miércoles, 25 de febrero de 2009

Miércoles de Ceniza

El tiempo cuaresmal comienza el Miércoles de Ceniza, pocos días antes del primer Domingo de Cuaresma, aunque la mayoría lo identifica como el miércoles posterior al Carnaval. La razón es muy sencilla. El Carnaval tiene su origen en la intención de dedicar unos días a la fiesta, precisamente porque, pocos días después, dará inicio un periodo de oración, recogimiento y penitencia.

El Miércoles de Ceniza es una celebración muy enraizada en la religiosidad popular. Muchos católicos, aunque no vayan a misa los domingos, este día acuden a la Iglesia para recibir la ceniza. Pero, ¿qué significado tiene este gesto?

La ceniza, del latín "cinis", es producto de la combustión de algo por el fuego. Por eso, desde tiempos antiguos adquirió un sentido simbólico de muerte, caducidad, y en sentido trasladado, de humildad y penitencia. En el libro de Jonás 3,6 sirve, por ejemplo, para describir la conversión de los habitantes de Nínive. En algunas ocasiones se une al “polvo” de la tierra. Abraham llega a decir: "en verdad soy polvo y ceniza" (Gen 18,27). Por eso, el gesto simbólico de la imposición de ceniza en la frente (fruto de la cremación de las palmas bendecidas el Domingo de Ramos del año anterior), se hace como respuesta a la Palabra de Dios que nos invita a la conversión, como inicio y puerta del ayuno cuaresmal y de la marcha de preparación a la Pascua.

Si nos damos cuenta, la Cuaresma empieza con ceniza y termina con el fuego, el agua y la luz de la Vigilia Pascual. Con ello se nos dice que algo debe quemarse y destruirse en nosotros -el hombre viejo- para dar lugar a la novedad de la vida pascual de Cristo.

Mientras el ministro impone la ceniza dice estas dos expresiones, alternativamente: "Arrepiéntete y cree en el Evangelio" (cf. Mc 1,15) y "Acuérdate de que eres polvo y al polvo has de volver" (cfr. Gen 3,19): un signo y unas palabras que expresan muy bien nuestra fragilidad y, al mismo tiempo, son una llamada a nuestra conversión y a aceptar el Evangelio.

La liturgia de hoy ha elegido como lectura una parte del Sermón del Monte en el que Jesús nos habla de la limosna, la oración y el ayuno (Mt 6, 1-6.16-18).

Este orden no es casual: en el centro está la oración, es decir, la relación con Dios, que, sin embargo, no se presenta desconectada de las dos otras acciones: la limosna, que implica una relación correcta con los demás, no según el poder, el domino o la indiferencia, sino de la solidaridad y del compartir los bienes; el ayuno, que exige una correcta relación con los bienes de la tierra, no desde la avidez, la posesión o el consumismo, sino desde la gratuidad y la acogida.

Por tanto, la relación con Dios (la oración) debe impregnar todas las otras relaciones: con los demás (la limosna) y con los bienes creados (el ayuno).

Así mismo, Jesús nos invita a no buscar la admiración de los demás, que es otro modo de buscarnos a nosotros mismos, sino de entrar en “lo secreto” del encuentro con Dios… No buscar más recompensa que el gusto de agradar al Padre.

Ésta es la conversión que debemos vivir en toda Cuaresma: salir de nosotros mismos para ponernos delante de Dios, buscando en todo su Reino y su justicia.

Os recuerdo, también, que el día de hoy es día de ayuno y que los viernes de cuaresma son días de abstinencia. Actualmente se entiende por ayuno hacer una única comida fuerte a lo largo del día, mientras que la abstinencia se refiere a no comer carne… Pero, bueno, ya iremos profundizando en estos temas a lo largo de estos días para no reducir estos gestos a simples prácticas externas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola, que bueno haber encontrado este blogg!!!

Gracias!!!

Unidos en oración,

Carmen Teresa del Corazón de Jesús