Sábado Santo,
el "día después"... El día en que empezamos a ser conscientes de lo
que ha pasado... Ese día terrible en el que nos quedamos solos y vienen a
nosotros un alud de pensamientos y sentimientos... El día en el que, superado
el shock inicial de los acontecimientos, nos preguntamos "por qué",
"qué es lo que realmente ha ocurrido..."
En este Sábado
Santo, Jesús, ya no estás... Ni siquiera podemos verte en la cruz... Has
muerto... Y has sido sepultado, enterrado..., con todo lo que esto significa...
Has sido totalmente quitado de en medio...
Impresiona el
silencio, el vacío... Solo María espera en silencio... Solo ella es capaz de
seguir esperando... ¿Qué? No lo sé... Y, seguramente, ella tampoco... Solo sabe
que Dios es fiel, que Dios es justo, que Tú eres más fuerte que el pecado, el
odio, la muerte... ¡Qué difícil es permanecer muchas veces en ese silencio
esperanzado, en ese silencio que no comprende, pero que confía en que Tú estás
presente y actuando, aunque no entendamos cómo...!
Intento,
Señor, penetrar en todo lo ocurrido... Tu muerte injusta no es una muerte entre
otras... Es algo más... En Ti se hace terriblemente visible el poder enorme del
pecado... Y, sobre todo, su modo de actuar tan sutil... Por eso es tan difícil
escapar de sus garras... Es como esa serpiente del Génesis que nos seduce, nos
envuelve, nos engaña y ¡nos muerde...! Y solo nos damos cuenta cuando ya todo
ha pasado y las consecuencias parecen irreversibles...
Sí, cada vez
estoy más convencida... Somos engañados, seducidos, envueltos... ¡Nadie pecaría
voluntaria y conscientemente...!
Los jefes
judíos, incluido el sumo sacerdote, los que estaban llamados a hablar y actuar
en tu nombre, fueron envueltos por el miedo a perder poder, y lo justificaron
con falsas razones, "convenía que muriera una solo por todo el
pueblo..." Sí, podemos llegar a justificar el asesinato, el odio, la
eliminación del otro... Todo lo demás es fruto de esto... Buscar cuándo y cómo
prenderlo de modo que todo pareciera "justo" es mera consecuencia
lógica...
Judas fue
engañado... Nunca sabremos sus motivos internos... ¿Fue el dinero, fue la
decepción? Nunca lo sabremos... Es tan incomprensible que uno de los Doce lo
vendiera, que se han buscado muchas razones para justificarlo... Incluso pudo
haber creído que esta era la mejor manera de que Jesús diera testimonio de sí
mismo ante el Sanedrín, que llegara a convencerlos o, como dicen otros, que al
tomarlo prisionero, el pueblo se sublevara y armara la tan ansiada revolución
contra Roma... Nunca lo sabremos... Lo que sí sabemos es que lo vendió... Pero
no nos escandalicemos... Nosotros también tenemos un Judas dentro... Siempre
encontramos buenas razones para nuestros actos, nuestras traiciones... ¡Cuántas
veces vendemos a nuestros hermanos, los dejamos en evidencia, los
entregamos...! ¿Por quedar bien? ¿En nombre de la justicia...? ¿Por envidia...?
¡Cuántas sutiles razones que, al final, se desvelan en lo que son, un
instrumento de muerte...!
Pedro fue
envuelto en las redes del Maligno... Cayó preso del miedo... ¡El miedo...!
¡Cuántas cosas hacemos o dejamos de hacer por miedo, por cobardía...! Y también
nos justificamos... Estamos hechos para el bien; por eso, cuando cometemos el
mal, necesitamos justificarnos, envolvernos en buenas y santas razones... Pero
Pedro tuvo la gracia de dejarse mirar por Jesús, y eso puso ante sus ojos y en
su corazón lo que realmente había hecho... ¡Ese es el secreto...! Dejarnos
mirar por Jesús... Dejar que nos revele lo que tenemos oculto en el corazón...
Tantas falsas razones para no amar, para no entregarnos, para no seguir
verdaderamente al Maestro...
Aparentemente,
Pilato no fue engañado... Sabía que Jesús era inocente... Desde el primer
momento... Sabía que se lo habían llevado por envidia... Pero estaba en juego
su "amistad con el César"... Puestas la justicia y la conveniencia
personal en la balanza, pesó más el propio interés... Pero esto es tan
deleznable, que busca el modo de "lavarse las manos". Intenta que sea
el pueblo el que decida, proponiéndole una injusta amnistía...; injusta, pues
suponía declarar a Jesús culpable... Y, sí, lo consigue, es el pueblo quien
condena a Jesús, no él... ¡Qué sutil!, ¡realmente brillante! Por eso, tampoco
me sorprende Pilato... Todos tenemos un Pilato dentro... Nos las arreglamos
para salir con las manos limpias de situaciones de las que también formamos
parte... No queremos mancharnos las manos y no nos implicamos; dejamos que sean
otros los que decidan... Por eso, pensándolo bien, Pilato también fue
engañado... Creyó que actuando así, sería inocente de esa muerte y, no, fue
igualmente culpable... Otro sutil engaño del Maligno...
Y así
podríamos seguir recorriendo cada uno de los personajes de la Pasión... Los
soldados actúan por "deber" y eso parece eximirles de culpa, pero
tampoco los exime... Los discípulos que huyen, respondiendo al instinto básico
de "salvar" su vida...
Con todo,
esta es solo una cara de la moneda... La cara que pone ante nosotros el sutil
poder del mal que nos envuelve y nos lleva a matar al hermano, a matar al
justo, a matar a Dios..., a caer en las sutiles redes de la envidia, las falsas
razones, la cobardía... Nosotros, hechos para el amor, la justicia, la
protección del débil...
Pero no es
esto lo más relevante de lo que sucedió en la cruz... No... Si nos quedáramos
ahí, seríamos también engañados... Ver al crucificado podría sumirnos en la
desesperanza, en la convicción de que, ante el mal, no hay nada que hacer; la
convicción de que quienes triunfan son los que ostentan el poder, los que
utilizan las armas de este mundo... Contemplar al crucificado podría llevarnos,
equivocadamente, a la impotencia o a la rebeldía... ¿Merece la pena seguir a un
crucificado? ¿Tiene algún sentido seguir el camino de Jesús, cuando ello nos
conduce a la muerte, en sus múltiples formas? Es el pecado más sutil...
Convencernos, una vez más con justas razones, de que no tiene sentido, pues nos
coloca en una situación de debilidad e indefensión, a merced de los demás...
Por eso
necesitamos pasar muchas horas delante del Crucificado... Muchas horas
contemplando su lucha en Getsemaní, su entereza para atravesar por un juicio
amañado, por ultrajes inhumanos, por una condena injusta... Contemplarlo para,
ayudados por su gracia, penetrar en su corazón, en sus razones más
profundas..., porque las hay...
Y, ¿qué vemos
en el Crucificado? ¿Un hombre vencido...?, ¿una víctima más de la injusticia...?,
¿un Dios derrotado en su intento de darnos a conocer su camino...? ¡No...,
claro que no...! Vemos al gran vencedor del pecado, al que no se dejó seducir
ni caer en las redes del Maligno...
"No
entiendo", me diréis muchos... "¿Vencedor...?"... "Vencedor de qué..."
La gran
tentación de Jesús fue desconfiar del amor de su Padre... Es también nuestra
gran tentación... Sentir que en el sufrimiento, en el dolor, en la injusticia,
Dios está ausente... Jesús siguió llamando a Dios Padre, Abbá, en Getsemaní... Lo siguió llamando Padre en la cruz... Siguió
orando y confiando... Sus desgarradoras
palabras: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?", están
tomadas del salmo 21, la oración de quien, aun en medio de la oscuridad del
alma, confía en que Dios intervendrá en su favor... De allí su recomendación
insistente: "Orad y velad para no caer en la tentación". Porque la
tentación la tendremos, y solo la oración, esa relación asidua y amorosa con el
Padre, irá acrecentando nuestra confianza filial y nos permitirá atravesar por
tantas situaciones difíciles de esta vida...
Jesús vence
la tentación de la desconfianza... Vence la tentación de la violencia, de
responder al mal con mal... Por eso exige a Pedro que guarde su espada y cura
la oreja de Malco... Al mal no se lo puede vencer con sus mismas armas... Al
mal se lo vence desarmados... O, mejor, con las armas de Dios: la verdad, el
amor, la entrega... De hecho, fue lo que llevó a exclamar al Centurión:
"Verdaderamente este hombre era hijo de Dios"... Es verdad que no
alude a su filiación divina, sino a un actuar que corresponde solo a un hombre
de Dios...
Jesús vence
la tentación de la blasfemia, de la venganza, de la amargura, del victimismo,
del ensimismamiento..., propia de cuando estamos sumidos en el dolor... Por
eso, en la cruz perdona, disculpa ("no saben lo que hacen"), salva
("hoy estarás conmigo en el paraíso")...
Su lucha no
es contra los hombres que lo llevan a la muerte... Su lucha es contra el
Maligno, el gran seductor del género humano, el experto en la mentira, el señor
de la muerte....
Eso es lo que
veo yo hoy en la cruz... Nuestra lucha, Señor, no es contra los demás... No es
contra quienes sentimos que nos tratan injustamente... Nuestra lucha debe ser
la tuya, la lucha contra el Maligno... El Maligno que actúa en los otros, y el
Maligno que actúa en mí...
En la cruz,
Jesús, veo el amor que vence, en las condiciones más duras posibles... En la
cruz veo tu amor invencible, inclaudicable, incondicional... En la cruz sigues
amando a tus verdugos... Sigues amando a tus discípulos... Sigues amando a la
humanidad...
En la cruz te
ofreces, te entregas... para liberarnos del poder del pecado, desvelándonos sus
sutiles engaños y sus terribles consecuencias...
Solo el amor
vence, solo el amor puede salvar, solo el amor...
Señor Jesús,
líbranos del mal, no nos dejes caer en la tentación, abre nuestros ojos y
nuestro corazón para no caer en sus engaños, para no entrar en su juego, para
no ser instrumentos de muerte... Abre nuestros ojos y nuestro corazón para
dejarnos amar, para dejarnos abrazar por Ti, para ser tu amor y tu abrazo para
tantos crucificados de este mundo...
María, tú que
permaneciste junto a la cruz; tú que permaneciste amando, incluso cuando
torturaban y mataban a tu hijo; tú que fuiste capaz de esperar y confiar, aun
sin comprender... Dame tu fe y confianza...
María, tú que
el Sábado Santo, con el corazón traspasado, esperabas en silencio, guardando,
como siempre, las cosas en tu corazón..., enséñame a esperar, a permanecer en
un silencio contemplativo, pues Dios nunca falla...
María, mujer
de dolor y de esperanza... Discípula de Jesús... Reflejo de su corazón...
Recíbenos como hijos tuyos, acepta vivir en mi casa y enséñame a ser discípulo/a de
tu Hijo...
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