miércoles, 29 de abril de 2009

Amenazado de Resurrección (Colaboración)

He aquí el testimonio de un periodista guatemalteco amenazado de muerte:

«Dicen que estoy “amenazado de muerte”. Tal vez. Sea ello lo que fuere, estoy tranquilo, porque si me matan, no me quitarán la vida. Me la llevaré conmigo, colgando sobre mi hombro, como un morral de pastor.

A quien se mata se le puede quitar todo previamente, tal como se usa hoy, dicen: los dedos de las manos, la lengua, la cabeza. Se le puede quemar el cuerpo con cigarrillos, se le puede aserrar, partir, destrozar, hacer picadillo. Todo se le puede hacer, y quienes me lean se conmoverán profundamente con razón.

Yo no me conmuevo gran cosa, porque desde niño Alguien sopló a mis oídos una verdad inconmovible que es, al mismo tiempo, una invitación a la eternidad: “No temáis a los que pueden matar el cuerpo, pero no pueden quitar la vida”.

La vida, la verdadera vida, se ha fortalecido en mí cuando, a través de Pierre Teilhard de Chardin, aprendí a leer el Evangelio: el proceso de resurrección comienza con la primera arruga que nos sale en la cara; con la primera mancha de vejez que aparece en nuestras manos; con la primera cana que sorprendemos en nuestra cabeza un día cualquiera peinándonos; con el primer suspiro de nostalgia por un mundo que se deslíe y se aleja, de pronto, frente a nuestros ojos...

Así empieza la resurrección. Así empieza no eso tan incierto que algunos llaman “la otra vida”, pero que en realidad no es la “otra vida” sino la vida “otra”...

Dicen que estoy amenazado de muerte. De muerte corporal a la que amó Francisco. ¿Quién no está “amenazado de muerte”?  Lo estamos todos, desde que nacemos.  Porque nacer es un poco sepultarse también.

Amenazado de muerte. ¿Y qué? Si así fuere, los perdono anticipadamente. Que mi Cruz sea una perfecta geometría de amor, desde la que pueda seguir amando, hablando, escribiendo y haciendo sonreír, de vez en cuando, a todos mis hermanos, los hombres.

Que estoy amenazado de muerte. Hay en la advertencia un error conceptual. Ni yo ni nadie estamos amenazados de muerte. Estamos amenazados de vida, amenazados de esperanza, amenazados de amor...

Estamos equivocados. Los cristianos no estamos amenazados de muerte.  Estamos “amenazados” de resurrección.  Porque además del Camino y de la Verdad, Él es la Vida, aunque esté crucificada en la cumbre del basurero del Mundo».

domingo, 26 de abril de 2009

“Como el Padre me envío, así os envío también yo a vosotros” (Jn 20, 19-23)

El evangelio de Juan nos presenta un tercer relato, situándolo el mismo día de la resurrección. Primero nos ha mostrado el sepulcro vacío y las distintas reacciones ante este hecho: el desconsuelo de María Magdalena (“se han llevado al Señor”), el desconcierto de Pedro, que sencillamente calla; y la fe del discípulo amado, modelo del cristiano: “vio y creyó” (Jn 21, 1-10). Luego nos ha presentado el encuentro de María Magdalena con Jesús resucitado (20, 11-18). Ahora, este mismo día, “el primero de la semana”, se presenta ante sus discípulos reunidos (Jn 20, 19-23).

Este tercer relato nos dibuja perfectamente la situación en la que se encuentran los seguidores de Jesús después de su muerte. La descripción tiene una fuerte carga simbólica: es de noche (no ven nada, están desconcertados, no entienden) y están encerrados, con las puertas atrancadas por miedo a los dirigentes judíos (es un grupo temeroso de correr la misma suerte de Jesús, que se ha atrincherado y que tiene la tentación de vivir como un gueto, hacia dentro, para evitar complicaciones). ¿No nos pasará lo mismo a nosotros? Y es en esta situación donde va a hacer su intervención Jesús. ¿Y qué hace?

En primer lugar, se apareció allí, en medio de ellos… Es difícil traducir esta expresión… Pero tratemos de imaginarlo… Ellos están escondidos, con las puertas cerradas a cal y canto y, de repente, Jesús se les “aparece”… Jesús siempre está presente, pero no siempre nos apercibimos de ello… La experiencia que nos comunica el evangelista es que, en un momento dado, Jesús se les hizo visible, perceptible, experimentable, si es que podemos hablar así… Y no de cualquier manera, sino que aparece en medio de ellos, como aquel que los reúne y en torno a quien se constituye la comunidad cristiana… Y lo ven allí, de pie, es decir, resucitado, vivo…

Es importante caer en la cuenta de que no se trata de una experiencia de una persona individual sino de toda la comunidad reunida… Es una manera de decirnos lo mismo que escribe san Mateo: “Cuando dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo, en medio de ellos” (Mt 18,20). Al Señor lo experimentamos cuando nos encontramos los hermanos y hermanas reunidos.

Las primeras palabras que les dirige son su carta de identificación: “Paz con vosotros”… No hay duda, la paz sólo la puede dar el Señor… Una paz que disipa los miedos y que devuelve esa seguridad básica de sentir que el Señor está con nosotros… Acto seguido, les muestra las manos y el costado… Y, “los discípulos sintieron alegría al ver al Señor”… La alegría es otro de los efectos de los encuentros con el Resucitado. Por tanto, hay dos rasgos indudables de que una experiencia realmente es de Dios: la paz y la alegría… Una paz y una alegría que brotan de saber al Señor con nosotros… ¡Esta es la paz y la alegría que nos traen la resurrección! Jesús vive, está en medio de nosotros, nunca estaremos ya solos… aquel que fue capaz de dar su vida por mí, me sigue demostrando su amor en todos los momentos de mi existencia…

Pero no todo queda en esta experiencia de paz y alegría interiores, sino que, una vez más, la experiencia de Jesús resucitado lleva consigo un envío, una misión: “Como el Padre me envió, así también os envío yo a vosotros”… Sí, amigos, estamos llamados a continuar la misma misión de Jesús, a anunciar su mensaje de amor, de vida, de justicia, de paz… Y para ello contamos con la fuerza de su espíritu: “Y dicho esto, sopló y les dijo: Recibid el Espíritu Santo…”

Escuchemos hoy una vez más estas palabras como dirigidas a nosotros y sintamos la fuerza de su Espíritu que nos impulsa y nos anima a ser sus testigos en medio del mundo, venciendo los miedos y la tentación de atrincherarnos o vivir nuestra fe en la interioridad descomprometida… Ser cristianos no es adherirnos a una doctrina sino haber descubierto una presencia que camina a nuestro lado, una vida que nos anima, que nos hace hijos, que nos acompaña en los avatares de la vida y que nos envía a pasar haciendo el bien, como hizo Jesús…

domingo, 19 de abril de 2009

“Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios” (Jn 20, 11-18)

Aunque en este segundo domingo de Pascua del Ciclo B, se presenta la aparición de Jesús a los Doce en el Cenáculo, en este Blog vamos a continuar comentando los relatos de las apariciones del evangelio de Juan…

El domingo pasado se nos decía, antes que nada, que no hacía falta ver al Señor para creer en Él… De hecho nosotros no lo hemos visto y, por pura gracia, se nos ha regalado el don de la fe…

Después de que Pedro y Juan han visto el sepulcro vacío, vuelven a casa.

Acto seguido, como segunda escena, se nos vuelve a presentar a María Magdalena junto al sepulcro…(Jn 20, 11-18).

María Magdalena representa la mujer enamorada… Ser discípulos es sentir esa fuerte atracción por Jesús, esa fascinación del corazón…

María no se resigna y vuelve al lugar donde estaba el cuerpo de Jesús… María no está sencillamente desconcertada o triste… Está desconsolada… El texto insiste en sus lágrimas… Lágrimas de dolor, de ausencia pero, sobre todo, lágrimas de amor… No sé si tenéis la experiencia de haber perdido a un ser querido… Es como si te desgarraran el alma, como si se hubieran llevado una parte de ti mismo… Está tan obsesionada con la ausencia de Jesús, que no es capaz de ver… Como cuando nosotros estamos tan presos de nuestro dolor, que nos cerramos a cualquier otra experiencia…

La pregunta del ángel es importante: “¿Por qué lloras?” Igual podría decirnos a nosotros tantas veces, ¿por qué lloro?... Con esa pregunta, intenta sacar a María de sí misma y abrirla a una nueva realidad…

Ella insiste en lo que ya previamente le había dicho a Simón Pedro y al otro discípulo al que Jesús quería: “Lloro porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”… Entonces, el evangelista nos hace caer en la cuenta de que Jesús está ahí, de pie, ¡vivo!, pero María no es capaz de reconocerlo… ¡Como nosotros…! Sumidos en nuestro dolor, en nuestra obsesiones no vemos a Jesús a nuestro lado…

Y continúan las preguntas: “¿A quién buscas?” La misma pregunta que Jesús había dirigido a sus dos primeros discípulos: “¿Qué buscáis?” (Jn 1, 38) En la respuesta se juegan muchas cosas… El problema es qué buscamos… María busca a un muerto, y Jesús está vivo…. María insiste en buscarlo en el sepulcro, en el pasado… Y Jesús está en el presente y nos invita a caminar hacia el futuro… Pero ella sigue cerrada… Hasta que Jesús, en un gesto lleno de ternura, la llama por su nombre: “María”… sin más… sin apellidos, sin adjetivos… María a secas… ¡Qué importante es sentirnos llamados por nuestro nombre! La experiencia del resucitado es sentir que Él está aquí, presente, conmigo… y que para Él soy única e irrepetible…. Sentir que me conoce como nadie me conoce, sin apellidos, sin adjetivos, sin etiquetas… Entonces, sólo entonces, María lo reconoce… Sólo Dios puede conocernos de ese modo… Sólo en sus palabras experimentamos el amor, la ternura, la aceptación, la paz… Y se lanza sobre Él y lo abraza, como para no dejar que se le vuelva a escapar… ¡Cómo nos gustaría también a nosotros atrapar a Dios, agarrarnos a experiencias, a presencias…! Y a Dios no lo podemos sujetar…

Y he aquí el otro mensaje de la resurrección… No lloremos la ausencia de Dios, no, Él está a nuestro lado… No lo busquemos en los recuerdos, en el pasado… Él está aquí, en mi presente… No pretendamos controlarlo, agarrarlo para tener seguridad… Vivamos de la fe, de la seguridad de que no necesitamos sujetarlo para que esté siempre conmigo…

Una vez más, Jesús intenta llevar a María más allá… Y le da una misión: “Vete a mis hermanos y diles…” Qué hermosa frase… Llamar hermanos a quienes lo han abandonado y traicionado… ¿Para decirles qué?: “Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios”… Es el modo en que Juan nos presenta lo que conocemos como la Ascensión de Jesús, el retorno a la casa del Padre…

Sí, amigos, éste es el mensaje de la resurrección… El Padre de Jesús es también nuestro Padre… Padre de todos… de los agradecidos y desagradecidos, de los que le son fieles y de los que le traicionamos…

Dejemos que resuenen estas palabras en nosotros y sintamos realmente sus hijos…

miércoles, 15 de abril de 2009

I Domingo de Pascua: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde le han puesto” (Jn 20, 1-10)

El I Domingo de Pascua, en la eucaristía, hemos leído el relato titulado “El sepulcro hallado vacío”, tal como aparece en el evangelio de Juan (20, 1-10).

Las narraciones de las apariciones de Jesús intentan hacernos partícipes de algo que es muy difícil de transmitir: la experiencia de Jesús resucitado.

A estas alturas ya parece superada la discusión en cuanto a la historicidad de este hecho. La cuestión se ha zanjado afirmando que, aunque no sepamos explicar con claridad el hecho mismo de la resurrección, ésta fue real. Es decir, cuando los discípulos hablan de que aquel que fue crucificado está resucitado, no hablan de un recuerdo o de una mera experiencia subjetiva donde cada uno puede imaginar lo que le parezca, sino de algo realmente sucedido. De hecho, si la resurrección de Jesús no hubiese sido verdadera, nadie podría explicar ese cambio tan drástico entre unos discípulos muertos de miedo y en estampida, a unos hombres y mujeres con una valentía que les hizo perder el miedo a la muerte y jugarse la vida para comunicar esta experiencia.

Este acontecimiento, la resurrección, es tan central, que era necesario comunicarlo a aquellos que no habían sido testigos de algo tan extraordinario. Por eso, se escriben relatos que, además de comunicar el hecho en sí, pretenden ser unas catequesis que nos señalen el camino a recorrer para que, también nosotros, podamos experimentar a Jesús vivo, en medio de nosotros. Por eso, no son sólo narraciones de hechos pasados, sino relatos sugestivos que nos marcan un itinerario que nos ayude a encontrarnos con el Resucitado.

La primera escena del evangelio de Juan es la del sepulcro vacío; en realidad es la primera escena de los cuatro evangelios. Pero vamos a centrarnos en el relato tal como nos lo transmite Juan.

María Magdalena, muy de madrugada; es decir, apenas puede, va al sepulcro; no puede vivir sin Jesús… Está oscuro, no sólo en el exterior si no, sobre todo, en su interior… Sin Jesús, todo es oscuridad, nada tiene sentido… Al llegar, ve la piedra quitada del sepulcro… El corazón le da un vuelco y corre a decírselo a Simón Pedro y al otro discípulo, aquel a quien Jesús quería… Pero no les transmite el hecho, sino su interpretación: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”… ¡Qué manera tan profunda y existencial de expresar su experiencia y la nuestra en tantos momentos de nuestra vida…!

¡Cuántas veces vivimos momentos de oscuridad en los que sentimos que se han llevado al Señor y no sabemos dónde encontrarlo…! Sentimos, que al no experimentarlo como solemos hacerlo habitualmente, ya no está…

Pedro, y el otro discípulo –que en realidad representa al discípulo ideal– también echan a correr… Jesús no deja quieto a nadie… Incluso “muerto” pone todo en movimiento… Llegan al sepulcro, ven los lienzos y el sudario en su sitio… Por tanto, no puede tratarse de un robo…

Esto es lo primero que intentan decirnos… No, el cuerpo de Jesús no fue robado… Nosotros vimos el lienzo y el sudario que cubría su cuerpo, y si se lo hubieran llevado, allí no habría habido nada… ¡Es lógico! ¿Entonces? ¿Qué pasó?

El impulsivo Pedro no dice nada… ¡Cosa rara! Es como si no supiera qué pensar… Sin embargo, del otro discípulo, del discípulo amado se dice: “vio y creyó”… ¡Esta es la fe! No se trata simplemente de creer en lo que no se ve, no… La fe es ver más allá de las apariencias, descubrir en aquellos acontecimientos, que a la vista de todos aparecen como intrascendentes y privados de significado, la presencia del Señor…

El mensaje es sencillo: Lo que os comunicamos es verdad, en el sepulcro no estaba el Señor y su cuerpo no había sido robado... Y nosotros sentimos en los profundo de nuestro corazón que lo que Él nos había dicho era verdad... No, no necesitáis verlo a él para creer... Basta con que dejéis que vuestro corazón experimente su presencia, que se mantiene real incluso en medio de su aparente ausencia...

domingo, 12 de abril de 2009

¡Resucitó! (Video)

¡El Señor ha resucitado! Es la gran noticia... ¡Ha vencido la muerte y vive en medio de nosotros...! No, no es imaginación, no es un recuerdo... ¡Jesús vive y me acompaña en mi camino...! ¡Alegrémonos y gocemos...!
Ahora no es momento de discursos sino de dejar cantar al corazón...
Os recomiendo leer con atención las lecturas de la misa del día... ¡Son muy bonitas!

lunes, 6 de abril de 2009

Acompañar a Jesús en Semana Santa

Ayer, mientras estaba en la Eucaristía del Domingo de Ramos, en el momento en que se estaba leyendo la Pasión, pensé que eran acontecimientos tan densos y llenos de significado, que merecía la pena dedicar esta semana a una lectura reposada de estos sucesos. Por eso, os propongo acompañarme en esta experiencia.
Este año 2009, al estar en el Ciclo B, se nos propone la lectura de la pasión según san Marcos (en el Ciclo A se lee la versión de Mateo, en el Ciclo C la de Lucas y el Viernes Santo siempre se lee el evangelio de Juan). 
Teniendo, por tanto, como referencia el evangelio según san Marcos, he pensado dedicar cada día a un episodio:
  • Lunes: La Última Cena (14, 22-31).
  • Martes: La Oración de Jesús en Getsemaní y el prendimiento (14, 32-52).
  • Miércoles: El juicio religioso (14, 53-72).
  • Jueves: El juicio político y la condena a muerte (15, 1-20).
  • Viernes: La crucifixión y muerte (15, 21-47).
Una manera de leer y meditar estas escenas es la siguiente:
  1. Individualizar los personajes que participan en cada escena.
  2. Ver qué dice, qué hace y cuáles son las intenciones o sentimientos ocultos de cada personaje.
  3. Hecho esto, simplemente dejarme interpelar... Ver los contrastes entre Jesús y los demás "actores" del drama... Incluso puedo reconocerme en alguno de los personajes...
  4. Finalmente, intentar acompompañar a Jesús en este momento que está viviendo...
Hacer esto no os llevará mucho tiempo... Lo podéis hacer incluso en medio de vuestras vacaciones... Os aseguro que esto os ayudará a vivir mejor lo que los cristianos recordamos, celebramos y actualizamos estos días... 
Y, si tenéis tiempo, no os perdáis las homilías que el Papa hará estos días... Concretamente, la de ayer, no tiene desperdicio... Podéis encontrarlas a través del enlace "Escritos de Benedicto XVI" que tenéis en este mismo Blog, en la columna derecha.

miércoles, 1 de abril de 2009

Sentido Cristiano de la Semana Santa

Después de este largo camino de preparación recorrido durante la cuaresma, estamos ya próximos a la celebración de la Semana Santa, que dará comienzo este domingo con la celebración del Domingo de Ramos.

Aunque parezca increíble, dados los tiempos que corren, es necesario recordar cuál es el verdadero sentido de la Semana Santa, pues, aunque en la mayoría de los países, se conserva el nombre, poco a poco va perdiendo su sentido original. Para muchos es más bien un tiempo de vacaciones al que se le ha dado el nombre de “Vacaciones de Primavera” (lógicamente en el hemisferio norte); para otros, esta semana se identifica con las Procesiones, que en muchos casos incluso están siendo promocionadas como parte de los paquetes turísticos o como meros espectáculos folclóricos. Y, a juzgar por las personas que participan en los actos litúrgicos de estos días, son muy pocos los católicos que realmente entienden y viven lo que estamos celebrando.

La Semana Santa tiene sentido si se vive desde la fe en Cristo, pues Él es el gran protagonista de estos días. Esta semana es la más importante del año para la Iglesia y para todo cristiano. Es “santa” porque ha sido santificada por los acontecimientos que en estos días se conmemoran en la liturgia: la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Estos acontecimientos son la prueba definitiva del amor de Dios a la humanidad, a cada uno de nosotros, manifestado en la entrega total de su Hijo. Con su muerte y resurrección, Cristo restableció la vida de comunión con Dios y con los hermanos; muriendo destruyó la muerte y resucitando nos ha dado la vida en plenitud.

Como hemos dicho antes, la Semana Santa comienza el Domingo de Ramos, que es el pórtico de la Pasión, y se intensifica de manera particular el jueves por la tarde, con la celebración de la Institución de la eucaristía, que da inicio al Triduo Pascual, que dura hasta la celebración del Domingo de Pascua o de Resurrección.

La liturgia de la Semana Santa surgió de la devoción de los primeros cristianos en Jerusalén, donde Jesús sufrió su pasión. Desde los albores de la cristiandad, Jerusalén fue meta de peregrinaciones; y los peregrinos, entonces como ahora, gustaban de visitar los lugares de la Pasión: Getsemaní, el pretorio, el Gólgota, el Santo Sepulcro. Entre los más interesantes documentos de los primeros tiempos que han llegado hasta nosotros destaca el diario de viaje de la peregrina española Egeria. En él se contiene una descripción gráfica de la liturgia de Semana Santa tal como se celebraba en Jerusalén alrededor del año 400 de nuestra era.

Ahora bien, durante la Semana Santa, la Iglesia no sólo “recuerda” hechos pasados, sino que sigue las huellas de su Maestro. Las narraciones de la pasión cobran nueva vida, como si los hechos se repitieran efectivamente ante nuestros ojos. Todos los acontecimientos que conducen al arresto, al proceso y a la ejecución de Jesús son recordados y celebrados. Paso a paso, escena por escena, seguimos el camino que Jesús holló con sus pies durante los últimos días de su vida mortal. No basta “hacer memoria”; es importante recordar que estamos llamados a ser nosotros mismos, memoria viva de Jesucristo, viviendo como Él viviendo, en la entrega total de la propia vida. No son días para estar como meros observadores sino para acompañar a Jesús...

Son acontecimientos tan llenos de significado, que a lo largo de estos días intentaremos ir desentrañando su significado.