Desde los inicios, los primeros
cristianos repitieron los gestos y palabras de la Última Cena de Jesús,
dándoles un profundo sentido. Lo esencial se descubre precisamente en los dos
nombres que le dieron: eucaristía (acción de gracias a Dios) y fracción del pan
(hospitalidad, compartir con los demás comensales). Con ello se pone de
manifiesto la esencia del cristianismo: vivir la vida con un corazón
agradecido, haciendo de todo ocasión de agradecimiento a Dios, fuente de todo
bien... Y hacer del compartir un estilo de vida... Sí, vivir en acción de
gracias (dimensión vertical) y compartiendo con los demás (dimensión
horizontal) los beneficios que generosa y gratuitamente recibimos de Dios. Por
eso no podemos separar culto y caridad, liturgia y compromiso... Ambos están
presentes ya en la misma celebración eucarística y, ambos, son las dos
dimensiones de la vida y el modo auténtico de dar culto a Dios... Darle gracias
a Dios compartiendo con nuestros hermanos lo que somos, lo que tenemos... Y
compartir, sencillamente, porque no es nuestro sino que todo lo que somos y
tenemos lo hemos recibido. Por eso san Juan, en lugar de la institución de la
eucaristía, nos presenta el lavatorio de los pies.
En las palabras de la Última
Cena, Jesús alude a la Nueva Alianza. El trasfondo bíblico lo encontramos en Ex
24, Jer 31,33 e Is 53,12. En el Sinaí, Yahveh había dicho: vosotros seréis mi
pueblo y yo seré vuestro Dios. Esto se concreta en la obediencia del pueblo a
los mandatos del Señor. Toda la historia de Israel, sin embargo, es la historia
de una desobediencia recurrente... En el destierro, cuando nada invita a la
esperanza, Dios promete una nueva alianza con una ley escrita en el corazón...
Quien sellará esta Alianza es Jesús, el siervo obediente, el que obedece hasta
aceptar la muerte y una muerte de cruz, asumiendo así el papel del siervo de
Isaías que, gracias precisamente a esa obediencia, trae la salvación a todo el
pueblo... Lo que impresiona es que, lo que salva, no son los actos heroicos,
sino la obediencia fiel, inquebrantable a Dios, en las circunstancias más duras
de la vida... Una obediencia que consiste en vivir con entrega y amor lo que la
vida trae... ¡Cuántas veces nos fabricamos entregas y sacrificios que nadie nos
pide, tampoco Dios, y, en cambio, no asumimos y aceptamos lo que se nos ofrece
y se nos pone delante...! Nos engañamos fabricándonos cruces, en vez de cargar
con la que la vida nos pone sobre los hombros... Esta obediencia, así de
radical y absoluta, solo la pudo realizar Dios mismo, Jesús, el Hijo de Dios
encarnado... Él obedeció por nosotros y, gracias a su obediencia, el Padre ha
sellado una Alianza eterna que ya nada ni nadie podrá romper...
Un aspecto esencial de las
palabras de Jesús es la acción de gracias. Y, ¿por qué da gracias? ¿Existe
acaso algún motivo para dar gracias cuando el horizonte inmediato es la
traición, los ultrajes, la muerte? Esta acción de gracias refleja, una vez más,
la confianza inquebrantable de Jesús en su Padre que lo libraría no de la
muerte, sino del poder de la muerte que consiste, fundamentalmente, en romper
nuestra comunión con Dios y con los demás. Jesús da gracias, una vez más, antes
de que el Padre actúe, con la certeza de que lo hará... No sabe cómo, pero lo
hará... Nosotros solemos dar gracias a
posteriori, cuando hemos comprobado que la situación se ha resuelto. Jesús,
en cambio, da las gracias antes de que suceda... Como cuando dio gracias antes
de la multiplicación de los panes o antes de la resurrección de Lázaro... Dio
gracias porque sabía que el Padre lo volvería a la vida, porque sabía que el
mal no saldría vencedor... La eucaristía, por tanto, es una invitación a dar
gracias a Dios no sólo por lo ya recibido, sino gracias por lo que aún estamos
por recibir, gracias por la fidelidad de Dios en las situaciones difíciles, gracias
porque sabemos que no estamos abandonados a nuestra suerte sino que el Padre
nos librará siempre de las redes del mal y de la muerte, no evitándonos el
sufrimiento ni padecer las consecuencias del pecado, sino fortaleciéndonos para
mantenernos fieles cuando todos nos invita a claudicar... La vida se juega en
esa confianza en Dios a toda prueba, más aún, cuando todo nos invita a la
desconfianza...
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