domingo, 4 de diciembre de 2016

Dale un giro a tu vida. II Domingo de Adviento. Ciclo A. (Mt 3, 1-12)

Juan el Bautista predicaba en el desierto de Judea, diciendo: "convertíos porque el reino de los cielos está cerca" (Mt 3,2). Jesús empezó su predicación con el mismo anuncio: "convertíos porque el reino de los cielos está cerca" (Mt 4,17). Todos los profetas han tenido siempre los ojos puestos en un sueño, en el reino de los cielos que es un mundo nuevo entretejido de relaciones amorosas y felices. Y perciben su aliento cerca: es posible; más aún, ya ha comenzado. Y quieren arriesgar toda su vida por ese sueño; ¡esa es la conversión!
Se trata de tres anuncios en uno. Y, entre todas, la palabra más cargada de esperanza es el adjetivo "cerca". Dios está cerca, está aquí, es la primera gran noticia: el gran Peregrino ha venido hacia nosotros, ha acortado distancias, está muy cerca de ti. Y aunque tú estuvieras atrapado detrás de un muro o al borde del abismo, recuerda: "quienes estáis buscando, estad tranquilos, Él nunca se cansará; por nosotros, surcará el abismo" (David María Turoldo).
Dios está junto a nosotros, a nuestro lado, se abraza a todo lo que tiene vida; es la red que recoge al mismo tiempo, en armonía, el lobo y el cordero, el león y el ternero, el niño y la serpiente (lectura de Isaías), hombre y mujer, árabe y judío, musulmán y cristiano, blanco y negro, para realizar una nueva arquitectura en el mundo y en las relaciones humanas. El reino de los cielos es la tierra como Dios la sueña. ¿Que aún no se ha realizado? No importa, el sueño de Dios es más verdadero que la realidad, es el futuro que nos espera, la fuerza que nos hace ponernos en camino.
Jesús es la encarnación de un Dios que se adentra en lo más profundo, como un trozo de pan en la boca, una palabra dirigida al corazón, el aliento: "Él os bautizará con el Espíritu Santo, os sumergirá en el océano de Dios; seréis envueltos, bañados, impregnados por la vida misma de Dios hasta en lo más íntimo de vuestro ser.
Convertíos, arriesgad vuestra vida, ponedla en camino, y no por cumplir un mandato sino por seguir algo hermoso; no por una imposición desde fuera sino por una seducción. Lo que convierte el frío en calor no es una orden de lo alto, sino la cercanía del fuego; lo que despeja las sombras del corazón no es una obligación o una prohibición, sino una lámpara que se enciende, un rayo, una estrella, una mirada. Convertíos: giraos hacia la luz, porque la luz ya está aquí.
La conversión no es un mandato, es una oportunidad: cambiad la mirada con la que veis a las personas y al mundo, cambiad de camino, en mis senderos el cielo está más cerca y es más azul, el sol calienta más, la tierra es más fértil y hay cientos de hermanos y hermanas y árboles fecundos y miel. Convertirse significa también abandonar todo aquello que daña al hombre, que le hace mal; elegir siempre lo humano frente a lo inhumano. Como hace Jesús: para Él, el único pecado es el desamor, no la transgresión de una o muchas normas, sino el transgredir un sueño, el gran sueño de Dios sobre nosotros.
(Ermes Ronchi - www.retesicomoro.it - traducido del italiano)

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