La cultura actual presenta como "ideal", la eterna juventud... Sobre todo en la sociedad europea, podemos estar hablando de personas de 70 años, y nos seguimos refiriendo a ellas como "jóvenes". En cierto modo se entiende, dado que se ha elevado considerablemente la esperanza de vida y se suele gozar de buena salud.
Sin embargo, en lo que respecta a la madurez personal, presentamos como "ideal" el ser personas "adultas". Es decir, responsables, autónomas, con criterio...
La adultez es una etapa muy importante en la vida. En la naturaleza, bien podría equipararse a la madurez. Un fruto llega a su edad "adulta", cuando está maduro, listo para ser consumido y con semillas para ser fecundo... En realidad, esa es la mejor imagen de la madurez, la edad en la que alcanzamos un buen nivel de desarrollo personal y en la que nuestra vida es fecunda, útil a los demás...
El evangelio de hoy, sin embargo, nos invita a ser como niños...
Las interpretaciones de esta expresión de Jesús son múltiples... A qué se refiere eso de "ser como niños"? Sin duda, no se refiere a volvernos infantiles, a no querer crecer, como Peter Pan...
Reflexionando sobre esto, me ha venido el hermoso y sabio libro de El Principito...
El libro hace una fuerte crítica a lo que llamamos "mundo de los adultos", donde lo que importa es lo que hacemos (qué profesión tienes?, a qué te dedicas?) y lo que tenemos (cuánto ganas?, qué coche tienes?). Un mundo en el que a veces se nos olvidan cosas importantes, aquellos sueños que tuvimos en nuestra infancia, la capacidad de imaginación y creatividad que teníamos entonces...
Volver a ser como niños tal vez se refiere a esto. A recuperar la inocencia y la confianza a veces pérdidas. A volver a conectar con nuestros sueños... A tener esa mirada limpia y curiosa... A ser capaces de fiarnos de aquellos que nos quieren y sabemos que cuidan de nosotros... Todos tenemos un "niño interior" al que hay que aprender a escuchar y cuidar...
Sí, volvamos a ser como niños... Confiados, creativos, curiosos, juguetones... A veces nos hemos vuelto demasiado serios...
Para conectar con nuestro interior, con esa esencia que todos llevamos dentro, ayuda volver a esas actitudes de la infancia, donde todo es simple, diáfano, sencillo; donde no nos preocupa el pasado ni el futuro, sino que vivimos con intensidad el presente...
Sí, seamos como esos niños confiados en brazos de su madre, seguros al estar agarrados por la mano firme de su padre... No con una confianza o seguridad ingenuas, sino basada en la certeza de sabernos en las manos amorosas de nuestro Padre Dios, que nos ama con la ternura de la mejor de las madres.
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