Qué impresión más especial nos produce el sentirnos conocidos por alguien... Todos seguramente recordamos una experiencia, un momento en que alguien nos dijo: te conozco... Y no por presunción, sino desde ese cariño profundo que desprenden muchas relaciones de amistad, desde esa mirada amorosa que nos permite conocer el interior de las personas y ser conocidos también en nuestra intimidad, en aquello que muchas veces no es visible ni evidente a los ojos de la mayoría... Como dice El Principito: solo se ve bien con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos...
Sí, solo podemos ser conocidos por quien nos ama... Un amor que no necesita ver solo lo bueno que tenemos, sino que nos ama en todo lo que somos, sin tener que ser o aparentar otra cosa... Ser conocidos, sentirnos conocidos y amados en lo que somos, es una experiencia humana maravillosa...
Probablemente esto fue lo que sintió Natanael cuando Jesús le dijo: "Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño." Tanto, que le llevó a exclamar, profundamente sorprendido: "¿De qué me conoces?" A lo que Jesús le respondió: "Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi."
Sentirnos conocidos va unido a sentirnos mirados... Y sentirnos mirados es sentir que existimos...
Muchas veces a los niños se les dice: "Pórtate bien que Dios te está mirando..." Qué imagen más grotesca de Dios... Sí, Dios nos está mirando, pero no está al acecho, controlándonos... Nos mira con la ternura de una madre a su hijo, con la confianza de quien sabe que tiene delante alguien con enormes potencialidades... Con la mirada profunda de quien nos ama... y, por eso, nos conoce... Es la hermosa experiencia, maravillosamente reflejada en el salmo 138...
Sintámonos profunda y sinceramente amados y conocidos por Dios... Y dejemos que fluya el amor y el agradecimiento...
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