“Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” Ya no se trata de hacer
preguntas sino de dejarse interrogar. No poner más en cuestión al Señor sino dejarse
poner en cuestión por Él. Amar las preguntas que hacen crecer la fe. Jesús usa la pedagogía
de las preguntas para hacer crecer a sus amigos: son como chispas que
encienden, que ponen en marcha transformaciones y crecimientos.
Jesús era un Maestro de la existencia... Por esto, Maestro del
corazón. Él no adoctrina, no imparte lecciones, no sugiere respuestas, sino que
conduce con delicadeza a buscar dentro de ti: “En la vida, más que las
respuestas, lo que cuentan son las preguntas, porque las respuestas nos apagan,
nos hacen permanecer quietos; las preguntas, en cambio, nos obligan a mirar
hacia delante y nos hacen caminar” (Pier Luigi Ricci).
Jesús interroga a los suyos, como si hiciera una encuesta de opinión: “¿Quién
dice la gente que soy yo?” Y la opinión de la gente es hermosa, pero
incompleta: “Dicen que eres un profeta”, una criatura de fuego y de luz, como
Elías o el Bautista; boca de Dios y boca de los pobres. Entonces, Jesús cambia
la pregunta, la hace explícita y directa: “Pero vosotros, ¿quién decís que soy
yo?” Pero vosotros… Antes que nada hay
un “pero”, una conjunción adversativa, casi una contraposición a lo que dice la
gente. Como si les pidiera no contentarse con una fe basada en lo que han
escuchado decir…
Pero vosotros, vosotros que habéis dejado vuestras barcas a la orilla
del lago, vosotros que estáis conmigo desde hace tres años, vosotros mis
amigos, a quienes he elegido uno por uno: ¿quién soy yo para vosotros? Y lo
pregunta Él, dentro del clima cálido de la amistad…
“¿Quién soy yo para ti?” Jesús no busca palabras, busca personas; no
definiciones sino implicación: ¿qué te ha sucedido cuando te has encontrado
conmigo? Su pregunta se parece a la pregunta que se hacen los enamorados: ¿qué
lugar ocupo en tu vida?, ¿soy el hombre, la mujer de tu vida?
Jesús no necesita la opinión de sus apóstoles para saber si es el
mejor de los profetas de todos los tiempos, sino para saber si Pedro y los
otros son como los enamorados que le han abierto el corazón. Jesús está vivo si
está vivo dentro de nosotros. Nosotros podemos ser la cuna o la tumba de Dios.
Cristo no es lo que yo digo de Él, sino lo que vivo de Él. No busca
mis palabras sino lo que arde dentro de mí. “La verdad es lo que quema”
(Christian Bobin). Manos y palabras encendidas, como las de Pedro que responden
con pasión y decisión: “Tú eres el Cristo de Dios”, el Mesías de Dios, su
brazo, su proyecto, su boca, su corazón. Tú traes a Dios entre nosotros: cuando
te detienes y tocas una creatura con tus manos, es Dios quien acaricia el
mundo.
(Ermes Ronchi – www.retesicomoro.it – traducido del italiano)
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