Quién soy yo, para qué estoy aquí, son dos preguntas básicas que todos nos hacemos alguna vez en la vida... Y nuestra autoconsciencia, es decir, la consciencia de quién soy, determina en gran medida mis para qués.
La Biblia, desde sus primeras páginas, presenta al ser humano como imagen y semejanza de Dios... Sí, nuestra esencia es divina... Dios ha querido hacernos como chispas de sí mismo. Por eso en nosotros late ese deseo, ese anhelo profundo de divinidad... Y nuestro ser solo alcanza la paz y serenidad profundas cuando está en sintonía con Dios... Solo Dios puede colmar los deseos más profundos de nuestro corazón pues nuestro corazón está hecho para albergar a Dios...
Somos imagen y semejanza de Dios... y, al mismo tiempo, administradores suyos... Él ha puesto en nuestras manos la creación para que la cuidemos, para que la tratemos con profundo respeto, y esto incluye a todos los seres, desde los más minúsculos, hasta los seres humanos... Todo ha sido entregado a nuestro cuidado... ¡Qué hermosa tarea!
Hoy san Lucas nos cuenta otra parábola. Y, como conclusión de la misma, Jesús dice: "¿Quién es el administrador fiel y solícito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que les reparta la ración a sus horas?"
Es importante crecer en nuestra consciencia de ser administradores... No somos dueños ni propietarios de nada ni de nadie... Somos administradores... Y, como tales, tenemos una responsabilidad..., cuidar de los más pequeños, velar porque a nadie le falte lo necesario para su vida... Somos administradores... Dios ha puesto sus dones en nuestras manos, nos ha colmado de cualidades y talentos... No nos apropiemos de ellos, ofrezcámoslos, pongámoslos al servicio de los demás... Eso es vivir con desapego..., con libertad..., sabiendo disfrutar de todo con profundo agradecimiento, sintiéndonos personas bendecidas y llamadas a convertirnos en una bendición para los demás.
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