Estamos al final del Sermón de la montaña y, como cierre, Mateo pone en labios de Jesús una parábola: "El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca. El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se hundió totalmente."
Jesús es un gran pedagogo, por eso muchas veces habla en parábolas. A través de ellas, de manera sencilla y gráfica, nos dice verdades muy serias y profundas. El mensaje central de este pequeño relato, viene a decir que lo que Jesús nos ha presentado en ese hermoso discurso sobre la montaña, no es simplemente para ser escuchado y admirado, sino para ser vivido, para ser practicado.
En el lenguaje bíblico, escuchar y hacer están íntimamente unidos. Es lo que la Biblia entiende por obediencia. Obedecer es hacer lo que se me dice; en este caso, hacer lo que Jesús nos ha dicho: vivir con la confianza puesta en Dios, perdonar, tratar a los demás como queremos que nos traten a nosotros... Esta es la auténtica "práctica religiosa", no tanto una serie de ritos, cuanto practicar el amor... Porque, no olvidemos, el amor no es un sentimiento, son obras.
Vivir desde la escucha de la Palabra y practicarla, hace que nuestra vida sea como aquella casa construida sobre roca. Vendrán los problemas, las dificultades, las incomprensiones, tantas cosas que trae la vida, pero nos mantendremos firmes, porque nuestra vida está cimentada en Dios, en esa firme y serena certeza de sabernos en sus manos, y habremos hecho del amor no una cuestión de simpatías o antipatías, sino una decisión, la decisión de amar como somos amados.
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