Hay personas que pierden los mejores años de su vida para conseguir dinero, prestigio, poder; un buen trabajo, un buen coche, un buen… Y, lo peor de todo, es que no son conscientes del precio que tienen que pagar… ¡Cuántos han perdido su familia, su mujer, sus hijos, sus amigos, su salud…! Y, cuando se dan cuenta, muchas veces es demasiado tarde…
Recuerdo una mujer que tuvo que emigrar de su país a Italia. Todo, para sacar adelante a sus hijos… Era joven, sus hijos eran pequeños… Y, sí, consiguió “sacarlos adelante”. Les pudo pagar una buena educación pero, con dolor, me confesaba que los había perdido…, que no les había dado el afecto y seguridad que tanto necesitaban y que era una extraña para ellos… Pero, qué difícil es a veces saber lo que tenemos que hacer en las encrucijadas que nos presenta la vida… Qué difícil es saber lo verdaderamente importante…
Hoy el evangelio nos regala una de esas frases que nos hacen pensar: “De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si se pierde a sí mismo…” Sí, de qué nos sirve muchas veces gastar tiempo y energías en cosas que, en definitiva, no son las más importantes, si eso hace que no le dediquemos tiempo y energías a lo que verdaderamente importa… Cuánto tiempo perdido y malgastado en cosas, batallas y preocupaciones inútiles…
Podríamos preguntarnos… ¿Qué son aquellas cosas y personas verdaderamente importantes para mí…? ¿Qué tiempo les dedico…? ¿En qué me estoy dejando la vida…? ¿Qué tiempo le dedico a mi relación con Dios, al servicio a los demás, a mí mismo…? Son preguntas importantes… Puede que hoy sea un buen momento para detenerme a pensar en estas cosas y, por qué no, hacer algún cambio en mi vida…
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