Todos conocemos personas que, como se dice vulgarmente, "se las saben todas"... Y, si no se lo saben, se lo inventan.
Esto, en principio, no es ni bueno ni malo. Salvo que, detrás de ese modo de andar por la vida, se esconda la necesidad de estar por encima de los demás, sobresalir o, sencillamente, no querer reconocer sus limitaciones, como si reconocer no saber algo, nos hiciera menos o nos pusiera en situación de inferioridad... Como si mi autoestima dependiera de ese saberlo y controlarlo todo y, la verdad, eso es imposible.
Hoy el evangelio también nos ayuda a iluminar este tipo de situaciones. Y lo hace a través de varios ejemplos. Nos habla de que un ciego no puede guiar a otro ciego. Por tanto, si no sé algo, mejor reconocerlo y buscar a alguien que lo sepa, no sea que haga una barbaridad... O cuando nos habla de la facilidad que tenemos para mirar la mota en el ojo ajeno y no la viga en el nuestro. Y, sí, con qué facilidad vemos los defectos en los demás, su búsqueda de reconocimiento, de quedar bien y, en cambio, no vemos la de veces que nos pasa lo mismo.
No tengamos miedo a reconocer nuestras limitaciones. Pidamos ayuda cuando la necesitemos, reconozcamos si en algún momento no sabemos algo, no seamos ligeros de juicio..., no sea que, lo que veo en los demás, lo tenga yo mismo "corregido y aumentado"...
Dolores Sopeña decía: Qué hermoso es reconocerse...! Sí, vivir con sencillez, siendo lo que somos, sin necesidad de ponernos tacones... Eso da una libertad enorme...!
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