Hace poco escuché que quien pregunta mucho en el fondo no quiere hacer nada. La verdad, me llamó la atención y me dejó pensando. Y, sí, puede ser verdad, sobre todo cuando lo que se hacen son preguntas retóricas, preguntas de las que, en realidad, sabemos la respuesta pero preguntamos una y otra vez como excusa, como si no supiéramos la solución, así, nos justificamos para no poner manos a la obra.
Hoy de nuevo el evangelio pone ante nosotros una de estas situaciones.
Una persona se acerca a Jesús y le dice: "Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?" El le dijo: "¿Qué está escrito en la Ley?, ¿qué lees en ella?" El letrado contestó:«Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo.» El le dijo: "Bien dicho. Haz esto y tendrás la vida."
Jesús tiene el arte de devolverle la pregunta. Y, sí, aquel hombre sabía lo que tenía que hacer pero, al parecer, eso le complicaba la vida. Por eso, hace otra pregunta: "¿Y quién es mi prójimo?" Esto confirma lo que me dijo mi amiga: quien vive haciendo preguntas es que en realidad no quiere hacer nada...
Muchas veces hacemos preguntas cuyas respuestas sabemos. Preguntamos para autoengañarnos. Pregunto como si no supiera, simplemente para tener un pretexto... Como si me dijera internamente: cuando lo sepa, lo haré. O, me digo, no lo hago porque no sé lo que tengo que hacer. Y no es verdad...
Seamos honestos con nosotros mismos. En el fondo, todos sabemos lo que tenemos pendiente, lo que tendríamos que hacer en muchos momentos. Dejemos de dar vueltas, de vivir en esa búsqueda eterna, posponiendo una y otra vez el poner manos a la obra... Entremos en nosotros mismos, escuchemos nuestro corazón y sigamos su voz. Hay respuestas que no me las puede dar nadie, que sólo las encontraré dentro de mí. Y, si sabemos lo que tenemos que hacer, hagámoslo... El solo saber no basta...
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