En la vida
estamos tomando decisiones continuamente. Unas muy sencillas: qué desayunar,
tomar el ascensor o subir por las escaleras… Y, otras, más complejas: qué
profesión elegir, decidirme entre distintas opciones laborales, qué hacer con
mi vida…
Hay personas
a las que les cuesta tomar decisiones y las dilatan indefinidamente… Creen que,
de este modo, no corren el riesgo de equivocarse… Sin embargo, detrás de esto
hay un sutil engaño… No elegir es ya haber elegido… Elijo que otros decidan por
mí o elijo que mi vida no tenga un rumbo determinado… Y, no pocas veces, luego
viene la queja o la lamentación…
Vivir es
elegir… Y hay que elegir conscientemente… Es la manera de tomar nuestra vida en
nuestras propias manos, hacernos responsables de ella…
Las
elecciones importantes, aquellas que pueden marcar la dirección de nuestra
vida, hay que cuidarlas… No deberíamos tomarlas precipitadamente ni dejarlas al
azar…
Hoy el
evangelio nos muestra a Jesús en uno de esos momentos trascendentales… Tiene
que elegir a Doce entre la multitud de discípulos que le siguen… Doce que serán
los encargados de continuar su misión… Doce íntimos, cercanos… Elegir a esas
personas en las que depositaremos toda nuestra confianza no es fácil… Por eso,
pasa la noche en oración… Es decir, no se trata solo de, como se dice
vulgarmente, “consultarlo con la almohada”, sino de poner nuestras decisiones
delante de Dios, ante su mirada, bajo su luz… Sopesarlas con calma, dejando que
lo que tengo que hacer de alguna manera me fluya desde dentro…, desde ese lugar
que nos indica qué es lo mejor en un momento determinado…
En momentos
de incertidumbre… o cuando nos enfrentamos a disyuntivas… o ante decisiones que
puedan ser clave para nosotros…, pongámonos delante de Dios, dejémonos guiar
por esa voz interior… Y confiemos en ella…
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