miércoles, 8 de marzo de 2023

III Domingo de Cuaresma (Ciclo A): Jesús se encuentra con una mujer samaritana (Jn 4, 5-42)

1. LEE: Juan 4, 5-42

Seguimos recorriendo nuestro itinerario espiritual, como preparación a la celebración de la Pascua del Señor. Este tercer domingo de Cuaresma, se nos invita a meditar en el encuentro de Jesús con una mujer samaritana.

Un primer dato significativo es que el evangelio nos dice que Jesús iba de Judea a Galilea y que tenía que pasar por Samaría. Ese “tenía” implica una clara intencionalidad, pues los judíos generalmente no solo no tenían que pasar por allí sino que evitaban hacerlo, precisamente por la enemistad que había entre ambas regiones. Por tanto, Jesús “tenía” que pasar por ahí porque buscaba algo…

Llega con sus discípulos a Sicar. Quienes lo acompañan van en busca de comida y él se queda sentado en el pozo. El pozo tiene grandes reminiscencias bíblicas. Eliezer, siervo de Abrahán, encuentra a Rebeca, futura esposa de Isaac, junto a un pozo (Gn 24,11ss); Jacob se enamora de Raquel junto a un pozo (Gn 29); Moisés conoce a Séfora junto a un pozo (Ex 2,15).

De pronto, llega una mujer samaritana a sacar agua. No se dice su nombre. Para algunos comentaristas, dicha mujer da fe de que, al inicio de la evangelización de aquella región, una mujer jugó un papel muy importante. 

Jesús toma la iniciativa y le pide de beber. De este modo, rompe los posibles prejuicios de la mujer. Todo esto da pie a un diálogo en torno al agua. Jesús pide de beber. La mujer se sorprende. Y Jesús pasa de pedir de beber a ofrecerle a aquella mujer agua viva. Más aún, le dice que esa agua no tiene que ir a buscarla a ningún pozo (símbolo de esfuerzo) sino que está dentro de ella, como un manantial que brota sin cesar (¡es pura gracia!). Y esta es la primera invitación que se nos hace hoy, descubrir ese manantial de agua que está dentro de nosotros, esa agua viva que es Dios mismo y que es la única capaz de saciar nuestra sed más profunda.

Luego, Jesús aborda el tema de los cinco maridos que tuvo aquella mujer y el actual, que tampoco es del todo su marido… Seis maridos (número imperfecto). Esto también denota una búsqueda infructuosa. Ha ido de un marido a otro sin encontrar lo que anhela. El séptimo será Jesús, en quien finalmente encontrará el amor deseado. Esta es la segunda invitación que se nos hace. Entrar en nuestro corazón y descubrir a Jesús como el único amor verdadero.

Finalmente, el diálogo deriva hacia un tercer tema, los lugares de culto. La mujer le pregunta en qué lugar se debe adorar a Dios. Jesús dará una respuesta sencilla. No necesitamos ningún lugar especial para adorar a Dios. A Dios no se le da culto en lugares concretos (dígase en este caso, por ejemplo, el Templo de Jerusalén) sino que se lo adora en espíritu y verdad. Es decir, no se trata de un lugar específico sino de una actitud interior. Más aún, la gran revelación es que el nuevo “lugar” de encuentro con Dios no es un edificio, es Jesús. Y esta es la tercera invitación que se nos hace. Profundizar nuestra relación con Jesucristo, el Hijo de Dios vivo, cultivar esos momentos de encuentro. Y es en ese momento cuando Jesús se le revela a la mujer como el Mesías, el Esperado…

Fruto de este encuentro, aquella mujer entusiasmada se convierte en misionera. Deja el cántaro (¡ya no lo necesita!) y va donde sus paisanos para llevarlos donde Jesús. Y estos, gracias al testimonio de aquella mujer, van al encuentro de aquel judío a quien también reconocen como el Mesías. Y he aquí una nueva invitación, a convertirnos en misioneros entusiasmados de lo que hemos descubierto en lo profundo del corazón.

Por último, el evangelio nos presenta un diálogo entre Jesús y sus discípulos. Estos han vuelto con la comida y se sorprenden de ver a Jesús conversando a solas con una mujer y, para colmo samaritana, aunque no se atreven a decirle nada. El diálogo ahora va en torno al alimento. Los discípulos están preocupados porque Jesús no ha comido, y Él les responde que su alimento es hacer la voluntad de su Padre, voluntad que acaba de realizar saliendo al encuentro de aquella mujer.

Es un hermoso evangelio para meditar, para dejarnos cuestionar, para tener un encuentro profundo con Jesús, para conectar con ese manantial que brota en nuestro interior, esa agua que es Dios mismo calmando nuestra sed y derramando su amor en nosotros.

2. MEDITA
  • ¿Cuáles son mis búsquedas y deseos más profundos?
  • ¿De qué tengo sed? ¿Con qué la sacio?
  • ¿Qué me falta en la vida para ser feliz?
  • El alimento de Jesús es hacer la voluntad de su Padre, ¿y el mío?
  • ¿Qué espacios de oración dejas para que el Señor te dé de beber y te alimente?
  • La samaritana corre a anunciar lo descubierto, ¿y yo?
  • ¿Experimentas a Jesús como tu Salvador y el Salvador del mundo?
3. ORA
  • Dialoga con el Señor...
  • Pídele… Dale gracias…
  • Haz silencio en tu interior…
4. COMPROMÉTETE
  • ¿A qué te invita su Palabra?
  • ¿Qué podrías mejorar o cambiar?

jueves, 2 de marzo de 2023

II Domingo de Cuaresma (Ciclo A): "Este es mi Hijo amado..., escúchenlo" (Mt 17, 1-9)


1. LEE: Mt 17, 1-9

El Miércoles de Ceniza empezamos la Cuaresma, un tiempo de conversión, de afianzar nuestro seguimiento a Jesús, de ir creciendo como discípulos suyos. Ese día, el evangelio nos recordaba las tres grandes “prácticas cuaresmales”: la limosna, la oración y el ayuno, que tocan nuestra relación con el prójimo, con Dios y con nosotros mismos. De este modo, dábamos inicio a un itinerario espiritual como preparación a la gran fiesta de la Resurrección de Jesús.

El domingo pasado, primero de la Cuaresma, se nos proponía ir al desierto para tomar consciencia del modo en que solemos ser tentados, para así desenmascararlas y vencerlas. Este domingo, se nos propone un segundo paso, subir a la montaña con Jesús; obviamente, de manera simbólica.

La montaña tiene un gran simbolismo espiritual. La montaña es un lugar de encuentro con Dios. Moisés y Elías, por ejemplo, tuvieron profundas experiencias espirituales en lo alto de la montaña. Se nos invita, por tanto, a dedicar un tiempo y un espacio para profundizar en nuestra relación con el Señor.

Poco antes (seis días atrás, nos dice el evangelio), Pedro había reconocido a Jesús como el Mesías (Mt 16,13-20). Entonces, Jesús hizo a sus discípulos el llamado “primer anuncio de la pasión” (en total serán tres). Allí les comparte el destino que le espera: será tomado prisionero, torturado y ejecutado y, al tercer día, resucitará (Mt 16,21). Ante esto, Pedro lo toma aparte para disuadirlo y recibe de Jesús una respuesta muy dura: “¡Apártate de mí, Satanás… tú no piensas como Dios sino como los hombres!” (Mt 16,22-23). Increíblemente, el mismo que poco antes lo había reconocido como el Mesías de Dios, ahora es instrumento de Satanás… Así es nuestra vida…, podemos ser instrumentos de Dios o instrumentos del mal, aún creyendo que estamos actuando bien…

Después de esta reprimenda, Jesús les dice las condiciones que deben cumplir quienes quieran seguirlo, entre ellas, negarnos a nosotros mismos (¡dejar de ponernos en el centro!) y tomar nuestra cruz (Mt 16,24-27).

Todo esto debió dejar muy impactados a quienes lo escucharon… Y, en este contexto, Jesús toma consigo a Pedro, Santiago y Juan (precisamente quienes luego serán testigos de su oración en Getsemaní) para que lo acompañen a lo alto de la montaña y así fortalecerlos en su fe.

Allí, Jesús se “transfigura”, es decir, les revela su identidad más profunda, aparece resplandeciente, como quién es, ¡Hijo de Dios! Y, junto a Él, vemos a Moisés y Elías, representantes de la Ley y los profetas, hablando con Jesús. ¡Todo el Antiguo Testamento reconoce a Jesús como el mesías esperado! y, poco después, desaparecen, quedando Jesús solo… porque ahora, toda nuestra mirada y nuestra escucha, se centran en Él…

Pedro queda sobrecogido, entusiasmado, hasta el punto que quisiera quedarse ahí para siempre… (es lo que nos pasa a nosotros cuando tenemos una experiencia espiritual que nos llena de paz). Y, entonces, cuando él quiere quedarse instalado en ese momento sublime, una voz (¡el Padre!), les dice: “Este es mi Hijo” (igual que ya había dicho en el bautismo), y añade: “Escúchenlo”. ¡Esta es la invitación que se nos hace en esta segunda semana de Cuaresma, subir a la montaña para tener un encuentro con Dios, para escucharlo… Y, para la Biblia, escuchar y hacer, es inseparable. Subimos a la montaña para escuchar al Señor y para hacer lo que Él nos dice (si recuerdan, fue lo que la Virgen les dijo a aquellos sirvientes en las Bodas de Caná: “Hagan lo que Él les diga”).

Por eso, subimos a la montaña no para quedarnos ahí sino para, una vez que hemos escuchado, bajar a la llanura, bajar a nuestra vida cotidiana, pero bajar transfigurados, llenos de Dios, llenos de paz… para, en nuestras tareas de cada día, ser presencia de Dios en medio de nuestro mundo y, serlo, viviendo las actitudes y los valores que Jesús vivió y que nos transmiten los evangelio.

2. MEDITA
  • ¿Con qué frecuencia “subo a la montaña” para tener momentos de encuentro con Dios?
  • ¿Cuánto tiempo dedico a escuchar su Palabra?
  • Recuerda alguna experiencia en que Jesús se te ha hecho presente de manera especial.
3. ORA
  • Dialoga con el Señor...
  • Pídele… Dale gracias…
  • Haz silencio en tu interior…
4. COMPROMÉTETE
  • ¿A qué te invita su Palabra?
  • ¿Qué podrías mejorar o cambiar?