Los conflictos forman parte de la vida. Las relaciones humanas generan roces. Muchas veces creemos que su origen está en que tenemos distintas sensibilidades, distintos modos de ver las cosas... Es decir, en que somos diferentes...
Con todo, si vamos más al fondo, la verdadera causa de los conflictos humanos no está en que seamos distintos; Dios nos ha hecho únicos e irrepetibles y, eso, es bueno, es maravilloso... Incluso, en nuestros ecosistemas, se valora y se protege la biodiversidad... Cuál es, entonces, el origen de nuestros conflictos?
Parece ser que, una de sus raíces, es la no aceptación de nuestras diferencias; el verlas como una amenaza, como un ataque personal... Cuántas veces, cuando alguien manifiesta un punto de vista distinto al mío, en vez de escuchar y valorar lo que me puede aportar, empiezo mi autodefensa o el ataque directo... Cuántas veces, en vez de exponer sencillamente mi modo de ver las cosas, lo impongo, dogmatizo... No, el origen de los conflictos no son nuestros distintos puntos de vista, son nuestra dificultad de sumar, de aceptar al otro como es; nuestra tendencia, dada nuestra propia historia personal o nuestras heridas, de interpretar nuestras interacciones como ataques, como amenazas a nuestra integridad personal.
Lo realmente dramático no es que tengamos conflictos que, como digo, es normal. Lo dramático es nuestra manera de resolver nuestras diferencias. Y, en esto, una vez más, el evangelio nos da una gran luz.
A lo largo de su vida pública, Jesús tuvo una serie de enfrentamientos con los fariseos por sus distintos modos de concebir la relación con Dios e interpretar las normas religiosas. Y esto no era una mera discusión teológica, sino concepciones con profundas consecuencias prácticas. Y Jesús, claramente se posicionó a favor del amor, la compasión y la misericordia.
Sus enfrentamientos y discusiones fueron públicas. Los argumentos de Jesús, irrebatibles. Su ánimo no era polemizar, ni restar autoridad a las autoridades religiosas de su tiempo; su intención era dar luz, llevarnos por el camino de la verdad, del amor, purificar nuestra concepción de Dios...
Lamentablemente, lo que podría haber sido una oportunidad de tener una mayor iluminación interior y un crecimiento en el amor, se convirtió en un conflicto, hasta el punto de que los fariseos toman la decisión de eliminar a Jesús... Y aquí es donde el evangelio sitúa el verdadero drama, no en nuestras diferencias, sino en nuestro modo de resolverlas..., en nuestra tendencia a eliminar al otro. Y hay muchos modos de eliminarlo: ignorarlo, ridiculizarlo, humillarlo, someterlo..., incluso matarlo... Qué sutil y qué terrible...
Lo interesante es ver cómo reacciona Jesús: "Pero Jesús se enteró, se marchó de allí y muchos le siguieron..." No va a entrar en la polémica, y se quita de en medio... Cuántas veces lo más saludable sería simplemente eso...
No hagamos que nuestras diferencias rompan la fraternidad... Aprendamos a resolverlas de manera sana, amigable adulta... Busquemos acercar posturas, aceptemos en un momento dado no estar de acuerdo..., no caigamos en el juego de eliminar al otro... Hagamos de nuestras diferencias ocasión de enriquecimiento mutuo, de crecimiento... Pongamos el amor y el respeto por encima de todo...
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