viernes, 27 de febrero de 2009

Practicad la limosna, la oración y el ayuno

La Cuaresma es el tiempo que dedicamos a prepararnos para vivir la Pascua, a acoger en nuestra vida toda la VIDA que brota de Jesús Resucitado.

Como preparación se nos invita a recorrer un camino de conversión que dura 40 días. Una conversión que consiste, fundamentalmente, en reorientar nuestra vida hacia Dios. Para ello se nos propone como medios que nos ayudan a vivir ese proceso de conversión la limosna, la oración y el ayuno.

Por tanto, la limosna, la oración y el ayuno, son medios, no meras prácticas o ritos externos, sino actuaciones concretas que pretenden y expresan algo. Si no lo entendemos y vivimos así, no tienen ningún sentido.

La limosna, la oración y el ayuno en realidad son una triada que expresan una totalidad, como si fueran las tres notas de un único acorde:

  • Limosna: Relación con el prójimo basada en la justicia y la misericordia (lo que hoy llamaríamos Solidaridad).
  • Oración: Relación con Dios basada en el diálogo interpersonal, la escucha y el abandono confiado a su voluntad.
  • Ayuno: Relación con las cosas desde la no apropiación o el abuso, devolviéndoles el carácter de medios y reconociéndolas como don de Dios al servicio de todos.

Entendidas así, se ve con claridad su carácter de medios que nos ayudan a reorientar nuestra vida a Dios, creciendo en nuestra identidad de hijos de Dios, hermanos y administradores de los bienes que nos han sido dados por nuestro Padre y que deben estar al servicio de todos.

A lo largo de estos días iremos profundizando en cada uno de estos medios para animarnos a utilizarlos en su verdadero sentido y como ayudas eficaces.

Os sugiero leer el Mensaje de Papa Benedicto XVI para la Cuaresma 2009. Lo encontraréis en: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/messages/lent/documents/hf_ben-xvi_mes_20081211_lent-2009_sp.html

miércoles, 25 de febrero de 2009

Miércoles de Ceniza

El tiempo cuaresmal comienza el Miércoles de Ceniza, pocos días antes del primer Domingo de Cuaresma, aunque la mayoría lo identifica como el miércoles posterior al Carnaval. La razón es muy sencilla. El Carnaval tiene su origen en la intención de dedicar unos días a la fiesta, precisamente porque, pocos días después, dará inicio un periodo de oración, recogimiento y penitencia.

El Miércoles de Ceniza es una celebración muy enraizada en la religiosidad popular. Muchos católicos, aunque no vayan a misa los domingos, este día acuden a la Iglesia para recibir la ceniza. Pero, ¿qué significado tiene este gesto?

La ceniza, del latín "cinis", es producto de la combustión de algo por el fuego. Por eso, desde tiempos antiguos adquirió un sentido simbólico de muerte, caducidad, y en sentido trasladado, de humildad y penitencia. En el libro de Jonás 3,6 sirve, por ejemplo, para describir la conversión de los habitantes de Nínive. En algunas ocasiones se une al “polvo” de la tierra. Abraham llega a decir: "en verdad soy polvo y ceniza" (Gen 18,27). Por eso, el gesto simbólico de la imposición de ceniza en la frente (fruto de la cremación de las palmas bendecidas el Domingo de Ramos del año anterior), se hace como respuesta a la Palabra de Dios que nos invita a la conversión, como inicio y puerta del ayuno cuaresmal y de la marcha de preparación a la Pascua.

Si nos damos cuenta, la Cuaresma empieza con ceniza y termina con el fuego, el agua y la luz de la Vigilia Pascual. Con ello se nos dice que algo debe quemarse y destruirse en nosotros -el hombre viejo- para dar lugar a la novedad de la vida pascual de Cristo.

Mientras el ministro impone la ceniza dice estas dos expresiones, alternativamente: "Arrepiéntete y cree en el Evangelio" (cf. Mc 1,15) y "Acuérdate de que eres polvo y al polvo has de volver" (cfr. Gen 3,19): un signo y unas palabras que expresan muy bien nuestra fragilidad y, al mismo tiempo, son una llamada a nuestra conversión y a aceptar el Evangelio.

La liturgia de hoy ha elegido como lectura una parte del Sermón del Monte en el que Jesús nos habla de la limosna, la oración y el ayuno (Mt 6, 1-6.16-18).

Este orden no es casual: en el centro está la oración, es decir, la relación con Dios, que, sin embargo, no se presenta desconectada de las dos otras acciones: la limosna, que implica una relación correcta con los demás, no según el poder, el domino o la indiferencia, sino de la solidaridad y del compartir los bienes; el ayuno, que exige una correcta relación con los bienes de la tierra, no desde la avidez, la posesión o el consumismo, sino desde la gratuidad y la acogida.

Por tanto, la relación con Dios (la oración) debe impregnar todas las otras relaciones: con los demás (la limosna) y con los bienes creados (el ayuno).

Así mismo, Jesús nos invita a no buscar la admiración de los demás, que es otro modo de buscarnos a nosotros mismos, sino de entrar en “lo secreto” del encuentro con Dios… No buscar más recompensa que el gusto de agradar al Padre.

Ésta es la conversión que debemos vivir en toda Cuaresma: salir de nosotros mismos para ponernos delante de Dios, buscando en todo su Reino y su justicia.

Os recuerdo, también, que el día de hoy es día de ayuno y que los viernes de cuaresma son días de abstinencia. Actualmente se entiende por ayuno hacer una única comida fuerte a lo largo del día, mientras que la abstinencia se refiere a no comer carne… Pero, bueno, ya iremos profundizando en estos temas a lo largo de estos días para no reducir estos gestos a simples prácticas externas.

jueves, 19 de febrero de 2009

Unidos por la Vida

El otro día llegó a mis manos una octavilla que decía lo siguiente: 

"Todos queremos una segunda oportunidad, él también"
(con la foto de un no nacido)

Si sus padres no le quieren, otros padres le querrán. Hay miles de parejas esperando adoptar. Ayúdanos a salvar a los niños de la muerte (por aborto) y a lograr que sean dados en adopción. Únete a nuestra campaña pro-adopción recogiendo firmas que puedes descargar en
 www.unidos por la vida.org/Proyecto_adopción/material.htm.

Lo comparto con vosotros por si os interesa.

lunes, 16 de febrero de 2009

"Jesús llama a Mateo" (Mt 9,9)

Como decíamos ya hace unas semanas, esta sección del evangelio de Mateo que estamos comentando, está formada por tres milagros, "enmarcados" en relatos que aluden al seguimiento de Jesús... Al inicio se hablaba de lo que hace falta para seguir a Jesús y ahora, se nos presenta un caso de seguimiento... Al principio aparecían personas con buena voluntad pero que, a la hora de la verdad, no se deciden a seguir a Jesús;  y ahora, en cambio, se nos ilustra el caso de alguien que sí fue capaz de dejarlo todo y responder a su voz... ¡He aquí la esencia del cristianismo! Seguir a Jesús, sus llamadas o permanecer instalados en nuestro mundo, en nuestra vida, en nuestra manera de ver y de hacer las cosas...

La escena, como ocurre siempre con Mateo, va a lo esencial. Jesús pasa y ve a un hombre llamado Mateo que estaba sentado al mostrador de los impuestos... Jesús pasa y se fija... Son hermosas las escenas del evangelio en las que se refleja la mirada de Jesús... Nosotros solemos pasar por la vida sin mirar a las personas, sin mirarlas a la cara, a los ojos... Jesús, no... Y se fija en un hombre con un nombre concreto, Mateo; es decir, no mira en general... Mira a Mateo, igual que me mira a mí...

Y, ¿quién era Mateo? Alguien que estaba sentado (es decir acomodado, instalado) cobrando impuestos... Alguien, muy probablemente judío, que colaboraba con Roma en el cobro de impuestos a su propio pueblo... Y que, claro, aprovechaba su oficio para sacar alguna ganancia "extra"... No parece ser que Mateo fuera un gran potentado (no sería el director del Banco); de lo contrario, no estaría sentado en la calle enfrentándose con la gente, sino en su casa, recibiendo únicamente los beneficios... Mateo, a fin de cuentas, era también un empleado... como tantos funcionarios de nuestras ciudades que viven de las coimas, etc., etc... 

Pero Jesús no ve eso... ve a una persona, con un nombre... Y, sobre todo, ve que es capaz de salir de esa situación, de levantarse... Y lo llama: "Sígueme"... Y, oh sorpresa, aquel recaudador, aquel abusador de sus hermanos, sigue la voz del Maestro... Lo que no había hecho aquel maestro de la ley o aquel discípulo del que se nos hablaba al inicio de la sección...

Jesús debió quedar conmovido... Y, Mateo, profundamente tocado... Nadie lo había mirado de ese modo, nadie había creído en él y en sus posibilidades de cambio...

Sintámonos mirados así por Jesús... Mirados con amor... sin juicio... sin crítica... Sólo Dios nos ve como realmente somos, no desde las apariencias, no lo que hacemos... Dejémonos mirar por Él e intentemos aprender a mirar como Él nos mira...

sábado, 14 de febrero de 2009

Día del amor y la amistad: Amor se escribe con "P" (Colaboración)

AMOR SE ESCRIBE CON P. Porque para amar se debe poseer PACIENCIA en los momentos en que el mismo amor te pone a prueba. 

El verdadero amor se escribe con "P", porque para olvidar un mal recuerdo debe de existir PERDÓN antes que el odio entre aquellos que se aman. 

Amor se escribe con "P"… porque para obtener lo que deseas, debes PERSEVERAR hasta alcanzar lo que te has propuesto. 

El sincero amor se escribe con "P"… porque la PACIENCIA, el PERDÓN y la PERSEVERANCIA son ingredientes necesarios para que un amor perdure. Porque amor es también… una PALABRA dicha a tiempo… Es el PERMITIRSE volver a confiar… Es PERMANECER en silencio escuchando al otro… Es esa PASIÓN, que nos llena de estrellitas los ojos al pronunciar el nombre de la persona que amamos… 

El amor se escribe con "P"… Porque son esas PEQUEÑAS cosas las que nos unen al ser amado día tras día. Existen la Fe, la Esperanza y el Amor, pero la más grande y la más importante de ellas es el Amor.

miércoles, 11 de febrero de 2009

El caso de Eluana

Seguramente habréis escuchado la polémica reciente acerca del caso de la italiana Eluana, una joven en estado "persistente vegetativo" desde hace 17 años que acaba de fallecer. Cada vez hay más casos parecidos a éste. Si os interesa mayor información sobre el tema de la eutanasia, podéis visitar este enlace:  http://www.aciprensa.com/eutanasia/index.html

lunes, 9 de febrero de 2009

Jesús cura a un paralítico (Mt 9,1-8)

El último milagro de la triada que aparece en esta sección del evangelio de Mateo es la curación de un paralítico.

Los milagros, ya lo hemos dicho antes, no son una ostentación de fuerza por parte de Jesús. Él no pretende demostrar nada. Los milagros son signos del poder sanador de Jesús, fruto de su compasión y amor por el que sufre.

El relato es sencillo. Como sucede habitualmente, Mateo lo simplifica y no se pierde en detalles sino que va a lo esencial.

Después de haber tenido una primera intervención en tierra pagana, Jesús vuelve a subir a la barca, los discípulos suben con él, y regresan a la otra orilla, donde los judíos, concretamente a Cafarnaum, “su ciudad”, es decir, su “centro de operaciones”. Entonces le llevan un paralítico postrado en una camilla…

Efectivamente, al exterior, todos ven lo evidente: un hombre que no puede andar, que no puede valerse por sí mismo, que tiene que ser llevado por otros… Pero Jesús ve algo más, ve el interior y descubre lo que verdaderamente lo tiene paralizado, por eso dice: “¡Ánimo!, hijo, tus pecados te son perdonados”. Que frase más llena de ternura… Podríamos repetirla una y otra vez en nuestro interior, escuchar a Jesús que me dice: “¡Ánimo!, hijo/a, tus pecados, aquello que te tiene agobiado, paralizado, esclavizado, bloqueado, ya no tiene poder sobre ti”. Porque el pecado es esto, es todo aquello que nos hace actuar de manera contraria a lo que realmente somos; en vez de comportarnos como hijos de Dios, lo hacemos como esclavos o como quien ha renegado de su Padre; en vez de comportarnos como hermanos, actuamos como enemigos o rivales… El pecado es todo aquello que rompe la filiación y la fraternidad… Y cuando eso se rompe, quedamos paralizados… hemos perdido el contacto con esa energía interior que nos permite movernos con la libertad de los hijos de Dios.

Y aquí viene la polémica… Algunos escribas, en vez de ver el fondo de la cuestión, se quedan en el exterior, y lo único que se les ocurre decir es que Jesús blasfema… En cierto modo es comprensible, pues perdonar pecados sólo lo puede hacer Dios… Y Jesús da un paso más… Como señal de que Él tiene poder para perdonar los pecados, cura al paralítico de su parálisis física… Este modo de actuar de Jesús es inusual, pues Él nunca pretende “demostrar” nada… Y, efectivamente, el paralítico sale caminando por su propio pie…

Es verdad que a Jesús no le interesa tanto el sanar nuestro cuerpo (la medicina ya está para eso), lo que le interesa es nuestra salud interior, espiritual… y es esta salud la que también incide en el bienestar de nuestro cuerpo… Jesús se preocupa por la persona entera pero sabe que, lo más profundo, la raíz de muchos males está en el interior, en el alejamiento del Padre y de los hermanos.

El relato termina poniendo de relieve la admiración de la gente… Jesús no deja indiferente a nadie… Los escribas salen enfadados; el pueblo, sorprendido… ¡Qué difícil les resulta creer a los sabios y entendidos de este mundo…! ¡Cuántas veces nos cerramos incluso ante la evidencia…!

Pidámosle al Señor ser curados de nuestras parálisis, de todo aquello que nos impide acercarnos a Él y a los hermanos…

lunes, 2 de febrero de 2009

Jesús calma la tormenta (Mt 8, 23-27)

El relato de este primer milagro empieza de una manera muy significativa: “Subió en la barca y sus discípulos le siguieron”.  Jesús sigue su camino. Desea ir a la otra orilla (8,18), más allá de tierra judía, al encuentro de los paganos… Y los discípulos le siguen… Lo siguen a Él, aunque no saben dónde van… Y suben a la barca junto a Él… como cuando popularmente decimos: “estamos en el mismo barco”. Y, sí, ser cristiano es esto: seguir a Jesús y estar en su misma barca… ¿Estoy yo en la misma barca con Jesús?

Y, de pronto, se levanta una tormenta. Ir en una barca es estar en la inseguridad. En la barca se está más a merced del viento, de las corrientes, de la tempestad siempre imprevisible… Con ello se refleja esa sensación que muchas veces tenemos de estar a merced de las circunstancias, de las situaciones, de los acontecimientos, de las personas, de nuestros miedos, de nuestras heridas… de tantas cosas que no podemos controlar y que sacuden nuestra vida, nuestras seguridades, nuestra barca… Situaciones ante las que sentimos que no podemos hacer nada… Y Jesús duerme… Como si no se diera cuenta de lo que nos sucede o, peor aún, como si le diera igual… ¡Cuántas veces no nos sentimos así!

Y se acercan a Jesús y a gritos le dicen: “¡Señor, sálvanos, que perecemos!” ¡Qué oración más parecida a las nuestras…! No es una oración confiada, es una oración que refleja miedo y angustia… Y, no, no es como la oración de Jesús en Getsemaní, donde también llegó a sentir pánico, sino una oración de quien teme perecer, de quien no se termina de creer que está en manos de Dios… Y, a pesar de todo, el Señor escucha…, aunque les increpa su falta de fe… ¿Cuántas veces no dirá lo mismo de nosotros? ¡Qué distinta a la actitud del leproso o la del Centurión…! Y, sí, ¡qué difícil es vivir abandonados en las manos del Padre!

Y Jesús se levanta, increpa al viento y al mar (que representan todas esas fuerzas incontrolables que nos subyugan) y sobreviene la calma… ¡Cuántas veces también lo hemos experimentado! Y, lo curioso, es que los discípulos se admiran… A pesar de dirigirse a Jesús a gritos para que calmara la tormenta, no creían sinceramente que podría hacerlo… Y se preguntan, ¿quién es éste? ¡No terminan de conocerlo! ¿Y yo? ¿Es mi oración una oración confiada? ¿Siento que mi vida, muchas veces remecida por la tormenta, está realmente en sus manos? ¡Créetelo, en medio de la tormenta, estamos en buenas manos!