Cuántas veces nos sentimos cansados y agobiados, con esa sensación de que no podemos más, con esa pregunta interior de si merece la pena lo que tenemos entre manos... Y muchas veces no es un cansancio "sano", ese cansancio propio de un trabajo arduo, pero que nos deja internamente satisfechos, plenos, gozosos después de alcanzar una meta o, incluso, aunque no la hayamos conseguido, la satisfacción de haberlo intentado, la paz del deber cumplido...
Hoy podríamos preguntarnos cuál es el origen de muchos de nuestros cansancios, de esos cansancios que poco a poco nos van quitando energía, motivación, ganas de luchar, de esforzarnos, de caminar hacia una meta, incluso ganas de vivir, de amar, de servir...
Una causa frecuente de estos cansancios "malsanos" es el empeñarnos en cosas imposibles, incluso absurdas... Ese darnos contra la pared una y otra vez... El otro día leía una frase: "La tenacidad no consiste en darse cabezazos contra un muro, sino en tener la persistencia de encontrar la puerta" (Pilar Jericó). Luchemos, sí, pero de manera inteligente.
Otra causa suele ser el ir de "llaneros solitarios", el sentirnos solos, el no experimentar apoyo... Y, en no pocos casos, en ni siquiera buscarlo...
También agota la sensación que a veces se instala en nuestro corazón de que lo que hacemos, no merece la pena... La pérdida de sentido, la falta de un "para qué" que me motive a levantarme cada mañana, a superar obstáculos, a caminar por la vida con ilusión...
Hoy Jesús sale al paso de esta situación tan humana y nos dice, en primer lugar, "ven a Mí", no camines solo, no luches solo, yo estoy contigo, yo te acompaño en el camino de la vida... El sentir su presencia, su compañía, da paz, da sosiego... Seguro que todos lo hemos experimentado en más de una ocasión... Necesitamos ir a Jesús, aprender a descansar en Él... Y, continúa, "aprende de Mí que soy manso y humilde de corazón, y encontrarás descanso"...
Jesús nos da la clave para vivir en paz en medio de la tormenta, para reponernos de nuestros cansancios... Y la clave es aprender de Él... Mirarlo, escucharlo... qué dice, cómo lo dice, cómo reacciona... Y pone la fuerza en dos posturas de fondo, ser mansos y humildes...
Mansos, es decir, pacíficos, pacientes, dar tiempo a las personas, a los procesos, no desesperarnos... De hecho, muchas veces lo que nos agota son nuestras prisas, nuestras impaciencias...
Y humildes... Saber que no somos Dios, tener paciencia no solo con los demás y con las situaciones, sino conmigo... No pretender comerme el mundo de un solo bocado... La humildad de quien da todo de sí y se desprende del resultado, sabiendo que no todo depende de mí... La humildad de saberme una pequeña gota de agua en el océano, pero una gota que contribuye a formar esa gran masa de agua... Esto evitaría muchos sobre esfuerzos y cansancio absurdos... Pongamos todo de nuestra parte, sí; pongamos alma, vida y corazón en lo que hacemos, sí; pero, luego, hagamos como el labrador, que prepara la tierra, deposita la semilla y sabe esperar... Como dice una conocida oración: "Señor, dame serenidad para aceptar lo que no puedo cambiar; valor para cambiar lo que sí puedo cambiar; y sabiduría par distinguir lo uno de lo otro".
Pidámosle al Señor aprender a descansar en Él y a ser mansos y humildes como Él... Así, hallaremos descanso y repondremos nuestras fuerzas para continuar amando y sirviendo sin cansarnos... como Él.
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