"He venido a traer fuego a la tierra". Todos hemos
conocido hombres y mujeres apasionados por el Evangelio, y los hemos visto
pasar entre nosotros como una antorcha encendida. "La verdad es algo que
arde" (Christian Bobin), ojos y manos que arden, que tienen luz y
transmiten calor: "La vida es una llama" (Baggio Marin).
"¿Pensáis que he venido a traer paz a
la tierra? No, he venido a traer división". Él, que ha pedido amar a los
enemigos, que ha dado el nombre de "el que divide" al diablo, al peor
enemigo del ser humano, que ha orado en la Última Cena por la unidad -"que
todos sean uno"-, aquí se contradice. Y, entonces, me doy cuenta de que,
bajo la superficie de las palabras, debo buscar más al fondo.
Jesús mismo, tierno como un enamorado y
valiente como un héroe, ha sido con su vida, signo de contradicción. Su
Evangelio ha venido como una liberación que lo trastoca todo: para las mujeres
sometidas y despreciadas por el machismo; para los niños, considerados
propiedad de sus padres; para los esclavos, a merced de sus amos; para los
leprosos, los ciegos, los pobres.
Se ha puesto de su parte, los invita a su
banquete, hace de un niño el modelo de todos, y de los pobres, los primeros de
su reino; elige siempre lo humano frente a lo inhumano. Su predicación no dejaba
en paz la conciencia sino que la despertaba de la falsa paz! Paces aparentes,
alejadas de una manera más auténtica de entender la vida.
La elección de quien se entrega, de quien
perdona, de quien no se aferra al dinero, de quien no quiere dominar sino
servir a los demás, de quien no quiere vengarse, se convierte en motivo de
división, guerra, enfrentamiento inevitable con quien lo que busca es vengarse,
subir, dominar, con quien piensa que sólo vale quien vence. Leonardo Sciascia
decía: "Espero que, de vez en cuando, los cristianos vayan
contracorriente". Ritos contracorriente, sin tener en cuenta a los
poderosos de turno o al pensamiento dominante. Que redescubran la
"bienaventuranza de los opositores", de quienes se oponen a todo aquello
que hace mal a la vida y al corazón de los hijos de Dios.
En el evangelio de Tomás, Jesús dice: "Estar cerca de mí
es estar cerca del fuego". ¿Somos discípulos de un Evangelio que quema,
que quema dentro, que nos inflama al menos de vez en cuando, o tenemos una fe
que corre el riesgo de ser un tranquilizante, una fe somnífero? El Evangelio no
es una mordaza sino un megáfono. Te hace voz de quien no tiene voz, eres el
justo que lucha en medio de las injusticias, nunca alguien pasivo o temeroso,
nunca sin fuego.
"Cómo
quisiera que este fuego estuviera ya ardiendo". Y sin embargo, ya arde.
Dentro de las cosas está la semilla incandescente de un mundo nuevo. Hay una
chispa de fuego también en mí, una lengua de fuego que ha descendido sobre
nosotros en Pentecostés, está el Espíritu Santo que enciende antorchas en cada
recodo del camino...
(Ermes Ronchi - www.retesicomoro.it - traducido del italiano)
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