Hay personas
que parece que internamente se tienen prohibido disfrutar… Puede que no sean
conscientes de ello, pero es así. Llevan tan a pecho el sentido del deber y la
responsabilidad, que a veces es como si llevaran una pesada carga sobre sus
hombros que no les permite descansar ni un minuto y, menos aún, dedicar tiempo
para ellos mismos, para descansar, disfrutar, hacer algún hobby o,
sencillamente, no hacer nada… Muchas veces digo medio en broma, medio en serio,
que podemos permitirnos parar y descansar y que, aun así, el mundo seguirá
girando… ¡Vamos, que necesarios todos, pero imprescindible, nadie…!
Hoy el
evangelio nos invita a darnos permiso para disfrutar. Sí, como lo oís, darnos
permiso… Permitirnos disfrutar sin sentirnos culpables, irresponsables o que
estamos perdiendo el tiempo…
Unos
fariseos y letrados se acercan a Jesús en son de queja y le dicen: nosotros y
otras personas religiosas ayunamos; en cambio, los que te siguen, a comer y a
beber… Esto me recuerda a algunas de nuestras quejas, cuando nos vemos tan
trabajadores y responsables, que nos parece que los demás no hacen nada… Y,
sobre todo, la queja refleja que lo que realizamos, lo llevamos como una carga,
no como un servicio…
Entonces,
Jesús les recuerda que la vida es una fiesta en la que hay que saber disfrutar…
No se trata de no hacer nada o de hacer el vago; no. Se trata de descubrir la
cantidad de cosas maravillosas que Dios nos regala cada día, la cantidad de
oportunidades para disfrutar: encuentros con amigos, un buen libro, un paseo,
un momento de relajación y silencio…
Dios no es
un Dios amargado ni un capataz que nos impone cargas pesadas… Él ha venido a
liberarnos de nuestras cargas autoimpuestas…
Disfrutemos
de las pequeñas cosas y permitamos, también, que los demás disfruten… Como dice
Pablo, sirvamos al Señor con alegría… Dios está con nosotros, la vida es bella, ¡tenemos mucho
que celebrar…!
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