Los saduceos plantean a Jesús una paradoja absurda, la de una mujer siete veces viuda y nunca madre, y la presentan a Jesús como una caricatura de su fe en la resurrección. Lo sabemos: no es fácil creer en la vida eterna. A lo mejor porque nos la imaginamos como duración infinita más que como intensidad y profundidad, como descubrimiento infinito de lo que significa mar con el corazón mismo de Dios.
La única pequeña eternidad en la que creen los saduceos es en la supervivencia del patrimonio genético de la familia, tan importante como para justificar ir pasando a aquella mujer de mano en mano, como si fuera un objeto: “Entonces la tomó el segundo, después el tercero y, así, los siete”. Sus palabras no tienen ni una sombra de amor, sino que reducen a la persona a un instrumento, algo a utilizar para los propios fines.
Jesús no comparte esta visión, y a su banal pregunta (“de cuál de los siete será mujer”), contrapone un mundo totalmente nuevo: “Aquellos que resuciten no tomarán mujer ni marido”. Jesús nos dice que en la otra vida no terminarán los afectos y el trabajo gozoso del corazón. Más aún, lo único que permanecerá por siempre, lo que permanece cuando no queda ya nada, es el amor (1Cor 13, 8).
Los resucitados no toman mujer o marido y, aún así, viven el gozo humanísimo e inmortal de dar y recibir amor: en esto se basa la felicidad en esta y en toda vida. Porque amar es la plenitud del hombre y de Dios. Y lo que vence la muerte no es la vida, es el amor. Y, finalmente, en el último día, a nosotros que nos ha costado tanto trabajo aprender a amar, nos será dado amar con el corazón mismo de Dios.
“Los resucitados serán como ángeles”. Pero, ¿qué son los ángeles? ¿Creaturas incorpóreas y asexuadas de nuestro imaginario romántico? ¿O, más bien, bíblicamente, mensajeros de Dios (Gabriel), fuerza de Dios (Miguel), medicina de Dios (Rafael). Ojos que ven a Dios cara a cara (Mt 18, 10), presentes ante la Presencia?
“El Señor es Dios de Abraham, de Isaac, de Jacob. Dios no es un Dios de muertos sino de vivos”. En esta preposición “de”, repetida 5 veces, está encerrado el motivo último de la resurrección, el secreto de la eternidad… Una sílaba breve como un respiro, pero que contiene la fuerza de un lazo indisoluble y recíproco, y que dice: Dios les pertenece a ellos y ellos pertenecen a Dios.
Es tan fuerte ese nexo, que el Señor no puede pronunciar su nombre sin pronunciar también el nombre de quienes ama. El Dios fuerte, capaz de inundar de vita incluso los caminos de la muerte tiene tanta necesidad de sus hijos, que llegan a ser parte fundamental de sí mismo. Este Dios de los hombres vive solo si tú y yo viviremos, para siempre, con Él.
(Ermes Ronchi - www.retesicomoro.it - traducido del italiano)
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