El texto de la Sabiduría habla del Dios que tiene misericordia de todos y que hace la "vista gorda" ante los pecados de los hombres para que así se conviertan (Sab 11,23). El evangelio presenta a Zaqueo como un hombre que experimenta la misericordia del Señor y como ejemplo concreto de conversión.
Zaqueo quiere ver a Jesús, pero la muchedumbre se lo impide. Para encontrar a Jesús hay que salir de la multitud, aceptar la propia singularidad, acoger nuestros límites para encontrar nuestro propio camino; es necesario tener la valentía de "cantar fuera del coro".
La grandeza del pequeño Zaqueo está en la asunción inteligente del límite de su estatura y en buscar ayuda en una higuera, a la cual se sube para poder ver a Jesús. Nuestros límites (físicos, morales, intelectuales, ...), cuando se asumen con madurez e inteligencia, no nos impiden encontrar al Señor, sino que nos posibilitan propiciar dicho encuentro en verdad. Asumirlos nos facilita recurrir a quienes viven a nuestro lado para que suplan nuestra indigencia.
Jefe de publicanos y rico, Zaqueo probablemente se ha enriquecido de manera deshonesta, aprovechándose de las oportunidades ofrecidas por el sistema del cobro de impuestos. Él, que puede ser etiquetado como pecador y deshonesto, está habitado por el deseo de encontrar a Jesús y busca, con todas su fuerzas, verlo. El texto afirma que "buscaba ver quién era Jesús" (Lc 19,3), insinuando tal vez el deseo de un conocimiento más profundo de Jesús .
Y Jesús no se queda en el juicio exterior que podría encerrar a Zaqueo en el cliché de pecador, no se resigna a considerarlo únicamente un pecador, sino que expresa su deseo de encontrarlo, de entrar en comunión con él. Y, de este modo, nos expresa el deseo de Dios de encontrar a cada persona, en particular, a los pecadores. De este modo, el texto nos presenta el encuentro del deseo de Dios y del deseo del hombre que es, en ambos casos, deseo de salvación.
Zaqueo busca ver a Jesús, conocerlo, y descubre que es visto y conocido por Jesús mismo ("Jesus levantó la mirada y le dice: Zaqueo...") que, además, le manifiesta la intención de hospedarse en su casa, como si se tratara de un viejo conocido.
El camino que Zaqueo recorre para encontrar a Jesús (salir corriendo para evitar la multitud, adelantarse, subirse a un árbol por donde iba a pasar Jesús), desemboca en el descubrimiento de que Jesús ya se había puesto en camino para encontrarlo: "El Hijo del hombre ha venido para buscar y salvar lo que estaba perdido". A menudo nuestras búsquedas y nuestros caminos espirituales desembocan en el descubrimiento de que el Señor ya nos buscaba y estaba en camino hacia nosotros. En realidad nuestras búsquedas nos disponen al evento de la gracia.
La fuerza de la mirada de Jesús, que en Zaqueo no ve el publicano, el pecador, el hombre de baja estatura, el rico, sino un hombre, un "hijo de Abraham", conduce a Zaqueo a recobrar la vista, a redimir su mirada. Ahora él ve a todos aquellos a quienes les ha sustraído dinero injustamente, ve a los pobres, y actúa en su favor.
Zaqueo quiere ver a Jesús (Lc 19,3) y encuentra al Señor (Lc 19,8), y los gestos de conversión que hace, no nacen de los reproches de Jesús, sino de la acogida incondicional e impresionante que le hace Jesús. Claro que, ante esto, siempre es posible una mirada no evangelizada, una mirada que en Zaqueo solo ve al pecador y, en Jesús , una persona de la que escandalizarse: "Al ver esto, todos murmuraban: ha ido a hospedarse en casa de un pecador".
D. Primo Mazzolari, comentando este texto, ha escrito: "Yo puedo no ver al Señor, pero Él me ve siempre; puedo escabullirme, pero Él no. El amor se detiene siempre... Yo miro y me escandalizo, miro y juzgo, miro y condeno, miro y apunto con el dedo; Él me mira, se detiene y siente compasión...
(www.retesicomoro.it - traducido del italiano)
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