Muchos filósofos a lo largo de la historia cuando han dirigido su reflexión hacia la divinidad le han asignado una serie de atributos: Todopoderoso, omnipresente, omnisciente… En pocas palabras, suponen que Dios debe poderlo todo, saberlo todo y estar presente en todo… Y, de no ser así, pues no sería Dios…
Hay quien dice que detrás de esta imagen de Dios late nuestro “ideal” de hombre, aquello que a nosotros mismos nos gustaría llegar a ser: tener el pleno conocimiento y poder sobre todo… En el fondo fue la denuncia de los grandes “Maestros de la sospecha”, que nos acusaban de hacer a Dios a nuestra imagen y semejanza, proyectando sobre la divinidad nuestros propios deseos y carencias y, en muchos casos, hay que reconocer que tenían razón. Por eso, muchas de nuestras ideas sobre Dios hablan más de nosotros mismos que de Él.
Jesús, sin embargo, nos presenta una imagen bien distinta… Dios no aparece como Alguien Todopoderoso, la varita mágica que puede resolver todos nuestros problemas o que puede eliminar de un plumazo a sus enemigos, sino como un Dios “Todocorazón” y “Todoternura”…
Ya en el Antiguo Testamento, junto a esas imágenes del Dios guerrero y vengativo, se abre camino la presentación de Dios como compasivo y misericordioso… La famosa “autodefinición de Dios” que encontramos en el Éxodo se expresa en esos términos: “Dios clemente y misericordioso, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad” (Ex 34, 6b). ¡Es así como Dios se describe a sí mismo…! Esta misma definición se recoge en muchos salmos y otros texto veterotestamentarios…
El conocimiento del verdadero rostro de Dios llegará a su plenitud en el Nuevo Testamento donde Juan, al hablar de Él sencillamente dice: “Dios es Amor” (1Jn 4, 8.16) Y sí, es a la conclusión a la que llega después de haber convivido con Jesús… Y no me extraña, pues Jesús es la “versión humana” de Dios, es su imagen, quien lo ve a Él, ve al Padre (Jn 14, 9)…
¿Y cómo se presenta Jesús en los evangelios? Como un hombre con un corazón de oro… Cercano, sumamente sensible ante quien sufre: la viuda de Naím que ha perdido a su único hijo, unas hermanas que han perdido a su hermano Lázaro, el siervo enfermo de un soldado romano, una mujer adúltera a punto de ser lapidada; Jesús acaricia a los niños, consuela a los tristes, da palabras de aliento al afligido, anuncia a un Dios bueno a quien no hay que temer… No juzga sino que su actitud es la de salvar a la persona… No condena, sino que lo que pretende es denunciar lo que daña al ser humano con el fin de provocar un cambio de actitud en quien produce ese daño… No, Dios no castiga, Dios ama…
La fiesta del Corazón de Jesús nos habla de eso, del corazón de Dios, de su infinita bondad y ternura hacia nosotros… Por eso, es una llamada a dejar esas falsas imágenes de Dios que nos lo presentan como alguien vengativo o, en la actualidad para muchos, como alguien ajeno a nuestro sufrimiento, a nuestras vicisitudes…
No, Dios es “Todocorazón”, Dios es Padre y Madre… No es un mago que nos resuelve nuestro problemas con una varita mágica, sino alguien que nos ama como somos pero nos sueña mejores, que nos acoge en nuestra debilidad y que, porque nos ama incondicionalmente, nos ayuda a atravesar por esta vida con la confianza de quien se sabe en buenas manos…
Como dice la oración colecta de la eucaristía, que esta fiesta nos ayude a caer en la cuenta y a agradecer al Señor sus gestos de cariño hacia nosotros… Muchos veces sólo nos dedicamos a pedir… Dedica unos minutos estos días a ver todo lo que el Señor te ha dado y dale gracias… ¡Es de buen nacido ser agradecidos!
Os invito a ver el video que publiqué con ocasión de esta misma fiesta en http://paraorar.blogspot.com/2008/05/fiesta-del-corazn-de-jess.html
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