de aquellos a quienes se les puede confiar lo que sea, pues lo sacaré adelante?, o... ¿Qué me diría hoy el Señor?

lunes, 14 de noviembre de 2016

Pide un deseo... (Lc 18, 35-46)

Si pudieras pedir un deseo, ¿qué pedirías? ¿Dinero, fama, salud, trabajo...? Piensa un instante..., ¿qué pedirías?
Hoy el evangelio nos habla de un ciego que estaba sentado al borde del camino y que pedía limosna. Al darse cuenta de que pasaba Jesús, apela a su compasión. ¡Hermosa oración! Señor, ten compasión de mí, mírame con amor, con ternura... Y Jesús, con enorme delicadeza, le pregunta: "¿qué quieres que haga por ti?" Y aquel ciego, que había terminado mendigando, dependiendo de los demás, demandando atención, pidiendo ayuda, lo que pide es volver a ver. Él sabía lo maravilloso que era ver... La luz, los colores y, sobre todo, ver el camino por donde andar... Era la ceguera lo que lo había situado fuera del camino y lo había convertido en mendigo... Y Jesús cumple su deseo y, recobrada la vista, lo sigue y da gloria a Dios.
A veces también nosotros nos sentimos como fuera del camino, al borde de..., al margen de... Y eso produce mucho dolor, desaliento... Y nos convertimos en mendigos, dependientes de los demás, demandándoles que solucionen nuestros problemas, que nos hagan salir de nuestra situación... Y lo que realmente necesitamos es volver a ver, necesitamos recuperar nuestra luz interior, esa luz que nos permite ver el camino a seguir, que alumbre nuestras zonas oscuras, que nos ayude a retomar el camino de la vida y a glorificar a Dios, es decir, a darnos cuenta de que somos personas bendecidas y hacer que nuestro corazón y nuestra boca exulte de agradecimiento... No porque desaparezcan nuestros problemas y dificultades, ¡estos forman parte de la vida!, sino porque los vemos y afrontamos de otro modo, con fortaleza interior y sabiduría...
Pidamos luz al Señor... Él es La Luz... Luz para vernos con el amor que Él nos ve, luz para ver a los demás con ese mismo amor, luz para ver hacia delante, para ver con claridad el camino que debo seguir y seguirlo, luz para salir de la oscuridad que a veces me hace verlo todo negro, oscuro... Así mi vida se volverá a llenar de color, de alegría y de agradecimiento... 

viernes, 11 de noviembre de 2016

Estamos rodeados de milagros... (Lc 17, 26-37)

Todos los días están llenos de oportunidades, de momentos maravillosos, de experiencias potencialmente extraordinarias. Y digo "potencialmente" porque están allí, esperándonos, pero para acogerlas y disfrutarlas, necesitamos estar atentos, "despiertos".
El evangelio de hoy es continuación del de ayer, en el que le preguntaban a Jesús cuándo y dónde se haría presente Dios... Y, entonces, nos hace caer en la cuenta de que Dios está dentro de nosotros, de cada uno. Ahora, da un paso más, y nos hace caer en la cuenta de que Dios se manifiesta en el momento menos pensado, en las cosas ordinarias de la vida y que, por eso, debemos estar atentos...
A veces pensamos que para tener experiencias profundas de Dios, necesitamos hacer cosas extraordinarias, ir a santuarios lejanos, buscar maestros en los confines de la tierra, asistir a celebraciones, cultos, etc., etc... Y, resulta, como dice Jesús, que Dios se manifiesta en las actividades ordinarias de la vida, y pone como ejemplos, que Dios vino mientras unos comían, otros compraban, vendían, segaban... Estaban tan metidos en los afanes de cada día, que no cayeron en la cuenta de que Dios estaba allí... Y nos advierte de que a nosotros nos puede pasar lo mismo...
Aprender a descubrir lo extraordinario que se hace presente en nuestra vida ordinaria... Tener la mirada y el corazón atentos para descubrir cómo Dios se hace presente aquí y ahora... Caer en la cuenta de esas oportunidades que se nos presentan en la vida para no dejarlas pasar... No sea que esperando grandes cosas, grandes momentos, grandes ocasiones, estemos dejando pasar pequeños milagros que nos están sucediendo todos los días...
Vivamos despiertos, con los ojos abiertos, y descubriremos un mundo maravilloso en el que Dios nos regala milagros a cada instante...

jueves, 10 de noviembre de 2016

Dios habita dentro de ti... (Lc 17, 20-25)

En la actualidad hay una profunda búsqueda de espiritualidad, de "algo más" que nos llene por dentro y que dé respuesta a las preguntas e inquietudes que anidan en nuestro interior...
Somos seres espirituales, en nosotros habita Dios, Él forma parte de nuestro ser, tenemos en nuestro interior una semilla divina que es necesario descubrir, cuidar y hacer crecer.
En tiempos de Jesús también existía una fuerte búsqueda espiritual. Se esperaba la intervención de Dios en la historia para resolver los problemas políticos y sociales, para impartir justicia, para que el mundo fuera un lugar habitable donde todos pudiesen vivir con dignidad...
Por eso, la pregunta acuciante y que hoy le hacen a Jesús es cuándo iba a llegar el reino de Dios; es decir, cuándo Dios se va a hacer presente. Y Jesús responde: "El reino de Dios no vendrá espectacularmente, ni anunciarán que está aquí o está allí; porque mirad, el reino de Dios está dentro de vosotros."
Parece una respuesta enigmática, pero no lo es. Lo que Jesús nos dice es que Dios no aparece en medio de fuegos artificiales, ni se anuncia con bombos y platillos; Dios no es alguien que tiene que venir, como si estuviera ausente. No. Dios está dentro de nosotros... Por eso, para encontrarlo, no tenemos que ir a ninguna parte; basta que entremos en nuestro interior...
Dios está ya dentro de ti, dentro de mí, dentro de todos los seres...
Dedica de vez en cuando, ojalá todos los días, unos minutos a hacer silencio, a sentir esa presencia amorosa que te habita, a escuchar esa voz dentro de ti que te invita a vivir desde lo profundo, a amar, a ayudar a los demás, a contribuir a hacer de este mundo un lugar más habitable...
Vive desde lo profundo y se transformará tu mirada. Descubrirás que eres una persona bendecida, y te convertirás en una bendición para los demás, pues sencillamente dejarás que Dios actúe a través de ti...

martes, 8 de noviembre de 2016

Vivamos nuestro trabajo como un servicio. (Lc 17, 7-10)

Qué hermoso es hacer las cosas por el gusto de hacerlo, sencillamente porque es nuestro deber, porque es lo que nos corresponde.
El estar a la espera de reconocimiento o el limitarnos a hacer solo lo que está mandado, en el fondo nos resta libertad y soltura interior... 
Todos hemos conocido personas que sirven, ayudan, dan una mano sin que nadie se los pida, realizan su trabajo con esmero, con naturalidad... Y cuando les damos las gracias, responden que solo han hecho lo que tenían que hacer... 
En el evangelio de hoy, Jesús nos narra una parábola. Un trabajador, después de hacer las faenas del campo, al llegar a casa de su jefe, se pone a servirlo. Y Jesús pregunta a su auditorio si actuando así ha hecho algo extraordinario. La respuesta es obvia: No, sencillamente hacía su trabajo. Y Jesús concluye la narración con una enseñanza: después de realizar nuestro trabajo, digamos simplemente que hemos hecho lo que teníamos que hacer, es decir, servir.
Por tanto, hoy Jesús nos invita a vivir nuestro trabajo, sea el que sea, con esta actitud de servicio y responsabilidad, dando lo mejor de nosotros mismos. Si somos maestros, ayudando a crecer a nuestros alumnos; si soy juez, impartiendo justicia; si soy policía, actuando como un buen servidor público, sabiendo que "eso es lo que tenemos que hacer". Vivir así, produce una satisfacción profunda, la satisfacción de hacer, sencillamente lo que tenemos que hacer, con amor, con entrega, siendo fieles a nuestra vocación de servicio, que es la esencia de todo ser humano...

domingo, 6 de noviembre de 2016

Seremos como ángeles… (Lc 20, 27-38)

Los saduceos plantean a Jesús una paradoja absurda, la de una mujer siete veces viuda y nunca madre, y la presentan a Jesús como una caricatura de su fe en la resurrección. Lo sabemos: no es fácil creer en la vida eterna. A lo mejor porque nos la imaginamos como duración infinita más que como intensidad y profundidad, como descubrimiento infinito de lo que significa mar con el corazón mismo de Dios.
La única pequeña eternidad en la que creen los saduceos es en la supervivencia del patrimonio genético de la familia, tan importante como para justificar ir pasando a aquella mujer de mano en mano, como si fuera un objeto: “Entonces la tomó el segundo, después el tercero y, así, los siete”. Sus palabras no tienen ni una sombra de amor, sino que reducen a la persona a un instrumento, algo a utilizar para los propios fines.
Jesús no comparte esta visión, y a su banal pregunta (“de cuál de los siete será mujer”), contrapone un mundo totalmente nuevo: “Aquellos que resuciten no tomarán mujer ni marido”. Jesús nos dice que en la otra vida no terminarán los afectos y el trabajo gozoso del corazón. Más aún, lo único que permanecerá por siempre, lo que permanece cuando no queda ya nada, es el amor (1Cor 13, 8).
Los resucitados no toman mujer o marido y, aún así, viven el gozo humanísimo e inmortal de dar y recibir amor: en esto se basa la felicidad en esta y en toda vida. Porque amar es la plenitud del hombre y de Dios. Y lo que vence la muerte no es la vida, es el amor. Y, finalmente, en el último día, a nosotros que nos ha costado tanto trabajo aprender a amar, nos será dado amar con el corazón mismo de Dios.
“Los resucitados serán como ángeles”. Pero, ¿qué son los ángeles? ¿Creaturas incorpóreas y asexuadas de nuestro imaginario romántico? ¿O, más bien, bíblicamente, mensajeros de Dios (Gabriel), fuerza de Dios (Miguel), medicina de Dios (Rafael). Ojos que ven a Dios cara a cara (Mt 18, 10), presentes ante la Presencia?
“El Señor es Dios de Abraham, de Isaac, de Jacob. Dios no es un Dios de muertos sino de vivos”. En esta preposición “de”, repetida 5 veces, está encerrado el motivo último de la resurrección, el secreto de la eternidad… Una sílaba breve como un respiro, pero que contiene la fuerza de un lazo indisoluble y recíproco, y que dice: Dios les pertenece a ellos y ellos pertenecen a Dios.
Es tan fuerte ese nexo, que el Señor no puede pronunciar su nombre sin pronunciar también el nombre de quienes ama. El Dios fuerte, capaz de inundar de vita incluso los caminos de la muerte tiene tanta necesidad de sus hijos, que llegan a ser parte fundamental de sí mismo. Este Dios de los hombres vive solo si tú y yo viviremos, para siempre, con Él.
(Ermes Ronchi - www.retesicomoro.it - traducido del italiano)

sábado, 5 de noviembre de 2016

Cuidar los detalles. (Lc 16, 9-15)

A las personas se las conoce en los pequeños detalles. En las cosas que consideramos importantes, todos solemos ser cuidadosos... Tenemos que estar pendientes de cuando se vence el plazo de una hipoteca y ponemos especial esmero en un trabajo o un proyecto que hay que entregar y que puede conseguirnos un ascenso... Pero no todos ponen el mismo empeño en las cosas aparentemente sin importancia...
Recuerdo una vez que me dijeron que un buen bordado se conoce por la parte de atrás, precisamente por donde no se ve... El revés debe estar igualmente cuidado, como si fuera el derecho.
También recuerdo a un guía explicando una catedral. Hablaba de que aquellos artesanos, albañiles, artistas, cuidaban hasta los más pequeños detalles. Hablaba en concreto de uno que labraba con sumo cuidado una viga. Una persona le dijo: ¿por qué dedicas tanto tiempo a esa viga si lo que estás haciendo nadie lo va a ver? A lo que él respondió: yo sí lo veo... y Dios también... 
Hoy el evangelio nos trae una de esas sentencias llenas de sabiduría pronunciadas por Jesús: "El que es de fiar en lo menudo, también en lo importante es de fiar; el que no es honrado en lo menudo, tampoco en lo importante es honrado."
Seamos cuidadosos, delicados, rectos no solo en las grandes cosas sino en las pequeñas... Si podemos hacer las cosas bien, ¿por qué hacerlas mediocremente? Dios cuida los detalles, hasta los más pequeños... Todo está hecho con cariño, todo es perfecto... una pequeña hoja, una hormiga...
Aprendamos a disfrutar del trabajo bien hecho... Es un modo concreto de dar lo mejor de nosotros mismos, de dar lo mejor a los demás, aunque nadie lo vea... Son los detalles lo que hacen el mundo hermoso y la vida agradable...

jueves, 3 de noviembre de 2016

Di NO a las quejas. (Lc 15, 1-10)

Uno de los males de la cultura actual es vivir desde la queja y la lamentación. Nos quejamos de todo... Del tiempo, del tráfico, del vecino, de lo caro que está todo, de cómo han cambiado los tiempos... Y digo "cultura de la queja" porque se va volviendo algo habitual.
Algunos se justifican diciendo que es meramente un "desahogo". Sin embargo está comprobado que, quejarnos, no solo no nos "alivia", sino que ensucia el ambiente y envenena nuestro cuerpo pues genera sustancias tóxicas en nuestro organismo...
Hoy es inaceptable que alguien vaya por ahí arrojando basura... Pues esto es lo que hacemos cuando vamos por ahí soltando quejas... Las quejas parecen inicuas, pero no lo son tanto... En primer lugar, supone focalizar nuestra atención en lo negativo. Y cuanto más nos quejamos, más reforzamos está mirada y la contagiamos a los demás... Y, en segundo lugar, fijarnos en lo negativo, lo que hace es introducir negatividad en nuestra vida y en los que nos rodean.
Jesús tuvo que padecer esta mala costumbre. La gente de su tiempo que se tenía por "perfecta", lo observaban y criticaban su manera de actuar, concretamente, su acercamiento a los pecadores. Su rigidez y exigencia les impedía ver en esa actitud de Jesús el amor que Dios nos tiene... a todos, a los pecadores, a mí...
La crítica brota de personas rígidas, exigentes, inflexibles, negativas... Y, eso, nos impide ver las cosas maravillosas que nos rodean. Si nos fijamos solo en lo negativo, nos perderemos muchas cosas positivas que existen en la realidad, en mí, en los demás.
Miremos la realidad con amor. Miremos a los demás descubriendo en ellos lo que tienen de bueno. Mirémonos a nosotros mismos como Dios nos mira... Dios no se queja... Dios me mira con amor, cree en mí... ¡Hagamos nosotros lo mismo!
Prueba a vivir sin quejarte..., acostúmbrate a resaltar lo positivo... Introducirás amor, paz, energía positiva en tu vida y en los ambientes en los que te mueves...