Muchas de las discusiones sobre este texto se centran en intentar aclarar qué entendía Jesús por adulterio. Y el interés de fondo era que de esto dependía el que un hombre pudiese abandonar a su mujer, no al revés, claro... Esto siempre generó polémica, y el mismo Mateo introdujo ya un matiz, el repudio estaría justificado en caso de fornicación... Como siempre, son maneras de interpretar los preceptos según convenga y de rebajar su exigencia.
Jesús no va a entrar en la polémica de los matices ni en las interpretaciones que buscan justificar el que una mujer pueda ser abandonada, con lo que implicaba en aquella época de desprotección. Una vez más, Jesús nos invita a ir a la raíz del problema.
Por una parte, nos hace caer en la cuenta de lo que ocurre en el fondo de nuestro corazón, en el mundo de los deseos, pues es allí donde se cuece todo... No basta decir que yo no he sido infiel, porque en definitiva Jesús nos habla de fidelidad, si en mi corazón he alimentado deseos e imaginaciones que hacen que mi corazón no sea entero de la persona con quien me he comprometido de por vida. Jesús nos invita a velar por los deseos que buscan anidar en nuestro corazón; velar para no dar cabida a lo que no me hace bien ni a mí ni a los demás... El mundo de los deseos es importante pues estos tienden a materializarse...
Por eso, hoy sería bueno preguntarnos, qué deseos anidan en mi corazón? Son estos congruentes con mis valores, con el evangelio? Son deseos que construyen, que respetan a los demás, encaminados a todo bien?
Jesús nos invita no solo a no hacer el mal, sino a que en nuestro corazón solo alimentamos deseos de bien... Como dirá en otra ocasión, no seamos de los que limpiamos la copa por fuera -aparentemente somos personas intachables- pero por dentro... Pidamos la gracia de ser personas congruentes, de corazón limpio, sin dobleces; que cada vez más, lo que pensamos, sentimos y hacemos esté alineado con los valores que hemos elegido vivir.
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