lunes, 26 de diciembre de 2016

Navidad, Dios hecho niño. (Lc 2, 1-14)

"Esta será la señal: encontraréis a un niño". "En este mundo, todos quieren crecer. Todo niño quiere ser hombre, todo hombre quieren ser rey, todo rey quiere ser dios. Solo Dios quiere ser niño" (Leonardo Boff). Dios en la pequeñez: esta es la fuerza que irrumpe en la Navidad. El hombre quiere subir, mandar, apropiarse. Dios, en cambio, quiere descender, servir, dar. Es el nuevo orden de cosas y del corazón.
"Estaban allí unos pastores": Una nube de alas, de cantos y de palabras felices los envuelve: "¡No temáis!": Dios no nos debe dar miedo, nunca. Si da miedo, no es Dios quien está llamando a mi puerta. Dios aparece desarmado en un recién nacido. Navidad es el cortejo de Dios que nos seduce con un niño. ¿Quién es Dios? "Dios es un beso", caído en la tierra en Navidad (Benedetto Calati).
"Os anuncio una gran alegría": La felicidad no es una quimera, es posible y está cerca. "Y lo será para todo el pueblo": Una alegría posible para todos; sí, para todos, incluso para la persona más herida y llena de defectos, no solo para los "mejores" o los más "serios". Y he aquí la clave y la fuente de la felicidad: "Hoy os ha nacido el Salvador": Dios que viene no tanto a traernos el perdón sino mucho más; ha venido a traerse a sí mismo, luz en la oscuridad, fuego en el frío, amor en el desamor. Ha venido a traernos el cromosoma divino en el aliento de todo hombre y de toda mujer. La vida misma de Dios en mí. Esta es la esencia de la Navidad... Da vértigo...
"Y en la tierra paz a los hombres": Puede haber paz; más aún, la habrá seguro. Los violentos la destruyen, pero la paz volverá, como la primavera que no se deja amedrentar por los inviernos de la historia. "A los hombres que Dios ama": a todos, así como somos, por lo que somos, buenos y no tan buenos, amados por siempre; uno por uno, tiernamente, amados... (Marina Marcolini).
Es tan hermoso que san Lucas tome nota de esta única visita, la de un grupo de pastores con olor a oveja y a leche. Es hermoso para todos los pobres, los últimos, los anónimos, los olvidados. Dios va a realizar este nuevo inicio a partir de ellos.
Navidad es también una fiesta dramática: "No había lugar para ellos en la posada": Dios entra al mundo desde el lugar más bajo, a la cola con todos los excluidos. Como escribe el P. Turoldo, Dios se ha hecho hombre para aprender a llorar; para navegar con nosotros en este río de lágrimas, hasta que su vida y la nuestra sean un río solo. Jesús es el llanto de Dios hecho carne.
Por eso, ahora elevamos esta oración:
"Mi Dios, mi Dios niño, pobre como el amor, pequeño como un recién nacido, humilde como la paja donde has nacido, mi pequeño Dios que aprendes a vivir nuestra misma vida. Mi Dios incapaz de agredir y de hacer daño, que vives únicamente si eres amado, enséñame que no hay otro sentido para nosotros, que no hay otro destino que llegar a ser como Tú.”
(Ermes Ronchi - www.retesicomoro.it - traducido del italiano)

miércoles, 21 de diciembre de 2016

Adviento, tiempo de encuentro. (Lc 1,39-45)

Quedan pocos días para la Navidad. El tiempo de Adviento nos ayuda a prepararnos a acoger en nuestra vida, en nuestra casa, en nuestra familia, a Jesús, al mismo Dios que se quiso hacer uno de nosotros, como nosotros para poder entablar una relación de tú a tú con nosotros, para decirnos que no es alguien etéreo ni lejano, sino alguien que está cerca, muy cerca... Tan cerca, que a veces no nos damos cuenta.  
Hoy el evangelio nos presenta la visita de María a su prima Isabel. Ambas mujeres portan una nueva vida en su seno, señal de que algo nuevo está naciendo y que, aunque no se ve, se siente.
Isabel, al encuentro con María, salta de gozo. La invade una alegría profunda, serena. No es ella, es aquel niño que lleva en su viente, Juan el Bautista, que percibe a Jesús en el seno de María, percibe que dentro de ella habita Dios e, incluso sin darse cuenta, lo comunica con su sola presencia, con su sencillo gesto de ir a ayudar a su prima encinta.
Estos días hacemos y recibimos muchas visitas. Que estos  encuentros sean fuente de gozo, de alegría. Que todos podamos percibir al Dios que llevamos dentro y podamos descubrirlo también presente en aquellos con quienes nos cruzamos por la vida.
Hagamos de la Navidad un tiempo de encuentro, de gozo, de experimentar la alegría de saber a Dios en medio de nosotros, en nosotros, en todo y en todos los que nos rodean.

domingo, 18 de diciembre de 2016

Soñar los sueños de Dios. IV Domingo de Adviento. Ciclo A. (Mt 1, 18-24)

Entre los testigos del Adviento, entre aquellos que dan “testimonio de la luz” (Jn 1,7.8) y nos acompañan en Navidad, está José, hombre justo que sueña y ama, que no habla sino que actúa…
“Antes de ir a vivir juntos, resultó que María esperaba un hijo”. Sorpresa absoluta de la criatura que concibe al inconcebible, al mismo Creador. Algo que, sin embargo, hace pedazos el corazón de José, pues se siente traicionado. Y entra en crisis: “no queriendo acusarla públicamente, pensó repudiarla en secreto”. Vive el conflicto entre la ley de Dios que dice: quitarás de tu vista al pecador (cf. Dt 22,22) y el amor que siente por aquella joven.
José está enamorado de María, está inquieto, no deja de pensar en ella y la sueña de noche. Y basta que la coraza de la ley venga perforada por el amor, que el Espíritu irrumpe y actúa.
“Mientras consideraba estas cosas, se le apareció en sueños un ángel…” José, el hombre de manos endurecidas por el trabajo y corazón tierno y herido, no habla sino que sabe escuchar los sueños que lo habitan: el hombre justo tiene los mismos sueños de Dios. Y “José hizo como le había dicho el ángel”, elige el amor por María, porque “poner la ley antes que la personas es la esencia de la blasfemia” (Simón Weil). 
Y, de este modo, es el profeta que anticipa y prepara las elecciones que hará Jesús, cuando infringirá la ley del sábado para curar el dolor del hombre. Para los justos, “la única regla es el amor; hay que obviar la ley cuando esta entra en conflicto con el amor” (Maria di Campello). María deja la casa del sí dicho al Señor y va a la casa del sí dicho al hombre; va como mujer enamorada, con su corazón lleno de ternura y con total libertad.
María y José, carentes de todo menos de amor, están abiertos al misterio, porque si hay algo sobre la tierra que abre el camino hacia el absoluto, es el amor. El corazón es la puerta de Dios. 
 José tomará consigo a María y al niño, aquel hijo que no ha engendrado y del cual será su auténtico padre porque lo amará, lo ayudará a crecer, lo hará feliz, le enseñará a ser hombre, y a soñar, y a creer en el amor. José no tiene sueños de imágenes sino sueño de palabras. Un sueño de palabras es también ofrecido a todos nosotros: es el Evangelio.
José ve ángeles. Dios envía sus mensajeros a cada una de nuestras casas, como a la de María; envía sueños y proyectos, como a la de José. Nuestros ángeles no tienen alas, son las personas que comparten con nosotros pan y amor; viven en nuestra casa pero son mensajeros del invisible y anunciadores del infinito: ángeles que en su voz llevan la semilla de la Palabra de Dios.
(Ermes Ronchi - www.retesicomoro.it - traducido del italiano)

jueves, 15 de diciembre de 2016

Abramos los ojos y miremos con el corazón. (Lc 7,24-30)

En estos días previos a la Navidad, solemos salir a mirar las ciudades iluminadas, los belenes, los comercios... Nos encantan las luces, los adornos, los arreglos... Hoy Jesús en el evangelio lanza una de esas preguntas que nos hacen pensar y despiertan nuestra consciencia. Vuelto a quienes le escuchan, y refiriéndose a Juan el Bautista, les dice: "¿qué salisteis a mirar?, ¿una caña sacudida por el viento?, ¿un hombre vestido de lujo...?" Pocos supieron ver en profundidad a Juan y descubrir en él la persona que lo que quería era preparar el camino al Señor, disponer los corazones para acogerlo y la mirada para descubrirlo...
Esta misma pregunta nos la podríamos hacer hoy: cuando salimos a mirar las luces, los belenes, los comercios..., ¿qué vemos? ¿Nos quedamos en los exterior, en la apariencia, sin duda hermosa, o vemos detrás de todo ello lo que estamos celebrando? Las luces nos hablan De Dios que quiere iluminar nuestra oscuridad; los regalos, de Dios, que nos hizo el gran regalo de su Hijo y que, por eso, nos invita a regalarnos unos a otros, a ser agradecidos... Y cuando vemos los belenes, podemos ver la obra de arte, el trabajo... y, más allá, la rememoración de aquel día maravilloso en que Dios quiso venir a vivir entre nosotros para ya no irse nunca más...
Abramos los ojos y miremos con el corazón. 

sábado, 10 de diciembre de 2016

La pregunta por Jesús. III Domingo de Adviento. Ciclo A. (Mt 11, 2-11)

"¿Eres Tú aquel que el mundo está esperando o no?" He aquí una gran pregunta que permanece actual: ¿continuamos siguiendo el evangelio o buscamos en otra parte? A Juan el Bautista lo ha asaltado la duda y, sin embargo, Jesús no pierde para nada la gran estima que siente por él: ¡Juan es el más grande! La duda no disminuye la fe del profeta. Lo mismo nos pasa a nosotros; yo creo y dudo, y Dios me sigue queriendo; en mí hay una mezcla de fe y dudas, y su confianza permanece intacta.
"¿Eres Tú?" Jesús no responde con argumentaciones sino con un listado de hechos: ciegos, cojos, sordos, leprosos, se curan, retoman el camino, tienen una segunda oportunidad, su vida cambia. Donde el Señor toca, trae vida, cura, hace florecer. La respuesta a nuestras dudas es simple: si el encuentro con Él ha cambiado algo, ha producido alegría, valor, confianza, apertura de corazón, generosidad, belleza, si vivo mejor ahora, entonces es Él quien debe venir.
Los hechos que Jesús cita no han cambiado el mundo; y, sin embargo, aquellos pequeños signos bastan, pues eso significa que el mundo no es un enfermo incurable. Jesús no ha prometido resolver los problemas del mundo con sus milagros. Ha prometido algo mucho más grande: el milagro de la semilla, el trabajo oculto de la semilla que irremisiblemente germinará. No nos ha dado el pan ya listo, sino una levadura que no se gasta
Está en nosotros prolongar ahora los gestos a los que Jesús alude: "Si yo consigo ayudar a que una sola persona viva mejor, esto es ya suficiente para justificar el don de mi vida. Es hermoso ser pueblo fiel de Dios. Y alcanzamos la plenitud cuando rompemos las paredes y nuestro corazón se llena de rostros y de nombres" (Francisco, Evangelii Gaudium, n. 274).
La fe está hecha de dos cosas: ojos que ven el sueño de Dios y manos pacientes y confiadas como aquellas del campesino que "espera con constancia el precioso fruto de la tierra" (St 5,7). De un estupor, como el de un enamorado, por un mundo nuevo posible, y de un trabajo concreto por rostros y nombres que llenan el corazón. También de cansancio: "Hasta que hay cansancio hay esperanza" (D. Milani)
"Dichoso aquel que no se escandalice de mí". Jesús escandalizaba entonces y también ahora, a no ser que hagamos un Cristo a nuestra medida y domestiquemos su mensaje: ni estaba con la mayoría, cambió el rostro de Dios y del poder, ha puesto a los publicanos y prostitutas antes que a los sacerdotes, ha hecho de los pobres los príncipes de su reino.
Jesús, un hombre solo, con un puñado de amigos, contra todos los males del mundo. Dichoso aquel que lo siente como pequeña y potente semilla de luz, chispa de fuego que vive y obra en el corazón del hombre. Único milagro que realmente necesitamos.
(Ermes Ronchi - www.retesicomoro.it - traducido del italiano)

viernes, 9 de diciembre de 2016

Adviento, tiempo de alegría. (Mt 11, 16-19)

El mes de diciembre es un tiempo con un colorido especial. Las ciudades están llenas de luces y de color. Todo "huele" a Navidad... Por eso es importante no olvidar lo que estamos celebrando: Hace ya más de dos mil años, Dios quiso visitarnos, tener la experiencia de ser como uno de nosotros, saber "en carne propia" lo que es ser hombre. Y, al mismo tiempo, quería decirnos cómo es El realmente... Siempre existe el riesgo de "imaginarnos" a Dios y de hacerlo a nuestra "imagen y semejanza". De allí que, para conocer a Dios, basta contemplar a Jesús: qué hace, qué siente, qué le gusta...
El evangelio de hoy nos presenta a un Jesús que come y bebe, a un Jesús que se sienta a la mesa con la gente y que celebra, y eso hizo que muchos dijeran de Él que era un comilón y un borracho. Muchos se escandalizan de esa actitud, también ahora. Sin embargo, con este modo de actuar, Jesús nos muestra un rasgo de Dios: Dios es alguien a quien le gusta nuestras celebraciones, le gusta que nos reunamos, que tengamos fiesta... Hagamos, por ello, de nuestras reuniones de Navidad, una ocasión de encuentro, de amistad, de acción de gracias. Y, recordemos, a Aquel por quien nos reunimos y celebramos: Jesús, que nos muestra el rostro amable, alegre y bondadoso de Dios.

domingo, 4 de diciembre de 2016

Dale un giro a tu vida. II Domingo de Adviento. Ciclo A. (Mt 3, 1-12)

Juan el Bautista predicaba en el desierto de Judea, diciendo: "convertíos porque el reino de los cielos está cerca" (Mt 3,2). Jesús empezó su predicación con el mismo anuncio: "convertíos porque el reino de los cielos está cerca" (Mt 4,17). Todos los profetas han tenido siempre los ojos puestos en un sueño, en el reino de los cielos que es un mundo nuevo entretejido de relaciones amorosas y felices. Y perciben su aliento cerca: es posible; más aún, ya ha comenzado. Y quieren arriesgar toda su vida por ese sueño; ¡esa es la conversión!
Se trata de tres anuncios en uno. Y, entre todas, la palabra más cargada de esperanza es el adjetivo "cerca". Dios está cerca, está aquí, es la primera gran noticia: el gran Peregrino ha venido hacia nosotros, ha acortado distancias, está muy cerca de ti. Y aunque tú estuvieras atrapado detrás de un muro o al borde del abismo, recuerda: "quienes estáis buscando, estad tranquilos, Él nunca se cansará; por nosotros, surcará el abismo" (David María Turoldo).
Dios está junto a nosotros, a nuestro lado, se abraza a todo lo que tiene vida; es la red que recoge al mismo tiempo, en armonía, el lobo y el cordero, el león y el ternero, el niño y la serpiente (lectura de Isaías), hombre y mujer, árabe y judío, musulmán y cristiano, blanco y negro, para realizar una nueva arquitectura en el mundo y en las relaciones humanas. El reino de los cielos es la tierra como Dios la sueña. ¿Que aún no se ha realizado? No importa, el sueño de Dios es más verdadero que la realidad, es el futuro que nos espera, la fuerza que nos hace ponernos en camino.
Jesús es la encarnación de un Dios que se adentra en lo más profundo, como un trozo de pan en la boca, una palabra dirigida al corazón, el aliento: "Él os bautizará con el Espíritu Santo, os sumergirá en el océano de Dios; seréis envueltos, bañados, impregnados por la vida misma de Dios hasta en lo más íntimo de vuestro ser.
Convertíos, arriesgad vuestra vida, ponedla en camino, y no por cumplir un mandato sino por seguir algo hermoso; no por una imposición desde fuera sino por una seducción. Lo que convierte el frío en calor no es una orden de lo alto, sino la cercanía del fuego; lo que despeja las sombras del corazón no es una obligación o una prohibición, sino una lámpara que se enciende, un rayo, una estrella, una mirada. Convertíos: giraos hacia la luz, porque la luz ya está aquí.
La conversión no es un mandato, es una oportunidad: cambiad la mirada con la que veis a las personas y al mundo, cambiad de camino, en mis senderos el cielo está más cerca y es más azul, el sol calienta más, la tierra es más fértil y hay cientos de hermanos y hermanas y árboles fecundos y miel. Convertirse significa también abandonar todo aquello que daña al hombre, que le hace mal; elegir siempre lo humano frente a lo inhumano. Como hace Jesús: para Él, el único pecado es el desamor, no la transgresión de una o muchas normas, sino el transgredir un sueño, el gran sueño de Dios sobre nosotros.
(Ermes Ronchi - www.retesicomoro.it - traducido del italiano)