Yo estoy convencida de que las personas somos seres espirituales. Tenemos un cuerpo al que cuidar, pero no somos solo lo que se ve, tenemos un mundo de pensamientos y sentimientos, una interioridad, una mente, una consciencia, a la que también hay que prestar atención para que sea sana. Y, además, tenemos una dimensión espiritual que nos lleva a buscar un sentido profundo a lo que hacemos, que nos lleva a preguntarnos quiénes somos realmente, qué ocurre después de la muerte...
Cultivar esta dimensión espiritual nos abre a la pregunta sobre Dios o sobre la existencia de un ser superior. Sin embargo, la pregunta más crucial no es si creemos en Dios, si no en qué Dios creemos...
Yo creo que muchas personas que dicen no creer en Dios, o que han terminado alejándose de Él, lo que rechazan es a un Dios en el que realmente no se puede creer... Alguien que juzga, que condena, que controla, que castiga, que permite el sufrimiento, a quien se le atribuyen las catástrofes, las guerras, la muerte de un ser querido... Y Dios no es eso...
El evangelio de hoy nos habla de un Dios que es amor, cuya esencia es el amor y que, por eso, no puede hacer más que amar...
El cristianismo nos presenta a un Dios que quiso hacerse hombre para estar más cerca de nosotros, para enseñarnos el camino de la felicidad, que no vino a condenar sino a salvar, a liberarnos de todo aquello que no nos deja ser nosotros mismos, para que podamos vivir desde nuestra verdadera esencia: el amor... Por eso somos felices cuando amamos y cuando nos sentimos amados...
Y tú, en qué Dios crees?
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