Nuestra postura corporal habla de nuestro estado de ánimo y pone de manifiesto mucho de nuestra interioridad. Andar derechos y erguidos, con la mirada al frente, nos hace sentir bien, transmite seguridad, decisión. Por el contrario, andar con los hombros caídos, la mirada hacia el suelo y la espalda curvada, nos transmite un estado interior de falta de energía, de desánimo, como si lleváramos un enorme peso encima... Un dolor, una preocupación... Y, sí, podemos andar por la vida "derechos" y, en no pocas ocasiones, con la sensación de que la vida nos pesa, hasta el punto de vencernos, de doblarnos la espalda...
En el evangelio de hoy, Jesús se encuentra con una mujer que andaba encorvada. Llevaba así 18 años. Mucho tiempo. Es hermoso caer en la cuenta de los detalles del relato. Jesús la ve y la llama. Solo este gesto, el sentirnos llamados, vistos, tomados en cuenta, nos estimula, nos recupera... La llama y ella responde a esa voz y se acerca... Jesús se dirige a ella y la declara libre de su enfermedad, le quita ese peso de encima, y le impone las manos, en señal de bendición... Imponer las manos es transmitir el amor, la gracia, la fuerza de Dios que sana... E, inmediatamente, aquella mujer se puso derecha... y glorificaba a Dios...
Sentirnos mirados, llamados, bendecidos, nos ayuda a andar derechos por la vida, a llevar nuestras cargas, más aún, nos las quita... Cuántas veces llevamos pesos que no son nuestros, que pertenecen al pasado, incluso a otras personas...
Dios nos quiere ligeros, libres de cargas. "Venid a mí todos los que estáis cansados y sobrecargados y yo os aliviaré...". Pongamos en sus manos nuestra vida, nuestras preocupaciones; sintamos su amor, su bendición... Seamos de los que quitan pesos de encima..., seamos cauce de bendición para los demás... Y volvamos a poner en nuestros labios y en nuestro corazón palabras de agradecimiento, de alabanza...
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