Hoy se habla mucho sobre el poder sanador de los abrazos. Dar un abrazo es expresión de cariño, produce un profundo bienestar, disminuye el dolor, el estrés, la ansiedad, el miedo; fortalece nuestra autoestima, nos transmite seguridad, alivia la soledad... Esto sin contar los beneficios para la salud corporal...
Ser abrazados es sentirnos amados... Y, el amor, es una necesidad básica..., ¡no podemos vivir sin amor...! Y esto es literal... Hay personas que se enferman, incluso mueren, por no sentirse amadas...
El evangelio de hoy nos trae una imagen hermosa... Jesús se dirige a Jerusalén y le advierten de que el rey quiere matarlo. Sin embargo, Él continúa su camino, fiel a su misión. Su corazón está triste y expresa un lamento: "Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían! Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus pollitos bajo las alas! Pero no habéis querido."
Dentro del dolor, Jesús nos presenta a Dios como una madre que está deseando abrazar a sus hijos... Dios no es un juez implacable, no es alguien que se siente herido y busca vengarse o poner orden y disciplina. Tampoco es alguien que se desentiende de nosotros... Dios lo que desea es abrazarnos..., hacernos sentir su amor, su protección, darnos seguridad, afecto... ¡Dejémonos abrazar por Él! Sintamos su amor en el viento, en las flores que brotan en primavera, en el maravilloso colorido del otoño, en la amistad, en el amor que anida en lo profundo de nuestro ser... Cerremos los ojos y sintamos su amor que nos envuelve, que nos acoge, que nos sana...
Sí, ¡dejémonos abrazar por Dios y prolonguemos ese abrazo, abrazando con amor gratuito y sincero a quienes tenemos a nuestro alrededor, a quienes queremos y necesitan que también nosotros les hagamos sentir nuestro cariño!
No hay comentarios:
Publicar un comentario