1. LEE: Lucas 15, 1-32
¿Quién de nosotros alguna vez no nos hemos sentido “perdidos”? Hemos sentido que hemos perdido el rumbo, no sabemos cómo seguir avanzando… Ya no hallamos gusto en lo que hacemos… Nos sentimos como enajenados…, fuera de nosotros, lejos de todo y de todos… Y, quién de nosotros no ha perdido alguna vez algo valioso y ha movido cielo y tierra hasta encontrarlo… El evangelio de hoy va de esto, de objetos y personas perdidas…
Lucas nos presenta tres parábolas… hermosas para unos, escandalosas e incomprensibles para otros… depende de cuál sea –o creamos que es– nuestra posición… Si nos consideramos perdidos, serán una buena noticia; si nos consideramos “perfectos” y mejores que la mayoría, puede que nos parezcan injustas y absurdas… Por eso Jesús era buena noticia para quienes se sabían pecadores y fue rechazado precisamente por quienes se creían buenos y despreciaban, rechazaban y juzgaban a los demás… y hasta a Jesús.
Con estas tres parábolas, Jesús nos muestra el rostro de Dios, quién es y cómo actúa. Dios es como aquel pastor a quien se le ha perdido una oveja… Porque aquella que le falta es su oveja… Y aunque tenga otras 99, se da cuenta de que le falta una… Y sabe que si no va a buscarla y no la encuentra pronto, será presa de los lobos, pues aquella oveja no será capaz de volver sola… O como aquella mujer que ha perdido una moneda, algo muy valioso, y revolverá toda la casa hasta encontrarla, pues la moneda no aparecerá si no se la busca… Hay quien dice, pero si ya tiene 99, qué importa que haya perdido una… Si le quedan 9 monedas, para qué tomarse tanto trabajo por una… ¡Dios es así…! Cada uno de nosotros somos valiosos para Él, pues somos suyos…
Pero, el mejor retrato de Dios sin duda es la parábola que habla de un padre y sus dos hijos… El padre representa a Dios y sus dos hijos a la humanidad…
El pastor busca su oveja; la mujer, su moneda… Aquí el padre no irá a buscar al hijo que se marchó de casa, veremos que, a quien tiene que salir a buscar es, paradójicamente, a aquel que se supone nunca se marchó.
En el caso de su hijo menor, el padre respeta su libertad hasta el extremo de dejarlo marchar de casa, aún sabiendo todos los riesgos que va a correr, pero estará siempre esperándolo con los brazos abiertos y el amor intacto… Y basta que su hijo haya hecho el gesto de regresar a casa, para que aquel padre salga corriendo a acogerlo sin imponerle ningún tipo de castigo o condiciones… Sabe lo que su hijo ha sufrido y lo importante es que ha vuelto a casa… El amor es así…
Mas su corazón también es lastimado por aquel hijo que se quedó en casa, pero que tiene el corazón resentido y amargado y que se ha vuelto duro e implacable. Vive en casa de su padre, pero se siente esclavo, tratado injustamente. Para él, su padre es un tirano, un explotador… no se ha sabido sentir hijo… y tampoco hermano… Basta ver la dureza con la que habla a su padre y el modo en que se refiere a su hermano a quien nunca reconoce como tal (¡ese hijo tuyo!). Y, en este caso, es el padre quien sale a buscarlo para intentar que entre a casa pues, al igual que su hijo menor, está fuera y no quiere entrar…
Y, sí, ambos representan la humanidad… Y cada uno de nosotros tenemos algo de ellos… Somos el hijo que muchas veces se va de casa, abusa de su libertad, toma malas decisiones, solo piensa en sí mismo… y somos aquel hijo mayor, cumplidor, trabajador, que cumple todo lo que manda la Iglesia, pero que no nos sentimos hijos sino soportando una carga pesada y envidiando a quienes pueden hacer lo que les da la gana… Aquel hijo mayor no ha descubierto el gozo de vivir en casa de su padre…
Y Dios es como el mejor de los padres, como la mejor de las madres… Siempre estamos en su corazón, siempre estará saliendo a nuestro encuentro para ayudarnos a volver a casa, siempre tendrá las puertas abiertas…, pero no nos obligará a entrar…
Por eso Jesús se dirige de manera especial a aquellos que se habían extraviado, los considerados pecadores públicos, es decir, de sobra conocidos y excluidos. Y estos, se sentían acogidos y lo escuchaban con interés… En cambio, a aquellos hombres religiosos y estudiosos, esto les parecía escandaloso e injusto… Al igual que aquel hijo mayor, viven en casa de su padre pero su corazón está lejos de Él y desprecian a los demás, pues no los reconocen como hermanos… y Jesús sigue intentando que también ellos entren a casa, entren en la lógica y modo de ser de Dios que es padre… pero solo encontró resistencia…
Las tres parábolas son un canto de alegría… Dios se alegra cada vez que nos encuentra, que volvemos a casa… no le importa el pasado sino el hoy… y nos invita a actuar como Él, a buscar a aquel hermano que se ha perdido, a volver a casa si somos nosotros quienes nos hemos alejado con la confianza de que siempre seremos recibidos, y a alegrarnos con el Padre cuando, por fin, todos estamos en casa…
2. MEDITA
- ¿Tengo la experiencia de haber sido encontrada por Dios cuando me había perdido?
- ¿Comparto yo ese modo de ser de Dios de salir a buscar al hermano perdido?
- ¿Me alegro cuando alguien que se ha “alejado” vuelve a casa?
3. ORA
- Dialoga con el Señor...
- Pídele… Dale gracias…
- Haz silencio en tu interior…
4. COMPROMÉTETE
- ¿A qué te invita su Palabra?
- ¿Qué podrías mejorar o cambiar?
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