Una de las experiencias humanas más difíciles es perdonar... Cómo nos cuesta perdonar! Y no solo a los demás, sino a nosotros mismos...
Hay personas que tienen su corazón lleno de resentimiento. Guardan en su memoria una lista interminable de agravios. Tienen una capacidad extraordinaria para recordar una y otra vez lo negativo que les ha sucedido en la vida... Y, lo peor de todo es que les parece normal... Cómo van a olvidar... Cómo van a perdonar a... Sin embargo, este modo de vivir, al único que daña es a quien guarda el rencor, el resentimiento... Está comprobado que dar vueltas una y otra vez a lo negativo que nos haya podido suceder en la vida, alimentar el rencor, es como un veneno que introducimos en nuestro cuerpo, en nuestro sistema energético, que termina enfermándonos, hasta el punto de poder degenerar en un cáncer y conducirnos a la muerte... Y no digo esto con ánimo de asustar a nadie, sino para tomar consciencia de la importancia de perdonar y de que, el primer beneficiado al hacerlo, soy yo.
Cuando he hablando de este tema, siempre hay alguien que dice: yo perdono pero no olvido... Y yo respondo: por supuesto! Perdonar no es olvidar... Lo que pasó, pasó, y siempre estará allí. Perdonar es eliminar el contenido emocional negativo y perverso que tiene ese hecho sobre mí; es un acto de liberación interior...
Todas las tradiciones religiosas insisten en la importancia de perdonar. Y, ahora, no sólo las tradiciones religiosas, sino quienes profundizan en el desarrollo personal... Para vivir en paz, debemos perdonar; es decir, cerrar heridas y no albergar sentimientos negativos hacia nadie... Eso, como digo, solo nos daña a nosotros mismos...
El evangelio de hoy habla del perdón. Para ello, Jesús nos cuenta una historia. Un hombre tenía una gran deuda. Pidió tiempo para poder pagarla. Y su acreedor, no sólo le dio tiempo, sino que sintió compasión y se la perdonó. Acto seguido, este mismo hombre se encuentra con alguien que le debía una pequeña cantidad de dinero. Este también le pidió tiempo para poder saldarla. Y, sabéis lo que hizo? Lo metió en la cárcel! Su acreedor se enteró y le dijo: "¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?"
Sí, a veces se nos olvida que también nosotros hemos cometido errores, agravios... y que Dios, una y otra vez, nos perdona... La capacidad de perdonarnos mutuamente es la base de la convivencia... Perdonar, por tanto, se convierte en un acto de reciprocidad, de agradecimiento, de toma de consciencia... Se trata, una vez más, de comportarnos con los demás como Dios se comporta con nosotros...
No alimentemos rencores, no hurguemos una y otra vez en nuestras heridas. Dejemos el juicio a Dios.
Recordemos, no se trata de negar el agravio. Se trata de tener la misma actitud que nos gustaría tuvieran con nosotros y que, de hecho, muchos la han tenido... Y, en esto, insisto, el primer beneficiado soy yo...
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