Uno de los males de la cultura actual es vivir desde la queja y la lamentación. Nos quejamos de todo... Del tiempo, del tráfico, del vecino, de lo caro que está todo, de cómo han cambiado los tiempos... Y digo "cultura de la queja" porque se va volviendo algo habitual.
Algunos se justifican diciendo que es meramente un "desahogo". Sin embargo está comprobado que, quejarnos, no solo no nos "alivia", sino que ensucia el ambiente y envenena nuestro cuerpo pues genera sustancias tóxicas en nuestro organismo...
Hoy es inaceptable que alguien vaya por ahí arrojando basura... Pues esto es lo que hacemos cuando vamos por ahí soltando quejas... Las quejas parecen inicuas, pero no lo son tanto... En primer lugar, supone focalizar nuestra atención en lo negativo. Y cuanto más nos quejamos, más reforzamos está mirada y la contagiamos a los demás... Y, en segundo lugar, fijarnos en lo negativo, lo que hace es introducir negatividad en nuestra vida y en los que nos rodean.
Jesús tuvo que padecer esta mala costumbre. La gente de su tiempo que se tenía por "perfecta", lo observaban y criticaban su manera de actuar, concretamente, su acercamiento a los pecadores. Su rigidez y exigencia les impedía ver en esa actitud de Jesús el amor que Dios nos tiene... a todos, a los pecadores, a mí...
La crítica brota de personas rígidas, exigentes, inflexibles, negativas... Y, eso, nos impide ver las cosas maravillosas que nos rodean. Si nos fijamos solo en lo negativo, nos perderemos muchas cosas positivas que existen en la realidad, en mí, en los demás.
Miremos la realidad con amor. Miremos a los demás descubriendo en ellos lo que tienen de bueno. Mirémonos a nosotros mismos como Dios nos mira... Dios no se queja... Dios me mira con amor, cree en mí... ¡Hagamos nosotros lo mismo!
Prueba a vivir sin quejarte..., acostúmbrate a resaltar lo positivo... Introducirás amor, paz, energía positiva en tu vida y en los ambientes en los que te mueves...
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