La alegría es una de las emociones básicas de nuestra vida... Nos llena de positividad, de ganas de vivir y contagia a nuestro alrededor luz, creatividad, vida.
No hay que confundir la alegría con esas sensaciones periféricas que, en un momento dado, nos hacen "sentir bien". Y digo "periféricas" porque son superficiales, efervescentes, pero de poca duración... La alegría, en cambio, brota de lo profundo del corazón y no está a merced de circunstancias exteriores, siempre cambiantes y que, habitualmente, no dependen de nosotros.
Muchas veces nuestra alegría está vinculada a nuestros éxitos personales. Si las cosas nos salen bien, como teníamos previsto, nos sentimos contentos; si, en cambio, hemos fracasado o, sencillamente las cosas no salieron a nuestro gusto, nos quedamos mal... Es un poco lo que les pasaba a los discípulos de Jesús... Habían sido enviados a su primera misión y vuelven exultantes porque les ha ido maravillosamente bien, seguramente, mejor aún de lo que pensaban... Y Jesús les dice que no se alegren por lo que han logrado, por grande que esto sea, sino porque sus nombres están escritos en el cielo. Con ello les invita a conectar con una fuente inagotable de felicidad, el sentirnos amados por Dios... No por lo que hacemos ni por nuestros logros, si no por lo que somos...
Hacer depender nuestra alegría de nuestros logros, de que las cosas sean como yo quiero que sean, es muy frágil, me deja a merced de circunstancias exteriores cambiantes... Las cosas no siempre me saldrán bien ni serán como yo quiero...
La invitación, por tanto, es a movernos en la profundidad, en esa zona que no está a merced de las vicisitudes de la vida... Se nos invita a conectar con la fuente de donde brota la alegría verdadera: sentirnos amados y profundamente agradecidos...
1 comentario:
Me parece un comentario al evangelio muy aterrizado, fácil de comprender, práctico, real. Gracias!!!
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