viernes, 23 de diciembre de 2022

Navidad (Ciclo A): Y Dios quiso venir a vivir entre nosotros (Jn 1, 1-18)


1. LEE: JUAN 1, 1-18

Cuando pensamos en la Navidad, siempre viene a nuestra mente las escenas tal como nos las narra el evangelista san Lucas; el nacimiento en Belén, el anuncio a los pastores, el canto de los ángeles, María, José, aquel niño recostado en un pesebre. Es un texto hermoso, lleno de detalles, que se lee en la misa de la noche del 24. En la misa de Navidad, el día 25, se nos propone el conocido como “Prólogo de san Juan”; un himno, con algunas pequeñas partes narrativas, de una belleza y profundidad inigualables.

Juan nos invita a adentrarnos en el misterio que se esconde en ese niño y nos recuerda que aquel niño que contemplamos con ternura, aquel niño que podemos tener en nuestros brazos, es la Palabra (con mayúscula) que existe aún antes de la creación del mundo, es decir, desde siempre, pues es Dios. ¿Qué nos quiere decir con esto?

La creación del mundo, según el Génesis, se hizo gracias a la Palabra. Dios pronunciaba su palabra: “Hágase el cielo… hágase el sol…” y todo sucedía de acuerdo a su palabra. Su palabra no es una palabra vacía, como muchas palabras nuestras. Su palabra tiene fuerza creadora, hace lo que dice.

La palabra nos permite comunicarnos. Con la palabra nos expresamos. La palabra exterioriza lo que pensamos, lo que sentimos, lo que deseamos. Y Dios es comunicación. Desde siempre ha deseado comunicarse con nosotros. A lo largo de la historia, nos dirigió muchas palabras (eso es la Biblia), pero llegada la plenitud de los tiempos, nos ha hablado por medio de su hijo Jesús. Él es la Palabra de Dios, en Él, Dios se nos comunica. Quien ve a Jesús, ve al Padre; quien lo escucha, puede tener la certeza de que está escuchando lo que Dios quiere.

Sí, Jesús es la Palabra que Dios Padre ha pronunciado. Y esa Palabra está llena de vida, de luz. Quien la acoge, quien la escucha, quien la pone en práctica, no solo llena su ser de vida y de luz, si no que se convierte en hijo de Dios, pues Jesús mismo nos hace partícipe de su misma vida.

Y, sí, un día, Dios quiso venir a morar entre nosotros. Y puso su tienda aquí, en nuestra tierra. No vino de paso, vino para quedarse. Y aunque muchos lo rechazaron, nadie puede extinguir su luz.

Jesús es la mayor expresión del amor y la fidelidad de Dios. Que al contemplar a este niño débil, frágil, vulnerable, seamos conscientes de que es el modo como Dios ha querido revelársenos. No como una fuerza prepotente, como un poder avasallador, sino como alguien que desea que lo tomemos en brazos, que no le tengamos miedo, que lo acojamos en nuestra casa, en nuestra vida, en nuestro trabajo, en nuestra familia, en nuestro mundo… para transformarnos, para transformarlo todo…

2. MEDITA
  • ¿He experimentado cómo la Palabra (el Señor Jesús) me llenan de luz y de vida? ¿En qué lo noto?
  • ¿Escucho esa Palabra con atención?
  • ¿Soy consciente de que acoger a Jesús me abre la posibilidad de llegar a ser hijo/a de Dios?
  • ¿Experimento el caudal de gracia que nos llega a través de Jesús?
3. ORA
  • Dialoga con el Señor...
  • Pídele… Dale gracias…
  • Haz silencio en tu interior…
4. COMPROMÉTETE
  • ¿A qué te invita su Palabra?
  • ¿Qué podrías mejorar o cambiar?

jueves, 15 de diciembre de 2022

IV Domingo de Adviento (Ciclo A): "José hizo lo que el ángel le dijo" (Mt 1, 18-23)


1. LEE: MATEO 1, 18-24

El IV domingo de Adviento es el domingo más próximo a la Navidad. Para prepararnos a esta gran celebración cristiana, la liturgia de la Palabra nos invita a contemplar el misterio de la Encarnación. Como estamos en el ciclo A, se lee el evangelio según san Mateo, c. 1, vv. 18-24. Así como san Lucas nos narra el anuncio del ángel a María; san Mateo nos presenta el que podríamos llamar el anuncio del ángel a san José. Lucas cuenta los episodios de la infancia poniendo de relieve la figura de María; san Mateo, en cambio, resalta más la figura de José.

Un primer dato importante es que, Mateo, al igual que Lucas, afirma con claridad que María ha quedado embarazada por obra del Espíritu Santo. Ahora, sin embargo, pone el foco en la reacción de José ante este hecho.

José está en un dilema. Su mujer está encinta y, obviamente, él no es el padre. Es un hombre religioso. La ley, en estos casos, manda lapidar a la mujer o, al menos, repudiarla, es decir, abandonarla. Pero al parecer, su conciencia le dice otra cosa. La lucha de José es grande. Y, cuando cae agotado, el Señor le puede despejar sus dudas a través de un ángel que le habla en sueños.

Muchas veces en la Biblia aparecen momentos en que Dios se manifiesta en sueños. Adán cayó en un profundo sueño antes de la creación de Eva. Jacob vio en sueños aquella escalera que unía el cielo y la tierra. José, el hijo de Jacob, es famoso por sus sueños… Así, muchos ejemplos. Este es un modo de decir que Dios no siempre se manifiesta de manera clara y contundente. Muchas veces, nos parece que ha sido como un sueño y necesitamos discernir...

El centro del relato es precisamente el anuncio del ángel. Él le revela a José que María ha concebido por obra del Espíritu Santo. Y, sobre todo, le revela la identidad de aquel que va a nacer a través de los dos nombres que le va a dar (recordemos que el nombre expresa la identidad). Aquel que va a nacer se llamará Jesús (Dios-salva) y Emmanuel (Dios-con-nosotros). Es decir, aquel niño es Dios que viene entre nosotros para salvarnos. Un detalle bonito es que será José quien, por indicación del ángel, le pondrá el nombre, como un modo de tomar parte en este acontecimiento tan importante.

Y, José, aquel hombre sencillo y profundamente creyente, acoge las palabras del ángel y hace lo que le dijo. En José podemos ver claramente qué es ser creyente: disponernos para escuchar la Palabra de Dios, acogerla y ponerla por obra.

Que estos días, ya cercanos a la Navidad, sean días para leer, escuchar y acoger la Palabra de Dios y ponerla en práctica. Y, no olvidemos que, la Palabra de Dios es, sobre todo, Jesús. En Él, Dios nos ha dicho claramente quién y cómo es Él y lo que nosotros tenemos que hacer y cómo tenemos que vivir.

2. MEDITA
  • En momentos de dificultad, cuando estoy en un dilema o tengo que tomar decisiones complicadas, ¿lo hablo con el Señor? ¿Lo pongo en sus manos?
  • ¿Actúo de acuerdo a la voz de mi consciencia?
  • ¿Escucho con atención la Palabra de Dios?
  • ¿Sé distinguir lo que me dice a mí personalmente?
  • ¿Pongo por obra aquello que el Señor me indica?
3. ORA
  • Dialoga con el Señor...
  • Pídele… Dale gracias…
  • Haz silencio en tu interior…
4. COMPROMÉTETE
  • ¿A qué te invita su Palabra?
  • ¿Qué podrías mejorar o cambiar?

viernes, 9 de diciembre de 2022

III Domingo de Adviento (Ciclo A): Cuando Dios rompe nuestras expectativas (Mt 11, 2-11)

1. LEE: MATEO 11, 2-11

El III domingo del Adviento es llamado también el domingo de la alegría (Domingo Gaudete). Una alegría que nace de saber al Señor cerca y de constatar cómo el Señor actúa en nuestra historia, en el hoy.

Los domingos segundo y tercero ponen el foco en una de las grandes figuras del adviento: Juan Bautista. En el evangelio de hoy, se nos muestra a Juan en la cárcel. Ha sido arrestado por el rey Herodes. Allí, oye hablar de Jesús, de lo que hace y de lo que dice. Su mensaje y sus obras lo confunden, pues no responde a sus expectativas. Él, Juan, había anunciado "mano dura" y un castigo inminente; Jesús, en cambio, perdón y misericordia. De allí su duda, ¿es Jesús realmente el Mesías?

Cuántas veces nos ocurre lo mismo a nosotros. Dios no responde a nuestras expectativas, a lo que esperamos de Él y, entonces, nos entra la duda y, no pocos, hasta pierden la fe. Por eso, esta tercera semana de Adviento nos invita a preguntarnos cuál es nuestra imagen de Dios, si esta realmente responde a ese Dios Padre y bondadoso que nos presenta Jesús, y si Jesús, aquel niño que nace en Belén, que yace en un pesebre, el siervo pobre y humilde, es aquel a quien seguimos.

Lo interesante es ver cómo responde Jesús. Jesús no se escandaliza ni entra a justificarse; sencillamente se remite a sus obras: los ciegos ven, los paralíticos caminan, los leprosos son purificados, a los pobres se les anuncia la buena noticia. Dios no se manifiesta a través de fuegos artificiales o con actuaciones extraordinarias. Su modo de hacerse presente es iluminándonos (dándonos luz en momentos de oscuridad, de turbación), curándonos de nuestras parálisis (de nuestras decepciones, postraciones, desánimos), dando buenas noticias a quienes parece que solo las tienen malas (los pobres).

Este modo de actuar de Jesús, en realidad, ya había sido anunciado por el profeta Isaías, el profeta de la consolación, así que Jesús lo que expresa es que Él se identifica con ese Mesías compasivo y misericordioso. Y, añade una bienaventuranza, «dichosos aquellos que no es escandalizan de su modo de actuar», es decir, que no se decepcionan de este modo de ser de Dios.

Esta es la buena noticia que nos trae esta tercera semana de Adviento. Y esto es motivo de alegría, de gozo. Nuestro Dios es un Dios compasivo y misericordioso y viene en medio de nosotros no con el afán de castigarnos, sino de ayudarnos a volver a casa, a reconstruir la fraternidad muchas veces fracturada, a dignificar y liberar a las personas.

2. MEDITA
  • ¿Cuál es mi imagen de Dios? ¿Corresponde al Dios que se nos revela en Jesús?
  • ¿Jesús da respuesta a mis búsquedas y esperanzas o aún estoy “esperando” y/o buscando en otra parte?
  • ¿Reconozco los signos de la presencia de Dios? Los ciegos ven, los paralíticos caminan, los leprosos son purificados, los sordos oyen, los muertos resucitan, la Buena Noticia es anunciada a los pobres? ¿O qué signos espero?
  • ¿Realizo yo esos signos que hacen presente al Señor en nuestro mundo?
3. ORA
  • Dialoga con el Señor...
  • Pídele… Dale gracias…
  • Haz silencio en tu interior…
4. COMPROMÉTETE
  • ¿A qué te invita su Palabra?
  • ¿Qué podrías mejorar o cambiar?

viernes, 2 de diciembre de 2022

II Domingo de Adviento (Ciclo A): Que nuestra vida dé buenos frutos (Mt 3, 1-12)

 

1. LEE: MATEO 3, 1-12

Entramos en la segunda semana de Adviento y continuamos nuestra preparación espiritual para celebrar el nacimiento de Jesús. 

En el II domingo de Adviento, usualmente se nos presenta la figura de Juan el Bautista, la persona llamada a preparar el camino al Señor. Todos los evangelios sinópticos concuerdan en que Juan hacía una fuerte llamada a la conversión. Nosotros hemos reducido la conversión a una cuestión moral y/o meramente interior. Convertirse, en cambio, es dar un giro, cambiar de dirección. Convertirme es mirar mi vida, ver si estoy viviendo según los valores del evangelio, de cara a Dios. Convertirme es hacer los “giros” necesarios para reorientar mi vida en esa dirección, la dirección del amor a Dios y a mis hermanos.

Con todo, el evangelio de Mateo habla concretamente de producir frutos de una sincera conversión; es decir, pone el acento en los frutos. Y, sí, una verdadera conversión, un sincero cambio de vida se manifiesta externamente, en modos de comportamiento, de reaccionar.

El tema de los frutos es muy importante. En muchos momentos la Sagrada Escritura pone el acento en los frutos. Jesús mismo se lamenta de no haber encontrado frutos en el pueblo judío. Y los frutos son modos de ser y actuar inspirados por el amor: perdonar, acoger, disculpar, escuchar, estar disponible, comprender, tener paciencia... ¡Hay tantas maneras de expresar el amor! Igual que al árbol se lo conoce por sus frutos; a las personas se nos conoce por nuestras obras.

En esta segunda semana de Adviento, por tanto, se nos pide que veamos qué frutos estamos dando y, sobre todo, qué frutos espera el Señor de mí. Ese será el mejor regalo que le podemos dar a Él y a los demás en Navidad.

2. MEDITA
  • ¿Qué frutos estoy dando? ¿Qué me diría el Señor? ¿Cómo me ve?
  • ¿Qué frutos espera de mí el Señor? ¿De qué necesito convertirme?
  • ¿Qué actitudes, que comportamientos debo cambiar para vivir más coherentemente mi vida cristiana y prepararme a la celebración del Nacimiento de Jesús?
3. ORA
  • Dialoga con el Señor...
  • Pídele… Dale gracias…
  • Haz silencio en tu interior…
4. COMPROMÉTETE
  • ¿A qué te invita su Palabra?
  • ¿Qué podrías mejorar o cambiar?

sábado, 26 de noviembre de 2022

I Domingo de Adviento (Ciclo A): ¡Vivamos con el corazón a punto! (Mt 24, 33-44)

 

1. LEE: MATEO 24, 37-44

Este domingo damos inicio a un nuevo año litúrgico y empezamos el Tiempo de Adviento, un tiempo que nos prepara a la Navidad, a la gran celebración del nacimiento de Jesús.

El Año litúrgico está pensado como un proceso catequético que nos ayuda a profundizar en nuestra fe y está concebido como un medio que favorece nuestro crecimiento espiritual. A lo largo de cada año, vamos recorriendo nuestra Historia de Salvación, el camino que Dios ha ido haciendo con la humanidad, y la vida de Jesús.

Empezar un nuevo año litúrgico, igual que cuando empezamos un nuevo año, también es un buen momento para reavivar nuestros deseos, cerrar etapas para prepararnos a un nuevo inicio. 

El Adviento nos recuerda algo muy importante: ¡Dios viene! No solo vino (pasado, en referencia a Jesús de Nazaret). No solo vendrá (futuro, en referencia a lo que conocemos como la segunda venida del Señor), sino que Dios viene, hoy, en nuestra presente, aquí y ahora. En un mundo tan convulsionado, donde muchos acontecimientos nos invitan a la desesperanza, el Adviento nos recuerda que nuestro mundo tiene futuro, pues está en manos de Dios. Y porque Dios viene, está viniendo continuamente, la primera llamada que se nos hace es a estar atentos, vigilantes.

Este año en concreto, las lecturas de los domingos corresponderán al ciclo A, por lo que leeremos sobre todo el evangelio según san Mateo.

El evangelio de hoy nos hace una llamada: «Estén prevenidos, estén preparados». Se insiste en ello porque muchas veces andamos por la vida en “piloto automático”. No esperamos ninguna novedad. Nos movemos dentro de rutinas conocidas, y Dios es novedad.

Para ilustrar esto, se no recuerda lo que pasó en tiempo de Noé. El mundo era un desastre, pero la gente vivía como si nada… Comían, bebían, se casaban… Y el diluvio los tomó por sorpresa… No estaban preparados… Algo parecido nos puede estar pasando a nosotros...

Así mismo, se nos dan otros ejemplos. Hay dos hombres trabajando, de repente, a uno se lo llevarán y el otro se quedará. Había dos mujeres en tareas ordinarias, a una se la llevarán y a otra la dejarán. Es decir, todos ellos estaban realizando sus tareas cotidianas, sin percatarse de que, de un momento a otro, podría suceder algo inesperado… De hecho, ¿quién nos asegura que acabaremos el día de hoy?

Esto no es para vivir con miedo, sino para vivir con consciencia. Es una invitación a aprovechar el tiempo que el Señor nos regala, a hacer del tiempo una oportunidad para amar y servir. Hay personas que viven tan pendientes del futuro (qué va a pasar) o del pasado (rencores, nostalgias), que no viven el momento presente. Y Dios está, Dios está viniendo hoy, en este instante.

Por lo tanto, el evangelio de la primera semana de Adviento nos indica cómo empezar nuestra preparación para acoger la venida del Señor: no vivir distraídos, como en tiempos de Noé; vivir con consciencia, despiertos, atentos hoy, ahora. El Señor viene, está viniendo siempre, no dejemos que pase de largo…

2. MEDITA
  • ¿Estoy atento/a a las venidas del Señor? Recuerda alguna experiencia.
  • ¿Vivo mi día a día con consciencia y responsabilidad, como si hoy fuera el último día de mi vida?
  • ¿Qué puedo hacer esta primera semana de Adviento para prepararme a la celebración de la Navidad?
3. ORA
  • Dialoga con el Señor...
  • Pídele… Dale gracias…
  • Haz silencio en tu interior…
4. COMPROMÉTETE
  • ¿A qué te invita su Palabra?
  • ¿Qué podrías mejorar o cambiar?

viernes, 18 de noviembre de 2022

XXXIV Domingo (Ciclo C): Jesucristo Rey del Universo, Solemnidad (Lc 23, 35-43)

1. LEE: Lc 23, 35-43

Hoy celebramos la Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo, un título que nos resulta un poco extraño, dado que quedan muy lejos de nosotros los reyes y los reinos. Ahora bien, si el rey era quien ejercía el poder absoluto, proclamar a Jesucristo Rey del Universo, es una manera de reconocer que es Él quien tiene el poder supremo sobre todas las realidades que conocemos. De ahí que esta celebración puede ser una buena oportunidad para reflexionar sobre el poder, precisamente ahora que se habla tanto de los abusos de poder. Por eso, tendríamos que preguntarnos ¿de qué poder hablamos? Y, sobre todo, ¿cuál es la manera de Jesús de ejercer tal poder? El evangelio de hoy nos da una gran luz al respecto.

Se nos habla de un rey, y a quien vemos es a Jesús crucificado, un hombre desnudo y humillado. Su “trono” es la cruz. Y, sobre su trono, un letrero, “Rey de los judíos”. Este “rey” es alguien que lo ha dado todo, hasta quedarse sin nada…, lo más opuesto a nuestra imagen de quien ostenta el poder.

Fue precisamente su modo de ejercer el poder lo que lo llevó a la cruz, a una muerte violenta. Jesús nunca usó su poder en beneficio propio sino que estuvo siempre al servicio de los demás. Lo usó para sanar, nunca para hacer daño (los apóstoles habrían querido que lo usara para que cayera fuego sobre aquellos samaritanos que no querían recibirlo, Lc 9,54); lo usó para saciar el hambre de la multitud, no su propia hambre (cf. tentaciones en el desierto). Su poder no era para dominar o doblegar, su poder era solo para salvar, y salvar sobre todo a quienes todos consideraban perdidos.

Esto lo vemos muy bien reflejado en los diálogos de hoy. Quienes lo ven crucificado lo incitan a que se salve a sí mismo, a que use su poder en su propio beneficio, para demostrar quién es; pero Él no caerá en esta tentación. Sin embargo, ante la súplica de aquel condenado que le pide que se acuerde de él cuando esté en su reino, responderá sin dudar: «Hoy estarás conmigo en el paraíso»… Hasta el último instante de su vida, usará su poder para salvar.

Jesús no nos pide renunciar al uso del poder. Lo que nos pide es usar ese poder que todos tenemos para sanar, para salir al encuentro de las necesidades de los demás, para salvar; nunca en beneficio propio, menos aún para abusar de nuestra posición, para someter o poner a nuestro servicio a los más débiles.

Que contemplar a Jesús en la cruz como nuestro “rey” y “señor”, nos enseñe a amar y vivir como él amó y vivió, hasta dar la vida.

2. MEDITA
  • Fíjate en cada uno de los personajes, cómo se comportan con Jesús y Él cómo reacciona. Y, tú, ¿a quién te pareces más?
  • Jesús nunca usó su poder en beneficio propio. ¿Podrían decir de mí que soy un hermano, una hermana que sirve, o soy de aquellos que abusan y/o se sirven de su poder?
  • ¿Es Jesús mi “rey”, aquel a quien sirvo, a quien sigo? ¿Es Él el centro de mi vida?
3. ORA
  • Dialoga con el Señor...
  • Pídele… Dale gracias…
  • Haz silencio en tu interior…
4. COMPROMÉTETE
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viernes, 11 de noviembre de 2022

XXXIII Domingo (Ciclo C): No se dejen engañar por quienes anuncian el fin del mundo (Lc 21, 5-19)

1. LEE: LUCAS 21, 5-19

En todas las épocas hay personas y grupos que hablan del fin del mundo con un lenguaje catastrofista, sembrando miedo y desesperanza y, en no pocos casos, lo que buscan es adeptos a sus sectas o movimientos. ¿Quién de nosotros no recuerda todo lo que se vaticinó de cara a la entrada en el año 2000 o las “profecías” de destrucción que se cumplirían en 2012? El evangelio de este domingo utiliza un lenguaje similar pero con una finalidad muy diferente. Para entenderlo, una vez más es necesario situarlo en su contexto.

Jesús está ya en Jerusalén. Allí ha tenido una serie de enfrentamientos con las autoridades judías, representantes de distintos grupos religiosos fariseos, escribas, saduceos… Él es consciente de que todo esto lo conducirá a la muerte, de que se acerca a su fin.

En Jerusalén, la Ciudad santa, se encontraba el Templo. El Templo, para el pueblo judío, era el lugar donde Dios habita, era signo de la presencia de Yahveh en medio de su pueblo. Todo él estaba adornado con gran majestuosidad y despertaba la admiración de quienes lo contemplaban. De hecho nuestro texto empieza así, hablándonos de la admiración de algunos al verlo «adornado con hermosas piedras y ofrendas votivas». Ante esto, Jesús les va a decir que de todo aquello al final no quedará nada. Con ello se nos da un primer mensaje, no quedarnos en lo exterior, en lo material pues, al final, todo aquello pasará. No dejarnos seducir por el lujo y la majestuosidad de muchas estructuras pues todo aquello es temporal.

Esto lleva a quienes lo escuchan a preguntarle cuándo sucederá eso y cuáles serán los signos que nos alerten. Y, una vez más, Jesús no va a responder por el cuándo. ¡Cuántas veces andamos pendientes del futuro, de los horóscopos, de alguien que nos diga qué va a pasar! Y he aquí el segundo mensaje, de lo que se trata es de vivir como cristianos aquí y ahora, siendo fieles a Jesús y al evangelio, y nos alerta para que no nos dejemos engañar por quienes andan pregonando catástrofes y anunciando el fin del mundo.

A continuación, nos advierte de que, vivir ed acuerdo al evangelio nos traerá problemas e incomprensiones, pues muchas veces seremos criticados por vivir así y, muchos, incluso se jugarán la vida. Pero, ante esto, la invitación es a no claudicar, a ser fieles, a vivir con la confianza de que, en medio de las dificultades, siempre contaremos con la asistencia del Espíritu Santo que, en cada momento, nos dirá lo que tenemos que decir y cómo tenemos que actuar.

Por tanto, este evangelio es una invitación a no oír esos “mensajes de sirena” que se centran en catástrofes y malos augurios. Vivamos nuestro hoy siendo fieles al Señor, colaborando en la construcción de un mundo más justo y solidario y, cuando esto nos cause dificultades, confiemos en que nunca nos faltará la ayuda del Señor. A nosotros solo se nos pide perseverar.

2. MEDITA
  • ¿Más que el “fin del mundo”, me preocupa vivir el momento presente siendo fiel al evangelio?
  • ¿He sufrido alguna vez las dificultades y “persecuciones” que conlleva seguir a Jesús? Recuerda algún episodio.
  • ¿He experimentado la asistencia del Espíritu Santo en momentos críticos de mi vida?
3. ORA
  • Dialoga con el Señor...
  • Pídele… Dale gracias…
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jueves, 3 de noviembre de 2022

XXXII Domingo (Ciclo C): ¡Creemos en la vida después de la muerte! (Lc 20, 27-38)

 
1. LEE: Lc 20, 27-38

“Dios es un Dios de vivos, no de muertos”. Este es el gran mensaje, la buena noticia del evangelio de hoy. Frente a los que dudan de la resurrección, e incluso la ridiculizan, Jesús afirma que estamos llamados a la vida en plenitud, una vida semejante a la de los ángeles, es decir, junto a Dios. Pero vamos más despacio. 

El evangelio de hoy nos pone delante un caso típico de un uso inapropiado de la Sagrada Escritura. Nos presenta a un grupo de saduceos, que le exponen a Jesús un caso para que les dé su parecer. Pero, ¿quiénes eran estos personajes? Los saduceos eran personas de la alta sociedad, miembros de familias sacerdotales, cultos, ricos y aristócratas. De entre ellos habían salido desde el inicio de la ocupación romana los sumos sacerdotes que, en ese momento, eran los representantes judíos ante el poder imperial. Solo aceptaban como “revelación” los escritos de Moisés (v. 28), es decir, el Pentateuco, los cinco primeros libros de la Biblia, y no daban importancia a los profetas, otros escritos y rechazaban –incluso ridiculizaban– las tradiciones orales (todo lo contrario de los fariseos). Más concretamente, los saduceos no creen en la resurrección y, para ridiculizarla, se valen de la ley del levirato (la costumbre de los antiguos pueblos semitas según la cual el hermano de un hombre casado y fallecido sin hijos tiene que casarse con la viuda). El sistema del levirato introducido por la Ley pretendía primariamente asegurar una solución de recambio que pudiera ofrecer al varón una descendencia sin salir del círculo familiar y la llevan al absurdo. Esto nos plantea el uso interesado de Dios y las lecturas fuera de contexto que nos hacen decir a la Palabra de Dios lo que nosotros queremos para “llevar el agua a nuestro molino”. Y, en otras ocasiones, por ignorancia, hacemos decir a Dios lo que no dice.

El hecho es que Jesús no entra en la casuística sino que va a ir al fondo de la cuestión, como siempre. El tema no es de quién va a ser mujer (lo que supone considerar a la mujer como un objeto de posesión), lo realmente importante es que la resurrección de los muertos es verdad... Todos estamos llamados a la vida en plenitud. No todo se acaba en este mundo. Y en esa “otra vida”, nadie será posesión de nadie, las relaciones serán como deben ser horizontales, igualitarias, pues todos somos hijos de Dios. Y no solo eso, Jesús añade una nota importante, en aquella “otra vida”, la “vida futura”, seremos como ángeles. ¿Y quiénes son los ángeles? La Escritura nos los presenta como mensajeros de Dios, como aquellos seres que están continuamente en su presencia, que lo ven cara a cara, que participan de su gloria. ¡A eso estamos llamados! ¡Esa es nuestra meta!

El gran anuncio de Pascua es ¡Jesús ha resucitado! Y esa experiencia, esa convicción, ayudó a los primeros cristianos a comprender que Jesús fue el primogénito entre los muertos, Él nos abrió el camino y todos estamos llamados a resucitar con Él. Más aún, todos estamos llamados a vivir ya aquí como resucitados, como personas que vivimos de cara a Dios, haciendo vida el modo de vida, los valores de Jesús.

Mantengamos la mirada puesta en esa meta, no todo empieza y termina aquí. Esto nos ayudará a superar las dificultades y a comprometernos en la construcción de un mundo según el corazón de Dios que ya empieza aquí, pero que tendrá su plena realización cuando todos estemos ya en la casa de nuestro Padre Dios.

2. MEDITA
  • ¿Soy de los que usan la Sagrada Escritura para que diga lo que yo quiero?
  • ¿Vivo con la confianza de que el Dios que nos ha revelado Jesús es un Dios que busca la vida y nos la ofrece en plenitud?
  • ¿Vivo tan apegados al mundo que nos ol­vidamos de que lo mejor está por llegar?
3. ORA
  • Dialoga con el Señor...
  • Pídele… Dale gracias…
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viernes, 28 de octubre de 2022

XXXI Domingo (Ciclo C): Jesús y Zaqueo. Dos miradas que se encuentran. (Lc 19, 1-10)


1. LEE: LUCAS 19, 1-10

El evangelio de hoy nos presenta uno de los encuentros de Jesús. Se trata de su encuentro con un personaje público muy importante llamado Zaqueo.

Zaqueo era un hombre rico, al parecer, muy rico. Era jefe de publicanos. Recordemos que los publicanos eran considerados traidores y corruptos dado que estaban al servicio de Roma, el imperio invasor, y eran quienes cobraban impuestos, muchas veces desorbitados, a sus mismos compatriotas.

La escena se sitúa en Jericó. Jericó solía ser la última ciudad por donde pasaban los peregrinos que iban camino a Jerusalén, con lo cual se nos indica que Jesús está ya muy cerca de su destino, un destino que él mismo es consciente que lo conducirá a un fuerte enfrentamiento con las autoridades judías y, muy probablemente, a la muerte. Así mismo, en el Antiguo Testamento, Jericó aparece como la ciudad en la se dio por terminado el largo periodo de los 40 años del pueblo de Israel por el desierto, justo antes de entrar en la tierra prometida. Por tanto, es una manera de decirnos que, con Jesús, el nuevo pueblo de Dios está a las puertas de terminar su largo peregrinar.

Es un texto muy rico en detalles. Puede ser abordado desde múltiples perspectivas. Yo propongo fijarnos en lo que podemos denominar “dinámica del encuentro”. Dicho de otra manera, qué pasos se dan en ese maravilloso encuentro en Jesús y Zaqueo, como un modo de iluminar nuestros propios encuentros.

Si nos fijamos, en este texto quien tiene la iniciativa es Zaqueo. A él, a pesar de tenerlo aparentemente todo, le falta algo. Tiene un deseo, ver a Jesús. Y un deseo que no son meras intenciones sino un algo que lo moviliza, que lo lleva a poner todos los medios que están a su alcance. Sin duda, la autenticidad de nuestros deseos se verifica en la capacidad de movilizarnos. Zaqueo supera una serie de dificultades. Supera su amor propio, el miedo al ridículo…, no le importa subirse a un árbol a la vista de todos. Supera la dificultad de la gente que le impide ver a Jesús. Supera su baja estatura. Nada lo detiene. Es el primer paso, tener un gran deseo y poner todos los medios que estén a nuestro alcance para hacerlo realidad.

Una vez que Zaqueo ha hecho todo lo que está en su mano, Jesús se lo pone realmente fácil y tiene unos detalles hermosos. Levanta los ojos, lo mira y lo llama por su nombre. Qué importante es sentirnos mirados y llamados por nuestro nombre. Con eso le da a entender que lo conoce, que sabe quién es, lo personaliza. Y no solo eso; le pide que baje. Zaqueo no necesita estar por encima, no necesita esconderse, Jesús quiere que se ponga a su altura, que se acerque. Y, más aún, se invita a su casa. No solo lo mira; le demuestra un gesto de amistad y confianza. Y gestos así, nos desarman. Ese es Jesús.

Y Zaqueo no empieza con excusas. No mira su agenda a ver si tiene tiempo, no piensa en qué dirá la gente, no le da largas. Inmediatamente baja y recibe a Jesús con alegría. Zaqueo no deja pasar la oportunidad…. Tener a Jesús en su casa, en su vida, no es una carga, es fuente de gozo.

La gente, sin embargo, permanece ajena a este encuentro. Lo único que sabe hacer es criticar. No es capaz de ver el deseo de cambio de Zaqueo, ni el deseo de Jesús de recuperar lo que está perdido. La gente somos todos aquellos que nos sentimos con una cierta “superioridad moral”, que somos prontos a juzgar, que no hemos aprendido a mirar como somos mirados por Dios.

Pero Zaqueo no se deja amedrentar. Le da igual las críticas. Él sabe lo que quiere. Se sabe mirado, y eso es lo que cuenta. Más aún, su reacción va a ser un cambio radical de vida y de valores. En el centro ya no estará su dinero sino la solidaridad, la generosidad, la justicia. Dará la mitad de sus bienes a los pobres, devolverá cuatro veces más a quienes haya defraudado…, ¡obras son amores!

Este cuarto paso nos da la clave. Un verdadero encuentro con Jesús nos cambia. Y lo que nos cambia es el corazón, la mirada. Cambia nuestros valores, nuestras prioridades. Hace que en el centro ya no estemos nosotros y nuestros intereses sino los demás… ¡Esa es la gran conversión! Volver a Dios es siempre volver al hermano.

2. MEDITA
  • ¿Busco yo también a Jesús? ¿Qué hago para encontrarlo?
  • ¿Cómo me veo, como Zaqueo o como muchedumbre?
  • ¿Me he sentido mirada por Jesús como Jesús miró a Zaqueo?
  • Zaqueo hace cosas concretas, y yo… ¿En qué se concreta mi fe, qué hago o qué no hago?
  • Mi relación con Dios, ¿se refleja en mi relación con mis hermanos?
3. ORA
  • Dialoga con el Señor...
  • Pídele… Dale gracias…
  • Haz silencio en tu interior…
4. COMPROMÉTETE
  • ¿A qué te invita su Palabra?
  • ¿Qué podrías mejorar o cambiar?

sábado, 22 de octubre de 2022

XXX Domingo (Ciclo C): ¿Cómo debemos orar? (Lc 18, 9-14)


1. LEE: LUCAS 18, 9-14

Muchas personas se preguntan cómo orar, como relacionarnos, cómo hablar con Dios. Hoy, el evangelio nos entrega una nueva parábola de Jesús que nos puede iluminar sobre esto.

La parábola nos presenta dos modos de orar a través de dos personajes. El primero, es un hombre religioso, muy religioso; alguien, diríamos, irreprochable. El segundo, un personaje público, muy conocido, un cobrador de impuestos, considerado por todos un explotador y un corrupto. A primera vista, diríamos que el primero es quien estaría “en regla” con Dios y, por tanto, su oración debería ser escuchada. Sin embargo, Jesús dice que la oración que realmente le resultó más agradable a Dios, la oración que le tocó el corazón fue la de aquel hombre pecador. Esto, como comprenderán, resultó a sus oyentes -y seguramente también a muchos de nosotros- sumamente escandaloso e injusto.

Por eso, tenemos que preguntarnos por qué Jesús dice esto.

Si leemos la parábola con atención, si nos fijamos en los gestos, en la postura corporal, en el contenido de la oración, veremos que, el primero, refleja una actitud autosuficiente. Está de pie, erguido, a la vista de todos. Su oración consiste en decirle al Señor todo lo que ha hecho, lo buena persona que es; pero, lo peor de todo, es que eso lo hace sentirse mejor, superior a los demás, hasta el punto de menospreciarnos y juzgarlos. Eso es lo terrible y lo que Dios rechaza. Jesús deja siempre muy claro que no podemos separar nuestra relación con Dios de nuestra relación con los demás. No puedo creer que estoy a buenas con Dios, mientras desprecio, ignoro, maltrato a los demás, eso es un engaño y Jesús lo llama hipocresía. Por eso, Jesús rechaza la actitud del fariseo. Él no necesita nada de Dios (solo que le recompense sus buenas obras). Para él, sus “buenas obras”, su esfuerzo lo hacen merecedor de la atención de Dios.

El segundo, si nos fijamos, tiene una actitud muy distinta. Se queda atrás, no se atreve ni a levantar la mirada, está avergonzado, sabe que lo que está haciendo está mal, seguramente le remuerde la conciencia, y es con esa actitud con la que, a pesar de su pecado, se acerca a Dios con humildad. Sabe que no merece nada, que solo es acreedor de un reproche, pero confía en el Señor. Eso es lo que le conmueve a Dios el corazón. Dios no lo acoge porque sea mejor que el fariseo, sino porque este hombre se sabe necesitado de Dios, de su misericordia.

Por tanto, lo importante no es solo si oramos o no, sino con qué actitud nos situamos ante Dios.

Una vez más, Jesús nos presente el verdadero rostro de Dios. Un Dios que acoge al pecador, que nos acoge en nuestra pequeñez, en nuestra fragilidad si nos acercamos a él con humildad. Y que, en cambio, rechaza a quienes, considerándose muy religiosos, desprecian a los demás y se acercan a Él solo para cobrar una factura.

2. MEDITA
  • ¿Cómo es mi oración? ¿Se acerca más a la del fariseo o a la del publicano?
  • ¿Siento que Dios está “en deuda” conmigo?
  • ¿Soy de los que me considero “mejor” que los demás?
  • ¿Soy consciente de que todo lo debo a la gracia de Dios y no a mi propio esfuerzo?
3. ORA
  • Dialoga con el Señor...
  • Pídele… Dale gracias…
  • Haz silencio en tu interior…
4. COMPROMÉTETE
  • ¿A qué te invita su Palabra?
  • ¿Qué podrías mejorar o cambiar?

viernes, 14 de octubre de 2022

XXIX Domingo (Ciclo C): Parábola de la viuda y el juez injusto (Lc 18,1-8)

 

1. LEE: LUCAS 18, 1-8

El evangelio de hoy nos presenta una parábola desconcertante. Se trata de una viuda que pide justicia a un juez injusto, que no tiene intenciones de atenderla pero que, gracias a la insistencia de aquella mujer, decide atender a su petición.

Jesús es un gran “cuenta cuentos”. Se sirve de casos de la vida real para darnos una enseñanza práctica. Lo desconcertante es que compara a Dios (su Padre), con ese juez injusto…, ¿cómo es posible?

La intención de Jesús es llamar nuestra atención, despertarnos, y habitualmente lo consigue. No es que Jesús compare a su Padre con un juez injusto sino que nos viene a decir que, si incluso un juez injusto, ante la insistencia de una pobre viuda (¡no de un poderoso, sino de alguien humilde!, pues recordemos que las viudas era personas habitualmente desprotegidas), ¡cuánto más escuchará y atenderá nuestras peticiones nuestro Padre del cielo que es todo bondad!

La intención de esta parábola está claramente expuesta ya al principio. Jesús lo que quiere es enseñarnos la importancia, no solo de la oración, sino de perseverar e insistir en ella. Nuestra tentación es desistir al no obtener lo que queremos o desconfiar ante la duda de ser realmente escuchados. Por eso, la primera enseñanza es precisamente esta, perseveremos en la oración, confiemos en que nuestro Padre del cielo siempre nos escucha, aunque no siempre cumpla nuestros deseos, como un padre que no siempre puede realizar los deseos de sus hijos, pero que está siempre ahí, a su lado.

Unido a este tema central de la oración, aparecen otros dos: la justicia de Dios y la fe.

La enseñanza que extrae Jesús de la parábola es invitarnos a confiar en que Dios tarde o temprano hará justicia a quienes claman ante Él día y noche. Sin duda, las injusticias de nuestro mundo son un escándalo para muchos creyentes y no creyentes, y no pocos piensas que Dios se ha desentendido de nuestro mundo, del sufrimiento de los débiles. Y, no, no es así, el escucha nuestros lamentos y no es ajeno a lo que nos ocurre. Pero hay que confiar. De ahí el segundo gran tema: la fe.

Jesús se lamenta de la poca fe que encuentra a su alrededor, hasta llegar a exclamar: «cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?» La oración y la fe van de la mano. La fe se expresa en la oración, la oración es expresión de nuestra fe, de nuestra confianza en un Dios que nos escucha y tiene una palabra para nosotros.

Seamos como aquella pobre viuda, que no teme presentar su situación, su necesidad. Y confiemos en que nuestra oración siempre es escuchada y atendida por Dios, nuestro Padre, que nos ama con la ternura propia de una madre.

2. MEDITA
  • ¿Cómo es mi oración? ¿Es una oración insistente y perseverante?
  • ¿La hago con la confianza de que Dios me escucha?
  • ¿Mi fe me lleva a luchar por la justicia de los más débiles?
3. ORA
  • Dialoga con el Señor...
  • Pídele… Dale gracias…
  • Haz silencio en tu interior…
4. COMPROMÉTETE
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miércoles, 5 de octubre de 2022

XXVIII Domingo (Ciclo C): Seamos agradecidos (Lc 17, 11-19)


1. LEE: LUCAS 17, 11-19

El evangelio de hoy podría tener al menos dos títulos, “Jesús sana a 10 leprosos”, que sería meramente descriptivo, o “Sobre el agradecimiento…”, que podría resultar un poco más sugestivo y que pondría nuestra mirada en una de las enseñanzas de este episodio.

Jesús continúa sin dilaciones su camino hacia Jerusalén. En el recorrido de Galilea a Judea, los judios solían evitar atravesar Samaria, por la enemistad manifiesta entre judios y samaritanos. Jesús, sin embargo, no evita ese paso. Más aún, da la impresión de que Él elige pasar por allí. Jesús no evita los lugares conflictivos, Él ha venido para todos y todos necesitan de Él.

En ese camino, salen a su encuentro 10 leprosos. Recordemos que los leprosos tenían prohibido el contacto con la gente, se los consideraba impuros, seguramente por el miedo al contagio… Todos los evitaban y ellos se escondían de los demás. Sin embargo, se acercan a Jesús. Diez puede considerarse símbolo de plenitud. ¡Eran muchos los leprosos que buscaban a Jesús, que no temían acercársele, pues sabían que no serían rechazados. Saben que es un hombre compasivo, de ahí su petición, “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros”. Hermosa oración… Ellos saben que no tienen derecho a nada, pero saben que Jesús es compasivo y eso despierta en ellos la confianza.

Llama la atención que Jesús no los sana, sino que los manda a ir donde un sacerdote, que era quien podía certificar su curación. Pero lo más admirable aún es que ellos le obedecen sin haber sido sanados. Y, en el camino, quedan limpios. Creyeron en la palabra de Jesús, hicieron lo que Él les dijo y quedaron sanos… ¡Esta es la fe!

El relato podría haber terminado aquí. Sin embargo, Lucas señala que uno de aquellos diez, apenas se vio sano, volvió para dar gracias a Jesús. Y es entonces cuando Jesús echa de menos a los otros 9. Ver esta escena pone en evidencia que somos más dados a pedir que a agradecer. ¡Cuántas veces hemos sido sanados! ¡Todos los días somos bendecidos! Pero qué pocas veces agradecemos al Señor todas sus gracias, sus dones, sus detalles… Es por eso que este episodio bien puede llamarse “Sobre el agradecimiento”. Necesitamos aprender a ser agradecidos. Estamos en una sociedad en la que solo se habla de derechos, donde damos todo por descontado, por merecido. Sin embargo, tenemos tantos motivos para dar gracias… Y vivir agradecidos nos haría mucho más felices…

2. MEDITA
  • ¿Quiénes serían hoy los “leprosos” en nuestra sociedad?
  • ¿Mi oración es más una oración de petición o de agradecimiento?
  • ¿Soy una persona agradecida?
  • ¿Pueden todos acercarse a mí con la confianza de ser acogidos?
3. ORA
  • Dialoga con el Señor...
  • Pídele… Dale gracias…
  • Haz silencio en tu interior…
4. COMPROMÉTETE
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viernes, 30 de septiembre de 2022

XXVII Domingo (Ciclo C): "Nuestra misión es servir"


1. LEE: LUCAS 17, 5-10

Seguimos acompañando a Jesús en su camino hacia Jerusalén. Y, a lo largo de ese camino, Él nos sigue formando como discípulos, como cristianos, indicándonos cómo vivir para ser verdaderamente hijos y hermanos, para vivir de acuerdo a nuestro ser más profundo.

Hoy el evangelio nos da dos nuevas enseñanzas. En primer lugar, se nos habla de la fe. Jesús acaba de hablar del perdón, de la importancia de vivir reconciliados, de perdonar las veces que sea necesario, de perdonar siempre. Ante esto, los discípulos le piden: “Señor, auméntanos la fe”. La fe no como una serie de verdades que hay que creer sino la fe como confianza en Jesús, confianza en sus palabras, en su propuesta, en su propuesta de vida.

La respuesta de Jesús indirectamente replantea la petición. No se trata de tener más fe. No se trata de cantidad sino de calidad. De hecho bastaría una fe del tamaño de una semilla de mostaza, es decir, muy pequeña, para que Dios pueda realizar a través de nosotros cosas extraordinarias… La fe tiene un poder inmenso, pero la fe como confianza en Dios, en su poder, en su amor que es capaz de realizar maravillas. De allí que sería bueno preguntarnos cómo es nuestra fe, cómo es mi fe, sobre todo, si es confianza, abandono en manos del Padre.

Acto seguido, Lucas nos regala una nueva parábola, la que conocemos como “parábola del siervo inútil”. Como siempre, Jesús se sirve de un lenguaje e imágenes desconcertantes para hacernos pensar y, sobre todo, reaccionar.

La narración es sencilla. Se trata de un siervo, un empleado, que llega a la casa de su señor después de una jornada de trabajo. Entonces, Jesús lanza tres preguntas que, si nos fijamos, lo que viene a decirnos es que aquel empleado sencillamente ha hecho su trabajo y que, por tanto, no debe andar buscando reconocimiento ni recompensas. Nos recuerda, por tanto, que nosotros estamos llamados a servir a los demás y que, al hacerlo, hacemos sencillamente lo que tenemos que hacer. Se nos recuerda, una vez más, cuál es nuestro lugar en el mundo. Solo Dios es Dios, nosotros somos administradores, somos siervos, somos hijos, somos hermanos. Solo Dios debe estar en el centro, no yo. Y lo propio del hijo es estar al servicio de su padre y, recordemos que a Dios se lo sirve, sirviendo a los demás.

2. MEDITA
  • ¿Cómo veo mi fe? ¿Cómo la ve el Señor?
  • ¿Tengo presente que yo solo soy un servidor del Señor y de mis hermanos o a veces me considero con derecho a una “recompensa” por mis servicios prestados?
  • ¿Cómo ando de gratuidad y de servicio?
3. ORA
  • Dialoga con el Señor...
  • Pídele… Dale gracias…
  • Haz silencio en tu interior…
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jueves, 22 de septiembre de 2022

XXVI Domingo (Ciclo C): "Érase una vez un rico y un pobre llamado Lázaro" (Lc 16, 19-31)


1. LEE: Lucas 16, 19-31

«Érase una vez un rico que vestía de marca, usaba prendas de lujo y organizaba grandes eventos a los que invitaba a personajes importantes. No le faltaba ni se privaba de nada. Y, en su misma puerta, había también un pobre al que le hubiera bastado las sobras de aquel rico…» Esta sería una actualización del inicio de una parábola que cuenta Jesús a los fariseos, hombres religiosos de buena posición social. Y, este drama, lamentablemente no es solo una parábola, un cuento…, es un reflejo de nuestra sociedad del bienestar donde unos disfrutan de toda una serie de privilegios y, a otros, les falta hasta lo necesario. Y esto retrata no solo a la sociedad, como si se tratase de un ente abstracto, sino de cada uno de nosotros. Porque, para Jesús, rico es todo aquel que vive encerrado en sí mismo, que solo mira por sus propios intereses y bienestar. Ni siquiera es necesariamente una mala persona; hasta puede tratarse de alguien honrado…; el problema es que se ha vuelto egoísta, materialista, con ansias de poder, de figurar y que, eso, lo ha vuelto indiferente a quienes tiene a su lado, salvo que los necesite o pueda sacar de ellos algún provecho.

Esta parábola nos habla del pecado de la indiferencia, de la insolidaridad, del pecado de omisión pues, viendo una necesidad y pudiendo hacer algo, no lo hacemos.

Si nos fijamos, aquel rico de la parábola no tiene nombre. El nombre, en la cultura judía, habla de la identidad, del ser de la persona… Y aquel hombre, cuyo horizonte era únicamente lo material, su propio bienestar y disfrute, ha ido perdiendo el contacto con su ser, con su esencia, hasta el punto de no tener nombre… es solo un rico, a quienes todos ven no en su esencia de persona, sino en lo que tiene. Sin embargo, el pobre sí tiene nombre, se llama Lázaro, que significa “Ayuda del Señor”. Aquel pobre lo ha perdido todo, menos su ser, su dignidad. Y aquel, a quien nadie ve ni atiende, es mirado por Dios, solo que, no olvidemos, la providencia de Dios somos nosotros, y el Señor llama continuamente a la puerta de nuestra conciencia y de nuestro corazón para que seamos solidarios.

Hay un detalle que suele pasar desapercibido. Aquel rico tenía cinco hermanos; es decir, su padre tenía 6 hijos. Seis es un número imperfecto. Solo si integran en la familia a Lázaro, solo si lo reconocen y lo tratan como hermano, serán siete, y así alcanzarán la plenitud de la fraternidad. Solo si integramos a los Lázaros de nuestro mundo, podremos hablar de una sociedad verdaderamente justa, humana, fraterna, según el proyecto inicial de Dios.

Esta parábola es una apelación al hoy. El único deseo de Dios es que aprendamos a vivir como hermanos. Todas las palabras y acciones de Jesús iban dirigidas a eso, a enseñarnos a vivir como hermanos, a denunciar las múltiples formas de injusticia, de insolidaridad. Jesús cree en nosotros, cree en la capacidad de la humanidad de romper con el círculo egocéntrico en el que estamos metidos.

Que no nos pase como a aquel rico que pedía que alguien fuera a decirles a sus hermanos cómo tenían que comportarse en esta vida. Nosotros lo sabemos, el evangelio es muy claro… Y, como decía san Juan de la Cruz, al final de la vida seremos examinados en el amor… En nosotros está hacerlo vida con los Lázaros que están a nuestra puerta… No hace falta ir a buscarlos… Basta abrir los ojos…

2. MEDITA
  • ¿“Veo” a los “Lázaros” que están a mi alrededor o he caído en la indiferencia? Piensa detenidamente en ello.
  • ¿Soy consciente de que mis bienes me han sido dados para compartirlos? ¿Cómo lo demuestro?
3. ORA
  • Dialoga con el Señor...
  • Pídele… Dale gracias…
  • Haz silencio en tu interior…
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viernes, 16 de septiembre de 2022

XXV Domingo (Ciclo C): Seamos creativos para hacer el bien (Lucas 16, 1-13)

 

1. LEE: Lucas 16, 1-13

Este domingo, la liturgia nos propone un evangelio desconcertante, el conocido como “Parábola del administrador deshonesto”.

Después de dedicar las tres parábolas sobre la misericordia a quienes lo criticaban por acoger a publicanos y pecadores que, como comentamos la semana pasada, lo que pretenden es darnos a conocer quién es y cómo actúa Dios, ahora se va a dirigir directamente a sus discípulos, es decir, a todos nosotros.

Una vez más, Jesús se va a valer de un hecho de la vida real para sacar una enseñanza. El caso es sencillo. Se trata de un administrador que ha estado malversando los bienes de su señor. Este, al enterarse, le anuncio su despido. Al verse en esta situación, aquel administrador rápidamente ingenia una estrategia. Se va a ir reuniendo con deudores del dueño y les va a rebajar la deuda. De este modo, cuando esté en la calle, tendrá a quienes acudir para cobrarles el favor.

Una lectura rápida de la parábola nos da la impresión de que Jesús alaba a este administrador tramposo. Sin embargo, si la leemos despacio, veremos que, sin negar que su actuación es deshonesta, es su señor quien se admira de su ingenio.

Este hecho le lleva a Jesús a una reflexión: los hijos de este mundo son más astutos que los hijos de la luz… Quienes obran el mal, quienes actúan en su propio beneficio, los ladrones, los corruptos, los… son más ingeniosos y creativos que quienes estamos llamados a trabajar por una sociedad más justa y equitativa, por un mundo según el corazón de Dios…

Por eso, Jesús no alaba la trampa, sino la astucia, el ingenio para resolver una situación adversa.

Así mismo, aprovecha la oportunidad para recordarnos que nosotros somos administradores de los dones y bienes del Señor, pues tenemos la tendencia a olvidarnos de ellos y a apropiárnoslos. Y que, como administradores que somos, tendremos que dar cuenta de esta administración, del uso que hemos hecho de ellos…

La enseñanza de esta parábola, por tanto, es doble. La primera, recordarnos que somos solo administradores de los dones y bienes que tenemos, y que el Señor nos los ha dado no para acaparar o para nuestro propio beneficio sino para compartir y ponerlos al servicio de los demás y que daremos cuenta de esta administración. Y, en segundo lugar, es una llamada a que seamos sagaces y creativos para colaborar en la construcción de un mundo más justo y humano.

2. MEDITA
  • ¿Me considero un buen administrador de los dones y bienes que el Señor me ha confiado? ¿Los comparto y los pongo al servicio de los demás?
  • ¿Soy una persona “astuta” y creativa para hacer el bien?
3. ORA
  • Dialoga con el Señor...
  • Pídele… Dale gracias…
  • Haz silencio en tu interior…
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viernes, 9 de septiembre de 2022

XXIV Domingo (Ciclo C): Historia de un padre bueno (Lc 15, 1-32)


1. LEE: Lucas 15, 1-32

¿Quién de nosotros alguna vez no nos hemos sentido “perdidos”? Hemos sentido que hemos perdido el rumbo, no sabemos cómo seguir avanzando… Ya no hallamos gusto en lo que hacemos… Nos sentimos como enajenados…, fuera de nosotros, lejos de todo y de todos… Y, quién de nosotros no ha perdido alguna vez algo valioso y ha movido cielo y tierra hasta encontrarlo… El evangelio de hoy va de esto, de objetos y personas perdidas…

Lucas nos presenta tres parábolas… hermosas para unos, escandalosas e incomprensibles para otros… depende de cuál sea –o creamos que es– nuestra posición… Si nos consideramos perdidos, serán una buena noticia; si nos consideramos “perfectos” y mejores que la mayoría, puede que nos parezcan injustas y absurdas… Por eso Jesús era buena noticia para quienes se sabían pecadores y fue rechazado precisamente por quienes se creían buenos y despreciaban, rechazaban y juzgaban a los demás… y hasta a Jesús.

Con estas tres parábolas, Jesús nos muestra el rostro de Dios, quién es y cómo actúa. Dios es como aquel pastor a quien se le ha perdido una oveja… Porque aquella que le falta es su oveja… Y aunque tenga otras 99, se da cuenta de que le falta una… Y sabe que si no va a buscarla y no la encuentra pronto, será presa de los lobos, pues aquella oveja no será capaz de volver sola… O como aquella mujer que ha perdido una moneda, algo muy valioso, y revolverá toda la casa hasta encontrarla, pues la moneda no aparecerá si no se la busca… Hay quien dice, pero si ya tiene 99, qué importa que haya perdido una… Si le quedan 9 monedas, para qué tomarse tanto trabajo por una… ¡Dios es así…! Cada uno de nosotros somos valiosos para Él, pues somos suyos…

Pero, el mejor retrato de Dios sin duda es la parábola que habla de un padre y sus dos hijos… El padre representa a Dios y sus dos hijos a la humanidad…

El pastor busca su oveja; la mujer, su moneda… Aquí el padre no irá a buscar al hijo que se marchó de casa, veremos que, a quien tiene que salir a buscar es, paradójicamente, a aquel que se supone nunca se marchó.

En el caso de su hijo menor, el padre respeta su libertad hasta el extremo de dejarlo marchar de casa, aún sabiendo todos los riesgos que va a correr, pero estará siempre esperándolo con los brazos abiertos y el amor intacto… Y basta que su hijo haya hecho el gesto de regresar a casa, para que aquel padre salga corriendo a acogerlo sin imponerle ningún tipo de castigo o condiciones… Sabe lo que su hijo ha sufrido y lo importante es que ha vuelto a casa… El amor es así…

Mas su corazón también es lastimado por aquel hijo que se quedó en casa, pero que tiene el corazón resentido y amargado y que se ha vuelto duro e implacable. Vive en casa de su padre, pero se siente esclavo, tratado injustamente. Para él, su padre es un tirano, un explotador… no se ha sabido sentir hijo… y tampoco hermano… Basta ver la dureza con la que habla a su padre y el modo en que se refiere a su hermano a quien nunca reconoce como tal (¡ese hijo tuyo!). Y, en este caso, es el padre quien sale a buscarlo para intentar que entre a casa pues, al igual que su hijo menor, está fuera y no quiere entrar…

Y, sí, ambos representan la humanidad… Y cada uno de nosotros tenemos algo de ellos… Somos el hijo que muchas veces se va de casa, abusa de su libertad, toma malas decisiones, solo piensa en sí mismo… y somos aquel hijo mayor, cumplidor, trabajador, que cumple todo lo que manda la Iglesia, pero que no nos sentimos hijos sino soportando una carga pesada y envidiando a quienes pueden hacer lo que les da la gana… Aquel hijo mayor no ha descubierto el gozo de vivir en casa de su padre…

Y Dios es como el mejor de los padres, como la mejor de las madres… Siempre estamos en su corazón, siempre estará saliendo a nuestro encuentro para ayudarnos a volver a casa, siempre tendrá las puertas abiertas…, pero no nos obligará a entrar…

Por eso Jesús se dirige de manera especial a aquellos que se habían extraviado, los considerados pecadores públicos, es decir, de sobra conocidos y excluidos. Y estos, se sentían acogidos y lo escuchaban con interés… En cambio, a aquellos hombres religiosos y estudiosos, esto les parecía escandaloso e injusto… Al igual que aquel hijo mayor, viven en casa de su padre pero su corazón está lejos de Él y desprecian a los demás, pues no los reconocen como hermanos… y Jesús sigue intentando que también ellos entren a casa, entren en la lógica y modo de ser de Dios que es padre… pero solo encontró resistencia…

Las tres parábolas son un canto de alegría… Dios se alegra cada vez que nos encuentra, que volvemos a casa… no le importa el pasado sino el hoy… y nos invita a actuar como Él, a buscar a aquel hermano que se ha perdido, a volver a casa si somos nosotros quienes nos hemos alejado con la confianza de que siempre seremos recibidos, y a alegrarnos con el Padre cuando, por fin, todos estamos en casa…

2. MEDITA
  • ¿Tengo la experiencia de haber sido encontrada por Dios cuando me había perdido?
  • ¿Comparto yo ese modo de ser de Dios de salir a buscar al hermano perdido?
  • ¿Me alegro cuando alguien que se ha “alejado” vuelve a casa?
3. ORA
  • Dialoga con el Señor...
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sábado, 3 de septiembre de 2022

XXIII Domingo (Ciclo C): Si quieres ser mi discípulo... (Lc 14, 25-33)


1. LEE: Lucas 14, 25-33

El evangelio de hoy es una llamada a tomarnos en serio nuestro seguimiento. Jesús nos advierte del riesgo de ser cristianos mediocres y nos expone tres exigencias muy concretas: tenerlo a Él como prioridad absoluta, amarlo sobre todas las cosas, incluida nuestra propia familia, personas cercanas, incluso nosotros mismos; en caso de conflicto, la prioridad la tiene Él. Así mismo, nos recuerda que no debemos vivir apropiándonos egoístamente de los bienes, debemos ser desprendidos, pues estos deben tener una finalidad social. En el fondo es una llamada a ser verdaderamente libres, sin vivir apegados a nada ni a nadie sino solo a Él.

Veamos el contexto. Jesús está camino a Jerusalén y lo sigue mucha gente. Entonces Él les dirigirá unas palabras que son una clara advertencia. Por tanto, es una enseñanza dirigida a todos lo que le siguen, no a un grupo “especial”.

La frase que se repite hasta en tres ocasiones es: «no puede ser mi discípulo». Por tanto, lo que Jesús hace es decir con claridad los impedimentos para llegar a ser verdaderos discípulos suyos. Esta es la clave de lectura.

Las tres exigencias que propone Jesús son:
  • Posponer a toda su familia.
  • Cargar con su cruz.
  • Renunciar a todos sus bienes.
Las tres se resumen en una sola: disponibilidad y entrega total. Sin ella no puede haber seguimiento.

La primera tiene muchas traducciones. Literalmente dice: «quien no odia…» Esto es un semitismo que debe entenderse como: quien ama más a su familia o a sí mismo más que a mí… Dicho de otro modo, se trata de tener claras las prioridades y la prioridad absoluta es Jesús. Y recordemos que, no pocas veces, nuestra propia familia, las personas más cercanas y nuestro propio ego pueden ser un impedimento de cara a vivir los valores evangélicos y seguir a Jesús.

La segunda, refuerza esto. Si en momentos de conflicto o a la hora de tomar decisiones esto no está claro, lo más probable es que nos quedemos a mitad de camino y terminemos claudicando. Porque el seguimiento en no pocas ocasiones traerá cruz.

Las dos parábolas usadas por Jesús ilustran estas dos condiciones y nos invitan a una seria y honrada reflexión.

En cuanto a la tercera exigencia, «renunciar a todos sus bienes» no es nada fácil entenderla para nosotros hoy y tendemos a relativizarla. Recordemos que a los que entraban a formar parte de la primera comunidad cristiana se les exigía que pusieran a disposición de la comunidad todo lo que tenían. No se tiraban por la borda los bienes; solo se renunciaba a disponer de ellos al margen de la comunidad. El objetivo era que en la comunidad no hubiera pobres ni ricos, sino que todos tuvieran las mismas posibilidades de acceder a lo que se consideraba de todos.

Hoy, esta exigencia apunta a recordarnos que los bienes, dicho en lenguaje de hoy, deben tener un fin social. Yo no soy dueño y señor absoluto y debo aprender a compartir y recordar que soy administrador del Señor.

Seguir a Jesús es cosa seria. Ser cristiano es más que una tradición, una costumbre, una rutina: exige una radical opción personal de vida en la que se pone en juego lo más interior y lo más auténtico que somos. Hay que des­perezarse, hay que discernir, hay que decidir, hay que optar. El evangelio, llamativa­mente, nos exhorta a saber jerarquizar los valores y, para un discípulo, el supremo valor es Jesús, su persona y su proyecto.

2. MEDITA
  • ¿Hasta qué punto en mi vida lo primero es mi seguimiento a Jesús, vivir de acuerdo a sus valores, construir su Reino?
  • ¿Qué obstáculos concretos (o qué otras prioridades) me pueden impedir un seguimiento más auténtico, comprometido y fiel?
3. ORA
  • Dialoga con el Señor...
  • Pídele… Dale gracias…
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jueves, 25 de agosto de 2022

XXII Domingo (Ciclo C): Seamos humildes y generosos (Lc 14, 1.7-14)

1. LEE: Lucas 14, 1.7-14

El evangelio de hoy nos va a brindar una enseñanza muy útil para nuestra vida cotidiana.

Jesús sigue su camino hacia Jerusalén. Ahora, sin embargo, lo vamos a ver asistiendo a una comida. El jefe de los fariseos lo ha invitado a su casa a una gran fiesta a la que asisten muchos invitados.

El tema de la comida es muy importante en los evangelios. A Jesús le gustaba compartir la mesa con todo tipo de personas, publicanos, pecadores, prostitutas y gente importante. Él no hace acepción de personas. Al parecer era algo tan habitual en Él, que lo llegaron a acusar de ser un comilón y un borracho.

Participar en comidas tiene un significado muy especial. En las comidas se da un ambiente familiar, cercano. Con este gesto, Jesús quería poner de manifiesto que Dios es alguien cercano, alguien que está deseando sentarnos a su mesa, como un padre o una madre ansía siempre reunir a su familia. De hecho, las comidas de Jesús son un antecedente de la eucaristía. En la eucaristía, nos reunimos en torno al Señor sus hijos e hijas y, allí, el nos alimenta con su cuerpo y con su sangre, comparte con nosotros su misma vida.

Ya en la comida, Jesús observa el comportamiento de la gente. Él es un contemplativo. Observa y de todo saca una enseñanza. Y, ¿qué observa? Que hay personas que enseguida buscan los primeros puestos y que, seguramente, a alguno de ellos les habrán llamado la atención pues se sentaron donde no les correspondía…, ¡qué vergüenza!

Aprovechando esto, cuenta una parábola en la cual se nos anima a no buscar “lo mejor” para nosotros sino para los demás; a tener una visión “modesta” de nosotros mismos. Incluso lo motiva con argumentos también muy humanos: “no exponernos al ridículo”.

En nuestras sociedades competitivas, lo importante es lograr protagonismo –primeros puestos–, despertar admiración y en­vidia; lo que prima es, como suele decir­se, “salir en la foto”. En cambio, Jesús nos recuerda que quien asigna los puestos es el anfitrión, que quien tiene un lugar reservado para nosotros es Dios, que no necesitamos estar buscando un lugar relevante pues Dios ya nos tiene sentados a su mesa. Se nos invita, por tanto, a la humildad.

A continuación, se dirige al anfitrión. Como suele ser habitual, aquel jefe de fariseos había invitado a sus amigos, parientes, personas importantes… Y Jesús le dice que, para la próxima, invite a cojos, lisiados, pobres, etc. ¿Por qué? Porque Jesús quiere que aprendamos a actuar sin esperar nada a cambio, a actuar con gratuidad y generosidad. Es decir, nos anima a hacer el bien a quienes no podrán recompensarnos, a romper con la dinámica de hacer las cosas siempre y cuando podamos obtener algún beneficio.

Dicho esto, el evangelio nos regala una bienaventuranza: Si actuamos así, seremos felices, pues la recompensa la tendremos de nuestro Padre del cielo.

Actuemos con sencillez, sin andar buscando protagonismos y seamos generosos, gratuitos… como es Dios con nosotros…

2. MEDITA
  • ¿Soy de los que buscan los primeros puestos?
  • En lo que hago, ¿busco algún tipo de reconocimiento o recompensa? ¿Cómo me siento cuando no los recibo?
  • ¿Soy “elitista” en mis relaciones? ¿A qué tipo de personas suelo excluir o sencillamente ignorar?
3. ORA
  • Dialoga con el Señor...
  • Pídele… Dale gracias…
  • Haz silencio en tu interior…
4. COMPROMÉTETE
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viernes, 19 de agosto de 2022

XXI Domingo (Ciclo C): "La puerta estrecha" (Lc 13, 22-30)


1. LEE: Lucas 13, 22-30

Muchos grupos y sectas, y no pocas personas, viven obsesionados por saber cuántas personas podrán finalmente salvarse, y si, entre ellos, estaremos nosotros. Precisamente el evangelio de hoy nos habla de la famosa “puerta estrecha” que da acceso al Reino de Dios, es decir, a Dios mismo, y de quiénes entrarán en él.

Seguimos en camino hacia Jerusalén. Lucas insiste en recordarnos este dato en muchos momentos (cfr. 9,51.53.57; 10,1.38; 11,1; 13,22.33; 14,25; 17,11; 18,31.37; 19,1.11.28). En ese camino, un oyente “anónimo” (podría ser cualquiera) le hace una pregunta a Jesús: «Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?» Jesús no entra en el “cuántos” sino que aprovecha para dar una enseñanza clara: «Luchen para entrar por la puerta estrecha». Esta es la exhortación que nos hace el evangelio de hoy. A él no le interesa el número sino que nos recuerda que entrar en la lógica del Reino no es fácil; por nuestra parte requiere “lucha”, compromiso. No porque sea cuestión de puños sino porque debemos luchar contra nuestras dinámicas egocéntricas, con nuestra tendencia a la mediocridad, a conformarnos con lo ya conseguido. Entrar por la puerta estrecha es hacer vida el mensaje de Jesús sin caer en la trampa de creer que basta con llamarnos cristianos. Recordemos, no el que dice «Señor, Señor entrará en el Reino» sino el que hace la voluntad del Padre; es decir, el que vive conforme al evangelio.

Tenemos que asumir con decisión el camino de nuestro seguimiento, sin caer en la trampa de pensar que, con lo que somos y hacemos, ya es suficiente y hemos llegado a la meta; el irnos asemejando a Jesús es un camino de toda la vida. De fondo hay un dato importante: Ni ser israelita entonces ni ser cristiano ahora asegura automáticamente la entrada en el Reino de Dios. Incluso la “seguridad” de pertenecer a la Iglesia o ejercer en ella servicios diversos puede ser un obstáculo real para entrar en él.

El texto nos advierte de que podemos encontrarnos con la sorpresa de encontrar la puerta cerrada y escuchar: «No sé de dónde son ustedes» (vv. 25.27). Por tanto, no basta haber “comido y bebido” con Jesús (¿haber participado en la Eucaristía?), ni haber escuchado su enseñanza (saber muy bien la doctrina de la Iglesia, conocer el evangelio…). El problema es no hacerlo vida. Y, más aún, se los acusa de estar supuestamente cerca del Maestro y, sin embargo, “hacer el mal”. Lo fundamental son las obras, la vida.

La imagen del llanto y rechinar de dientes expresa el fracaso y la desilusión de unos seguidores que creían tenerlo todo “seguro” y “derecho” al Reino y descubren que no son ellos quienes entran sino aquellos a quienes consideraban “fuera” (¿paganos?, ¿increyentes?).

El paradójico dicho del v. 30 alude, en primer lugar, a una circunstancia histórica: el pueblo judío contemporáneo de Jesús, primer depositario de la salvación, lo rechazó, a pesar de haberlo tenido tan cerca. En cambio, pueblos procedentes de todas las partes de la tierra, que no habían conocido la tradición religiosa que desembocaba en la persona única de Jesús, entrarán primero.

Esto mismo es aplicable a nosotros. Existe el riesgo de que muchos cristianos “practicantes” nos creamos mejores, por encima (“primeros”) de “otros”. Sin embargo, está claro que nos llevaremos sorpresas… Lo que cuenta no es la “etiqueta” que llevamos sino la vida.

Dicho esto, conviene recordar que Juan dirá claramente que Jesús es la puerta, la puerta que nos permite el acceso a Dios. Hay que “entrar” por Él, por sus enseñanzas, por su lógica…

2. MEDITA
  • ¿“Lucho” contra todo aquello que no me ayuda a vivir acorde al evangelio?
  • ¿Vivo de acuerdo a lo que creo? ¿Pongo en “práctica” las enseñanzas de Jesús o me limito a “saberlas”?
  • ¿Voy siendo cada vez más fiel a la persona y al proyecto de Jesús, nuestro Maestro?
3. ORA
  • Dialoga con el Señor...
  • Pídele… Dale gracias…
  • Haz silencio en tu interior…
4. COMPROMÉTETE
  • ¿A qué te invita su Palabra?
  • ¿Qué podrías mejorar o cambiar?

jueves, 11 de agosto de 2022

XX Domingo (Ciclo C): "He venido a traer fuego a la tierra" (Lc 12, 49-53)


1. LEE: LUCAS 12, 49-53

Este domingo 20 del tiempo ordinario seguimos en el contexto del camino a Jerusalén que, recordemos, es camino de formación de los discípulos y nos propone enseñanzas muy importantes para seguir creciendo como seguidores de Jesús. 
En el evangelio de hoy, Jesús habla de su misión en estos términos: «Yo he venido a prender fuego en la tierra». ¿Qué nos quiere decir?

El símbolo del fuego aparece en la Biblia con diversos sentidos, por ejemplo: devastación y castigo, purificación e iluminación. Y, sí, el fuego destruye e ilumina, purifica y calienta… La frase nos recuerda también la predicción de Juan el Bautista, quien anunció que detrás de él venía uno que bautizaría «con Espíritu Santo y fuego» (Lc 3,16). Así, en el evangelio de Lucas esta frase alude también al Espíritu que Jesús ha venido a traer. Jesús ha venido a transformar los corazones, a hacerlos arder, como a los caminantes que se dirigían a Emaús. El pro­fundo anhelo de Jesús es ver cómo su Espí­ritu –que el mismo evangelista Lucas describirá como “lenguas de fuego” (Hch 2, 1-13)– purifica y renueva los corazones, aunque toda purificación conlleva un acrisolamiento a veces doloroso.

Esta misión tiene un precio. La imagen del bautismo parece referirse al destino sufriente de Jesús, como “el precio” a pagar por su fidelidad al encargo encomendado. Bautizarse es sumergirse, sumergirse en las aguas profundas de la muerte. Jesús es consciente de su destino, y ello le genera angustia (recordemos Getsemaní), pero la angustia no le impide desear llegar hasta el final.

El deseo de Jesús es que ese bautismo se realice pronto; pues esa inmersión en el sufrimiento era necesaria (Lc 24,7.26.44-46) para que la vida nueva que emerge del bautismo, el fuego, se pro­pagase por doquier. Ese es también el simbolismo del bautismo cristiano como explícitamente lo afirma San Pablo: es un morir; pero para renacer a una vida nueva (Rm 6,4; Col 2,12).

¿Cuáles son las repercusiones de esa misión? De manera desconcertante Jesús proclama: «¿Piensan que he venido a traer al mundo la paz? No, sino división» (Mt 10,34 hablará de “espa­da”). ¿Hay una contradicción con lo que tan a menudo ha dicho? Jesús llamó bienaventu­rados a los que luchan por la paz (Mt 5,6). Y el saludo del Resucitado empieza siempre por la oferta y el deseo de paz (Lc 24,39; Jn 20,19). Pero el mismo Jesús ha advertido que la paz que él nos desea y nos da no es como la da “el mundo” (Jn 14,27). En el discurso de despedida en la Última Cena, afirma que esa paz puede coincidir con la tribulación en un mundo que se rebela ante su mensaje: «Estas cosas les he hablado para que en mí tengan paz. En el mundo tendrán tribulaciones; pero confíen en mí. Yo he vencido al mundo» (Jn 16,33).

Para entender bien esto, hay que tener presente que no todo a lo que llamamos paz es auténtica paz. En línea con los profetas –principalmente de Jeremías–, la paz que Jesús ha venido a traer no es la paz de los cementerios, donde nunca pasa nada... Es una paz, que muchas veces implica conflicto, pues supone oponerse a muchas situaciones que van contra los valores del evangelio, contra todas aquellas situaciones que deshumanizan a las personas.

Por tanto, la sorprendente afirmación de que Jesús viene a traer división debe comprenderse, en primera instancia, en sentido histórico: el Mesías Jesús fue motivo de división entre los judíos y en su seno familiar; Jesús fue, en verdad, una “señal de contradicción”, como ya en el mismo evangelio de la infancia Simeón lo había profetizado (cf. Lc 2,34).

Además, en un mundo tan convulso y tan injusto como el nuestro, nuestra fidelidad a la persona y proyecto de Jesús también generará esa misma división y contradicción. La exigencia de la justicia y de la vida digna para todos los seres humanos habitualmente choca con los intereses egoístas de personas y países que, aunque suene fuerte, viven a costa de la muerte de otros. Hay poderosas “estructuras de pecado” que no aceptan de buen grado las exigencias del Evangelio que tienen que ver con la justicia social.

Por tanto, el discípulo que quiere llevar al mundo el fuego de Jesús ha de contar con que se enfrentará a resistencias y oposición. El proyecto y la persona de Jesús quiebra el orden de algunos valores sociales aceptados comúnmente. La existencia del mal es lo que explica que un mensaje de amor pueda provocar divisiones y perturbar la vida social “instalada”. Pero es un fuego que, aunque quema, trae luz, calor y ardor a la oscura frialdad de este mundo. Ser, como discípulos, una brasa de ese fuego en nuestro tiempo es una tarea que vale la pena; pero requiere fortaleza.

En resumen: Hoy el evangelio nos dice con claridad que la misión de Jesús es traer fuego a la tierra. Un fuego que queme todo aquello que deshumaniza al ser humano, que queme todo aquello que no nos permite vivir según los valores del Reino. Y esa misión le acarreará sufrimiento y muerte (imagen del bautismo), una muerte que generará nueva vida. Vivir los valores de Jesús también nos traerá conflicto, pues entraremos en contradicción con los valores reinantes, pero esa será la señal de que somos auténticos seguidores de Jesús y deberemos aprender a mantener firmes, al igual que Jesús.

2. MEDITA
  • ¿He experimentado alguna vez que mi seguimiento a Jesús, vivir de acuerdo a los valores del evangelio genera división, incomprensión y conflicto?
  • ¿Cómo los he afrontado? ¿Prefiero ceder, en nombre de la paz para no “complicarme la vida”?
  • ¿En qué siento que tendría que ser más valiente? ¿Con qué tendría que “romper”?
3. ORA
  • Dialoga con el Señor...
  • Pídele… Dale gracias…
  • Haz silencio en tu interior…
4. COMPROMÉTETE
  • ¿A qué te invita su Palabra?
  • ¿Qué podrías mejorar o cambiar?