Pese a que todos proclamamos la cultura de la igualdad, donde todos tengamos los mismos deberes y, sobre todo, derechos, donde no haya ningún tipo de discriminación, la verdad es que vivimos en la cultura de los privilegios...
Algunos, en razón de su cargo, no tienen que hacer largas filas, ni esperar turnos; otros, se las arreglan para pagar menos impuestos e, incluso, evadirlos...
Nos parece mal, sí, pero a veces, detrás de nuestro malestar, puede esconderse una cierta envidia... Una vez escuché a una persona decir: habría que ver lo que haríamos cada uno si tuviéramos la ocasión... Y, sí, a las personas se las conoce al ver cómo se comportan cuando tienen la ocasión de aprovecharse de ciertos privilegios u "oportunidades". Y no es que ciertos privilegios estén mal. El problema es cuando nos aprovechamos de según qué privilegios para no cumplir con algunas de nuestras responsabilidades o pasar por encima de los demás...
Una de las cosas que se dicen de Jesús es que vivió sin privilegios... Si alguien pudo elegir dónde nacer y cómo vivir, fue Él, y eligió un lugar y una familia sencilla, del montón...
El evangelio de hoy nos cuenta que, una vez, al entrar en una ciudad, tenía que pagar el impuesto correspondiente. Algunos preguntan a sus discípulos si es que Jesús no va a pagar. Por lo visto, podría no haberlo hecho. Incluso Él mismo dice que, dada su condición (Jesús es el Señor), no tendría que hacerlo, sin embargo, una vez más, elige vivir como todos, como uno de tantos, renunciando a todo privilegio...
Muchas veces a nosotros nos cuesta vivir así. En ocasiones nos gustaría poder disfrutar de ciertos privilegios. Por eso, hoy nos viene bien contemplar a Jesús, ver lo que hace, lo que dice, cómo actúa...
Vivamos nuestra vida con sencillez. Que nos nos importe ser "uno de tantos". Lo que marca la diferencia no son los privilegios, el destacar de los demás, sino lo que hayamos amado y servido en nuestro paso por esta vida...
1 comentario:
Muy buena reflexión. Me gustó. No lo había pensado así.
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