Hay momentos en la vida en los que nos sentimos como paralizados... A veces por falta de motivación -la motivación es lo que nos mueve internamente-; otras, por comodidad -siempre cuesta salir de nuestra zona de confort- y, no pocas veces, por miedo... Miedo a equivocarnos, a hacerlo mal, al qué dirán, a tantas cosas...
También, en ocasiones, nuestras parálisis pueden venir de sentirnos en entornos que no nos permiten desarrollarnos... Es como si estuviéramos encogidos...
Hoy el evangelio nos presenta el caso de un hombre que tenía paralizado el brazo derecho...
El brazo derecho, para quienes somos diestros, es básico... Refleja un poco la situación de la que hablaba yo arriba... Además, nos vuelve un poco inútiles o torpes... Tampoco podemos ayudar, dar la mano, recibir, abrazar...
Dejo de lado la polémica con los escribas y fariseos... ¡Qué bien representan a los que hacen problema por todo...!
Lo curioso es que este hombre estaba en la sinagoga, en un entorno religioso... Y esto, sin embargo, no lo ayudaba a superar sus parálisis... A veces, nuestros entornos, los más cercanos, los que tendrían que ayudarnos a ser más libres, más nosotros mismos, apoyar nuestras iniciativas..., no lo hacen, incluso nos recortan...
Hoy Jesús nos dice: "extiende tu brazo..." Aquel hombre, extendió su brazo y quedó curado... ¿Y nosotros…?
La verdadera experiencia espiritual, el encuentro profundo con nosotros mismos, el sentir a Dios presente en nuestra vida, nos ayuda a liberarnos de nuestras parálisis, nos da alas para volar...
Rodeémonos de entornos y personas que nos ayuden a "estirarnos"... Dejemos que Dios entre en nuestra vida y nos expanda por dentro... Extendamos nuestros brazos, demos la mano, ayudemos, abracemos, amemos... ¡Inténtalo… y verás!
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