En las relaciones basadas en la reciprocidad, suele llegar un momento en que las personas se preguntan la una a la otra: quién soy yo para ti. Es una pregunta personal, íntima, que pide también una respuesta íntima y personal.
Jesús también supo establecer relaciones de amistad, de reciprocidad... Con los Doce, con un grupo de mujeres que le seguían, con Marta, María y su hermano Lázaro... Jesús sabe ser amigo de sus amigos y espera también por parte de ellos, amistad.
Hay un momento clave en los evangelios, en el que Jesús les pregunta a sus apóstoles: "Y, vosotros, quién decís que soy yo?" La pregunta bien podría formularse de otro modo: "Después de este tiempo que llevamos caminando juntos, quién soy yo para cada uno de vosotros?"
Hoy, Jesús nos hace esta misma pregunta: "Quién soy yo para ti?" Y no es una pregunta retórica, es una pregunta muy personal.
Esta pregunta es clave. Nos obliga a entrar dentro de nosotros mismos y preguntarnos no por lo que sabemos con la cabeza o por lo que hemos escuchado... A veces sabemos muchas cosas, pero estas no han bajado al corazón, no las hemos hecho realmente nuestras...
Preguntémonos con sinceridad, quién es Jesús para mí, cuál es mi experiencia de Dios...
Para algunos, Dios es alguien distante, de quien tienen poco que decir... Para otros es un juez ante el que habrá que responder en base a unas normas, preceptos y rituales que hayamos cumplido. Actualmente se habla mucho de Dios como energía, como algo poderoso pero impersonal; presente en todo, pero difuso, sin rostro... Para Jesús, Dios no era solo "Padre", era su Padre. Alguien tierno, bondadoso, que se preocupa por la suerte de sus hijos. Un Dios dispuesto a dar la vida por sus criaturas, amadas hasta la locura. Alguien que no pide, no exige, sino que da, se da. Alguien que lo único que quiere es que nos amemos los unos a los otros, como hermanos...
Ojalá a lo largo del día de hoy podamos escuchar esta pregunta dirigida a mí, y dediquemos un tiempo a decirle a Dios, de corazón, quién es Él para mí...
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