No sé si alguna vez habéis tenido la experiencia de estar ante alguien que se ha descubierto ante vosotros, desvelándoos su más profunda intimidad...; cosas, detalles, aspectos que habitualmente no son visibles... Y al mirarla, es como si, de pronto, os encontrarais ante otra persona, pues la veis llena de luz, de bondad, de belleza... Sencillamente porque la veis tal como es en realidad, pues somos eso, seres llenos de luz, bondad y belleza...
Algo parecido fue lo que les pasó a Pedro, Santiago y Juan, los tres discípulos más íntimos de Jesús, cuando Él los invitó a subir al monte Tabor y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron blancos, brillantes... Todo su ser desprendía tanta luz, que los deslumbraba... Y, de pronto, vieron lo que habitualmente estaba oculto en la persona de Jesús... Detrás de su humildad, de su sencillez, de ese "ser como uno de tantos", había alguien lleno de luz, de bondad, de belleza...
A su lado, aparecieron Moisés y Elías, representantes de la Ley y los profetas; es decir, del Antiguo Testamento. Y Jesús estaba en el centro, poniendo de manifiesto que Él era la plenitud, que todo miraba, apuntaba hacia Él. Jesús es la plenitud de la revelación, en Jesús se hace visible el rostro de Dios. El invisible, el innombrable, se hace visible, asequible, experimentable en aquel hombre humilde, sencillo; en aquel nazareno que muchos rechazan, a quien no comprenden, pero que pasa por la vida haciendo el bien, devolviendo la salud, expulsando demonios, dando vida...
Y, entonces, aquellos tres discípulos oyen una voz que dice: "Este es mi Hijo amado, escuchadle...!"
Estas palabras revelan lo más profundo de Jesús, la esencia de su ser... El es el Hijo amado... Esa luz es su esencia divina, el amor que lo habita, ese amor con el que es amado y que en Él se desborda hacia los demás, transformando en bien todo lo que toca... Qué hermoso...!
Contemplemos el rostro luminoso de Jesús, ese rostro humano, cercano, que nos revela el amor que Dios nos tiene. Dejémonos amar, dejémonos transformar en lo que somos en lo más profundo de nuestro ser: luz, amor, bondad, belleza... Y, para eso, escuchémoslo, leamos, meditemos su Palabra y hagámoslo vida...
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