La mujer de Naín había llorado ya la muerte de su marido. Ahora está
atravesada por el dolor más terrible, la muerte de su único hijo. Cuántas
historias como estas también hoy.
Es inútil buscar en la Biblia el porqué del
dolor. Sin embargo, el evangelio de hoy nos narra la reacción de Jesús: a él le
duele el dolor del ser humano. Y lo expresa con tres verbos: sentir compasión, detenerse, tocar.
Jesús ve el llanto y se conmueve, se deja herir por las heridas de
aquel corazón. El mundo es un enorme llanto, un río de lágrimas, invisible para
quien ha perdido la mirada del corazón. Jesús sabía mirar a los ojos (mujer, no
llores). Solo hay una manera de conocer a una persona, a Dios, a un pueblo, un
dolor: detenerse, arrodillarse y mirar de cerca.
Nada indica que esta mujer sea
más religiosa que otros; lo que traspasa el corazón de Jesús es su dolor. Aquella viuda no le pide nada, no lo llama, no lo busca, pero ella
misma es una súplica silenciosa, y Dios escucha la elocuencia de las lágrimas,
responde al llanto de quien ni siquiera se dirige a Él. Y se hace cercano, como
una madre a su hijo.
Jesús ve, se detiene y toca. Cada vez que Jesús se conmueve, toca: al
leproso, al ciego, el ataúd del joven de Naín. Tocar es una palabra fuerte, que
nos pone a prueba, porque no es espontáneo tocar a alguien contagioso, infectado,
al mendigo, a un cadáver… Tocar no es un sentimiento, es una decisión.
Se acerca, toca, habla: Muchacho, a ti te digo, levántate. Usa el
mismo verbo referido a la resurrección. Y lo devuelve a su madre. Y todos daban
gloria a Dios: “ha surgido un profeta entre nosotros”.
Jesús es el profeta de la compasión, de un Dios que se acerca a quien sufre,
que llora con nosotros, cuando el dolor parece rompernos el corazón. Y nos
convoca a obrar “milagros”, no el transformar ataúdes en cunas, como en Naín,
sino el milagro de permanecer junto a quien sufre, junto a las infinitas cruces
del mundo, dejándonos herir por cada herida, llevando el consuelo humano y
divino de la compasión.
Detenerse. Para observar bien un prado hace falta arrodillarse y
mirarlo de cerca (Ermanno Olmi). El tacto es, de los cinco sentidos, el modo de
amar más íntimo, es un beso. Abre una puerta en las relaciones.
Una mujer, un féretro, un cortejo. Son los ingredientes básicos del
relato, que pone en escena la tragedia de tantas madres.
Jesús no analiza el dolor, se sumerge en él junto a la mujer. Jesús
iba de camino, como un forastero, y se revela “prójimo”. Poco antes le habían
preguntado: ¿Quién es mi prójimo? Y él había dicho: el que se acerca al dolor
de los demás, lo carga sobre su espalda, intenta consolarlo, aliviarlo, curarlo
si es posible.
El evangelio nos dice que Jesús sintió una profunda compasión. La
primera respuesta del Señor es sentir dolor ante el dolor de aquella mujer… Y
la auténtica compasión, moviliza…
(Ermes Ronchi. www.retesicomoro.it Traducido
del italiano.)
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