La teoría de
los sistemas nos ha ayudado a pensar la realidad de un modo más global. Un
sistema está formado por un conjunto de elementos interrelacionados entre sí. Cuando
está sano, sus elementos conviven de manera armónica… Cada uno ocupa su lugar y
aporta lo mejor de sí mismo… Esto, que parece tan simple, en la convivencia
humana no lo es tanto…
Hoy el evangelio
nos habla precisamente del puesto que nos corresponde ocupar a cada uno. El
contexto: Jesús observa que hay personas que siempre quieren ocupar los primeros puestos; es decir, destacar sobre
los demás, ser relevantes, tenidos en cuenta… Entonces, cuenta una parábola: “Cuando
te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan
convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al
otro, y te dirá: Cédele el puesto a éste. Entonces, avergonzado, irás a ocupar
el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último
puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga: Amigo, sube más
arriba. Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales.”
La sociedad
actual –incluidas nuestras propias familias y las personas que nos quieren– nos
presiona para ser siempre los primeros… Y, claro, eso es imposible, por la
sencilla razón de que solo uno puede serlo… Y, los demás, ¿somos unos fracasados?
¡Pues no…! Lo verdaderamente importante es ocupar nuestro lugar…, aquel en el
que aportemos lo mejor, en el que nos sintamos nosotros mismos, sin querer
emular a nadie, sin envidiar al solista del coro… En la coral hace falta
sopranos, tenores, bajos, contra altos… Todo es importante, todo es necesario,
todo aporta al conjunto de la vida, al bienestar de nuestros semejantes… Puede
que no estemos en el lugar que siempre habíamos soñado, pero estamos en lugar
que probablemente es necesario… ¡Todo ocurre por algo…! Todo, absolutamente
todo, tiene un lugar en el plan de Dios… Y, todos podemos florecer allí donde
hemos sido sembrados…
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