viernes, 29 de abril de 2022

III Domingo de Pascua (Ciclo C): "¿Me amas?" Cuida de tus hermanos y hermanas (Jn 21, 1-19)

1. LEE: Juan 21,1-19

Jesús se “manifiesta” (se hace visible, experimentable) nuevamente (se insiste en ello tres veces). Ya no en domingo, como las veces anteriores, sino en un día cualquiera, un día “laborable”, pues Él se puede manifestar en cualquier momento, en momentos ordinarios, cotidianos, en el día a día. Y no “dentro de la casa”, sino “fuera”, pues nuestra vida se desenvuelve “dentro” y “fuera”, con momentos de vida en común y de actividad misionera. La presencia de Jesús se requiere en ambas. Sin él, ni la comunidad ni la misión funcionan.

Los discípulos están juntos, hombres y mujeres. Esto ha sido ya efecto de la resurrección de Jesús... Están juntos discípulos y discípulas... Donde está Dios, hay unidad...

No están todos; están 7... Tampoco es necesario estar todos juntos... Los 7 representan a toda la comunidad...

Simón Pedro toma la iniciativa de ir a pescar; lo expresa, no da órdenes, y los demás deciden acompañarlo... Ya no solo son discípulos; son compañeros... Faenan juntos, en la misma barca...

Esa noche no pescan nada. Al amanecer, estaba Jesús en la orilla... Estaría allí todo el tiempo, toda la noche, siguiéndolos con la mirada, como aquella vez que atravesaron esa tempestad terrible... Pero, al ser de noche, no lo ven... ¡Qué difícil es ver al, Señor, en la noche...! Pero está ahí, atento a lo que nos acontece...

De repente, un desconocido les dice que echen la red a la derecha. Ya no discuten, sencillamente aceptan la sugerencia de aquel hombre misterioso... y se produce el “milagro”... ¡Cuántas veces nos habla a través de “desconocidos”! Por eso, hay que aprender a escuchar todas las voces... Y, al ver los “resultados”, queda patente que ha sido obra suya... En aquel desconocido, hablaba el Señor...

De inmediato solo lo reconoce el discípulo amado, aquel que tiene esa relación cercana, amorosa, entrañable con Jesús... Y, gracias a él, los demás...

Luego, ya en la orilla, se nos presenta una escena sencilla, cotidiana... El Señor se manifiesta en la sencillez de la hospitalidad. A quienes vienen de trabajar, Jesús les tiene preparada una comida caliente y, además, valora el fruto de su trabajo y les pides parte de lo que han pescado... Se manifiestas en la mesa, en el trabajo, en la vida compartida... No lo “ven”, pero lo perciben, lo reconocen en aquellos gestos... Con ello se nos invita a aprender a mirar con los ojos del corazón... El Señor no se manifiesta con truenos y relámpagos o con apariciones deslumbrantes, sino en gestos sencillos de amor, de preocupación por el otro, de cercanía... Se manifiesta así, y es así como, a su vez, nos invita a manifestarlo.

A continuación, hay un diálogo entre Jesús y Pedro. No hay reproches, solo una pregunta: «Pedro, ¿me amas?». El verbo que utiliza es “ágape”. Es un verbo fuerte, comprometido... Supone un amor incondicional, oblativo, desinteresado, gratuito... ese amor que solo tiene Dios, tal vez una madre... un amor que permanece fiel, que no depende de la reciprocidad... Tal vez por eso Pedro responde con el verbo “filía”, que denota un amor de amistad, hecho de reciprocidad, de compañerismo… En todo caso, Jesús insiste en preguntar a Pedro acerca de sus sentimientos hacia Él, del tipo de relación que mantiene con Él... Ahí se juega todo… Y, al final, Jesús lo que desea es que Pedro le manifieste ese amor en el cuidado hacia sus hermanos y hermanas que le son encomendados…

2. MEDITA
  • ¿Experimento la presencia de Jesús en medio de mis tareas cotidianas?
  • ¿Me siento amado por Jesús en mi debilidad e incoherencias?
  • ¿Adónde y a quiénes me envía hoy el Señor?
3. ORA
  • Haz silencio en tu interior...
  • Dialoga con el Señor...
  • Pídele... Dale gracias...
4. COMPROMÉTETE
  • ¿A qué te invita su Palabra?
  • ¿Qué podrías mejorar o cambiar? Decide cosas concretas.

sábado, 23 de abril de 2022

II Domingo de Pascua (Ciclo C): "Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor" (Jn 20, 19-31)

1. LEE: Juan 20, 19-31

Durante este Tiempo Pascual, se nos propone meditar en distintos textos que hacen referencia a la experiencia de que Jesús “resucitó de entre los muertos”; es decir, que estaba vivo, acompañando a sus discípulos en el camino de la vida y animándolos para continuar su misión en el mundo: mostrar el rostro amoroso de Dios Padre, ayudar a que todos, hombres y mujeres, llegaran a vivir plenamente, “como Dios quiere”, liberándolos de tantas formas de esclavitud, que no nos permite ser nosotros mismos, desarrollar todo el potencial con el que Dios nos ha dotado, vivir como hijos y hermanos.

El evangelio de Juan nos presenta un itinerario para experimentar la presencia del Resucitado. Primero, nos pone ante el sepulcro vacío (Jn 20,1-10)… Un hecho que podía tener múltiples explicaciones: han robado el cuerpo (María Magdalena)…; un hecho sin ninguna explicación (Pedro); o, una señal que nos habla de que el sepulcro está vacío porque el Señor ha vencido a la muerte y está vivo (el discípulo amado)… La experiencia de sentirnos amados por el Señor, nos ayuda a descubrir su presencia en acontecimientos que, a simple vista, no tienen ningún sentido.

Acto seguido, se nos habla del encuentro de María Magdalena con Jesús resucitado (Jn 20,11-18). María, anclada en el pasado, queriendo aferrarse a un “muerto”, de pronto, se siente llamada por su nombre; es decir, conocida en lo profundo de su ser… y amada. Jesús se le hace presente en un jardinero, en una “figura” nueva, distinta… El Resucitado se nos puede hacer presente a través de muchas personas y situaciones… pero es Él… Ella intenta nuevamente aferrarlo, pero Él la invita a soltarlo… No necesita agarrarlo… Él no se va a ir nunca… Él estará siempre a su lado… Y la envía a dar esta gran noticia a los demás discípulos que andan desconcertados, desilusionados, abatidos…

A continuación, ese mismo días, Jesús Resucitado se hará presente, “visible”, “experimentable” en medio de la comunidad de discípulos (Jn 20,19-31)… Jesús sigue saliendo al encuentro de aquellos hombres y mujeres que, muertos de miedo, se han encerrado en el Cenáculo, en el mismo lugar donde, pocos días antes, Él se les había entregado en un trozo de pan y un poco de vino… Y Jesús es capaz de penetrar en ese recinto cerrado, es capaz de hacerse presente en nuestro interior, a pesar de, tantas veces, estar encerrados en nosotros mismos… Y se pone en medio… Y cuando Él está en el centro de nuestra vida, de la comunidad, todo cambia… Vuelve la ilusión, vuelve la alegría, vuelve la esperanza… Y no nos deja en nosotros mismos, sino que nos envía… Sopla sobre nosotros su Espíritu y nos envía a perdonar, a ser instrumento de reconciliación… Pero no todos estaban allí, faltaba Tomás… Y, para él, no fue suficiente el testimonio de quienes habían visto a Jesús Resucitado…

Ocho días después, aquellos discípulos siguen encerrados… Todos necesitamos tiempo… Y Jesús vuelve a hacerse presente… Los vuelve a inundar con su paz (¡la paz y la alegría son señales claras de la presencia del Resucitado!). Y se dirige a Tomás, el “incrédulo”… (¡y todos tenemos algo de incrédulos)… No lo deja en evidencia ni le reprocha…; al contrario, accede a sus requerimientos, a esa necesidad de ver, de tocar que tenemos todos… Y Tomás, el incrédulo, hace la confesión de fe más grandiosa: ¡Señor mío y Dios mío…! Así, Jesús ha recuperado también a Tomás y nos ha regalado una nueva bienaventuranza: "¡Dichosos los que creen sin haber visto!" Sí, dichosos quienes hemos creído en el testimonio de sus discípulos… Dichosos los que creerán a través de nuestro testimonio…

Sin duda, esta es una de las grandes tareas del Resucitado: recuperar a quienes se habían perdido… Devolvernos la confianza, la alegría, la paz… Romper nuestras barreras, ayudarnos a abrir nuestras puertas, a vencer nuestros miedos… ¡Cuántas veces no lo ha hecho con nosotros! Y nos lanza al mundo, a ser testigos de esta maravillosa noticia...

2. MEDITA
  • ¿Dónde y cómo he experimentado en mi vida a Cristo Resucitado?
  • ¿Qué miedos necesito superar para anunciar al Señor?
  • ¿Soy portador/a de paz, instrumento de reconciliación?
  • ¿Adónde y a quiénes me envía hoy el Señor?
3. ORA
  • Haz silencio en tu interior...
  • Dialoga con el Señor...
  • Pídele... Dale gracias...
4. COMPROMÉTETE
  • ¿A qué te invita su Palabra?
  • ¿Qué podrías mejorar o cambiar? Decide cosas concretas.

sábado, 16 de abril de 2022

Domingo de Resurrección (Ciclo C): "Vio y creyó" (Jn 20,1-9)

 

1. LEE: Jn 20, 1-9

Todo tiene un comienzo. Incluso cuando todo parece acabado, la vida renace. Lo seco, de repente florece. A pesar de los miedos, la incertidumbre y las dudas sobre el futuro, la vida renace y siempre es posible un nuevo inicio. Incluso si el deseo de volver a empezar debe afrontar cada vez la lucha contra la tentación que nos invita a abandonar, es importante que sepas que la muerte ha sido vencida y la vida puede siempre tener un nuevo comienzo.

Este es el mensaje de Pascua, y el texto del evangelio de hoy describe de manera realista la dificultad de creer que la vida vuelve a comenzar y que todo se renueva aun cuando parece imposible.

Estamos de nuevo en “el primer día”, como si se tratase de una nueva creación. La muerte está dejando espacio a la vida, pero es difícil creerlo, es difícil imaginar que de verdad las cosas puedan recomenzar de nuevo. Ese sentimiento de consternación, de fracaso, la amarga desilusión nos habitan.

María Magdalena va al sepulcro cuando todavía es oscuro. Comienza su viaje apenas puede, movida por el deseo irrefrenable o, tal vez, simplemente por el escrúpulo de terminar lo que no había podido hacer aquel viernes. María busca un cuerpo para ungir, tiene un deber que cumplir. Busca un sepulcro sobre el que llorar, un lugar donde derramar su lamento.

Somos así: más que tomarnos el trabajo de volver a empezar, preferimos buscar sepulcros sobre los que llorar. Nos detenemos. A veces nos pasamos la vida entera sin ver la luz de un futuro posible.

Todavía está oscuro, tal vez porque todavía hay oscuridad en el corazón de María, en el corazón de una persona que no consigue ver el sol que nace. En el corazón de María está la oscuridad de la confusión, la oscuridad de la tristeza, el crepúsculo de la desilusión.

Muchas veces nos damos cuenta de que un nuevo comienzo es posible solo cuando atravesamos una ausencia. El vacío nos revela que no se puede seguir adelante así. Dentro de aquel sepulcro María no encuentra ya nada, ni siquiera un cuerpo por quien llorar. María encuentra un espacio vacío. Y allí experimenta el esfuerzo del comienzo y el riesgo de detenerse. El vacío puede hacernos caer en el precipicio o puede empujarnos a buscar. María podría detenerse allí y desperdiciar su vida lamentándose. Aquello que buscaba, ya no está.

María, en cambio, se deja interrogar por aquella ausencia. Se pregunta dónde está su maestro, donde está aquel que busca su corazón. Como la esposa del Cantar de los Cantares, María se lanza en la noche de la desilusión para buscar a aquel que ama. Cuando realmente amas, no te resignas, sino que te pones a buscar. Aunque sea de noche.

Al igual que la esposa del Cantar, también María pide ayuda, se confronta, se deja acompañar. Así también Pedro y el otro discípulo, aquel que Jesús amaba, son imagen de aquellos llamados a emprender un nuevo comienzo, a partir de situaciones diversas. Aquel vacío no los deja indiferentes, sino que, paradójicamente, los empuja a buscar. Todos deben ponerse en movimiento a partir del propio presente.

Pedro es imagen de una fe que busca continuamente entender. Las cuentas no le cuadran. Es la imagen de una fe cansada, que no consigue correr. Es una fe debilitada por la traición. Una fe que todavía necesita ser sanada. Pedro llega al sepulcro. También él observa aquel vacío. Ve las vendas y el sudario en orden, como si todo hubiera sucedido con calma, pero de Pedro no se dice que cree. Pedro inicia un camino que lo llevará hasta Galilea. Allí, su curación pasará a través de aquel triple interrogatorio sobre el amor.

El otro discípulo, aquel que Jesús amaba, no tiene nombre, tal vez para darnos a cada uno de nosotros la posibilidad de tomar su lugar. Aquel discípulo es la imagen de quien ha tenido la experiencia de sentirse amado por Jesús. Ha escuchado su corazón. Ha permanecido junto a la cruz. Se ha sentido llamado y entregado al corazón de una Madre. Este discípulo es imagen de una fe llena de entusiasmo que sabe correr y también esperar. Este discípulo deja que Pedro entre primero. Es el discípulo que cree aun cuando todavía no comprende. Para él, este nuevo comienzo significa redescubrir el deseo de amar, dejar que el corazón se vuelva a encienda.

(Traducción de un comentario del P. Gaetano Piccolo S.I.)

2. MEDITA

1) ¿Me siento «discípulo amado»? ¿Tengo la experiencia de ser amada por el Señor?

2) ¿Sé descubrir en mi vida cotidiana, en los acontecimientos históricos, la presencia del Señor Resucitado? Recuerda alguna experiencia.

3. ORA
  • Haz silencio en tu interior...
  • Dialoga con el Señor...
  • Pídele... Dale gracias...
4. COMPROMÉTETE
  • ¿A qué te invita su Palabra?
  • ¿Qué podrías mejorar o cambiar? Decide cosas concretas.

Vigilia Pascual: ¡Ha resucitado!


Esta noche, los cristianos celebramos la denominada “Vigilia Pascual”.

La celebración de la Vigilia Pascual no es sólo la celebración más importante de todo el año litúrgico, sino que es, además, una de las Liturgias más hermosas…

En la Vigilia, la Iglesia celebra con gran alegría la victoria de Jesús sobre la muerte… En la Vigilia celebramos la gran intervención de Dios en la historia, cuyo poder se manifiesta en dar la vida en plenitud a su Hijo Jesús… Su poder no lo liberó de la muerte, pues esto habría sido no tomarse en serio el ser hombre de verdad y Jesús vivió su humanidad con todas las consecuencias… Esto, de por sí, es ya una enseñanza. Dios no nos libera de los avatares de la existencia sino de la nada, del sinsentido, del egoísmo para conducirnos a la vida plena, plenitud que sólo se encuentra junto a Él y en el amor y servicio a los hermanos… Participar en la Vigilia es unirnos a la alegría de Jesús que vuelve a la casa del Padre vencedor, pues no cayó en la tentación de desconfiar del amor de su Padre ni de devolver el mal por mal; su victoria es haber amado siempre… Celebrar su resurrección es sentirlo vivo, presente en medio de nosotros; es aprender a vivir ya aquí y ahora, como resucitados, pues participamos de la misma vida de Dios.

La resurrección de Jesús no fue la reanimación de un cadáver. De ser así, sería algo transitorio. La resurrección es el comienzo de una nueva forma de ser y existir que rompe con las barreras propias del tiempo y del espacio; por eso, Jesús puede estar en todas partes y en todos los tiempos precisamente porque está en Dios.

La resurrección como tal no tuvo testigos. Sin embargo existen testimonios abundantes de apariciones diversas y listas de testigos con nombres propios. Entre todos ellos, cabe destacar la aparición a las mujeres. Todos los evangelios coinciden en afirmar que la primera en encontrarse con el Resucitado fue María Magdalena, y fue ella, junto a otras mujeres que la acompañaban, quienes recibieron la misión de Jesús de anunciarlo a sus discípulos. De hecho, María Magdalena es reconocida por la Iglesia como la apóstol de los apóstoles. Todo ello nos permite afirmar que la resurrección fue un hecho histórico, aunque trasciende la historia. Sabemos que resucitó aunque no sepamos cómo lo hizo.

Creer en la resurrección supone creer que merece la pena vivir como Jesús vivió, dar la vida por lo que Él la dio. Creer en la resurrección es haber descubierto que vivir así es lo que nos conduce a la vida. Creer en la resurrección es creer que estamos llamados a la vida, que todo no termina en la muerte. Creer en la resurrección es creer que no estamos hechos para la nada sino para vivir con Dios y en Dios. Creer en la resurrección es creer que el amor vence, que nadie nos puede matar el amor, que Dios siempre tiene la última palabra y sale por los inocentes. Y esto, no solo en lo que llamamos “la otra vida”, sino ya aquí y ahora. Por eso, Juan afirma que la vida eterna empieza al conocer a Dios ya en esta vida y al vivir como Jesús vivió, amando y sirviendo.

A lo largo de 40 días nos hemos ido preparando para este momento… Y es tal su importancia y profundidad, que necesitaremos celebrar esta fiesta durante 50 días seguidos (hasta Pentecostés), que es lo que llamamos el Tiempo Pascual.

Hoy tendremos la oportunidad de vivir todos, esta hermosa liturgia desde nuestra casa gracias a los medios de los que disponemos, la televisión, Internet…

La Vigilia Pascual está articulada en cuatro momentos: El Rito de la Luz, la Liturgia de la Palabra, la Liturgia Bautismal y la Liturgia Eucarística.

La celebración empieza con el Rito de la Luz. El templo está a oscuras. En el exterior, se bendice el fuego. De ese fuego se enciende el Cirio Pascual, una enorme vela que simboliza a Cristo, luz para el mundo, que ilumina las tinieblas que nos envuelven. Acto seguido, los fieles encienden sus velas de la llama del Cirio, participando de su misma luz que nos convierte, también a nosotros, en luz del mundo. Llegados al presbiterio, se coloca en un lugar bien visible, se encienden todas las luces del templo y se canta el Pregón Pascual, antiguo himno que es una explosión de alegría que proclama la gloria de la Resurrección de Cristo. También nosotros podríamos tener una vela que simbolice a Cristo y pequeñas velas para cada uno de los presentes.

Luego continúa la Liturgia de la Palabra, en la que se leen siete relatos del Antiguo Testamento que recogen lo esencial de la Historia de la Salvación, intercalados con salmos y oraciones. Tras estos, se entona el Gloria que no se había cantado desde que empezó la Cuaresma, y se repican las campanas. Después se lee un fragmento de una carta apostólica del Nuevo Testamento. Tras esta lectura se entona de manera solemne el Aleluya, y se procede a leer el Evangelio correspondiente.

Tras la homilía tiene lugar la Liturgia Bautismal. En muchos casos es en este momento cuando se administra el Bautismo a los nuevos cristianos de ese año. Se bendice el agua de la pila bautismal, se cantan las Letanías de los Santos y se renuevan las promesas bautismales, tomando de nuevo la luz del cirio pascual, y se los asperja con agua bendita. También nosotros podríamos renovar nuestro compromiso como bautizados en ese momento.

Finalmente, se continúa la celebración con la Liturgia Eucarística de la manera acostumbrada. La eucaristía, como siempre termina con el envió a la misión, que en este día es solemnizado por el doble aleluya que se añade.

Animémonos a participar de esta celebración y que el Señor nos conceda la gracia de experimentar todos la presencia de Cristo Resucitado en nuestra vida, en nuestra familia, en nuestro mundo.

viernes, 15 de abril de 2022

Sábado Santo: "El día después..."


El Sábado Santo es el día de la soledad, el día del silencio, el de callar… Es el día de hacer memoria, de recordar, de traer al corazón lo que hemos contemplado y celebrado el Jueves y el Viernes Santo.

El Sábado Santo representa el "día después"... El día en que empezamos a ser conscientes de lo que ha pasado... Ese día terrible en el que nos quedamos solos y vienen a nosotros un alud de pensamientos y sentimientos... El día en el que, superado el shock inicial de los acontecimientos, nos preguntamos "por qué", "qué es lo que realmente ha ocurrido..."

Cristo ha sido sepultado, desciende a lo profundo de la tierra, como el grano de trigo, como la semilla que espera a dar fruto. La afirmación de que Cristo fue sepultado es una manera de reafirmar que su muerte fue real. En el Credo se dice que “descendió a los infiernos”; es decir, su amor, su misericordia, su ámbito de influencia no tiene fronteras, ni en esta vida ni en la otra... No hay lugar, por desgraciado que nos parezca, donde Dios no pueda llegar, de donde Él no nos pueda rescatar. Esta certeza es una gran fuente de confianza y esperanza…

El Sábado Santo no se celebra la Eucaristía en ninguna parte del mundo; ni siquiera se da la comunión. Es el modo de expresar litúrgicamente la muerte de Jesús.

En medio de este silencio, del desconcierto, la huida y la decepción de muchos, destaca la figura María. Por eso es también el día de acompañar a María en su soledad, de acompañarla en su dolor y en silencio. En ella contemplamos la confianza inquebrantable, la fuerza de esperar y el amor incondicional. No sabe cómo, pero tiene la certeza de que Dios se hará presente.

Hoy es un día de sentir a María como nuestra Madre y de acogerla en nuestra casa, en nuestra vida, de hacer realidad las palabras de Jesús: “He aquí a tu Madre”. Es un día de sentir su protección y su amor maternal.

María es la Madre Dolorosa, aquella a la que una espada de dolor le atravesó su corazón… No solo el viernes santo, sino en tantos momentos de su vida… Cuando corrió el riesgo de ser apedreada, cuando no encontraban lugar en la posada, cuando tienen que huir a Egipto, cuando Jesús con apenas 12 años se queda en el templo, cuando ve las hostilidades que se ciernen sobre su hijo cuando sale a la vida pública, cuando, finalmente, lo ve repudiado, torturado, crucificado… Ella, que al nacer lo tuvo en su regazo, lo ha vuelto a recibir al bajar de la cruz y lo ha dejado en el sepulcro… Por eso, ella es capaz de comprender nuestros dolores y sufrimientos… Sabe lo que es perder un hijo… Por eso, también nosotros podemos abandonarnos en su regazo… Ella es la mujer fuerte que nos enseña a esperar y a confiar… Dios es fiel, no nos abandona nunca y tendrá la última palabra…

Hay una hermosa oración que dice así:

María, tú nos enseñas:
  • Que el dolor no procede de Dios porque Dios nos llama a la vida plena, a la felicidad que no tiene fin.
  • Que nosotros somos quienes sembramos oscuridad y muerte cuando nos negamos a amar.
  • Que el dolor no debe endurecernos ni amargarnos, sino que nos debe hacer comprensivos y asequibles con otros que también sufren.
  • Que Dios nos llama a colaborar con Él para aliviar el dolor y el sufrimiento.
  • Que es posible aceptar aún las situaciones que no podemos entender…
  • Que encontrar el sentido del dolor y de la muerte es encontrar la sensibilidad de la libertad…
  • Que es posible seguir amando siempre y en todo momento…
  • Que asumir la muerte y el dolor del hermano es hacerte uno con él y caminar por el mismo sendero.
  • Que amar en plenitud, al estilo de Jesús, es estar convencidos de que hay que dar la vida por el que se ama.
María, tú vienes ahora con nosotros, conmigo, con los de casa, con todos los que sufren para que la oscuridad de la ruta no nos pierda, para que la dureza del trabajo no nos canse, para que la Luz de la casa del Padre nos alumbre siempre.

Sábado Santo, un día para meditar en silencio y preparar el corazón para la Vigilia Pascual que celebraremos esta noche…

jueves, 14 de abril de 2022

Viernes Santo: "Me amó y se entregó por mí".

 

El Viernes Santo rememoramos la muerte de Jesús. Es un día intenso, cargado de sentido… Desde el principio aparece como un día de luto y ayuno.

La liturgia de hoy se centra en la Celebración de la muerte de Jesús y la Adoración de la cruz. Con ello, se nos invita a meditar sobre el sentido de su muerte, y no cualquier muerte, sino una muerte humillante, cruel.

La crucifixión de Jesús fue el resultado de un prolongado enfrentamiento con las autoridades judías. Con sus obras y su mensaje, Jesús se presenta no sólo como el Mesías, sino como el Hijo de Dios: perdona los pecados, critica algunas interpretaciones de la Ley y de las prácticas judías. Por eso fue acusado de blasfemo. En el fondo, sus planteamientos suponían una crítica profunda a todo el sistema religioso de la época.

Jesús fue condenado por los judíos en un juicio apañado, pero fue crucificado por los romanos, pues los judíos no tenían poder para dar muerte y necesitaban la autorización de Roma. Por eso transformaron los cargos de Jesús, de carácter religioso (Hijo de Dios; es decir, blasfemo) en cargos políticos (Rey de los judíos, subversivo, ir contra el César). Su muerte fue una cadena de responsabilidades… Anás y Caifás se lo pasan a Pilatos, este a Herodes, y, finalmente, al pueblo… Así, quedaba diluida la responsabilidad… como también sucede en la actualidad…

Jesús muere no porque Dios lo quisiera así o para pagar una deuda por nosotros, sino que muere porque se atreve a romper los esquemas de una sociedad que esclaviza al hombre y eso, al que detenta el poder no le gusta… Y, sí, quien vive así, coherente, acaba perseguido, arrestado, torturado, asesinado…, como tantos profetas y mártires a lo largo de la historia.

Con todo, no es un día triste, es un día en que recordamos y agradecemos una vida entregada hasta el final, un amor que es capaz de amar hasta dar la vida. Por un lado, contemplamos la crueldad de la humanidad, capaz de matar a un inocente sin que le tiemble el pulso y sin el menor remordimiento, hasta al mismo Dios; pero contemplamos también a Dios, capaz de seguirnos amando incluso cuando damos muerte a su propio hijo. La muerte de Jesús en la cruz es la expresión de una vocación vivida hasta el final, hasta las últimas consecuencias... Un amor capaz de pasar por el dolor, el sufrimiento, la traición, la soledad, la muerte... La cruz es la gran denuncia de la muerte de tantos inocentes, también hoy, de nuestros silencios cómplices, de nuestras cobardías, y es la máxima prueba de que Dios nos ama. Por eso, necesitamos que el Señor nos conceda la gracia de no quedarnos en el sufrimiento, en una compasión superficial, sino de penetrar en el corazón de Jesús y ver todo el amor que desprende…

En la muerte de Jesús contemplamos la realización del proyecto de Dios sobre la persona humana. Jesús nos dice cómo se es hombre y mujer de verdad. Él fue el hombre transformado por el espíritu de Dios y que ha respondido hasta el final amando, es aquel que es capaz de entregarse voluntariamente por amor a los demás, que vence el odio extendiendo el amor hasta el último momento a los mismos enemigos que le dan muerte. Es así como se convierte en fuente de vida… y es así como estamos llamados a vivir nosotros…

Esto es lo que celebramos en la liturgia de hoy, una liturgia sobria, austera, profunda…

El día de hoy no se celebra la eucaristía, si bien existe la posibilidad de recibir la comunión con las formas consagradas el día anterior. 

La celebración consta de tres partes: la liturgia de la Palabra, la adoración de la cruz y la comunión. Hoy se lee la pasión según san Juan. La liturgia de la Palabra concluye con la llamada oración universal; esta es una oración muy solemne. Con la confianza puesta en el Señor que muere en la Cruz, que es nuestro Mediador y nuestro Sumo y Eterno Sacerdote, pedimos al Padre la salvación, la salud, la paz para todo el mundo… y creo que este año esta oración tiene una fuerza muy especial.

En el momento de la adoración, recordemos que no adoramos el sufrimiento; adoramos, agradecemos el amor. 

Participar en la celebración de la muerte de Jesús supone el compromiso de luchar por eliminar las cruces de la historia hoy y de amar hasta el final, como Él, siempre (en cualquier circunstancia) y a todos (incluidos los enemigos)...

Otros dos actos también especialmente significativos son el Via Crucis, por medio del cual acompañamos a Jesús en su camino hacia el monte Calvario, y en las situaciones de dolor y sufrimiento de hoy, y la Meditación de las 7 palabras, que reflexiona sobre las últimas palabras de Jesús dichas en la cruz… Toda una síntesis de su vida… Jesús muere perdonando, confiando en su Padre, entregándose, orando…

Que el día de hoy sea un día de acompañar a Jesús. Lee la pasión, identifícate con alguno de los personajes, dedica un tiempo a orar, a estar al pie de la cruz, como aquellas mujeres, que tuvieron la valentía y el amor suficiente como para seguirlo hasta el final.

Jueves Santo: "Haced esto en memoria mía"

 

El Jueves Santo conmemoramos la Última Cena del Señor con sus discípulos más cercanos, entre los que se encontraban hombres y mujeres.

Siempre se había pensado que la Última Cena fue una cena pascual judía. Sin embargo, actualmente parece más verosímil la versión del evangelio de Juan que la sitúa la víspera de la Cena Pascual, precisamente para dejar en evidencia que la muerte de Jesús en la cruz coincide con el sacrificio del cordero pascual en el Templo. De esto se hizo eco el Papa Benedicto, hace ya algunos años, en su homilía del Jueves Santo de 2007.

Ahora bien, lo verdaderamente importante es caer en la cuenta de que los primeros cristianos tuvieron conciencia de que la verdadera Pascua no fue la que se celebró al salir de Egipto, sino la que celebró Jesús. Él es quien nos libera de la verdadera esclavitud, la del pecado, pues este nos aleja de la fuente de la vida que es Dios, rompiendo así la fuente de comunión conmigo misma, con los demás, con el Padre.

En la eucaristía del Jueves Santo se introduce el gesto de lavar los pies, y en las lecturas se repiten las palabras de Jesús: "Haced esto en memoria mía..." Las pronuncia al instituir la Eucaristía y en el Lavatorio de los pies...

Jesús insiste en un "hacer"... Pero, ¿hacer qué? ¿Se refería a seguir celebrando eucaristías?, ¿a repetir estos gestos en la consagración? Probablemente para aclarar la manera de entender esta expresión, Juan, en lugar de narrar la institución de la eucaristía, narra el lavatorio de los pies, con la intención de ayudar a entender mejor este mandato de Jesús.

Juan nos recuerda que Jesús, en un gesto desconcertante, se levantó de la mesa, de la cena que Él presidía, y se puso a lavar los pies a sus discípulos... Desconcertante por el momento (los pies se lavaban al entrar a la casa, como gesto de hospitalidad para quien llega con los pies llenos de polvo por el camino) pero, sobre todo, porque era un acto propio de esclavos...

El gesto de Jesús fue desconcertante. ¿Cómo Él siendo el Maestro y el Señor hace eso?... Jesús es experto en crear situaciones que generan desconcierto precisamente para dar una enseñanza... De hecho, ante la resistencia de Pedro al ver a Jesús sirviendo, Jesús le dice: "Ahora tú no entiende lo que yo hago, lo entenderás más tarde..." Y a los discípulos: "¿Entendéis lo que he hecho con vosotros?"... Y la pregunta hoy es: ¿Lo entendemos nosotros...?

La humildad, el servicio, no es algo que hay que hacer porque nos ha sido mandado o como una concesión... No... La humildad, el servicio, es el modo de ser de Dios, por eso es el modo en que vivió Jesús... Vivir de manera humilde y sirviendo a los demás es aprender a vivir como Dios y, por tanto, a vivir como sus hijos...

Por tanto, Jesús, tanto en el gesto del pan partido y del vino repartido, así como en el lavatorio de los pies, lo que viene es a poner delante de nosotros lo que ha sido toda su vida y lo que tiene que ser la nuestra: una vida que se da, que se entrega, que se parte, que se reparte, que se deshace por los demás...; una vida entendida como servicio humilde, sencillo, callado, a todos... Éste es el "hacer" al que Jesús se refiere... "Haced esto..." quiere decir, vivid como yo he vivido, ¡eso es lo que Dios quiere, ésa es la voluntad de mi Padre sobre ti, sobre el mundo!... Por eso, en el lavatorio de los pies, añade: "Y seréis felices si lo hacéis..." Es decir, el secreto de la felicidad es el servicio…

Cuando se entiende así, la eucaristía cobra todo su sentido... En la eucaristía, el Señor nos alimenta con su propio cuerpo y con su propia sangre; es decir, con su propia vida... En la eucaristía escuchamos su Palabra, que ilumina nuestro sendero y nos indica el camino a seguir… En la eucaristía partimos y compartimos el pan con los hermanos y hacemos comunidad; en la eucaristía somos enviados a prolongar este modo de entender la vida, se nos envía a vivir aquello que celebramos... Por eso "ir a misa" se convirtió en un “precepto”..., porque es algo bueno, algo sin lo cual un cristiano no puede vivir, pues es la fuente en la que se alimenta para amar, para dar la vida como Jesús...

Aprendamos de este Dios que se abaja para ponerse a nuestra altura; ese Dios que lava los pies a Judas, al traidor; que sigue amándonos en medio de nuestras traiciones y olvidos... Aprendamos a acoger y a agradecer su amor y seamos canal por el que ese amor llegue a esta humanidad que necesita, más que preceptos, amor...

Después de la eucaristía, se trasladan las formas consagradas al “Monumento”, donde permanecerán “reservadas”. Allí, se suele tener una noche de oración, que muchos denominan Hora Santa. El sentido de esta vela nocturna es acompañar a Jesús en su Oración en el Huerto de Getsemaní, donde después de una gran lucha interna, acepta la entrega de la propia vida, y acompañarlo, también, en aquella noche en la que fue abandonado por sus discípulos y tomado prisionero a la espera de un juicio cuya sentencia ya estaba dictada.

Participemos de estas celebraciones y unámonos a toda la Iglesia, a todos los cristianos dispersos por el mundo y renovemos nuestro compromiso de vivir como Jesús, de hacer lo que Él hizo, y dispongámonos a acompañarlo a lo largo de su pasión.

lunes, 11 de abril de 2022

El Triduo Pascual

SENTIDO DEL TRIDUO PASCUAL

Presentar en pocas palabras el sentido del Triduo Pascual es prácticamente imposible. Por eso, sólo intentaré dar unas pequeñas pinceladas que nos puedan ayudar a entender y celebrar estos días, atisbando el significado de estos acontecimientos.
Lo primero que hay que tener en cuenta es que, a lo largo de estos tres días, celebramos un único acontecimiento: El Misterio Pascual, la Pascua del Señor, el paso de Jesús a la casa del Padre, nuestro paso de la muerte a la vida, el restablecimiento de la plena comunión con Dios y con los hermanos.
Antes de presentar cada uno de los días, una pequeña observación. Un “Triduo” alude a tres días. Pero, si el Triduo comienza el jueves, ¿acaso no son cuatro días? O, como me dijo una vez una persona, “es que el sábado no se cuenta”. ¿O acaso es el domingo el que no forma parte del Triduo? La cuestión es que a muchos las cuentas no les salen y resuelvan el problema como pueden.
Lo que ocurre es lo siguiente. El Triduo Pascual comienza con la celebración de la Institución de la Eucaristía, al atardecer del jueves. Por tanto, según el modo judío de contar los días, éste se considera ya el día siguiente; es decir, como si fuera parte del viernes (recordemos que para los judíos, el día termina al ponerse el sol, dando origen al nuevo día).
Aclarado este punto, entremos a presentar el sentido de cada uno de los días.

JUEVES SANTO
 En el Jueves Santo hay dos celebraciones significativas: la misa crismal (que no forma parte del Triduo) y la celebración de la cena del Señor (la Última Cena).
En la Misa crismal el obispo se reúne con todos los presbíteros de su diócesis y se consagra el crisma que será utilizado en diversos sacramentos. Con ello, se hace visible la unidad de la Iglesia y su dimensión misionera que parte de la eucaristía celebrada en torno al obispo.
Es en la celebración de la Última Cena donde se abre la gran fiesta del año: la Pascua.
Todo comenzó allí, en la Última Cena, en aquella reunión y despedida dramática. Allí Cristo asume en plenitud su misión, y adelanta, en signos (pan, vino, lavatorio de los pies) el desenlace final. Allí celebra la nueva Alianza y nos entrega el único mandamiento de los cristianos: “amaos los unos a los otros como yo os he amado”.
Siempre se ha pensado que la Última Cena, la primera eucaristía, fue una cena pascual judía. Sin embargo, actualmente parece más verosímil la versión del evangelio de Juan que la sitúa la víspera de la Cena Pascual, precisamente para dejar en evidencia que la muerte de Jesús en la cruz coincide con el sacrificio del cordero pascual en el Templo (cf. Homilía de Benedicto XVI, el Jueves Santo de 2007).
En realidad, esto no tiene mayor importancia. Lo verdaderamente importante es caer en la cuenta de que los primeros cristianos tuvieron conciencia de que la verdadera Pascua no fue la que se celebró al salir de Egipto, sino que la celebró Jesús. Él es quien nos libera de la verdadera esclavitud, la del pecado, que nos enajena de nosotros mismos al alejarnos de la fuente de la vida que es Dios, rompiendo así la fuente de comunión conmigo mismo, con los demás, con el Padre.
En la Cena, Jesús anticipa el desenlace final de su vida. Parte el pan y lo reparte. El pan simboliza su cuerpo entregado, una vida totalmente vivida para los demás, partida y repartida. Toma la copa de vino, la bendice y la reparte. El vino simboliza su sangre; es decir, su vida. Jesús se entrega en cuerpo y alma, entero. Beber del cáliz significa estar dispuestos a compartir la misma suerte de Jesús y sellar con Él una Alianza, un pacto: amar como él amó.
Juan no narra la institución de la eucaristía. En su lugar, coloca el Lavatorio de los pies. Con ello explica el sentido de la eucaristía y de la vida de Jesús, una vida vivida en total servicio de los demás. Por eso dice: “Yo he hecho esto con vosotros para que vosotros hagáis lo mismo y seréis dichosos si lo cumplís”.
En la Eucaristía, en cada eucaristía, nosotros renovamos este pacto, nos comprometemos a vivir como Jesús, amando y sirviendo a los demás, y celebramos la pascua, la entrega de Jesús, el paso de la muerte a la vida, la liberación de una vida centrada en nosotros mismos y abierta a los demás.
Después de la eucaristía, se trasladan las formas consagradas al “Monumento”, donde permanecerán “reservadas”. Allí, se suele tener una noche de oración, que muchos denominan Hora Santa. El sentido de esta vela nocturna es acompañar a Jesús en su Oración en el Huerto de Getsemaní, donde después de una gran lucha interna, acepta la entrega de la propia vida, y acompañarlo, también, en aquella noche en la que fue abandonado por sus discípulos y tomado prisionero a la espera de un juicio cuya sentencia ya estaba dictada.

VIERNES SANTO
El Viernes Santo celebramos la muerte de Jesús.
La muerte de Jesús es el acontecimiento histórico más seguro y mejor datable del destino de Jesús. Es muy probable que tuviera lugar el 7 de abril del año 30.
Su muerte en la cruz es el resultado de un enfrentamiento de Jesús con las autoridades judías. Con sus obras y su mensaje, Jesús se presenta no sólo como el Mesías, sino como el Hijo de Dios: perdona los pecados, critica algunas cuestiones de la Ley y de las prácticas judías. Por eso fue condenado como blasfemo.
Jesús fue condenado por los judíos en un juicio apañado, pero fue crucificado por los romanos, pues los judíos no tenían poder para dar muerte. Por eso transformaron los cargos de Jesús (Hijo de Dios; es decir, blasfemo, delito religioso) en cargos políticos (Rey de los judíos, subversivo, delito político, contra el César).
La condena de Jesús es un entramado de complicidades y cobardías en las cuales hay muchos responsables... Como ocurre en la actualidad… Intervienen las autoridades religiosas, políticas e incluso el pueblo, el mismo pueblo que lo aclamó el Domingo de Ramos… ¡Así es la naturaleza humana!
Desde el principio aparece como un día de luto y ayuno. El ayuno no se hace por penitencia (ya no estamos en cuaresma), pretende ser expresión de solidaridad (cuando vemos sufrir a alguien que queremos, se nos quita el apetito).
La celebración principal es la Celebración de la muerte de Jesús y la Adoración de la cruz. Con todo, no es un día triste, es un día en que se celebra una vida entregada hasta el final, un amor que es capaz de amar hasta dar la vida. Contemplamos la crueldad de la humanidad, capaz de matar hasta al mismo Dios; pero contemplamos también a Dios, capaz de seguirnos amando incluso cuando damos muerte a su propio hijo. La muerte de Jesús en la cruz es la expresión de una vocación vivida hasta el final, hasta las últimas consecuencias... Un amor capaz de pasar por el dolor, el sufrimiento, la traición, la soledad, la muerte... La cruz es la gran denuncia de la muerte de tantos inocentes, incluso hoy, de nuestros silencios cómplices y cobardías, y es la máxima prueba de que Dios nos ama.
En la muerte de Jesús culmina la realización del proyecto de Dios sobre la persona humana. Jesús nos dice cómo se es hombre y mujer de verdad. Él fue el hombre transformado por el espíritu de Dios y que ha respondido hasta el final amando, es aquel que es capaz de entregarse voluntariamente por amor a los demás, que vence el odio extendiendo el amor hasta el último momento a los mismos enemigos que le dan muerte. Es así como se convierte en fuente de vida.
La celebración de la muerte de Jesús supone el compromiso de luchar por eliminar las cruces de la historia hoy y de amar hasta el final, como Jesús, siempre (en cualquier circunstancia) y a todos (incluidos los enemigos)...

SÁBADO SANTO
El Sábado Santo es el día del gran silencio. Cristo es sepultado, desciende a lo profundo de la tierra, como el grano de trigo, como la semilla que espera a dar fruto.
La afirmación de que Cristo fue sepultado es una manera de confirmar que su muerte fue real. Incluso se dice que “descendió a los infiernos”; es decir, su vida, su ámbito de influencia no tiene fronteras, ni en esta vida ni en la otra... no hay lugar, por desgraciado que sea donde Dios no pueda llegar, de donde Él no nos pueda rescatar.
Este día no se celebra la Eucaristía; ni siquiera se da la comunión.
En medio del silencio y la decepción de muchos destaca la gran esperanza y confianza de María. En ella encontramos la confianza inquebrantable, la fuerza de esperar y el amor incondicional. Por eso es también el día de acompañar a María, de acompañarla en su dolor y en silencio. Ella nos enseña a confiar, a esperar y a amar de verdad.
Es un día de sentir a María como nuestra Madre y de acogerla en nuestra casa, en nuestra vida, de hacer realidad las palabras de Jesús: “He aquí a tu Madre. Es un día de sentir su protección y su amor de Madre”.

LA VIGILIA PASCUAL
La gran noticia que se produce “al amanecer del primer día de la semana” es que Jesús ha resucitado! Cristo no acabó en la pasión ni en la muerte del Viernes santo sino que el Padre lo rescató de la muerte y le dio la vida en plenitud
El acontecimiento pascual de Cristo es el centro de la historia y de su historia, el núcleo fundamental de la fe apostólica, el quicio de la fe y de la vida cristiana y eclesial, la esencia de la eucaristía: la vida vence a la muerte; la muerte no tiene la última palabra.
La resurrección como tal no tuvo testigos. Sin embargo existen testimonios abundantes de apariciones diversas y listas de testigos con nombres propios. Todo ello nos permite afirmar que la resurrección es un hecho histórico. Sabemos que resucitó aunque no sepamos cómo lo hizo.
La resurrección no es la reanimación de un cadáver. De ser así, sería algo transitorio. La resurrección es el comienzo de una nueva forma de ser y existir que rompe con las barreras propias del tiempo y del espacio; por eso, Jesús puede estar en todas partes y en todos los tiempos precisamente porque está en Dios.
Creer en la resurrección supone creer que merece la pena vivir como Jesús vivió, dar la vida por lo que Él la dio. Más aún, que es la única vida que conduce a la vida. Creer en la resurrección es creer que estamos llamados a la vida, que todo no termina en la muerte. Creer en la resurrección es creer que no estamos hecho para la nada sino para encontrarnos con Dios. Por eso Juan afirma que la vida eterna empieza ya ahora, al conocer a Dios ya en esta vida.
Creer en la resurrección es creer que el amor vence, que nadie puede matar el amor, que Dios siempre tiene la última palabra y saldrá por los inocentes.

jueves, 7 de abril de 2022

Domingo de Ramos (Ciclo C): "Paz en el cielo y gloria a Dios en las alturas" (Lc 19, 28-40)


1. LEE: Lc 19, 28-40

El sexto domingo de Cuaresma corresponde al Domingo de Ramos, considerado el pórtico de la Pasión.

La liturgia de este día es muy especial. Se inicia con la procesión de los ramos, que rememora la entrada triunfante de Jesús en Jerusalén y, en la liturgia de la palabra, se lee el relato entero de la Pasión, tomado de uno de los sinópticos. Este año, al estar en el ciclo C, leeremos el del evangelio según san Lucas (recordemos que el viernes santo se lee siempre el relato de la pasión según san Juan). Con ello, la liturgia expresa la dimensión sufriente y, a la vez, gloriosa, que contemplaremos en los días santos que se aproximan.

Ahora vamos a comentar únicamente la Entrada de Jesús en Jerusalén (Lc 19, 28-40), que se lee en la procesión con los ramos.

Sin duda, una manera sencilla de leer el evangelio es fijarnos en los personajes. Es lo que os propongo ahora.

Jesús está a punto de entrar en Jerusalén. Entonces, pide a dos de sus discípulos ir en busca de un burro. Les da instrucciones precisas. Y, ellos, sencillamente hacen lo que Jesús les dijo sin dilaciones ni preguntas ociosas. He aquí el primer modelo de discípulo que nos presenta este evangelio.

Cuando están a punto de tomar el burro, su dueño les pregunta qué hacen. Ellos repiten lo que les dijo Jesús: «El Señor lo necesita». Y aquel hombre, pone a disposición del “Señor” aquel humilde animal. He aquí otro modelo de discípulo, aquel que pone disposición del Señor lo que necesite y que me lo solicita a través de sus discípulos.

Al entrar en Jerusalén encontramos muchos personajes. Quienes acompañan a Jesús, ponen sus mantos sobre aquel burro para que Jesús lo monte. Y, luego, muchos otros, seguramente siguiendo su ejemplo (¡el ejemplo arrastra!), extienden sus mantos sobre el camino polvoriento. Este gesto es significativo pues, por un lado, con ello se resalta que quien entra es una personalidad importante y, por otro, el manto era una prenda muy costosa. De este modo, Lucas resalta que el discípulo es aquel que pone a disposición de Jesús sus bienes, incluido aquello que nos resulta muy valioso.

Todo el ambiente rezuma alegría… Este es también un indicador… Nuestro seguimiento a Jesús debe producir alegría. Como dice san Pablo, Dios quiere que lo sirvamos con alegría. Nuestra entrega debe ser una entrega gozosa!!!

Aquellos discípulos están tan contentos, que entonan un canto, cuya segunda parte, recuerda el cántico de los ángeles que anuncian el nacimiento de Jesús a los pastores (Lc 2,14): «¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!». Solo que ahora ya no son solo los ángeles, sino sus discípulos quienes se unen a ese “coro celeste”, como anticipando su resurrección.

Todo esto, sin embargo, no debe hacernos olvidar que Jesús viene montado en un burro… Sin duda, una imagen desconcertante…, pues lo normal habría sido entrar a caballo… En tiempos de Jesús, unos esperaban un mesías rey; otros, un gran guerrero; otros, un sacerdote o un profeta; todos, alguien poderoso. Jesús, en cambio, se identifica con el Mesías pacífico y humilde de Zacarías 9,9-10. La imagen de Jesús entrando en burro a Je­rusalén es todo un símbolo de la “conversión” que tenemos que realizar. El modo de ser “señor” de Jesús y, por tanto, el nuestro, no es el del poder sino el del servicio humilde y sencillo.

Finalmente, encontramos a algunos fariseos. Ellos también están entre la gente que recibe a Jesús, pero con una actitud bien distinta. No solo no lo reconocen como mesías, sino que incluso le exigen a Jesús que haga callar a la gente. He aquí otro modo de posicionarnos ante Jesús… No solo no lo seguimos, sino que queremos impedir que otros lo hagan… Y eso lo podemos hacer de muchas maneras…

Empezamos una “Semana Santa”. La invitación es a hacer silencio, un silencio habitado, un silencio que nos abra a la escucha, a contemplar las escenas, los personajes… No como un mero recuerdo sino haciéndonos presentes a la entrega de Jesús… Que el Señor nos ayude a entrar en sus sentimientos, en su corazón y nos anime a seguir sus huellas…

2. MEDITA
  • ¿Con cuál de los personajes me identifico?
  • A Jesús lo reconocen como el mesías enviado por Dios con gestos y palabras, ¿con qué gestos y palabras yo lo anuncio a mis hermanos?
  • ¿Comparto yo ese modo de ser sencillo y humilde de Jesús?
  • ¿Está mi mirada fija en Jesús, en su entrega amorosa, ahora que ya estamos a punto de empezar la Semana Santa?
3. ORA
  • Haz silencio en tu interior...
  • Dialoga con el Señor...
  • Pídele... Dale gracias...
4. COMPROMÉTETE
  • ¿A qué te invita su Palabra?
  • ¿Qué podrías mejorar o cambiar? Decide cosas concretas.