jueves, 8 de marzo de 2012

IV Domingo de Cuaresma (Ciclo B): “Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo” (Jn 3, 14-21)

Entramos ya en la cuarta semana de Cuaresma; por tanto, estamos ya a mitad de camino hacia la Pascua.
El evangelio que se nos propone para el día de hoy, aunque se breve, es muy rico en significado.
Empieza con una imagen que para nosotros puede resultar extraña pero que era muy evidente para los judíos: “Así como levantó Moisés la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en Él tenga vida eterna”. Con ello alude al episodio narrado en el libro de los Números, c. 24. La situación es la siguiente: Como consecuencia de sus permanentes murmuraciones contra Dios y Moisés, el pueblo es atacado por serpientes, cuyas mordeduras son mortales. Para salvarlo de la muerte segura, Dios manda a Moisés colocar una serpiente en un estandarte, de modo que quienes miraran hacia allí, fueran sanados. El mensaje es claro: La humanidad, nosotros, sufrimos también permanentemente la mordedura de serpientes, es decir, los ataques del mal (recordemos el texto de Gen 1), y estos ataques suelen ser mortales, pues nos separan de Dios, que es la fuente de la vida, y del amor a los hermanos, condenándonos al egoísmo, la soledad, el aislamiento y toda una serie de actitudes defensivas y destructivas… Pero se nos propone una “medicina”: Jesús. Jesús nos viene propuesto por Juan con el gran médico, la medicina al más profundo de nuestros males, ese profundo malestar interior. Pero para que actúe como tal, debe ser acogido y debemos adherirnos a Él, a su mensaje, a su persona, a todo lo que Él nos ofrece y nos propone…
¡Cuántas veces buscamos médicos para nuestras almas, pero que no nos terminan de curar pues no atacan la raíz del mal que nos va “matando”, quitando vida, poco a poco!
Pero, el texto no termina ahí, sino que a continuación se nos dice: “Porque tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna.” ¡Qué imagen más maravillosa de Dios! Dios es alguien que nos mira con amor, con cariño, que contempla este mundo roto que a veces parece que camina hacia la autodestrucción y nos da como regalo a Jesús, su Hijo para que, por Él, volvamos a conectar con la fuente de la vida…
Sí, amigos, Dios no quiere nuestra muerte, nuestro mal, nuestra autodestrucción; Dios quiere regalarnos la vida en plenitud, pero esa vida es un don, un regalo que debe ser acogido… Una vez más, para recibir Su Vida, debemos acoger la propuesta de Jesús y adherirnos a su persona y a su mensaje…
Pero el texto profundiza en esta idea, y dice: “Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por Él.” ¡Qué distinto a esas imágenes de Dios que a veces circulan por allí! La de un Dios Juez, la de un Dios de “aquí te pillo, aquí te mato”, un Dios “Gran Hermano”, pendiente de nuestros fallos para condenarnos… Y, no, Dios sólo busca salvar… Dios quiere mi vida, no mi muerte… Dios quiere ayudarme a salir de tantas situaciones y posturas mías que me conducen a la soledad, al aislamiento, al egoísmo, a la muerte ya en vida… Por eso me ofrece a Jesús como Camino, como Verdad que me conduce a la Vida… Pero, una vez más, esto no sucede de manera mágica, sino que requiere de mi adhesión, de mi acogida a ese don y a esa vida que se me ofrece…
Llevamos ya tres semanas preparándonos para la Pascua, para vivir con intensidad esa vida de Jesús entregada en la Cruz y que se ha convertido para nosotros en fuente y manantial de vida… Acojamos esa vida que se nos ofrece y hagamos nuestro el mensaje de Jesús, un mensaje que nos invita a comprometernos en la construcción de un mundo donde todos nos sintamos hijos de Dios (¡no huérfanos!) y vivamos como hermanos.

sábado, 3 de marzo de 2012

II Domingo de Cuaresma (Ciclo B): “Éste es mi Hijo amado: Escuchadle” (Mc 9, 2-11)

Este segundo domingo de Cuaresma, la liturgia nos presenta como lectura del evangelio de la eucaristía, el texto conocido como la Transfiguración de Jesús, en la versión de Marcos (9, 2-11).
Siempre, para entender un texto, tenemos que conocer su contexto.
La Trasfiguración está en la segunda parte del evangelio de Marcos, inmediatamente después del primer anuncio de la pasión, cuando Pedro se ha opuesto al camino de sufrimiento de Jesús (Mc 8,31-33), y de que Jesús ha hablado abiertamente, diciendo: “Quien quiera venir conmigo, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mc 8, 34-38), y poco antes del segundo anuncio de la pasión (Mc 9, 30-32). Esto, como es de esperar, no es casual. Nos viene a decir que el que anuncia que su vida tendrá un final violento y que será juzgado como malhechor, blasfemo, etc., es el mismo que tiene una relación especial con Dios.. ¡Vamos, que el ser Hijo de Dios no lo va a eximir de una vida de sufrimiento, persecución, malos entendidos, etc.! Sólo esto ya es una lección para nosotros, que creemos que, por creer en Dios, Él nos tiene que librar de toda suerte de males…
Pero, bueno, vamos despacio.
Después de que Jesús ha dejado a sus discípulos desconcertados con su primer anuncio de la pasión, toma aparte a Pedro, a Santiago y a Juan, y subió con ellos a un monte alto… Al parecer, tomó consigo a estos tres no porque fueran unos privilegiados, sino porque eran los más “duros de mollera”, a los que más les costaba entender el mensaje de Jesús, y Jesús tuvo que emplearse a fondo con ellos… Pero no les da discursos, no, los sube con Él a lo alto de la montaña, es decir, a un encuentro con Dios…
Recordemos que la montaña recuerda al Sinaí, donde Moisés hablaba con Dios como un amigo habla con otro amigo… Y allí, ¡Jesús aparece radiante! (es el significado de las vestiduras blancas resplandecientes), es decir, se muestra ante ellos en su más íntima esencia, en su identidad de Hijo de Dios, habitualmente velada por su humanidad… Sí, la transfiguración es la experiencia de descubrir a Jesús no como un mero hombre, ni siquiera como un gran hombre, un profeta o un hombre de Dios, sino como lo que es realmente, el Hijo de Dios. Y, seguramente, más de uno de nosotros hemos tenido ya esa experiencia… Porque, si no, aún no conocemos realmente quién es Jesús.
A continuación, aparecen Moisés y Elías conversando con Jesús. Ambos representan todo el Antiguo Testamento. La interpretación más usual es que esta escena pone de manifiesto que todo el Antiguo Testamento se orienta hacia Jesús, en quien tiene su pleno cumplimiento. Por eso el Padre dirá más adelante, refiriéndose a Jesús: “¡Éste es mi Hijo amado, escuchadle”! Ya no se trata de escuchar lo que hasta entonces habían dicho las Escrituras, sino de escuchar a Jesús, Palabra de Dios hecha hombre, humanidad…
La invitación, por tanto, de este segundo domingo de Cuaresma, es a ponernos a la escucha de Jesús, descubriendo en Él el Camino que nos conduce al Padre, la Verdad que nos revela quién es Dios realmente y la Vida en plenitud… Que no seamos como Pedro que lo primero que se le ocurre es plantar tres tiendas (¡no ha entendido nada!) sino como María, la que escucha la palabra de Dios y la pone en práctica.